Abogado constitucionalista.
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ideal-social-trabajo_0_1664433556.html
Superar las condiciones laborales de los ciudadanos es una pretensión
política cardinal y el vertiginoso avance tecnológico que experimentamos, es contexto
inmejorable para alcanzar ese objetivo. Por eso amerita repasar los
antecedentes y perspectivas futuras del ideal social del trabajo. Hegel resumía
el concepto en una idea fundamental: en el momento en que producimos nuestros
propios medios de subsistencia, o sea cuando trabajamos, es que nos
diferenciamos del reino animal. Ahora bien, no es posible vislumbrar el futuro
del trabajo sin comprender su entorno histórico. Peter Hünermann nos recuerda
que el proceso evolutivo del trabajo humano en la cultura ha tenido hasta hoy tres
períodos esenciales. El primero de ellos fue el trabajo campesino-artesanal,
que durante milenios caracterizó a la humanidad, hasta el advenimiento de la
época moderna. Si bien es cierto, antes del advenimiento del mercantilismo el
trabajo humano no se había reducido como una mercancía con valor de cambio
económico, la realidad es que durante la antigüedad anterior a la edad media, el
trabajo humano era considerado indigno. Para la cosmovisión previa al cristianismo,
el trabajo físico era algo deshonroso y destinado exclusivamente para los
esclavos y las clases más bajas. De ahí que Plutarco refiera que Platón se
molestó con Arquitas porque éste último había construido manualmente un
aparato. Pese a que era un invento de Arquitas, para Platón la construcción del
diseño debió hacerla un artesano, y jamás un hombre libre habituado al
intelecto. En “De officiis”, -su obra sobre los deberes-, Cicerón no deja dudas
acerca de lo que pensaba el hombre grecolatino en relación al trabajo. Allí
afirmó que trabajar diariamente para subsistir “era deshonroso para un hombre
libre.” Esto fue así porque previo al arribo de la cristiandad, tal y como está
documentado especialmente en relación a la sociedad grecolatina, el objetivo de
la población libre y acomodada, era básicamente la búsqueda de los placeres. Uno
de los mayores choques culturales de la historia, fue precisamente el que
enfrentó al mundo antiguo, -con su visión despreciativa del trabajo y hedonista
de la vida-, colisionando con la irrupción de los nuevos valores del
cristianismo, que tenían al trabajo por algo honroso y digno.
Pues bien, después del grave caos que vivió Europa durante el periodo
vandálico posterior a la caída del Imperio romano, -y una vez que se logró
consolidar la cultura cristiana como orden sustituto del paganismo-, la noción
del trabajo adquirió una valoración superior. Sin embargo, más de un milenio
después, al consolidarse la cultura industrial, la noción y el concepto del
trabajo sufrieron una violenta sacudida. Esta agresiva transformación surgió
con el desarrollo del mercantilismo. Este fenómeno cobró inusitada fuerza con la
aparición de la matriz energética derivada de la aplicación de los primeros
rudimentos de la actividad técnica y mecánica, así como la posterior
explotación de los combustibles fósiles
y las telecomunicaciones. A partir de allí, el trabajo tomó un cariz diferente.
Dejó de ser un apreciado valor inmaterial pasando a ser una mercancía más, cuyo
precio estaba sujeto a las condiciones de la oferta y la demanda. El economista
griego Yanis Varoufakis resume el fenómeno con este ejemplo sencillo: ya sea
donar sangre, o cualquier otro acto de altruismo o heroísmo, pierde su valor
inmanente a partir del momento en que a ello se le pone precio en dinero. Y eso
fue lo que ocurrió con el valor del trabajo a partir del mercantilismo
industrial, porque cosificó la cultura laboral. Esta simplemente pasó a ser un
objeto del mercado. Y cuando las máquinas prescindieron de miles de
trabajadores provocando que la oferta laboral fuera abundante, el valor del
trabajo se depreció hasta la indignidad.
El trabajo alcanzó cotos de abyección insospechados, al extremo que fue
usual que en su tierna infancia niños muriesen explotados en jornadas laborales
extenuantes y mal pagadas. En ese punto de la historia surgieron dos grandes
corrientes que aspiraron a reivindicar el ideal social del trabajo. Una primera
corriente era conformada por dos fuerzas: una vez más, una de esas fuerzas era
el cristianismo, a través de la doctrina social de la Iglesia, mediante
encíclicas históricas como la Rerum Novarum de León XIII. La segunda fuerza de aquella
primera corriente fue la socialdemocracia y su idea de la dignificación del
trabajo por la vía no violenta, la cual asumía además, que la reivindicación
del trabajador no debía acarrear la destrucción del sistema de libertades que
caracterizan a Occidente. La otra gran corriente fue la cosmovisión marxista
que, como todos sabemos, aspiró a dignificar el trabajo imponiendo la
cosmovisión de una utopía materialista. Una suerte de reino idílico de
prosperidad y felicidad laboral, que sería posible a partir de una dictadura liderada
por la clase trabajadora. Dicha vía, que tenía como ideal último la extinción
del Estado hasta alcanzar una suerte de Edén resultado de la sociedad
comunista, implicó sin embargo, conculcar todo el sistema de libertades. Tanto
la influencia del marxismo, como también los ideales de la socialdemocracia, y
la doctrina social de la Iglesia, conjugaron condiciones para que la clase
trabajadora industrial alcanzara importantes prerrogativas en pro de la
dignificación del trabajo.
Pues bien, a las puertas hoy de la cuarta revolución industrial,
impulsora de la tecnología robótica que libera al hombre de gran parte del
trabajo mecanizado enajenante, existen las condiciones para conquistar una
etapa superior del ideal social del trabajo. Esto porque el trabajo que provoca
mayor realización y gozo al hombre no es el trabajo mecánico, serial y
enajenante, sino el trabajo creativo. En este punto incluso, sucede que entre
más posibilidad tienen las compañías de sustituir el trabajo humano por el de
las máquinas, la tendencia del mercado provoca que sea menor el valor del
producto derivado, imponiendo así una nueva realidad del mercado: el producto se
justiprecia si en él se inyecta creatividad e innovación. Dicha tendencia del
mercado más bien parece un fenómeno de carácter espiritual. La gran moraleja del
asunto es que esta etapa superior del ideal social del trabajo, solo se podrá
alcanzar si a esta violenta revolución tecnológica le añadimos una nueva
cultura de orden jurídico laboral, en donde el nuevo contrato social del trabajo
se asiente sobre dos grandes basamentos: el primero de ellos deberá implicar la
reducción de la jornada laboral, y el segundo será destinar un porcentaje del
superávit productivo que la robótica provocará, en pago de la economía social
solidaria, que hasta hoy no se le reconoce remuneración alguna. fzamora@abogados.or.cr
No hay comentarios:
Publicar un comentario