lunes, 15 de enero de 2018

¿QUE ES EL LAICISMO ANTILIBERTAD?

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:


La decisión del Sinart de prohibir la transmisión de la misa ha traído a colación el tema del laicismo antiliberal en Costa Rica. En este espacio resumo de qué se trata el asunto. Veamos. Los Estados tienen esencialmente cuatro posibilidades de asumir postura frente al tema religioso. Dos de esas posturas afirman la libertad, y usualmente se enmarcan dentro de lo que en derecho constitucional denominamos Estados democráticos de derecho: ellas son la sana laicidad, y por otra parte la confesionalidad. Las otras dos posturas que sí son contrarias a la libertad son la teocracia y el laicismo antiliberal.  Haré aquí un breve resumen de todas ellas. Empecemos con el laicismo antiliberal, que es un fenómeno añejo y cíclico. Esta es una postura que aspira a proscribir desde el Estado toda expresión de espiritualidad de la esfera pública. Lo hace en nombre de una malentendida defensa de la igualdad y de un presuntuoso “racionalismo”. La primera manifestación de laicismo antiliberal ocurrió con los excesos de ciertas facciones de la corriente jacobina durante la revolución francesa. Autores como Lamartine, nos refieren la política de agresión contra el culto cristiano promovido por dichos sectores radicales. Allí se llegó al extremo de promulgar la ley del 21 de octubre de 1793, que condenaba a muerte a aquellos sacerdotes que no abjuraran de su fe, o que no jurasen lealtad a la doctrina del nuevo régimen instaurado. A las recordadas masacres de religiosos en septiembre de 1792, se sumaron las órdenes de Jean Baptiste Carrier, y de Collot D´Herbois -entre otros-, donde se ordenaban asesinatos masivos de sacerdotes y monjas, al tiempo que se aprobaban leyes que proscribían la cultura cristiana. Tal y como lo anota el historiador François Souchel, tras las “revolucionarias” leyes de descristianización, existía un ánimo de odio, confiscación y humillación; incluso la Catedral de Notre Dame fue tomada para realizar actos de profanación.

Más de un siglo después de aquel episodio, Mario Rosso en su obra “Violencia nazi contra la Iglesia”, y Eric Metaxas en su biografía del mártir Bonhoeffer, documentan los horrores que sufrió la Iglesia por la persecución del neopaganismo nazi. Durante el paroxismo de esa histeria, los cultos de las diversas denominaciones cristianas se debían subordinar a la doctrina nacional-socialista, desnaturalizando completamente el sentido de éstos. La Gestapo se encargaba rápidamente de los sacerdotes o pastores disidentes. En el siglo XX ocurrieron múltiples manifestaciones del fenómeno laicista anti libertad. Por ejemplo, en su prolífica obra sobre la guerra civil española, Hugh Thomas documenta como algunos grupos ultra radicales de la República, quemaban Iglesias y conventos, y hacían ejecuciones masivas de religiosos. Aquí también amerita mencionar a los regímenes marxistas del siglo pasado, donde las actividades eclesiales eran absolutamente proscritas en prácticamente todos aquellos Estados. Como ése es un fenómeno cíclico, tímidamente está empezando a resurgir en Occidente este tipo de expresiones, que aspiran a desterrar la espiritualidad de los espacios públicos.

Una segunda expresión extremista, contraria a la libertad en las relaciones Estado-fe, es la teocracia. En el extremo contrario al laicismo, la teocracia es el régimen en donde el gobernante es, a su vez, el jefe religioso del país. Ese fenómeno actualmente es prácticamente inexistente, salvo en el mundo musulmán, donde impera en el régimen chií de Irán, y en el pasado reciente, con los talibanes de Afganistán. De hecho, la teocracia no existe en nuestro Occidente de raíz cristiana. En nuestro hemisferio no prosperó porque la base de la sana laicidad se fundamenta precisamente en la teología cristiana que la desestimula. El cristianismo desarrolló el concepto de “gobierno limitado”, que solo resulta natural a quienes hemos sido criados en las civilizaciones de raíz judeocristiana. La idea de división entre el reino terrenal y el espiritual, fue concebida por la teología cristiana derivada del precepto que mandaba “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (S. Lucas 20:25).  Lo que ello implica, es que dentro de cada persona, hay un ámbito de conciencia y de libre albedrío que debe ser ajeno al control político. Las autoridades terrenales, -no importa cuán poderosas sean-, no pueden usurpar la autoridad que legítimamente solo pertenece a Dios. Ese es el origen del concepto constitucional del gobierno limitado. Por el contrario, al igual que lo hacían los Césares del mundo occidental anterior al cristianismo, en el islamismo impulsado por Mahoma, se integraban como preceptos religiosos todas las esferas de la vida social, lo que estimuló una peligrosa cultura totalitaria. Lo anterior explica por qué razón la sana laicidad, que es la tercera postura respecto a la relación Estado-religión, surgió en aquellas culturas de raíz cristiana. Allí el Estado y la religión, si bien están separados, pueden convivir en armonía, como sucede por ejemplo en Estados Unidos.

La cuarta y última de las posturas que paso a enumerar, y que se inscribe dentro de los regímenes democráticos, es la confesionalidad. Un Estado confesional es un Estado en el que es posible que -ya sea en su Constitución o en algunas de sus leyes-, exista una enunciación respecto de los valores espirituales que sustentaron la fundación de su nacionalidad. Tal y como sucede en nuestro país. La confesionalidad es simplemente un reconocimiento de las bases espirituales que fundaron la nacionalidad, y en nada coarta la libertad de culto. Incluso, como es el caso de Costa Rica, la confesionalidad puede coexistir con la laicidad. No con el laicismo, pero sí con la sana laicidad. Por ello, a pesar de que Costa Rica es Estado confesional, tenemos libertad de culto, e incluso, está prohibido por nuestra Constitución que los clérigos ocupen posiciones políticas. Esos son institutos típicos del Estado laico que conviven sin problema con nuestra confesionalidad constitucional. Nuestros artículos 74 y 75 constitucionales, o la ley general de Educación en su artículo 3°, estatuyen el reconocimiento de los  valores cristianos de los fundadores de nuestra nacionalidad, que por cierto son aún, los de la mayoría de nuestros habitantes. Sin problema armonizan elementos del Estado laico y confesional. En síntesis, la existencia de nuestros enunciados confesionales no impide el libre ejercicio de otros credos. Tampoco impide una sana laicidad; al punto de ocurrir el abuso de quienes no tienen del todo creencia, como sucedió con los funcionarios públicos que, llenos de animadversión hacia la fe, pretendieron prohibir en canal 13 las expresiones de espiritualidad de nuestro pueblo. fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 10 de enero de 2018

REFLEXIONES DE NAVIDAD

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/reflexiones-de-navidad/BP37GAVQI5GD3J6D7TX52CDLJA/story/

y en España:
https://www.elimparcial.es/noticia/184986/opinion/reflexiones-de-navidad.html


Celebramos un aniversario más del misterio de la Navidad. Para el alma desapercibida, la Navidad simplemente es momento de escape festivo; para la reflexiva, la Navidad confronta. Y lo hace escandalosamente, pues como bien lo observó Pablo de Tarso, ¿no fue acaso escandaloso para los judíos, el hecho de que el grandioso y esperado Mesías, naciera pobre y atribulado en el lugar destinado al descanso del rebaño? No perdamos la perspectiva del asunto esencial: lo que en la nochebuena festejamos es un acontecimiento. No celebramos una religión, ni una filosofía; menos aún una doctrina moral. Posicionándonos en el siglo primero de nuestra era, época en la que nació y vivió Jesús de Nazaret, somos confrontados con una cuestión cardinal: ¿qué sucedió en el itinerario de vida de aquellos que, siendo testigos de los hechos que rodearon al nazareno, concluyeron de forma tan determinante que “verdaderamente tú eres el hijo de Dios”? ¿Al punto de preferir morir martirizados todos, antes que negar que lo vieran resucitado? ¿Qué pasó en la vida, en la razón y en el corazón de aquella comunidad de hombres y mujeres, quienes llegaron a esa conclusión porque “vieron”? Lo que resulta claro, según los datos que nos proporcionan los evangelios, es que ellos se convencieron gradualmente conforme a lo que fueron contemplando. Llegaron a esa convicción, no por otra cosa sino por lo que testificaron. No por casualidad, el verbo más usado en los evangelios es uno: ver. Ese verbo se usa cien veces en el Evangelio escrito por Mateo y 220 en el escrito por Juan. Lo indispensable en este punto es entender el contexto de la Palestina entonces ocupada por Roma; sus discípulos eran hombres forjados en entornos muy rudos. Ya sea para Pedro, para Tomás, o aún más para el ex guerrillero Simón -el Zelote-, no contaba una romántica disquisición de ideas, sino únicamente lo que habían “visto” y “tocado”. “Lo que hemos visto con nuestros ojos…eso es lo que os  comunicamos” (1Juan1:1-3).

Lo que la Navidad originalmente anuncia, se desarrolla en cuatro libros. Pese a que estos dan fe de pasajes de la obra del más importante hombre de la historia humana, ninguno de ellos es una “biografía” o una obra de historiografía. Menos aún libros de religión, ni tampoco textos que metódicamente expongan nociones de fe. Ninguno es teología, ni escritos teóricos, ni nada que se parezca. Sin ser historiadores de oficio, se limitaron a describir con rigor aquello de lo que, por ser testigos, dan noticia fidedigna. Aún más interesante es saber que no existe testimonio que deje constancia de que Jesucristo haya escrito nada, ni de que ordenase escribir sus enseñanzas, o registrar sus prodigios. Por el contrario, en múltiples ocasiones les pidió discreción. Su mandato era que sus discípulos vivieran coherentemente sus enseñanzas. De ahí que los evangelios son un fenómeno literario único. El erudito Aurelio Fernández nos advertía que si se viese forzado a encasillar los evangelios en una técnica literaria, tendría que indicar que son algo cercano a una crónica periodística.  

Ahora bien, a partir del mensaje contenido en ellas, está vigente la pregunta que hace casi dos siglos se hiciera Dostoievski: “…un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer en la divinidad de Jesucristo?” La pregunta nos recuerda el desafío ante el que se haya la fe cristiana en el mundo contemporáneo. Siendo que es una vivencia absolutamente personal, yo no puedo responder la pregunta a partir de mi experiencia íntima de fe, por lo que ensayaré mi opinión a partir de algunos elementos de la razón intelectual. Creo que hay dos preguntas indispensables de responder, en el afán de estimar razonable el grandioso mensaje de la Navidad. La primera cuestión es contestar si es razonable la idea de que la creación tiene un autor. Veamos. En tanto ha resultado demostrado por la ciencia que el universo no es autocontenido sino que tuvo inicio, la única forma que neguemos la existencia de Dios creador, es creyendo que el universo se autocreó. Para ello entonces, el universo tendría que ser antes de existir y al mismo tiempo no ser. Para que algo se cree a sí mismo, -siendo su propio efecto y a su vez su propia causa-, tendría que “existir antes de existir”. El problema es que, para razonar tal cosa, debe violarse la ley lógica de la no contradicción. Aristóteles nos advertía que la ley de la no contradicción declara que es imposible que atributos contrarios puedan pertenecer a la misma cosa simultáneamente. Con lo cual la superstición de los materialistas de que el universo es autocreado, violenta la ley de no contradicción en su propia raíz. Así resulta razonable rechazar la idea de que el universo que conocemos se creó a sí mismo, para dar paso a la idea del Creador, cuyos esperables atributos sean ser autoexistente, eterno y cuya omnipotencia permita que, por sí solo, Él sea causa de todo.       

Siendo razonable la idea de que la vida es la creación de un autor, la segunda cuestión es contestar si además, ¿resulta razonable creer que ese Creador haya decidido revelarse a su creación, tomando forma de hombre? Veamos. Es claro que hay dos realidades primarias que delatan los atributos de Dios: por una parte, la portentosa majestad de la naturaleza testifica la grandeza de su Creador, y por otra, la realidad de un “derecho natural” escrito en la consciencia de todo ser humano; esa voz interior que nos lleva hacia lo correcto, mientras no decidamos silenciar ni cauterizar nuestra consciencia. Al mejor decir de Pablo, “…mostrando la obra de la ley escrita en nuestros corazones, nuestras conciencias dando testimonio y nuestros pensamientos acusándonos unas veces y otras defendiéndonos.”  Pues bien, la Navidad celebra la convicción cristiana de que es razonable creer que existe una tercera forma en la que Dios se reveló al mundo, mediante la cual se encarnó y habitó entre nosotros, con el propósito de revelarse en su atributo principal: el amor. Al fin y al cabo, la fuerza cardinal del mensaje de esta noche navideña, es que Él no se encarnó para condenar al mundo, sino para salvarlo. Pues de tal manera lo amó, que entregó a su unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda, más tenga vida eterna. Ese es el ideal con el que -si somos humildes-, seremos confrontados en la nochebuena. Por eso Julián Carrón nos recuerda que el alma que podemos llamar cristiana, es aquella que se abre a todo lo que es razonable, que ha creado ella misma la audacia de la razón y la libertad de una razón crítica, pero que sigue anclada en las raíces que dieron origen a Occidente, construyéndolo sobre los grandes valores y las grandes intuiciones. La visión pues, de la fe.