Abogado constitucionalista
Publicado en el periódico La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-sociedad-del-olvido/GYLALL5WOVGUZHLDGY2LIAY644/story/
Los hechos descritos en este escrito nos acusan como
sociedad. Como zorras pequeñas que minan el viñedo, y en razón de un mero
utilitarismo, estamos minando nuestros fundamentos cívicos, y con ello, la
cultura nacional. A raíz de que mis
manías de abogado me obligan a cumplir el rigor de la estructura acusatoria, sustento esta denuncia apelando a un hecho
concreto: el abierto desprecio que hoy estamos demostrando hacia el sacrificio
de nuestros mártires y héroes nacionales. Antes de entrar a enumerar y
describir los hechos de esta demanda, permítaseme repasar algunas
características de una sociedad culta, pues ello es indispensable para
comprender los fundamentos que explican las razones del daño. Primero
anotar una definición: la cultura de una nación es el código, las pautas y la
vocación de consensos sociales en torno a ideales comunes de vida. Implica principios de conducta que tienen como
propósito elevar el espíritu y forjar el carácter humano, tallando en
consecuencia, el relieve de la sociedad. De ahí que Vargas Llosa nos recuerda
que los valores culturales no son solo información, sino que se transmiten
primordialmente en el hogar, de generación en generación, y están necesariamente asociados en función de
una espiritualidad con vocación de bien. Precisamente por esa vocación
espiritual, la cultura implica principios anteriores al conocimiento. Otra
singularidad de la cultura, es su capacidad totalizadora, aunque no
totalitaria, pues como vocación espiritual está subordinada a la libertad; de
ahí que lo contrario a la cultura sea la anarquía. Por esa misma propensión totalizante,
involucra aspectos tan aparentemente nimios como las maneras de urbanidad, o
incluso las formas de conducta en la mesa. De ahí que las sociedades ilustradas
necesariamente cultivan aspectos como el de la protección de la familia, la
devoción patriótica y su acervo, el respeto por lo que es digno de reverencia
para los demás y para sí mismo, la debida honra hacia quienes ejercen la
dignidad de los cargos públicos, la probidad de las instituciones que
garantizan la libertad y la justicia, y el estímulo de las instituciones que
promueven los valores espirituales de la comunidad, los cuales son conceptos
fundamentales para sostener la cultura. Si esos cimientos sociales no se
respetan, el sentido de la política no será la virtud, sino simplemente el
poder como fin en sí mismo.
Por el contrario, la
incultura es “presentista”; simplemente centrada en el aquí y en el ahora. No
así la cultura que necesariamente abreva del pasado, pues es portentosa
construcción que se forja en procesos, en gradualidades. En pequeños cincelazos
durante el discurrir de las edades. Por ello la cultura es inviable sin el
antecedente de una tradición previa, siendo el mayor pecado de la clase
política el hecho de que, estando obligada a cultivar la cultura de una nación,
rechace su propia identidad, o peor aún, la emprenda contra su propio acervo,
tradición e historia. Proscribir el pasado, o pretender clausurar los
fundamentos que forjaron lo que somos, no es otra cosa sino una propensión
inculta. Y en tanto hija de la libertad que es, por la cultura se debe morir,
mas nunca matar. La cultura la defienden héroes dispuestos a morir por ella, pero
en la decadencia los fanáticos están dispuestos a matar por aquello que a
cualquier costo desean imponer. Es la razón por la cual la cultura hace héroes,
a diferencia de la contracultura, que hace fanáticos. Entre otras, esas son las
razones del porqué las sociedades dignas veneran sus epopeyas y a sus
prohombres.
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