Dr. Fernando
Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Una de las mayores preocupaciones de los analistas
sociales es el tema de la gobernabilidad, pues es claro que, sin ella, es
imposible una buena calidad de vida en sociedad; o enfocado de otra forma, el
buen vivir solo es posible en las comunidades gobernables. De ahí la
importancia de entender lo que la gobernabilidad es. Lo primero que amerita
advertir, es la verdad de Perogrullo, de que el principal enemigo de la
gobernabilidad es el caos. En su obra “¿Por qué?” la Dra. Sharon Dirckx
narra los horrores de lo vivido en Somalia por funcionarios de ONGs durante los
acontecimientos de 1993. Cualquier ciudadano extranjero que quisiera ingresar a
Somalia para entonces, lo debía hacer con una escolta fuertemente armada; era condición
indispensable para sobrevivir. Cualquier avión que -para evacuar personal-, se
atreviese a aterrizar en la capital Mogadiscio, lo hacía manteniendo en tierra
los motores encendidos, e inmediatamente despegar una vez logrado el brevísimo
cometido. Dirckx describe en su libro una ciudad completamente en ruinas y
calcinada por el fuego, donde la regla era ver adolescentes conducir con sus
armas disparando intermitentemente por fuera de las ventanillas de los
vehículos. Por el vandalismo contra los agricultores, la actividad agrícola era
ya inexistente, y en áreas enteras de los hospitales, se podía oler las aguas
negras en suelos bañados de sangre. Ese mismo año el caos traducido en genocidio
también se apoderó de Ruanda, cuando la rivalidad entre etnias provocó la
masacre de cerca de un millón de tutsis incitada por la hegemonía del gobierno
Hutu.
En América, el prototipo de sociedad ingobernable
-como consecuencia del desorden que allí impera-, es Haití. Una nota periodística
del prestigioso diario español ABC internacional, del 7 de junio del 2021, publicaba
un recuento histórico sobre dicho país, en el que, en apenas 72 años, -de 1922
a 1994-, se contabilizaba la pavorosa cifra de 102 guerras civiles, revoluciones, insurrecciones,
revueltas y golpes de Estado. Desde su lucha independentista, que literalmente fue una horrorosa
carnicería donde murieron cruelmente los franceses blancos de la isla, en todos los aspectos de su vida
nacional, el caos ha sido el común denominador de ese Estado. Tal y como sucedió
en Somalia o Ruanda, o en el pasado reciente de algunas ciudades centroamericanas,
vastas zonas de Puerto Príncipe, la capital haitiana, son controladas por
grupos de mafiosos dedicados a la extorsión, el robo y al secuestro, sin que
las autoridades puedan siquiera penetrar en esas áreas.
Ahora bien, seis son las condiciones básicas que la
gobernabilidad requiere. En primer término, requiere el ejercicio del principio
de autoridad, tan amenazado en las sociedades posmodernas. Sin embargo, para que la noción de autoridad prevalezca, es
indispensable a su vez la defensa del concepto de lo que la verdad es. De ahí
el peligro del relativismo, que niega y desacredita tal fundamento,
desacreditando la existencia e importancia vital de la noción de la verdad. Una
vez atacado ese concepto fundamental, es imposible sostener alguna escala de
valores, por lo que la noción de autoridad se torna nugatoria e innecesaria. Así
tenemos un primer conjunto de tres condiciones básicas para la gobernabilidad,
cuales son: autoridad, reconocimiento del concepto de verdad y una jerarquía o
escala de valores.
Un segundo
conjunto de condiciones inicia con el concepto de dirección política en
libertad. Sin el marco de la libertad, el ejercicio del poder y de la autoridad
es despotismo. Y en tiranía, es imposible el ejercicio de la gobernabilidad,
pues tal y como
anotamos al inicio, si bien debe reconocerse que la gobernabilidad es una
condición para el desarrollo, también debe advertirse que ella, por sí sola, no
garantiza la prosperidad. De lo contrario, para conquistar el desarrollo de un
país, bastaría cualquier leviatán totalitario donde el poder tenga férreo
control del gobierno nacional. Y gracias a experiencias como la de la famélica Cuba,
sabemos lo falso de ese tipo de quimeras. Es cierto que allí no hay caos porque
la autoridad está firmemente asentada, y la sociedad uniformemente sujeta mediante
los hilos que el poder manipula con dureza, sin embargo, es una realidad
estadística que, en ese tipo de regímenes, no hay prosperidad. Allí hay un uso
abusivo de las potestades de gobierno, con lo cual, la gobernabilidad se
degrada por los excesos en el ejercicio de la autoridad. Así entonces, sumado
al ejercicio de la dirección en libertad, tenemos una quinta condición de la
gobernabilidad, que es la de las formas de gobierno equilibradas. Este es un
viejo principio constitucionalista que inicia con las leyes políticas de frenos
y contrapesos en el Estado, de tal forma que, en palabras de Montesquieu, uno
de sus principales ideólogos: “el poder detenga el poder”. Si no hay gobierno
contenido, que evite el crecimiento progresivo y omnímodo de ese poder que
tiende a dominar cada vez mayores cotos de la vida ciudadana, la gobernabilidad
es igualmente imposible, pues degenera en tiranía.
Finalmente llegamos a la última pero más fundamental
de las condiciones de la gobernabilidad: la cultura social. El desorden es solo
un síntoma de una crisis aún más profunda, como lo es la crisis cultural de los
pueblos. En casi todas las circunstancias en que el caos aparece, éste no es
sino una derivación de la crisis de cultura de las comunidades que lo sufren.
De ahí la importancia de aceptar que la cultura de una sociedad, es la más
férrea columna en la que se construye y sostiene la gobernabilidad. Un pueblo
inculto será una sociedad ingobernable. Por eso la cultura de una nación es su
principal posesión, y es un bien inmaterial. La cultura es esa vocación de bien
y de bondad que genera mansedumbre, que es fortaleza bajo control, educación,
urbanidad y espiritualidad genuina. De ahí la importancia que, del gobernante
provengan el primer ejemplo de tales virtudes de caridad y templanza. fzamora@abogados.or.cr
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