jueves, 22 de diciembre de 2022

EL MILENARIO MENSAJE NAVIDEÑO

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 Aprestándonos a celebrar la nochebuena, amerita reflexionar sobre los elementos cardinales del misterio que ella encierra. Lo primero es advertir que lo que en la navidad celebramos es esencialmente un acontecimiento y no una doctrina moral, ni una teoría teológica, sino la noticia del nacimiento de quien murió martirizado asegurando que su propósito de vida fue proclamar la verdad. El problema que tal verdad nos genera, es la escandalosa dimensión de ella: la afirmación de que El es Dios encarnado. Por ello, el erudito C.S. Lewis aseguraba que, frente a la persona de Jesucristo, no había manera de permanecer indiferente pues, a partir de quien Él afirmaba ser, solo había dos caminos: o era el demente más grande de la historia, o en efecto, es quien dijo ser. En favor de esa verdad habla, por una parte, una vida coherente y sacrificada en función de su misión de vida, y por otra, la realidad de una prueba testimonial implacable, como lo era el hecho de que muchos testigos prefirieron morir martirizados antes que negar de que habían visto al nazareno resucitado. En este punto, por la experiencia de la naturaleza humana, sabemos que una persona podría estar dispuesta a morir por ideas que cree ciertas, aunque no lo sean, pero nadie estaría dispuesto a morir por insistir en hechos que sabe falsos. Así entonces, ¿qué sucedió en el itinerario de vida de quienes, siendo testigos de sus obras y conducta, concluyeron de forma implacable con la frase “¡verdaderamente tú eres el hijo de Dios!” (S.Mateo14.33)? Me refiero a esos testigos que prefirieron morir martirizados todos, antes que negar que lo habían visto resucitado. Según los datos que nos proporcionan los evangelios, se convencieron gradualmente de acuerdo a lo que fueron observando. Por eso “ver” es el verbo más usado en los evangelios: cien ocasiones en el texto que escribió Mateo, y doscientos veinte en el de Juan. En un contexto como el de la Palestina del Siglo I, ocupada por el brutal régimen de Tiberio César, aquello era literalmente un asunto de vida o muerte. No podía tratarse de una romántica disquisición de ideas, ni mucho menos de simples ensoñaciones y sugestiones, sino de “…lo que hemos visto con nuestros ojos…eso es lo que os comunicamos” (1Juan1:1-3).

Valoremos ahora un segundo aspecto, el inconmensurable milagro que implicó su mensaje, de cuyo impacto Él mismo dio fe al asegurar: “…mis palabras no pasarán” (S. Mateo 24:35). Pues bien, el mensaje que la Navidad encierra se refiere esencialmente al porqué de la existencia y proclamación de la verdad, un concepto que, en momentos en que las sociedades occidentales se debaten en una crisis existencial tan seria, viene a responder las tres interrogantes esenciales de la humanidad: primero, la pregunta de identidad ¿quiénes somos?, después la cuestión de origen, ¿de dónde venimos? también la interrogante de propósito, ¿por qué y para qué estoy aquí? y finalmente, el misterio del destino ¿hacia dónde iré al morir? Respuestas que, al descubrirlas, generan seguridad y felicidad auténticas.

Un tercer elemento es el misterio de su trascendencia en la historia, a pesar de los descomunales desafíos que el mensaje de la navidad ha enfrentado. Durante dos milenios, enfrentó cuatro grandes contrapoderes que representaron una inexorable amenaza a su existencia. La primera amenaza fue el imperio romano que, como un abortivo, desde su nacimiento pretendió acabar con él. La civilización de Roma dominaba totalmente la cultura del siglo I, y a diferencia del concepto de dignidad humana que sembró la cultura cristiana, en todo el mundo antiguo el hombre valía por su poder y sus posesiones. Pese a esto, el mensaje de la Navidad prevaleció frente al paganismo, no por el uso de la fuerza, sino porque, a pesar de la violencia dirigida contra el cristianismo, respondió con caridad frente a un mundo antiguo que no la conocía, abriendo sus brazos a los humildes y débiles. Entonces se tenía la idea de que Roma sería eterna, sin embargo, después de su desplome, arribó la larga noche del caos bárbaro, que acabó con la civilización de su tiempo. Cuando se desintegró la cultura grecolatina, el mundo fue azotado por bárbaros de diferentes procedencias; vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos, que devastaron las pocas ciudades que, a duras penas, subsistían tras la caída imperial. Los historiadores aún se asombran al verificar cómo el cristianismo pudo sobrevivir al cataclismo que los bárbaros representaron. De hecho, el descomunal desafío de reconstruir la cultura europea destruida por el caos vandálico, fue un esfuerzo de siglos, y un logro monumental de la entonces incipiente cristiandad. El mensaje navideño logró preservar el legado del mundo clásico y fundamentó la cultura occidental como no lo ha hecho ninguna otra cosmovisión. Así fue como el cristianismo superó su segundo gran desafío.

El tercer reto que enfrentó la “cultura de la navidad” fue el poderío del imperio otomano. Este fue la más grande manifestación del poder musulmán en los siglos, que se prolongó desde inicios del siglo XIV y hasta comienzos del XX. Uno de los objetivos culturales de aquel imperio, fue la imposición violenta del ideario musulmán, y con ello la abolición de la cultura de la navidad. En su punto de máxima expansión, llegó a abarcar una importante fracción del sureste europeo, el medio oriente asiático y el norte de África. Sin embargo, con el último cañonazo lanzado en la primera guerra mundial, acabó la amenaza del imperio otomano, y el mensaje de la navidad aún prevalecía. El cuarto gran contrapoder que amenazó a la cultura de la navidad, fue el laicismo materialista, que dio sus primeros pasos en la Europa del siglo XVIII y se consolida con la doctrina marxista y el poder de los soviets en Europa del este. El siglo XX vería la proscripción del mensaje de la navidad no solo en esos territorios, sino también en aquellos en donde el neopaganismo nazi azotaría. No obstante, cuando el poderío fascista se derrumbaba a mediados del siglo XX, y el soviético al finalizar esa misma centuria, la intensa y cegadora luz de la estrella de Belén aún prevalecía vigorosa y destellante.

Pues bien, pese a las evidencias, para los escépticos y bienpensantes el mensaje del pesebre no es otra cosa sino una simple ensoñación. Pero como bien lo plantea el filósofo español José Ramón Ayllon, si la fe en el misterio de la navidad es absurda, habría que preguntarse ¿qué encierra ésta que ha sido razonable para miles de hombres cultos a través de tantas y tantas generaciones, y tantos cataclismos históricos?, ¡¿qué misterioso designio ha hecho que esa quimera permanezca erguida viendo derrumbarse, -por el poder de su esperanza-, a tantos contrapoderes, imperios, revoluciones y contrarrevoluciones que se le opusieron?! ¡¿Qué poderosa fuerza hace que, una vez que se da por desechada la esperanza del pesebre, acusándola simplemente como una tradición del ayer, repentinamente ésta se asoma firme y atrevida hacia el futuro?!  fzamora@abogados.or.cr

No hay comentarios: