Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
En una entrevista que concedí a Andrea Alemán del centro español Instituto de Empresa, se me preguntaba ¿por qué razón Costa Rica es hoy uno de los países latinoamericanos con mejores índices de prosperidad, mientras Nicaragua disputa ser el segundo país más pobre del continente? Me atrevo a contestar que la diferencia esencial ha sido que Costa Rica fue una nación colonizada, mientras que, nuestros vecinos, una región que sufrió siglos de conquistas violentas. Por las razones que expondré, espero demostrar la importancia de romper con el autoritarismo en nuestras naciones, un fenómeno que es verdadero obstáculo para el desarrollo. Veamos. Lo primero que debe advertirse es que la población originaria nicaragüense, tanto los dirianes como los nahuas, -las dos etnias más numerosas-, se caracterizaban por una forma de organización sociopolítica violenta y despótica al extremo. Básicamente pueblos con dinámicas de poder feroces. De ellos, el más populoso eran los niquiranos que eran nahuas o aztecas a los que se les conocía como nicaraos. Esto por cuanto en el territorio de lo que hoy es Nicaragua y al momento de la llegada de Gil González Dávila, dominaba la estirpe del cacique Niqueragua, razón por la que se les llamaba así a sus súbditos. El problema más grave fue el contexto sociocultural de esas etnias de raíz nahua o azteca, que eran sociedades basadas en prácticas de una enorme crueldad. A manera de ilustración, el reputado educador mexicano José Vasconcelos, nos recuerda que la antropofagia era una práctica habitual en los aztecas, especialmente en los rituales, que terminaban con bacanales en los que los militares y los chamanes aztecas ingerían los brazos y piernas de sus víctimas sacrificiales. El consenso de los historiadores confirma que dichos pueblos vivían en guerra perpetua con el objetivo de obtener prisioneros para sus sacrificios litúrgicos. Prácticas en las que se extraían los corazones y entrañas de las víctimas, que se arrancaban en los altares con cuchillos de obsidiana mientras la víctima yacía viva.
El
verdadero valor de una sociedad radica en la naturaleza ética de su
organización sociocultural, y en este sentido, el consenso existente en
relación a las grandes civilizaciones precolombinas, es que eran teocracias muy
sanguinarias. Académicos como Alfonso Caso, arqueólogo y ex rector de la UNAM,
o el venezolano Mariano Picón, nos recuerdan que, -en la cosmovisión
precolombina-, los sacrificios humanos eran prácticas que abarcaban todas las
épocas del año. De hecho, en su profusa investigación sobre la historia
precolombina de América, Juan Zorrilla San Martín documentó que, para esas
comunidades, el año litúrgico iniciaba con la masacre sacrificial de muchos
niños, lo cual ocurría el segundo día de lo que para nosotros es febrero. Para
asegurar las lluvias anuales, en esa fecha se ejecutaban ritos en los que se les
extraía el corazón a grupos de niños en honor a los dioses del agua. El resto
del año se continuaba con otro tipo de ceremonias similares. De esas espantosas
prácticas tampoco escaparon las escasamente pobladas etnias que habitaban lo
que hoy es el territorio costarricense. En su crónica sobre la conquista de
Costa Rica, escrita en 1940 para la Revista del Archivo nacional, el
antropólogo catalán Jorge Lines refiere lo que se conoce como los
enterramientos secundarios, en los que se acostumbraba sacrificar entre cuatro
a seis mancebos indios para enterrarlos con ocasión de la muerte de los principales
indígenas. Entre otros historiadores, esta práctica la confirmó Ricardo
Fernandez Guardia en su investigación publicada en 1908. Volviendo al
precedente nicaragüense, queda claro el contexto profundamente desigual y
violento que existía en Nicaragua para el momento de la conquista. Más como si
aquello fuera poco, el historiador y ex presidente dominicano Juan Bosch nos recuerda
que cuando Pedrarias Dávila llega a Nicaragua, en su exagerada avidez por
conseguir mano de obra servil y extraer cada vez mayores cantidades de
recursos, insiste en preservar un régimen opresivo que ha prevalecido en dicho
territorio vecino, consolidando el caldo de cultivo de un enorme autoritarismo
y de una gran desigualdad, lo que ha impedido hasta hoy su prosperidad.
El
caso de Costa Rica es distinto. Lo primero a señalar es que, de acuerdo a los
cálculos documentados por Monseñor Bernardo A. Thiel, al momento del arribo de
los españoles a nuestro territorio, la población nativa era tan ínfima que
apenas alcanzaba los veintisiete mil habitantes. Mientras los informes de los
conquistadores españoles en Nicaragua refieren importantes cantidades de
indios, los informes de los españoles que visitaron territorio costarricense durante
la conquista hablan de una gran escasez de pobladores nativos. Además, la
naturaleza de las comunidades nativas de lo que hoy es nuestro territorio, era
de una condición mucho más pacífica. Por ejemplo, en su obra sobre el
descubrimiento de Costa Rica, el historiador Ricardo Fernandez Guardia refiere
que, desde que en 1522 Gil González Dávila les compartió el evangelio a los chorotegas,
que eran la etnia más numerosa de nuestro territorio, tomaron muy en serio su
condición de cristianos. Al punto que, según refiere Gonzalo Fernández de
Oviedo, el mismo príncipe de dichos nativos no permitió que a sus súbditos se
les siguiese llamando indios, sino cristianos. A lo anterior se suma un dato
que es consenso entre los investigadores, y es el hecho de que Juan Vásquez de
Coronado, nuestro principal conquistador, más que solo un militar fue un
pacifista. En la obra biográfica de aquel conquistador, el reputado historiador
Carlos Meléndez refiere al hecho de que la experiencia americana de Vásquez lo
había hecho un fiel seguidor del espíritu del padre Las Casas y de Francisco de
Vitoria, al punto que, parafraseando a Meléndez: “el buen trato a los naturales
fue uno de los rasgos más suficientemente reconocidos en Vásquez de Coronado”. Todo
lo anterior permitió que nuestra interacción entre indios y españoles fuera
mucho menos violenta y traumática.
Así
la fundación de lo que hoy es nuestra nación estuvo determinada por tres
fenómenos indiscutibles: la poca población de nuestro territorio, el buen trato
de sus principales conquistadores hacia esa escasa población nativa, y la
paulatina emigración de europeos, principalmente españoles de cultura judeo-sefardita,
que eran poseedores de un acervo de más de seis mil años de cultura. Buena
parte de dichos colonos venían en busca de libertades para practicar su fe, -y
proviniendo de una Europa no tropical-, se agradaban del clima fresco de las
altas mesetas de nuestros valles centrales. Ello provocó que, como sucedió con Uruguay o
Argentina, Costa Rica fuese una sociedad con un proceso gradual de colonización
dirigido por colonos cultos, con un espíritu independiente y huraño, creando el
caldo de cultivo para un sistema sociopolítico mucho menos autoritario. Sin embargo,
no dudo que nuestros vecinos lograrán romper con ese ciclo de violencia
autoritaria, y que un camino de concordia será posible. fzamora@abogados.or.cr