Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
Una nación cuya existencia es un milagro inimaginable: el pueblo judío posee la cualidad de ser la única comunidad nacional superviviente de la antigüedad, en tanto por más de 3500 años han conservado su fe, su lengua, y sus prácticas culturales intactas. Todos los pueblos contemporáneos de la antigüedad, por citar algunos, los babilonios, persas, romanos, hititas, egipcios o fenicios han desaparecido, y sin embargo los judíos sobreviven como una curiosa rareza de la historia. Antropólogos e historiadores reconocen que un pueblo logra sobrevivir únicamente si en el transcurrir del tiempo conserva su fe, su integridad cultural y su lengua, lo cual es un fenómeno sociológico que, con el decurso de muchos siglos, es casi imposible de lograr, aún si esa comunidad conserva su territorio. Así, por ejemplo, los islámicos que ocupan las tierras que hoy son Egipto, no pueden ser considerados el mismo pueblo de los antiguos faraones, ni los iraníes de hoy son considerados Persia, pues salvo la misma ocupación geográfica, no existe ningún otro elemento cultural común entre esos ancestrales pueblos y los actuales. En esencia, no son los mismos pueblos, sin embargo ese portento solo ha sido logrado por los judíos.
Aún más, es la única comunidad nacional que logró subsistir después de cuatro deportaciones: la egipcia, la de Nínive (722 a.C.), la babilónica (597 a.C.), y finalmente, la impuesta por Roma (siglo I). La judía es la misma nación que, contra todo pronóstico y dieciocho siglos después de su último éxodo, logró la hazaña colectiva de regresar a su tierra conservando intactas su lengua, su fe y su identidad cultural. Igual creo que es en la prodigiosa supervivencia de sus códigos culturales, donde reside la clave de las proezas tecnológicas en beneficio de sus ecosistemas. Cuando Israel resurgió en la cintura del siglo pasado, por la condición desértica de su región, los nuevos ciudadanos del país llegaron a un territorio que básicamente era una tierra yerma. Pese a tal situación, hoy Israel es la única nación del mundo en la que existen muchos más bosques de los que había hace un siglo, y esto a pesar de los continuos sabotajes provocados por sus vecinos hostiles, en un afán de destruir las plantaciones boscosas logradas en el desierto. Ilustración de lo anterior ocurrió en el año 2006, cuando fueron quemadas diez mil hectáreas de bosque por lanzamientos de cohetes desde el Líbano; en ese momento la organización islámica Hezboláh, hoy en guerra contra Israel, se atribuyó el hecho. Israel es también vanguardia en materia de aprovechamiento y desarrollo de la tecnología del agua, energías limpias y agricultura orgánica sostenible, al punto que se han convertido en potencia agroexportadora. En el año 2014, su sector agrícola -valorado en $7.8 mil millones-, representó el 3.3% de su PIB, pese a que cultivan en un ecosistema que solo recibe lluvia un promedio de 45 días al año.
Finalmente vale recordar que, siendo los judíos apenas el 0,2% de la humanidad, me resulta asombrosa la capacidad de ser exageradamente relevantes en el mundo de las ideas y el progreso. Si sumamos el premio nobel de medicina recibido en estos días, solo ese pueblo ostenta más de 195 galardones. Pero aún más sustancial, es la capacidad que ha tenido ese pueblo de establecer revoluciones filosóficas y espirituales sin par. Anotemos ilustraciones relevantes: ¿por qué fue el pueblo judío el primero en la historia universal en abolir la práctica de la esclavitud? Lo hizo desde hace ya miles de años, pese a que en la antigüedad la esclavitud era una práctica universal. Ello se debe a que fue la nación judía la primera en practicar el más revolucionario concepto inmaterial de la historia, el de la dignidad humana, el cual surgió a partir de la noción de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de un Ser ético entendido como Dios único. Y esto nos recuerda, además, algo que era inconcebible en el mundo panteísta del pasado, pues es entre los judíos que surgió la noción de un Dios que trasciende el mundo natural, o sea, un Dios que está fuera del tiempo, el espacio y la materia, dando origen al monoteísmo, y con ello, a las corrientes espirituales más potentes del planeta, como lo son el cristianismo, el islamismo, y por supuesto el judaísmo.
Sumado a lo anterior, el judaísmo fue el primer pueblo en asumir otras convicciones impensables que, hasta milenios después, la ciencia ha confirmado como ciertas. Veamos algunos ejemplos: el libro del profeta Isaías, escrito siete siglos antes de Cristo, es el primero en la historia humana que, en su capítulo 40 versículo 22, establece la noción de que la Tierra es redonda. Otra increíble convicción judía aún más antigua, se halla en el libro de Job, que declara la noción de que “la tierra está suspendida sobre la nada” (Job 26:7). Fueron también los judíos los primeros en determinar que el mundo de la naturaleza se rige por leyes estables, creadas por un Dios que actúa según un orden, en donde los astros y cuerpos celestes no eran divinidades, sino parte de un sistema regido por límites y parámetros. Sumado a las anteriores, la noción de que todo el universo fue creado “ex nihilo”, o sea, creado de la nada, noción que, salvo para el Dios de los judíos, era algo absolutamente inconcebible para la antigüedad, y que hoy coincide con el demostrado hallazgo científico de la cosmogénesis, o Big bang. Ideas todas que eran inconcebibles para la humanidad de entonces. Una comunidad así, no solo merece vivir en paz, además amerita que, con todas nuestras fuerzas, condenemos las pretensiones ideológicas que aspiran a que desaparezca. fzamora@abogados.or.cr
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