Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
¿Somos
resultado del azar sin causa, de procesos naturales que no tienen propósito ni sentido,
como aseguran los apóstoles del existencialismo, o nuestra existencia tiene un sentido
trascendente que sobrepasa la realidad material, como afirmamos los creyentes? Esta pregunta es piedra angular de una nueva revolución
en la enseñanza, y de la respuesta que sobre esa interrogante el sistema
educativo ofrezca a los niños y jóvenes, dependerá si habremos de inspirarlos,
o no, hacia la búsqueda de una vida de plena realización. Antes amerita
advertir que, en buena parte, nuestra crisis educativa es consecuencia de su adicción
a la posmodernidad, esa lamentable corriente nihilista que se afana en
convencerlos de que nuestra existencia es resultado de un azaroso sinsentido.
Las
filosofías e ideologías materialistas se habían consolidado porque hasta el
siglo XX cinco equivocados paradigmas las fortalecieron: el primero de ellos,
la errada creencia en que el universo era estacionario, o sea, la idea de que
el universo, y con ellos la materia, el tiempo y el espacio, eran infinitos y
permanentes, por cuanto no habían tenido un momento de creación, ni tendrían
final, lo cual hacía innecesaria la noción de un ser creador. A lo anterior se
sumaron otros paradigmas, como la incorrecta descripción matemática de un
universo simple, y la errónea idea de que la vida tenía un origen asequible a
partir de la materia inanimada. Esta última creencia fue posteriormente desacreditada
por los descubrimientos de Luis Pasteur en el siglo XIX, los cuales probaron que los microorganismos no surgían espontáneamente, sino
que todo ser vivo procede de otro ser vivo anterior. Un cuarto paradigma ya
superado, fue el auge que en el siglo XIX obtuvo la teoría marxista del
materialismo científico, que sostenía la idea de que tanto los procesos
naturales, como los sociales, eran producto de postulados deterministas cuya
explicación se reducía a fenómenos físicos. El quinto paradigma lo planteó
Sigmund Freud a partir de sus teorías del comportamiento humano, según las
cuales la mente humana y, por tanto, todo su comportamiento, ideas y
motivaciones, se reducían a fenómenos propios de las fuerzas inconscientes de nuestra
psiquis.
Sin embargo, los siglos XX y XXI, trajeron
hallazgos y descubrimientos que han generado otros cinco nuevos paradigmas
científicos que van en sentido contrario a los anteriores, y que fortalecen un
buen entendimiento entre la ciencia y la espiritualidad, pues han revertido la
creencia de que la ciencia es incompatible con la existencia de Dios. En primer
lugar, tenemos los descubrimientos que han demostrado, más allá de toda duda,
que el universo no es eterno en el pasado, sino que tuvo un inicio, con un
origen absoluto, y del cual, tanto la materia, el espacio y el tiempo,
surgieron en un micro instante, según lo cual, unido a los hallazgos de la
teoría de la relatividad, obliga a explicar la creación a partir de una causa
provocadora que se encuentra fuera de la materia, el tiempo y el espacio. Una
realidad científica que calza perfectamente con la noción espiritual de un Dios
creador. A este descubrimiento se le denominó popularmente Big bang, y surgió a
raíz de las pruebas que ofrecía la acción de la radiación de fondo en todo el
universo. El segundo paradigma es el
ajuste increíblemente fino del universo. El universo está tan inexplicablemente
ajustado para la existencia de la vida en el planeta, que los cosmólogos
materialistas se vieron obligados a hacer especulaciones exageradas sobre otros
modelos de existencia, como el de los multiversos o los universos paralelos.
Esto en un afán de justificar por qué razón el universo tiene ese descomunal
grado de perfección en su ajuste para permitir la existencia de vida. Para que
entendamos este exagerado nivel de ajuste, me limitaré a citar un ejemplo, y para
evitar suspicacias, citaré intencionalmente a un cosmólogo no creyente, al
físico de la Universidad de Stanford Leonard Susskind, quien reconoce,
incrédulo, que la constante cosmológica está ajustada con una precisión de “1
sobre 10 a la 120”. Esta cantidad implica un grado tan inexplicable de ajuste,
que él mismo reconoce, pese a que se declara no creyente, de que es imposible
que tal equilibrio sea fortuito.
El tercer paradigma es el que han
aportado los recientes descubrimientos de la biología molecular, que demuestran
que la vida está descomunalmente organizada en sofisticadísimos lenguajes
complejos de ARN, ADN y proteínas que generan funciones reproductivas,
metabólicas y de réplica que son las que permiten que ella emergiera. Es un
orden tan sofisticado, que tal como lo explica el biólogo molecular John Craig
Venter, para que el ser vivo más pequeño exista, se necesita un genoma de ADN
de al menos 250 genes, cerca de 150 mil pares de bases de nucleótidos, asociadas
según una organización precisa, un sistema ARN, un ribosoma intérprete y una
producción de 180 tipos de proteínas distintas, decenas de enzimas y orgánulos
locomotores, todo ello dentro de un ser invisible de 0,2 micrómetros (2x10-7m).
El cuarto paradigma que está acercando la ciencia a la fe, es la demostración
de la muerte térmica del universo. La muerte térmica del universo fue una
segunda vía, a parte del Big bang, para dar por absolutamente demostrado que la
materia, el espacio, y el tiempo, tiene necesariamente un inicio común, y por
tanto una causa necesaria fuera de esos elementos. Además, los trabajos del
nobel Roger Penrose sobre dicha entropía tuvieron por demostrado que, en ese
origen, todo, desde el primer instante, estaba calculado de una manera
fantástica.
El último de los nuevos paradigmas científicos
fue el de la relatividad, teoría descubierta por Einstein, el mismo que llegó a
afirmar que “Dios no juega a los dados”. Esta teoría demuestra que tiempo,
espacio y materia no pueden existir en ausencia de alguno de estos tres. Lo
anterior significa un hecho innegable: que la causa para el origen del universo
forzosamente debe ser ajena al tiempo, al espacio, y a la materia, lo que
refuerza la convicción de que la espiritualidad es posible, por la noción de un
Dios creador que necesariamente está fuera de esos tres elementos. Estos
novedosos paradigmas han acercado la ciencia a la fe, abriendo también la
posibilidad de una nueva revolución educativa, que ofrezca una educación para
niños y jóvenes convencidos de que esta vida tiene un propósito trascendente
para cada quien, y haciendo posible que se supere esa manía posmoderna que ha
sumido nuestra educación occidental en un peligroso descreimiento materialista. fzamora@abogados.or.cr
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