martes, 8 de octubre de 2024

LA PREGUNTA ESENCIAL PARA LA REVOLUCION EDUCATIVA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

¿Somos resultado del azar sin causa, de procesos naturales que no tienen propósito ni sentido, como aseguran los apóstoles del existencialismo, o nuestra existencia tiene un sentido trascendente que sobrepasa la realidad material, como afirmamos los creyentes?  Esta pregunta es piedra angular de una nueva revolución en la enseñanza, y de la respuesta que sobre esa interrogante el sistema educativo ofrezca a los niños y jóvenes, dependerá si habremos de inspirarlos, o no, hacia la búsqueda de una vida de plena realización. Antes amerita advertir que, en buena parte, nuestra crisis educativa es consecuencia de su adicción a la posmodernidad, esa lamentable corriente nihilista que se afana en convencerlos de que nuestra existencia es resultado de un azaroso sinsentido.

Las filosofías e ideologías materialistas se habían consolidado porque hasta el siglo XX cinco equivocados paradigmas las fortalecieron: el primero de ellos, la errada creencia en que el universo era estacionario, o sea, la idea de que el universo, y con ellos la materia, el tiempo y el espacio, eran infinitos y permanentes, por cuanto no habían tenido un momento de creación, ni tendrían final, lo cual hacía innecesaria la noción de un ser creador. A lo anterior se sumaron otros paradigmas, como la incorrecta descripción matemática de un universo simple, y la errónea idea de que la vida tenía un origen asequible a partir de la materia inanimada. Esta última creencia fue posteriormente desacreditada por los descubrimientos de Luis Pasteur en el siglo XIX, los cuales probaron que los microorganismos no surgían espontáneamente, sino que todo ser vivo procede de otro ser vivo anterior. Un cuarto paradigma ya superado, fue el auge que en el siglo XIX obtuvo la teoría marxista del materialismo científico, que sostenía la idea de que tanto los procesos naturales, como los sociales, eran producto de postulados deterministas cuya explicación se reducía a fenómenos físicos. El quinto paradigma lo planteó Sigmund Freud a partir de sus teorías del comportamiento humano, según las cuales la mente humana y, por tanto, todo su comportamiento, ideas y motivaciones, se reducían a fenómenos propios de las fuerzas inconscientes de nuestra psiquis.

Sin embargo, los siglos XX y XXI, trajeron hallazgos y descubrimientos que han generado otros cinco nuevos paradigmas científicos que van en sentido contrario a los anteriores, y que fortalecen un buen entendimiento entre la ciencia y la espiritualidad, pues han revertido la creencia de que la ciencia es incompatible con la existencia de Dios. En primer lugar, tenemos los descubrimientos que han demostrado, más allá de toda duda, que el universo no es eterno en el pasado, sino que tuvo un inicio, con un origen absoluto, y del cual, tanto la materia, el espacio y el tiempo, surgieron en un micro instante, según lo cual, unido a los hallazgos de la teoría de la relatividad, obliga a explicar la creación a partir de una causa provocadora que se encuentra fuera de la materia, el tiempo y el espacio. Una realidad científica que calza perfectamente con la noción espiritual de un Dios creador. A este descubrimiento se le denominó popularmente Big bang, y surgió a raíz de las pruebas que ofrecía la acción de la radiación de fondo en todo el universo.  El segundo paradigma es el ajuste increíblemente fino del universo. El universo está tan inexplicablemente ajustado para la existencia de la vida en el planeta, que los cosmólogos materialistas se vieron obligados a hacer especulaciones exageradas sobre otros modelos de existencia, como el de los multiversos o los universos paralelos. Esto en un afán de justificar por qué razón el universo tiene ese descomunal grado de perfección en su ajuste para permitir la existencia de vida. Para que entendamos este exagerado nivel de ajuste, me limitaré a citar un ejemplo, y para evitar suspicacias, citaré intencionalmente a un cosmólogo no creyente, al físico de la Universidad de Stanford Leonard Susskind, quien reconoce, incrédulo, que la constante cosmológica está ajustada con una precisión de “1 sobre 10 a la 120”. Esta cantidad implica un grado tan inexplicable de ajuste, que él mismo reconoce, pese a que se declara no creyente, de que es imposible que tal equilibrio sea fortuito.

El tercer paradigma es el que han aportado los recientes descubrimientos de la biología molecular, que demuestran que la vida está descomunalmente organizada en sofisticadísimos lenguajes complejos de ARN, ADN y proteínas que generan funciones reproductivas, metabólicas y de réplica que son las que permiten que ella emergiera. Es un orden tan sofisticado, que tal como lo explica el biólogo molecular John Craig Venter, para que el ser vivo más pequeño exista, se necesita un genoma de ADN de al menos 250 genes, cerca de 150 mil pares de bases de nucleótidos, asociadas según una organización precisa, un sistema ARN, un ribosoma intérprete y una producción de 180 tipos de proteínas distintas, decenas de enzimas y orgánulos locomotores, todo ello dentro de un ser invisible de 0,2 micrómetros (2x10-7m). El cuarto paradigma que está acercando la ciencia a la fe, es la demostración de la muerte térmica del universo. La muerte térmica del universo fue una segunda vía, a parte del Big bang, para dar por absolutamente demostrado que la materia, el espacio, y el tiempo, tiene necesariamente un inicio común, y por tanto una causa necesaria fuera de esos elementos. Además, los trabajos del nobel Roger Penrose sobre dicha entropía tuvieron por demostrado que, en ese origen, todo, desde el primer instante, estaba calculado de una manera fantástica.

El último de los nuevos paradigmas científicos fue el de la relatividad, teoría descubierta por Einstein, el mismo que llegó a afirmar que “Dios no juega a los dados”. Esta teoría demuestra que tiempo, espacio y materia no pueden existir en ausencia de alguno de estos tres. Lo anterior significa un hecho innegable: que la causa para el origen del universo forzosamente debe ser ajena al tiempo, al espacio, y a la materia, lo que refuerza la convicción de que la espiritualidad es posible, por la noción de un Dios creador que necesariamente está fuera de esos tres elementos. Estos novedosos paradigmas han acercado la ciencia a la fe, abriendo también la posibilidad de una nueva revolución educativa, que ofrezca una educación para niños y jóvenes convencidos de que esta vida tiene un propósito trascendente para cada quien, y haciendo posible que se supere esa manía posmoderna que ha sumido nuestra educación occidental en un peligroso descreimiento materialista.  fzamora@abogados.or.cr

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