Dr. Fernando
Zamora C.
Abogado constitucionalista
Publicado en el Diario Español
El Imparcial bajo la dirección:
A la salida de un reciente concierto
de Joaquín Sabina, -cuando un periodista entrevistaba ciudadanos escogidos al
azar-, uno de ellos le espeta con todo desenfado que el sentido de su vida era
el mismo que el del cantante: “comer bien, beber bien y andar con mujeres
bonitas.” Por supuesto que, -como tales-, dichos goces no son censurables en
sí. No sea que se me responda lo que Descartes le contestó al Conde de Lamborn,
-hombre famoso por su simpleza e indiscreción-, cuando éste le reclamó al
filósofo su afición por los manjares. ¡¿Acaso Dios hizo estos deleites para
goce exclusivo de los tontos?! Le devolvió Descartes.
Pero afirmar con tal osadía, y
a un medio de comunicación masiva, que tal pueda ser el sentido de la vida,
refleja sin duda el espíritu de una época de vacíos. Como primera pregunta de
fondo, deberíamos respondernos qué es lo primero que se pierde cuando decae el
nivel de la clase política de una nación. Y en una segunda, si acaso una era de
vacíos puede producir generaciones políticas de alta calidad.
Surgiendo la imprenta de
Gutenberg, el poder se percató del peligro de la circulación de las ideas. Lamentablemente
fue un parlamento, -el inglés-, el que en 1643 creó las primeras barreras de
contención de la libertad como fueron la censura previa y la exigencia de permiso
para imprimir. Por eso la libertad y el progreso de una nación requieren que en
su parlamento participe lo mejor del espectro del pensamiento. El parlamento es
lucha constante entre pensamiento y palabra, la cual solo aflora en libertad
frente al poder, y la naturaleza de éste es constreñirla. El Congreso es el
escenario de la palabra y en la actividad parlamentaria, no hay peor tragedia
que la devaluación de ella. Los parlamentos han alcanzado momentos de gloria en
la enumeración de importantes libertades, para después sumirse en etapas
oscuras de su negación. Tal y como afirmó Granados Chapa, la realidad política
usualmente oscila como péndulo; entre la proclamación de las libertades por un
breve tiempo, para regresar a la imposición de medidas para restringirlas. Vivimos
tiempos de paulatinos y progresivos estrujamientos de la libertad. Como son graduales,
resultan disimulados, sutiles. Si se
trata de realizarse fuera de ese omnipresente poder, -al final del camino y sin
percatarse-, el ciudadano se halla con sus posibilidades coartadas frente al
imperio público. En esa situación puede encontrarse el ciudadano, ya sea por motivo
de cruentos e intempestivos golpes políticos, o de forma progresiva, como nos
está sucediendo.
En la democracia de
representación, la dimensión política del hombre se circunscribe a su derecho
de votar. El votante, es dueño de un fragmento microscópico de poder. Pero como
no ejerce la actividad política, se ve obligado a delegarlo en otro que, al
ejercerla, lo sustituye. El resultado final es una compulsión de quien ostenta el
poder: la del olvido de que las libertades son resultado de certezas que
ofrecen leyes breves, generadoras de seguridad jurídica, y que son
correctamente interpretadas por Tribunales independientes. Así, la respuesta a
la primera pregunta es que la primera damnificada de la devaluación del debate
político siempre han sido las ideas y la libertad.
Procedo ahora con la segunda
pregunta. En general, la crisis de los parlamentos, es la de la anemia del debate
intelectual que allí se manifiesta. Y sin una confrontación verdaderamente
profunda de las filosofías políticas que allí se deberían confrontar, no es
posible extraer las soluciones que ofrezcan balance a las políticas públicas. Si
nos atenemos a los acontecimientos en Occidente en relación a los parlamentos, todo
parece indicar que es una crisis a la que no se le avizora pronta salida, pues
la conquista de una mayor calidad en la integración del parlamento, es un
proceso que depende de la confluencia de factores que hoy no existen. Ciertamente
se requiere más democracia, como afirman muchos, pero ésta por sí sola no
resuelve el problema. Por el contrario, sin las condiciones adecuadas, lo puede
empeorar. Por eso, quienes refutan a los que se limitan a simplemente exigir
mayor apertura democrática para lograr una mejor conformación del Congreso, traen
a recuerdo el plebiscito para escoger entre Jesús y Barrabás. Precisamente en
este episodio, desde hace dos mil años la justicia y la verdad atestiguan en
contra del ánimo plebiscitario como fin en sí mismo. Pero la tesis que subyace
en el extremo contrario, la propuesta que suspira por el gobierno de las élites,
es también un escape simplista.
Ortega y Gasset acertaba
cuando afirmaba que las circunstancias eran condicionantes esenciales del
carácter humano. Las generaciones fundadoras de conquistas sociales portentosas
y nuevos paradigmas, necesariamente surgen como derivación de un enfrentamiento
a situaciones sociales traumáticas, insufladas por una moral inspiradora que
representa el ensueño que los sobrepone a la dura realidad que les toca afrontar.
Al igual que sucede con la generalidad
de las cosas, las generaciones políticas ostentan gradualidades en su calidad,
pues también son hijas de sus circunstancias. Si las circunstancias son
tormentosas, la generación que las enfrenta tiende a agigantarse. La pluma de
José Ingenieros fue maestra para describir esta verdad. Sostenía que las mejores
generaciones son portadoras del nuevo ideal como una hipótesis de perfección.
Visionarios que anticipan lo porvenir, y así influyen en sus congéneres por la
fe que tienen en la viabilidad de la quimera con la que sueñan. Sus almas se acrisolan
con las de sus contemporáneos. Por ello el libertador Juan Rafael Mora se
hermanó, en la lucha, con el General Cañas. Por eso el General San
Martín redactó para Belgrano cuadernos de estrategia militar. Por el
contrario, en tiempos de recibir herencias, de solaz disfrute de tiempos
bonancibles, es más fácil que surja un Gil Blas y no un Vasconcelos. Cuando la
bonanza surge después de la brega, cuando se transitan etapas históricas en las
que se reparte el festín, las generaciones políticas que se suceden van
degenerando paulatinamente. Es tiempo de cortesanos. Tiempo en el que tener
alma de siervo ofrece múltiples ventajas. No son épocas de afirmaciones ni de
negaciones, sino de dudas. Pues creer es ser alguien. fzamora@abogados.or.cr
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