Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado Constitucionalista
Publicado en el Periódico de España El Imparcial
Publicado en el Periódico La Nación bajo la dirección:
Cuando en el servicio público se alude al concepto “señorío”,
se hace referencia al ciudadano que es llamado a la actividad política por su
cultura, su patriotismo y su integridad. Básicamente por tales atributos. Hago la
alusión a raíz del liderazgo que, en la lucha por rescatar el ardor patriótico
de nuestra nación, ha asumido precisamente un ciudadano culto, el Exministro de
Información Armando Vargas. Un señor al estilo victoriano, de esos que
lamentablemente casi no encontramos ya en la actividad política. La procacidad imperante
los ha obligado a abandonarla. Armando -quien me honra con su amistad-, ha
liderado en los últimos años un importante movimiento cívico en pro del rescate
de la cultura nacional. María Eugenia Bozzoli, Juan Durán Luzio y Raúl Aguilar
Piedra, son algunos de los distinguidos académicos que lo han acompañado en la
quimera. En el ánimo de insuflar fuego en el pebetero de la devoción patria, no
pudieron haber escogido mejor estrategia que la de rescatar y promover la
memoria histórica de Juan Rafael Mora, el hijo más grande de la Patria. En el
bicentenario de su natalicio, permítaseme aportar un grano de arena al esfuerzo
por comprender la grandeza de nuestro libertador y de su gesta.
No es posible entender la estatura histórica de Mora sin
explicar las dimensiones de la epopeya que debió afrontar. Sin un gran drama,
no hay grandes héroes ni proezas, y a Mora le correspondió enfrentar el mayor desafío
de la historia centroamericana. ¿Tenemos conciencia hoy, de la dimensión de aquel
reto? Al libertador le corresponde dar la batalla por Centroamérica, cuando es
invadida por una poderosa facción militar del sur de los Estados Unidos, financiada
por intereses económicos de ese país, para entonces ya una emergente potencia
mundial. Esto implicó la tarea de organizar militarmente a una comunidad de agricultores,
y trasladar fuera de las fronteras al ejército enlistado. En cumplimiento del
llamado, el libertador debió enfrentar obstáculos superlativos. Al menos enumeraré
cinco. Sin duda las batallas, por sí mismas, fueron el reto más brutal que el
libertador debió afrontar. Esto por el costo humano, de reto organizativo,
estratégico y socioeconómico. El segundo desafío, fue el asumirlas pese a la diferencia
logística que existía entre las milicias costarricenses, entonces una pequeña
nación de economía agrícola que enfrentaba a un grupo militar surgido de una de
las economías industriales más potentes del Siglo XIX. Si bien la guerra no fue
contra el ejército estadounidense como tal, la invasión la ejecutan élites militares
y económicas ideológicamente imbuidas por la doctrina expansionista del “destino manifiesto”, promovida tanto por
los círculos financieros de Nueva York,
como por los estados del sur, que aspiraban establecer nuevas colonias
esclavistas adeptas a su causa. El tercer desafío que el libertador debió
vencer, fue el sabotaje interno que enfrentó durante el proceso. Según
investigaciones realizadas por académicos de la Universidad de California, la
conspiración interna estuvo básicamente motivada en el temor que existía en los
sectores cafetaleros, a raíz del hecho de que el reclutamiento militar
provocaría una ingente pérdida de mano de obra agrícola. Tal como señalan algunas
referencias históricas -entre otras los escritos de Lorenzo Montúfar-, a ello
deben sumarse las conspiraciones internas que tenían su motivación en bajas
pasiones políticas, las cuales Mora debió sortear en medio de la empresa. Un
cuarto gigante fue la división político-militar a lo interno de Nicaragua.
Recordemos que dicho país era donde estaban militar y políticamente asentados
los filibusteros, y allí mismo existieron importantes sectores de poder que facilitaron
la invasión. El quinto coloso que debió enfrentar
Mora, fue la epidemia del cólera que asoló a sus tropas. Walker aplicó la vieja
e ignominiosa práctica militar de contaminar los pozos de agua con los
cadáveres de las batallas, de tal forma que el bando contrario se enfermara al
hidratarse. Tal y como ha documentado el historiador German Tjarks, finalmente la
epidemia también asoló a la población civil costarricense.
El éxito de una gesta de tales dimensiones, solo la hizo
posible el liderazgo de un hombre de excepción, y el libertador Mora representa
el epítome de las supremas calidades de un líder. La historia refiere que fue
un hombre consecuente. Sus discursos son piezas en las que enunció con firmeza
convicciones superiores. El líder no solo debe señalar el camino, ese camino
debe ser, además, correcto. La historia humana es pródiga en caudillos
inescrupulosos e insensatos, que arrastraron a sociedades enteras por el
sendero de la tragedia. Por el contrario, su grito “¡A las armas!”, -que aún
resuena en los oídos de los pueblos centroamericanos-, no fue hecho con una
vocación políticamente codiciosa, sino como obligación del llamado libertador en
el que los costarricenses nos vimos envueltos ante la emergencia de la época. Pese
a que fue un empresario avezado, que aportó a la prosperidad involucrándose en importantes
actividades de la economía privada del país, antepuso sus ideales a esos
propios intereses. Estudios del prestigioso economista Rodrigo Facio, reconocen
que la conducción política de Mora fue inusual, pues tomó medidas a contrapelo
de sus intereses de clase. Así mismo, en la esfera de su vida personal, el
libertador fue un hombre profundamente espiritual. Líder magnánimo en pleno
ejercicio de sus virtudes cristianas, el periodista francés Félix Belly,
atestigua haber visto “mujeres llorando
al relatar sus actos de bondad con hombres que lo habían atacado del modo más
violento.” De ahí que, en una de las últimas epístolas que envía a su amada
Inés, sentencia el escrito con una frase dirigida a los enemigos que finalmente
lo asesinan, “¡Dios les perdone como yo
les perdono”. Como sello de vida, aplicó
el principio de paternidad. No solo veló por su propia familia, sino que a sus
21 años, al morir su padre, asumió la crianza de nueve hermanos. Y a la muerte
de su hermana, veló por tres sobrinos que eran huérfanos de padre. Como buen
estadista, señalaba el derrotero. No lo amedrentaron las circunstancias, menos
aún la histeria plebiscitaria que tan usualmente detiene a los dirigentes
contemporáneos. Se ciñe su figura a la par de Lincoln y Bolívar. Sin temor a
equivocarme, me atrevo a afirmar que el libertador Mora fue el hombre más
grande de la historia centroamericana. ¡A él loor y gloria! fzamora@abogados.or.cr
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