lunes, 9 de mayo de 2016

UNA INTERPRETACIÓN DE NUESTRA HISTORIA


Dr. Fernando Zamora Castellanos

Abogado constitucionalista.

 


 

No es posible avistar el futuro sin entender el pasado, pero ensayar una breve interpretación de la historia nacional, nos ayudará a comprender el próximo Estado. Tal interpretación se puede lograr describiendo las cinco características de cada etapa de nuestra evolución social y una vez hecha tal delimitación, es posible detectar las principales etapas de nuestra historia nacional. De las lecturas de destacados historiadores contemporáneos, Iván Molina, Orlando Salazar, Juan Rafael Quesada o Claudia Quirós -entre otros-, podemos caracterizar cada estadio histórico a través de cinco perspectivas a saber: a) el de la economía y el modelo de Estado que caracterizó cada etapa, b) los estamentos sociales que emergieron para liderar cada lapso histórico, c) el polo de influencia mundial que regía el mundo en el período descrito, d) los mecanismos de poder que delinearon la sociocultura de cada etapa, y finalmente, e) sus referentes, o sea, los sucesos que -a manera de “mojones” o límites simbólicos-, se insinuaron como las señales de muerte de cada edad histórica, sugiriendo a la vez, el nacimiento de la siguiente.
 
Un primer período es una suerte de “prehistoria” republicana. Inicia con la confluencia de nuestro origen, entre otros, el proceso colonizador y transcurre por los hechos que dieron pie a la independencia nacional. En cuanto a ese período, la economía se basó en la pequeña posesión agrícola, y el modelo de Estado en una forma de gobierno localista, sustentado en los ayuntamientos y cabildos. El liderazgo social fue ejercido fundamentalmente por las autoridades eclesiales y el poder militar colonial, pues los anales nos refieren múltiples ejemplos que evidencian la gran influencia sobre la vida de los habitantes que ambos estamentos ejercían entonces. En cuanto al centro de gravedad de la influencia mundial, este fue unipolar: sin duda Europa. Podríamos interpretar que esta primera etapa finaliza con los hechos de la década de 1840, propulsores de un Estado centralista, y que incubaron la autocracia propia del segundo período. De hecho, uno de los más importantes hitos delimitadores que anunciaron la muerte de ese primer período, fue la fundación de la República.
 
Ahora bien, nuestra segunda etapa histórica se caracterizó, en lo económico, por un incipiente mercantilismo agro exportador en alternancia con rasgos supervivientes de la anterior economía de subsistencia, tendencia a la proletarización agrícola y a la concentración de la tierra. El Estado fue de autocracia militar con una tímida vocación constitucional, pues la sucesión de cuartelazos fue constante para entonces. Esa vez, el centro de influencia mundial fue bipolar: Europa y Estados Unidos. El nuevo agente social emergente durante ese período fue la clase agroexportadora, y el mecanismo de control social fundamental fue el ejército. Aquel contexto fue enterrado por los acontecimientos del decenio de 1940, haciendo surgir una tercera etapa: la del Estado interventor social de derecho. Dicho período histórico nace con los procesos de cambio que fueron promotores de las garantías sociales y la Constitución de 1949. Allí la economía se caracterizó por un mercado protegido, en buena medida una economía estatalmente intervenida, en buena parte agroexportadora, pero además con pretensiones industrializadoras. Se ensayó además lo que se denominó el modelo de sustitución de importaciones. El Estado, en apogeo del constitucionalismo presidencialista, conservó el diseño centralista experimentado desde el carrillismo. En cuanto al centro de poder mundial, en dicho lapso histórico éste permaneció bipolar, pero bajo una bipolaridad distinta: la de la guerra fría Estados Unidos-Unión Soviética. El agente social emergente fue el estamento profesional e industrial. El primero con un importante protagonismo desde la función pública, donde dirigió el Estado interventor, incluyendo el monopolio público financiero y de energía. Tanto así que, a la par del agroexportador tradicional, surgió un fuerte sector industrial y agroindustrial al amparo del crédito controlado por el monopolio financiero. El poder público y sus fuentes paralelas fueron una vía usual de ascenso social, lo que entonces inyectó prestigio a la función pública.
 
Pero ese contexto, iniciado con los hechos de la década de 1940, sufrió sus estertores de muerte con el colapso monetario de los albores de la década de 1980, el cual derrumbó nuestros índices económicos. Aquellos fueron dolores de parto que, en nuestra versión doméstica, hizo nacer, -con sus amenazas y posibilidades-, la actual cultura global del conocimiento. Masificación absoluta de la comunicación e interrelación mundial que vaticinó Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas. Desafío de competitividad global que nos obliga, -no a inhibir el crecimiento o el desafío global-, sino a ligar la protección ambiental y el desarrollo agrícola e industrial a la alta tecnología. Y como país, irrumpir con excelencia en la economía internacional de los servicios, especialmente informáticos, turísticos, tecnológicos, inmobiliarios y financieros. En esta etapa, los índices han demostrado la conveniencia de la apertura  de nuevos actores en la economía, como ya sucedió, por ejemplo, al implementar la banca mixta, que fue la primera de las aperturas que dinamizaron nuestra economía. En cuanto al perfil del Estado moderno, más que uno sustentado en burocracia centralizada, éste debe convertirse en un poder público regulador de carácter descentralizado y concesionario, fundamentalmente sustentado en mecanismos de participación y poder ciudadano. Al mismo tiempo, el gran mecanismo de influencia que hoy moldea la sociocultura nacional, son los medios de comunicación, incluida allí, -cada día con más fuerza-, la cultura digital. Ahora bien, en lo que al liderazgo emergente se refiere, éste está hoy básicamente asociado a la nueva economía  global de alto valor en conocimiento. De ahí la fundamental importancia de la educación para garantizar la distribución de la riqueza. Finalmente, al ser ahora el centro de influencia mundial multipolar, algún fenómeno ocurrido en cualquier región estratégica del planeta, -en apariencia ajena a la realidad de las demás naciones protagonistas-, incide en ellas, sin que exista una superpotencia autosuficiente capaz de ejercer dominio fundamental. Por eso, aún Estados Unidos, en un afán por enfrentar la competencia que le impone Asia, ha debido buscar asociaciones comerciales, como lo hicieron antes los países europeos. ¿Cómo no hacerlo nosotros también? Sin duda, solo comprendiendo nuestra propia evolución, nos preparamos para enfrentar los desafíos del presente.  fzamora@abogados.or.cr

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