Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en el periódico La Nación: http://www.nacion.com/opinion/foros/Interpretacion-historia_0_1559044086.html
No es posible avistar
el futuro sin entender el pasado, pero ensayar una breve interpretación de la
historia nacional, nos ayudará a comprender el próximo Estado. Tal
interpretación se puede lograr describiendo las cinco características de cada
etapa de nuestra evolución social y una vez hecha tal delimitación, es posible
detectar las principales etapas de nuestra historia nacional. De las lecturas
de destacados historiadores contemporáneos, Iván Molina, Orlando Salazar, Juan
Rafael Quesada o Claudia Quirós -entre otros-, podemos caracterizar cada
estadio histórico a través de cinco perspectivas a saber: a) el de la economía y
el modelo de Estado que caracterizó cada etapa, b) los estamentos sociales que emergieron
para liderar cada lapso histórico, c) el polo de influencia mundial que regía
el mundo en el período descrito, d) los mecanismos de poder que delinearon la
sociocultura de cada etapa, y finalmente, e) sus referentes, o sea, los sucesos
que -a manera de “mojones” o límites simbólicos-, se insinuaron como las
señales de muerte de cada edad histórica, sugiriendo a la vez, el nacimiento de
la siguiente.
Un primer período es
una suerte de “prehistoria” republicana. Inicia con la confluencia de nuestro origen,
entre otros, el proceso colonizador y transcurre por los hechos que dieron pie
a la independencia nacional. En cuanto a ese período, la economía se basó en la
pequeña posesión agrícola, y el modelo de Estado en una forma de gobierno
localista, sustentado en los ayuntamientos y cabildos. El liderazgo social fue
ejercido fundamentalmente por las autoridades eclesiales y el poder militar
colonial, pues los anales nos refieren múltiples ejemplos que evidencian la
gran influencia sobre la vida de los habitantes que ambos estamentos ejercían
entonces. En cuanto al centro de gravedad de la influencia mundial, este fue unipolar:
sin duda Europa. Podríamos interpretar que esta primera etapa finaliza con los hechos
de la década de 1840, propulsores de un Estado centralista, y que incubaron la autocracia
propia del segundo período. De hecho, uno de los más importantes hitos delimitadores
que anunciaron la muerte de ese primer período, fue la fundación de la República.
Ahora bien, nuestra
segunda etapa histórica se caracterizó, en lo económico, por un incipiente mercantilismo
agro exportador en alternancia con rasgos supervivientes de la anterior
economía de subsistencia, tendencia a la proletarización agrícola y a la
concentración de la tierra. El Estado fue de autocracia militar con una tímida
vocación constitucional, pues la sucesión de cuartelazos fue constante para
entonces. Esa vez, el centro de influencia mundial fue bipolar: Europa y Estados
Unidos. El nuevo agente social emergente durante ese período fue la clase
agroexportadora, y el mecanismo de control social fundamental fue el ejército. Aquel
contexto fue enterrado por los acontecimientos del decenio de 1940, haciendo
surgir una tercera etapa: la del Estado interventor social de derecho. Dicho período
histórico nace con los procesos de cambio que fueron promotores de las
garantías sociales y la
Constitución de 1949. Allí la economía se caracterizó por un
mercado protegido, en buena medida una economía estatalmente intervenida, en
buena parte agroexportadora, pero además con pretensiones industrializadoras. Se
ensayó además lo que se denominó el modelo de sustitución de importaciones. El
Estado, en apogeo del constitucionalismo presidencialista, conservó el diseño
centralista experimentado desde el carrillismo. En cuanto al centro de poder mundial,
en dicho lapso histórico éste permaneció bipolar, pero bajo una bipolaridad
distinta: la de la guerra fría Estados Unidos-Unión Soviética. El agente social
emergente fue el estamento profesional e industrial. El primero con un
importante protagonismo desde la función pública, donde dirigió el Estado
interventor, incluyendo el monopolio público financiero y de energía. Tanto así
que, a la par del agroexportador tradicional, surgió un fuerte sector
industrial y agroindustrial al amparo del crédito controlado por el monopolio financiero.
El poder público y sus fuentes paralelas fueron una vía usual de ascenso social,
lo que entonces inyectó prestigio a la función pública.
Pero ese contexto,
iniciado con los hechos de la década de 1940, sufrió sus estertores de muerte con
el colapso monetario de los albores de la década de 1980, el cual derrumbó
nuestros índices económicos. Aquellos fueron dolores de parto que, en nuestra
versión doméstica, hizo nacer, -con sus amenazas y posibilidades-, la actual cultura
global del conocimiento. Masificación absoluta de la comunicación e
interrelación mundial que vaticinó Ortega y Gasset en su Rebelión de las
masas. Desafío de competitividad global que nos obliga, -no a inhibir el
crecimiento o el desafío global-, sino a ligar la protección ambiental y el desarrollo
agrícola e industrial a la alta tecnología. Y como país, irrumpir con
excelencia en la economía internacional de los servicios, especialmente informáticos,
turísticos, tecnológicos, inmobiliarios y financieros. En esta etapa, los
índices han demostrado la conveniencia de la apertura de nuevos actores en la economía, como ya sucedió,
por ejemplo, al implementar la banca mixta, que fue la primera de las aperturas
que dinamizaron nuestra economía. En cuanto al perfil del Estado moderno, más
que uno sustentado en burocracia centralizada, éste debe convertirse en un
poder público regulador de carácter descentralizado y concesionario, fundamentalmente
sustentado en mecanismos de participación y poder ciudadano. Al mismo tiempo,
el gran mecanismo de influencia que hoy moldea la sociocultura nacional, son
los medios de comunicación, incluida allí, -cada día con más fuerza-, la cultura
digital. Ahora bien, en lo que al liderazgo emergente se refiere, éste está hoy
básicamente asociado a la nueva economía
global de alto valor en conocimiento. De ahí la fundamental importancia de
la educación para garantizar la distribución de la riqueza. Finalmente, al ser
ahora el centro de influencia mundial multipolar, algún fenómeno ocurrido en cualquier
región estratégica del planeta, -en apariencia ajena a la realidad de las demás
naciones protagonistas-, incide en ellas, sin que exista una superpotencia autosuficiente
capaz de ejercer dominio fundamental. Por eso, aún Estados Unidos, en un afán
por enfrentar la competencia que le impone Asia, ha debido buscar asociaciones
comerciales, como lo hicieron antes los países europeos. ¿Cómo no hacerlo
nosotros también? Sin duda, solo comprendiendo nuestra propia evolución, nos
preparamos para enfrentar los desafíos del presente. fzamora@abogados.or.cr
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