Abogado constitucionalista.
Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/el-ideal-cooperativo-costarricense/LZ2WKEORNBHT5KYC52NZ25O2DE/story/
El fenómeno cooperativo es un ideal superior. Allí el
motivo del trabajo, la producción y la distribución, es el servicio y no el
lucro. Lo fue así desde sus orígenes, pues surgió en el mundo como un
movimiento enfocado en el valor de la solidaridad. El nacimiento del
cooperativismo tuvo, como una causa primaria, la desgracia en la que los
tejedores europeos cayeron a raíz de la imposición del sistema fabril. La
automatización que la entonces novedosa maquinaria industrial impuso, generó un
enorme desempleo entre los tejedores. Un desafío que, con la cuarta revolución
industrial, amenaza resurgir. Por eso, días atrás, este diario consignó en su
portada que la automatización acecha a la mitad de los empleos del país. Pues
bien, en el siglo XVIII, en algunas regiones de Escocia, como Govan o Fenwick,
surgieron las primeras organizaciones con un modelo algo similar al ideal cooperativo.
Sin embargo, es en 1844, en el noroeste de Inglaterra, propiamente en la ciudad
de Rochdale, donde cerca de 30 tejedores establecen formalmente la primera
organización que presentaba las características esenciales de lo que hoy
entendemos es una institución cooperativa. Fue una cooperativa de consumo, en
donde los obreros se organizaron para la compra de artículos suprimiendo la
encarecida intermediación. El proyecto surgió con la acumulación de un capital
común, que fue recaudado mediante cuotas que tenían valor de una libra
esterlina. Si bien es cierto, la intención inicial de los obreros de Rochdale
fue la apertura de un almacén de abarrotes, el éxito de la acometida les
permitió también incursionar en la construcción de vivienda obrera. Tuvo tan
buen suceso, que terminaron incursionando en muchas otras ramas del quehacer
económico, como lo era por ejemplo, la elaboración de bienes o hasta el
arrendamiento de fundos agrarios. Tal y como lo señalan los destacados
historiadores Aguilar Bulgarelli y Carlos Fallas, el primigenio cooperativismo
estableció algunos principios fundamentales. Entre otros, un interés limitado
al capital, distribución equitativa de los beneficios, igualdad de derechos de
los socios, control democrático de la organización, fomento de la educación, y
libre asociación.
En nuestro país, el primer vestigio de la actividad
cooperativa data del siglo XIX, cuando se intentó una organización denominada
“Cooperativa agrícola costarricense de cultivos y colonización interior”. Un
segundo antecedente fue la “Sociedad obrera cooperativa”, constituida en 1907.
Ella tenía por finalidad, proteger a sus asociados de una intermediación
comercial abusiva, por lo que se constituyó como una cooperativa de consumo
básico. A partir de aquellas iniciativas surgen muchas otras. Al punto que, en
la administración de Federico Tinoco se decreta la creación de la “Comuna
Agrícola costarricense”, instaurando un sistema similar al de las cooperativas
autogestionarias. Pese a ese primer decreto, -que data del año 1918-, el
cooperativismo era un movimiento sin ninguna base legislativa. Crecía
espontáneamente y sin mayor concierto. No es sino con la ley de asociaciones de
1939, y posteriormente, con un capítulo sobre cooperativismo dentro del Código
de Trabajo de 1943, que éste movimiento asume cierta carta de ciudadanía legal.
Incluso, con el tiempo, la necesidad de fomentar la actividad se llegó a elevar
a rango constitucional. Como todo ideal, la forja del cooperativismo
costarricense implicó un largo camino de esfuerzo. De hecho su consolidación
caminó en paralelo al de los luchadores sociales del siglo XX, que en su ideal
democrático, confrontaban el principio marxista de la lucha de clases. No por
casualidad, la central sindical democrática Rerum Novarum, dirigida por los
Presbíteros Benjamín y Santiago Núñez, e inspirada en la doctrina social de la
Iglesia católica, tuvo la participación de algunas organizaciones del sector,
como la Cooperativa de Consumo La Unión, dirigida por el sacerdote Santiago
Zúñiga. Aquí vale recordar que el cooperativismo, al igual que el
“Solidarismo”, -éste último un movimiento más reciente y de sello netamente
costarricense-, son corrientes que han sido antídoto contra la violencia social
y su doctrina de lucha de clases.
El impulso y la popularidad que el ideal
cooperativo fue obteniendo, con el pasar de los años motivó la intervención de
la banca en apoyo de estas organizaciones. El resultado fue que, para la década
de 1940, empezaron a consolidarse entidades cooperativas de gran tamaño y
capital. Coopevictoria y la Cooperativa de Productores de leche RL, son dos
ilustraciones de aquella época, que lograron gran suceso en la historia
económica nacional. Como botones de flor en abril, a partir de entonces
empiezan a surgir en Costa Rica una cascada de empresas de dicho sector. Su
fuerza y vigor provocaron que, en las décadas de 1970 y 1980, se aprobaran
leyes e instituciones que han sido claves en la consolidación y desarrollo del
cooperativismo. En 1973 la ley de asociaciones cooperativas, y con ello, el
Instituto de Fomento Cooperativo y el Consejo Nacional de Cooperativas. En la
siguiente década, con la ascensión al poder de Luis Alberto Monge, el
movimiento cooperativo se elevó a un nuevo nivel. Se fortalecieron las cooperativas
como entidades del sistema financiero, el Ministerio de Educación se empleó a
fondo con las cooperativas juveniles, -estableciendo además una amplia
normativa promovida para estimularlas-, y se modificó la ley orgánica del
sistema bancario nacional para instaurar un capítulo de entidades de crédito
cooperativas, entre otros importantes avances. El resultado de este proceso, es
que para el censo cooperativo del año 2012, nuestro país se acercaba ya al
millón de personas asociadas a empresas cooperativas, una cifra cercana al 21%
de la población “cooperativizada” en más de 500 organizaciones de tal
naturaleza.
Amerita reconocer además, que las organizaciones
cooperativas cumplen una labor social de primer orden. Citaré solo dos ejemplos.
El 9,2 de los asegurados son atendidos por cooperativas de salud, y más de 700
mil costarricenses reciben servicios eléctricos por medio de cooperativas.
Podría citar muchos ejemplos más, pero el asunto esencial aquí es el que paso a
indicar. Por una parte, tenemos las organizaciones estatales de corte burocrático,
y por otra, las organizaciones de la economía social solidaria. La pregunta de
fondo es: en aras de resolver nuestras necesidades de distribuir la riqueza
nacional eficientemente, ¿qué tipo de organización deberíamos prioritariamente
estimular?, ¿las de la economía burocrática del sector público o las de la
economía social solidaria? fzamora@abogados.or.cr
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