Abogado constitucionalista.
Publicado en España:
https://www.elimparcial.es/noticia/188620/opinion/que-es-el-populismo.html
Gloria Alvarez es una locuaz presentadora de tv guatemalteca que promociona videos de crítica política en la web. En ellos expone una visión reduccionista del populismo, pues para ella, ése es un fenómeno exclusivo de la izquierda estatista. Se equivoca. El populismo es mucho más que la enfermedad de un determinado credo político, pues como sutil herramienta estratégica, es indiferente a la ideología de quien la utilice. El populismo es una trama cuyo objetivo es tomar el poder por vías engañosas. Es una sociopatía política ideológicamente neutra, que puede ser aplicada por personajes de cualquier espectro del mosaico doctrinario. Amerita delimitar los parámetros generales que delinean al populismo, de modo que el ciudadano tenga mejores elementos de discernimiento para detectar esta suerte de patología. Lo primero que se debe advertir, es que la semilla que da origen al populismo es el ego. Al provenir de una vocación narcisista, o de una propensión vanidosa sobre uno mismo, las intenciones que motivan al caudillo populista nunca son genuinas. La inspiración auténtica del líder no proviene del ego sino del ideal, y por tanto, del espíritu. El idealista confronta la adversidad en virtud de las visiones anticipadas que tiene acerca de alguna mayor perfección con la que sueña. No se trata de un fenómeno exclusivo de la política. La historia registra idealistas en cada área del quehacer humano; por ejemplo la santidad es un tipo de idealismo de la moral espiritual. El ególatra es su antítesis. A éste último no lo inspira la convicción de una posible perfección venidera, sino una enfermiza ansiedad de protagonismo y poder. Por antonomasia, es un sociópata disfrazado de prohombre.
El segundo elemento a destacar es que el populismo es esencialmente una
maquinación. Como se estila decir en derecho criminal, el populista actúa con alevosía,
premeditación y ventaja. Por eso, de previo a asaltar el poder, siempre urdirá
un plan conspirativo. De ello hay múltiples ejemplos en la historia. Hitler, -el
ególatra prototípico-, subrepticiamente mandó a quemar el Reichstag. Una vez
que el edificio era cenizas, culpó del incendio a la oposición política, ordenó
ejecuciones sumarias de inocentes, e inmediatamente proscribió toda disensión. Otra
triste ilustración es el asalto de 1992 al Palacio Miraflores. Los cronistas
Barrera y Marcano, biógrafos de Hugo Chávez, refieren que él astutamente delegó
en dos capitanes el arriesgado ataque frontal a la sede gubernamental. Si bien Chávez
azuzó al grupo de rebeldes que intentaron la asonada, cobarde y
convenientemente se ubicó en una posición segura, para garantizarse no estar
entre quienes serían carne de cañón. Aunque era obvio que así la intentona no
tendría éxito, la obra teatral le permitió fingirse héroe ante toda Venezuela. Siete
años después conquistó la victoria electoral. Este tipo de conducta es usual en
el sociópata que con desesperación busca el poder. Para alcanzarlo a cualquier
precio, es un actor que se asegura el rol estelar de la trama que monta.
Como en el populista todo es montaje, parte de su taumaturgia son las
arengas y peroratas cargadas de grosera manipulación y furibundo maniqueísmo. Al
populista le es imposible conquistar el voto del ciudadano culto e informado. Por
eso se ve obligado a dirigir sus invectivas hacia las almas simples y
resentidas. Así el sociópata nunca proclama lo que responsablemente el
ciudadano debe escuchar, sino que enardece lo que las pasiones codician oír. Sus
diatribas son quimeras para mentes ilusas. Recuerden que su objetivo no es
construir cultura, ni engrandecer la civilización de las sociedades a las que
aspira dirigir, sino tomar el poder a cualquier precio. Y conservarlo. Aristóteles
fue el primer pensador en analizar el fenómeno y definió la patología populista
bajo un concepto: demagogia. El filósofo llamó demagogo a lo que hoy denominamos
populista, y lo definió como aquel que incita las bajas pasiones de los
ciudadanos -sus prejuicios, temores y anhelos-, para dirigirlos hacia sus propios
objetivos políticos, los cuales siempre derivan en autoritarismo y quiebra de
las instituciones republicanas. En esencia, la demagogia es una manifestación
decadente de la democracia. Su arma es la verborrea autoritaria y las distintas
formas de falacia. Y aunque las estrategias pueden ser diversas, usualmente
apela a un patrón habitual dentro de su discurso. Veamos.
Podríamos resumir la retórica populista en cuatro
características básicas: a) cambia sus posiciones con facilidad y en razón
exclusiva de objetivos inmediatos. No me refiero a la reversión reflexiva de
criterio, a la que todo estadista sensato puede recurrir. Me refiero a la
actitud cínica que tiene el objetivo de acomodarse a los vaivenes del capricho
popular. Al mejor estilo del comediante Groucho Marx: “estos son mis principios, pero si no les gustan, ¡tengo estos otros!”,
b) la sistematización desde el poder de un discurso
implacable y altamente ofensivo contra todo aquello que estorbe su camino. Es
una diatriba que azuza las disensiones y disconformidades que yacen en el
“subsuelo psíquico” de los sectores marginales, (por ejemplo el nazismo explotó
la fórmula a costa de las minorías étnicas), c) al tener vocación autoritaria,
la retórica populista apela al ataque y desprestigio de las instituciones
democráticas. Si éstas entran en crisis, como está sucediendo aquí hoy, lejos
de promover un discurso responsable de reforma y corrección, el demagogo incita
invectivas agresivas contra los poderes que resguardan los equilibrios
sociales. Requiere romper la armonía cívica, pues es un oportunista que “pesca
en río revuelto”. Finalmente, d) la soflama de la sociopatía demagógica siempre
es grandilocuente. Como el populista finge ser mesías, necesita apelar a un
futuro mesiánico y refundacional. En sus peroratas, usualmente invoca conceptos
como “reconstrucción nacional”, “revolución”, “nueva constitución”,
“refundación del país” y todo género de altisonancias de esa ralea. Al final
del camino, todo es un señuelo para simular ser el redentor que viene a revertir
la decadencia. Un caso reciente fue la estrategia de Maduro para desarticular
la resistencia popular en su contra. Su sermón le hacía creer a la famélica
ciudadanía venezolana que, para traer el Edén a Venezuela en un santiamén, bastaba
cambiarle el texto a la Constitución. fzamora@abogados.or.cr
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