Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
Cuando nuestro intelecto ha sido alimentado, la
siguiente etapa es la acción. Antes de la culminación de esa brega, pueden
existir momentos de larga espera. La paciencia es parte de la formación del
carácter. Ocasionalmente es una espera expectante, la espera de quien sabe que
su momento llegará. Ese activismo y esa espera puede resultar combinada en
batallas, como la de David, perseguido antes de reinar, o puede ser reflexiva,
como aguardó Moisés, en el gran oasis de Madián, antes de liberar a su pueblo.
Ese ciclo reiterado de educación, acción, espera, error, madurez, es lo que
finalmente forja una cultura personal, y al ejercitar esa trayectoria vital
aquí descrita, se procrea algo aún superior: el ideal, que representa la culminación
de una vida con propósito, o una gran vida.
Así descrito lo que el ideal es, entendemos que, en las sociedades
materialistas, éste es imposible, pues como lo vimos, el ideal es una fragua espiritual.
Por el contrario, la vida centrada en una visión
material de la existencia tiene dos vertientes: una filosófica, que radica en
la convicción de que la materia es todo lo existente. Frente a la más
importante pregunta de la filosofía, ¿por qué existe todo, en lugar de nada?, la
respuesta del materialista es que la existencia es resultado de la nada, sin
causa, y azarosa. Ello a partir del hecho demostrado de que el universo tuvo un
principio, pues originalmente los filósofos materialistas abrazaban la
convicción de que la materia había existido siempre, hasta que la ciencia
demostró el error. La segunda es experimental, o empírica; asociada a la simple
consecución práctica de los placeres. Y allí es donde está el problema, pues el
egoísmo, aparte de que es la columna central de una vida centrada en los
deleites, deforma gravemente la noción de lo que la alegría y la felicidad verdaderamente
son. Un repaso a la historia del pensamiento nos
ilustra que, para buena parte de los filósofos materialistas de la antigüedad,
el objeto de la felicidad humana simplemente consistía en el disfrute de los placeres.
Igualmente, buena parte de los libre pensadores modernos, -los positivistas y
materialistas-, ubican en el utilitarismo, el fin último del hombre. Lo
anterior se manifiesta de manera evidente, en la actual tendencia de las
relaciones afectivas, tan lesionadas hoy por lo que el Papa Francisco llama la contracultura
del descarte. Lo que se refleja en las nuevas tendencias de educación sexual,
centradas simplemente en capacitar para una mecánica actividad coital sin
compromiso, sustentada exclusivamente en el placer y las simples emociones, aislándolas
de todas las demás clases de responsabilidades que han sido destinadas para
acompañarla. El derecho a gozar nuestros impulsos carnales, se asocia equivocadamente
con el derecho a la felicidad, al que refiere el preámbulo de la declaración de
independencia de los Estados Unidos. Pero la felicidad es un derecho que no es
ilimitado, pues no puede desligarse de la responsabilidad y de los compromisos
morales que asumimos en nuestra vida. Confundiendo lo que es el derecho a
disfrutar la existencia, muchos conciben que su alegría se encuentra en dilapidar
recursos en consumismo vano, sin atender el compromiso moral que eso acarrea. Si
no nos afirmamos en lo que la verdadera felicidad es, continuaremos
retrocediendo hacia aquella etapa de enorme inmadurez de la civilización,
propia de las sociedades antiguas, en el que no solo los impulsos sexuales,
sino que casi todos los impulsos humanos, se desataban con desenfreno.
Ese, además, es el camino de la desigualdad
social y el de la decadencia de la cultura, el cual denunciaba el profeta
Ezequiel cuando afirmaba que: “…soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ocio
tuvieron ella y sus hijos; y no fortalecieron la mano del afligido, ni del
menesteroso.” En este punto, aclaro el
verdadero sentido de la crítica, pues no se entienda la riqueza material como si
la prosperidad fuese anatema. De hecho, el bienestar económico es una bendición
evidente para cualquier comunidad o individuo. A lo que me refiero es a esa
propensión a convertir los bienes patrimoniales en sentido de la vida y garantía
de felicidad, lo cual es una de las mayores crisis existenciales del hombre
moderno. Y por supuesto, tampoco el ocio es, en sí mismo, algo negativo. Por el
contrario, las primeras grandes civilizaciones y culturas nacieron por la
capacidad humana de almacenar granos, hecho que permitió más tiempo de ocio, y
con éste, se desarrolló la inventiva y se engrandeció la cultura. La abundancia de ocio, como mal moral, se
refiere al ocio centrado de forma absoluta en el egoísmo y en la satisfacción
de los apetitos y sentidos sensuales que, a la larga, se tornan en una suerte
de adicción improductiva, que esclaviza y provoca enorme insatisfacción. El
resultado de una sociedad así enfocada, es la de una total ausencia de
compasión, la desigualdad, la violencia derivada de ella, y un hartazgo de
soberbia; y con ésta, el hombre intenta colocarse en la posición de Dios,
frontera última de nuestra descomposición moral. fzamora@abogados.or.cr
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