jueves, 8 de septiembre de 2022

INTELIGENCIA ESPIRITUAL EN EL ALZHEIMER

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

El Alzhéimer ha tocado las puertas de mi entorno familiar. Mi padre, uno de los hombres que, por su aguda inteligencia, su acendrado carácter, y sus conquistas profesionales, aprendí a admirar con especial devoción, de unos años para acá ha sido presa de las tenebrosas garras de ese mal. En palabras de la Dra. Zoe Lewis, experta en el tema, pese a que se libra una batalla mundial contra la enfermedad, aún las causas del Alzheimer no están del todo claras. La edad avanzada es el principal factor de riesgo que se conoce, y por la experiencia familiar, me atrevo a afirmar que la genética debe jugar algún papel en el asunto, pues su madre, antes de morir de cáncer, ya mostraba los mismos signos del padecimiento.  El primer síntoma que detectamos en papá fue la alteración de su memoria reciente; importantes lagunas mentales respecto de lo que recién ejecutaba, momentáneas desorientaciones respecto de lugares familiares o cosas cotidianas, y olvidos respecto de lo que hacía y cuando lo hacía. Todo inicialmente leve pero progresivo, hasta que el monstruo fue gradualmente adquiriendo mayor fuerza devastadora. Hoy la dolencia ha abarcado aspectos esenciales de su capacidad intelectual, como la pérdida de la habilidad para una comunicación coherente y el extravío de la memoria procedural, o sea aquella que se asocia a tareas antes ejecutadas con facilidad como lo es atarse un nudo, o incluso tragar con facilidad. También la perdida de la memoria semántica, la cual abarca la información de los hechos básicos de la vida práctica y de las relaciones interpersonales, como lo es saber para qué sirve un cubierto, la función de una llave, o lo que para nosotros es más duro: cuando se pierde la noción de la identidad propia y la de sus seres queridos.

 

Sin embargo, a raíz de esa experiencia con mi padre, el Alzheimer se me confirma como una discapacidad del intelecto racional, pero no una discapacidad del alma y menos aún del espíritu. ¡Qué misterio insondable!, pues papá da muestras de conservar allí intactas todas las capacidades de una consciencia afectiva, como si la enfermedad se rindiera frustrada por no poder vencer una realidad, -la del alma y el espíritu-, que es más potente que ella. Al llegar a visitarlo, pese a que la capacidad cerebral de mi padre no sabe que es su hijo quien lo acompaña, su corazón si lo sabe; de hecho, al verme sus manifestaciones de gozo son inmediatas, traducidas en sonrisas y abrazos propios de un amor que aquel mal no puede tocar. Es también para él un regocijo el lejano recuerdo del amor de sus padres el cual, pese a todos sus quebrantos intelectuales, tiende a evocar de cuando en cuando.

 

A través de sus más de cincuenta años de ejercicio de la cirugía mi padre hizo el bien a miles, y aunque para él ya es imposible comprender las capacidades físicas e intelectuales que poseyó en ese campo, el Alzheimer ha potenciado en él otras aptitudes, como las artísticas, joyas más propias del espíritu humano y que ahora las expresa más. De hecho sus afanes por cantar y escuchar música armoniosa se han acrecentado, como también contemplar la naturaleza en interminables caminatas vespertinas. A ojos cerrados, se embelesa escuchando armonías de los músicos de su generación, replicando a vos en cuello las letras de lo que eran canciones que aún conserva ya no en su deteriorado intelecto, sino en el fondo de su alma. Le he visto escapar lágrimas de emoción con las sublimes “El día que me quieras” de Gardel, o con “Solamente una vez” de Agustín Lara.  Mi experiencia con papá me hace coincidir plenamente con la Dra. Lewis, quien afirma que “si algo conservan los pacientes de Alzheimer, es su habilidad para expresarse artísticamente hasta las últimas etapas de la enfermedad.” Ciertamente el enfermo de Alzheimer padece momentos de zozobra, pero una melodía armoniosa, o una caminata en algún sendero que conserve flores, plantas y árboles al transitarlo, puede aquietar sus afanes. Es igualmente sensible a los efectos de una oración dicha con serenidad, o al tacto cariñoso y suave de un beso y un abrazo, sin necesidad de usar palabras, que casi siempre están de más. Para ellos el contacto con un ser querido es un bálsamo y un consuelo cuando su corazón está afligido, pues en ese estado la comunicación más importante no es verbal, sino esa que se ofrece directamente y sin palabras a la consciencia. En esencia, si bien no hay duda que se han deteriorado gravemente sus potencias racionales, en él permanece una inteligencia espiritual que le mantiene vivo su deleite ante la vida. Y es en este hecho, el de la consciencia, en el que me detengo en una reflexión principal. Al fin y al cabo, como sostuvo el Dr.John Searle, experto de la Universidad de California en el tema: “el hecho más grande de nuestra existencia, después de la vida, es el misterio de la consciencia.” En el Alzheimer se conserva un tipo diferente de consciencia; si bien es cierto no es una consciencia intelectualmente lúcida, si lo es plenamente en el plano afectivo. Una clara consciencia respecto de quien nos ama, a quien amamos, y una suerte de mayor sensibilidad respecto de todo lo estético en la creación que nos rodea.

 

Por eso coincido con el filósofo Bernardo Kastrup, cuando nos recuerda que el materialismo, que es la ideología de este mundo, es un embuste. Para el materialismo la consciencia simplemente es derivación de configuraciones fortuitas de la realidad física, impulsadas mecánicamente, y en donde no somos más que un accidente de las probabilidades, una mera disposición de partículas mantenidas de forma precaria “por el equilibrio termodinámico a través del metabolismo, y cuando mueres, tu consciencia y todo lo que significa ser tú, -tus recuerdos, personalidad y experiencias-, simplemente se habrá perdido para siempre. Por lo que, para la visión materialista del mundo, no hay espacio para el significado ni para el propósito.” Por el contrario, coincido con la sentencia que emitió en el 2007, en la revista científica Nature el Dr. Simón Gröbalcher, eminente investigador del departamento de nanociencia cuántica de la Universidad tecnológica de Delft, quien se atrevió a afirmar que “la consciencia no se puede reducir a materia porque, en primer lugar, resulta necesaria para que la propia materia exista, debiendo ser ella misma fundamental y no derivada.” Así, de la experiencia con mi padre resulta claro que, nuestro cerebro no es una máquina biológica que simplemente procesa información y a partir de allí produce consciencia, sino al contrario, es una suerte de radar que capta esa sublime realidad universal que nos rodea, y aun cuando esté temporalmente incapacitado en sus facultades plenas, mantiene activa el alma para captar lo esencial de ella.

fzamora@abogados.or.cr  

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