Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista.
Detecto
una exagerada expectativa en relación a lo que la inteligencia artificial puede
alcanzar. La definición más generalizada de lo que es la inteligencia
artificial, se resume como las capacidades de la informática para crear
sistemas que ejecutan tareas que generalmente dependen de la inteligencia humana,
como lo son, entre otras actividades, la necesidad de automatizar la aplicación
de razonamientos, adquirir información, ordenar labores, organizar datos y
programar actividades. Básicamente funciona combinando algoritmos cuyo fin es
crear sistemas que alcancen posibilidades similares a las del ser humano. De acuerdo a la
generalidad de usuarios que he consultado, la herramienta más popular del
mercado para usar esa inteligencia, es GPT3 aunque, por supuesto, existen otros
proveedores del sistema. Sé de amigos que la han utilizado, por ejemplo, para
programar prácticamente toda la planificación y agenda de un viaje, desde la
información de vuelos más convenientes, hoteles, medios de transporte a
utilizar, donde alimentarse de acuerdo a los presupuestos indicados y lugares
específicos que es conveniente visitar. Todo automatizado. Si bien es cierto,
no me cabe duda que a futuro será una herramienta que tenderá a perfeccionarse
exponencialmente, y que nos facilitará la vida en muchos aspectos, igualmente
estoy convencido que la inteligencia artificial nunca podrá superar nuestras
propias capacidades, tal como algunos creen y generando falsas expectativas. Si
hay quienes aspiran a sustituirnos a través de ella, al final del camino sus
esfuerzos se verán indudablemente frustrados. Para ilustrar esta convicción,
resulta oportuna una anécdota cervantina que se extrae de una de sus brillantes
paradojas literarias.
Consta en el capítulo quincuagésimo
primero del Quijote, cuando se encontraba Sancho gobernando Barataria, y con
ocasión de esa circunstancia, le sometieron el siguiente caso a su
jurisdicción: “Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío…y
esté su merced atento, porque el caso es algo dificultoso. Digo pues,
que sobre ese río estaba un puente, y al cabo de él, una horca y una casa de
audiencia, en la cual había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño
del puente y del señorío. La ley era ésta: si alguno pasare por este puente de
una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, deben
dejarle pasar; y si dijere mentira, que muera por ello ahorcado en la horca que
allí se encuentra, sin remisión alguna. Sabida esta ley y la rigurosa condición
de ella, pasaban muchos, y luego, en lo que juraban, se echaba de ver que
decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió una vez que
tomando juramento a un hombre, juró que se dirigía a morir ejecutado por orden
de los jueces en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Advertidos
los jueces del juramento, se dijeron: si a este hombre le dejamos pasar
libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; pero si le
ahorcamos, en tanto él juró que iba a morir en aquella horca por nuestra
sentencia, habría jurado verdad, y entonces por la misma ley debería ser libre.”
Pues bien, en un sistema metódico de justicia esta paradoja no tiene solución,
porque si al caminante se le deja continuar, con ese mismo acto se le hace reo
de muerte, y al mismo tiempo, si se ahorca al visitante, lo que se consigue es
que él dijera verdad y por tanto sea una sentencia injusta. Al final Sancho
solucionó el dilema apelando a razones de orden superior, se decanta por
absolver al viajero apelando a la creación de un sistema formal más elevado: la
misericordia. Invocando a su maestro Don Quijote, Sancho declara entonces: “cuando
la justicia estuviese en duda, pues siempre es alabado más el hacer bien que
mal, y decantarse por la misericordia.” Y así resuelve innovando con axiomas
que hasta ese momento no estaban en el sistema, sino en un ámbito superior de
creatividad inspirada. Algo que nunca lo podría alcanzar un ordenador
artificial. Y solo nosotros lo podemos lograr por nuestra naturaleza
trascendente.
En su obra sobre las recientes
conquistas científicas, el investigador español José Carlos González-Hurtado nos
recordaba que Kurt Gödel demostró que todo sistema lógico coherente es
necesariamente incompleto, y que existen verdades que, si bien es cierto lo
son, no pueden ser demostradas mecánicamente. Si sabemos que muchas verdades no
pueden ser de esa forma demostradas, sabemos también entonces que el espíritu
humano, que percibe y reconoce realidades indemostradas, es superior a
cualquier máquina que mecánicamente será siempre incapaz de acceder a ellas.
Por ejemplo, en 1930 su reconocido teorema de Gödel demostró, -en relación a la
mecanización de las matemáticas-, que el pensamiento humano supera cualquier
conjunto de axiomas, reglas o programas, siendo capaz de una creatividad
propia, con una naturaleza única, genuina e irrepetible, no derivado ni
consecuencia de apotegma o proposición previa alguna. Por eso nos preguntamos
la razón de por qué el intelecto humano tiene la asombrosa facultad de una
creatividad que es imposible programar, o bien de apreciar verdades que no se
pueden demostrar de forma absoluta, pero que nuestras almas intuyen.
Para
Gödel, igual que para otros intelectuales que se han atrevido a cuestionarse
tal misterio, en el trasfondo del entendimiento humano, -que nos hace siempre
avanzar más allá de lo mecánico-, se apunta a la influencia de una inteligencia
absoluta que es trascendente, y que mueve nuestro espíritu a superar el propio
límite de las posibilidades metódicas, y que yace presente en nosotros y en
cada acto de innovación creadora. Aspecto que es, de hecho, lo que cimenta
nuestra propia convicción de trascendencia. Aún más, es gracias a nuestra
verdadera trascendencia, que podemos intuir proposiciones que no se pueden dar
por probadas sino apelando a otras suposiciones superiores, y sin que sea
necesario formalizarlas previamente, como sí están obligados los ordenadores o
la inteligencia artificial mecanizada. A esta le es imposible superar su propio
sistema formal, por cuanto no puede apelar a una información no presupuesta,
como sí lo logramos hacer los humanos cuando echamos mano de nuevas realidades
creativas.
fzamora@abogados.or.cr
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