jueves, 9 de noviembre de 2023

PERSECUCION TOTALITARIA A LA CIENCIA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Por los desafíos que enfrentamos, el avance de la ciencia es una necesidad imperante para la humanidad. Del testimonio histórico que repasaré adelante, resulta evidente la necesidad de protegerla de los ataques que ella recibe, a raíz de los prejuicios tan típicos de las corrientes ideológicas. Esa es una de las mayores amenazas a las que la ciencia se enfrenta hoy y tomar consciencia de ello, es uno de los mayores deberes intelectuales que tenemos los occidentales del siglo XXI. La primera gran persecución del último siglo, la sufrió el científico soviético Alexander Alexandrovich Friedmann, un matemático ruso, cuyas conclusiones determinaron, a principios del siglo XX, que el universo en estado estacionario era inviable y que el universo debía estar en estado de expansión. Con las conclusiones científicas de Alexandrovich, se contribuía a dar por demostrado que el universo había tenido un inicio. Aquella prueba científica tenía consecuencias terribles para el régimen soviético, que estaba sentado sobre la base del materialismo histórico de Carlos Marx y Federico Engels. Eso por cuanto el materialismo histórico partía del supuesto de que el universo y la existencia del hombre, estaba condicionada de acuerdo a un principio axiológico cardinal: que toda la realidad con la que los seres humanos interactuamos está constituida únicamente por materia y energía y que nada existe fuera de ella. Para facilitar dicha suposición materialista, era indispensable promover el postulado que afirmaba la existencia eterna de la materia, pero los cálculos de Alexander desdecían esa suposición, pues demostraban que el universo tenía un principio a partir de la nada. Aquellos resultados eran fatales para los intereses ideológicos de la nomenklatura soviética, dirigida entonces por Stalin, quien en 1925 ordenó aniquilarlo con una pera envenenada al volver de Crimea, donde disfrutaba su luna de miel. El investigador francés Michel-Ives Bolloré nos recuerda que los mandos soviéticos advertían que asegurar que el universo tenía un inicio era “un tumor canceroso que corrompe la teoría astronómica moderna y que representa el principal enemigo ideológico de la ciencia materialista”

 

Pues bien, la persecución totalitaria a la ciencia por parte del régimen stalinista continuó. Se ensañaron contra los científicos del observatorio astronómico de Poulkovo, ubicado en Leningrado, cuyos científicos documentaron cálculos que daban por cierto que el universo había tenido un comienzo. El observatorio era dirigido por Boris Guerassimovitch, y era de los más prestigiosos de esa nación. La arremetida contra aquellos científicos inició con una serie de publicaciones realizadas en la prensa oficial del Partido, donde se atacaban sus conclusiones acerca de la certeza de que el universo implicaba un momento de origen, lo que se consideraban era una tendencia contrarrevolucionaria. Con el pasar de las décadas, la tesis del observatorio fue finalmente confirmada por el mundo, demostrando que ciertamente el universo tuvo un inicio y tendrá un final. Pese a ello, en aquel momento los científicos fueron acusados de aupar las tesis religiosas. Por tal razón, además de Gerassimovitch, fueron finalmente fusilados los científicos Dimitri Eropkine, secretario de la comisión de estudios solares, Evgueni Perepelkine, jefe del laboratorio de astrofísica, y los científicos Maximilian Musselius, y Piotr Iachnov, ambos astrónomos que laboraban en dicho observatorio y que habían contribuido en los resultados finales de dichos cálculos. En otro caso de persecución relacionado con los estudios pioneros en gravedad cuántica, -resultados que eran incómodos para las teorías materialistas del soviet-, después de arrestarlo en su apartamento de la calle Rubinstein de San Petersburgo, y juzgarlo en febrero de 1938, se eliminó con un tiro al físico Matvei Petrovich Bronstein. También se fusiló a Boris Numerov miembro de la Academia soviética de ciencias, quien fue el autor del método para resolver las ecuaciones diferenciales de segundo orden.

 

Amerita advertir que las persecuciones totalitarias de la historia reciente no se limitan a los prejuicios materialistas de la doctrina marxista, sino que también incluyó la experiencia del darwinismo social nazi, básicamente de naturaleza racista. En ese caso, se tiene documentado la existencia del movimiento Deutsh physik, usado por la jerarquía de las instituciones alemanas del nazismo para perseguir a los científicos judeo-alemanes que no comulgaran con sus convicciones. Por ello atacaron a Werner Heisenberg cuya tesis del principio de indeterminación chocaba, a criterio de las autoridades nazis, contra la “física aria” y “el secularismo nazista”. Otro que debió huir fue Max Born, premio nobel de física en 1954, cuyas teorías de la mecánica cuántica resultaron incómodas para la ideología nazi. Por razones asociadas a su condición étnica o racial, se tuvieron que exiliar el judío Albert Einstein, el científico Kurt Godel y el también judío Otto Stern, premio nobel de física en 1943 y poseedor entre 1925 y 1945, de 82 nominaciones al nobel. De hecho, la persona con más nominaciones a ese premio de la física. Y si se trata de referir a las últimas décadas, es un grito a voces la solapada y discreta persecución, -por supuesto que de menor intensidad a la antes narrada-, que sufren muchos de los miembros de la comunidad científica y académica, que les obliga a ocultar sus distintas convicciones culturales, para no ser excluidos del ámbito de oportunidades que ofrece la participación en el gremio. Sino recordemos las humillaciones sufridas por el monje agustino Gregorio Mendel, del que fueron igualmente ignorados sus estudios científicos sobre los principios básicos de la herencia genética. Por ser hombre de fe, Mendel estaba convencido que tras la creación existía un orden prediseñado, por lo que se dispuso a escudriñar el mundo natural hasta lograr el descubrimiento de los principios básicos de la herencia genética mediante el cultivo de guisantes, que era lo que tenía a la mano. El abad publicó sus estudios en la revista de la sociedad científica de Brünn, muy difundida en Europa. A pesar de los implacables y asombrosos datos que Mendel aportó, la comunidad científica le pagó con total indiferencia y desprecio. Pese a la contundencia de sus descubrimientos, la explicación de esa actitud se debió al hecho de que él era un monje, y por tanto ajeno a la comunidad científica. Los prejuicios prevaleciendo frente a la verdad científica.  fzamora@abogados.or.cr  

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