Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Por los desafíos
que enfrentamos, el avance de la ciencia es una necesidad imperante para la
humanidad. Del testimonio histórico que repasaré
adelante, resulta evidente la necesidad de protegerla de los ataques que ella
recibe, a raíz de los prejuicios tan típicos de las corrientes ideológicas. Esa
es una de las mayores amenazas a las que la ciencia se enfrenta hoy y tomar
consciencia de ello, es uno de los mayores deberes intelectuales que tenemos
los occidentales del siglo XXI. La primera gran persecución del último siglo,
la sufrió el científico soviético Alexander Alexandrovich Friedmann, un
matemático ruso, cuyas conclusiones determinaron, a principios del siglo XX,
que el universo en estado estacionario era inviable y que el universo debía
estar en estado de expansión. Con las conclusiones científicas de Alexandrovich,
se contribuía a dar por demostrado que el universo había tenido un inicio.
Aquella prueba científica tenía consecuencias terribles para el régimen
soviético, que estaba sentado sobre la base del materialismo histórico de
Carlos Marx y Federico Engels. Eso por cuanto el materialismo histórico partía
del supuesto de que el universo y la existencia del hombre, estaba condicionada
de acuerdo a un principio axiológico cardinal: que toda la realidad con
la que los seres humanos interactuamos está constituida únicamente por materia
y energía y que nada existe fuera de ella. Para
facilitar dicha suposición materialista, era indispensable promover el
postulado que afirmaba la existencia eterna de la materia, pero los cálculos de
Alexander desdecían esa suposición, pues demostraban que el universo tenía un
principio a partir de la nada. Aquellos resultados eran fatales para los
intereses ideológicos de la nomenklatura soviética, dirigida entonces por
Stalin, quien en 1925 ordenó aniquilarlo con una pera envenenada al volver de
Crimea, donde disfrutaba su luna de miel. El investigador francés Michel-Ives
Bolloré nos recuerda que los mandos soviéticos advertían que asegurar que el
universo tenía un inicio era “un tumor canceroso que corrompe la teoría
astronómica moderna y que representa el principal enemigo ideológico de la
ciencia materialista”
Pues
bien, la persecución totalitaria a la ciencia por parte del régimen stalinista
continuó. Se ensañaron contra los científicos del observatorio astronómico de
Poulkovo, ubicado en Leningrado, cuyos científicos documentaron cálculos que
daban por cierto que el universo había tenido un comienzo. El observatorio era dirigido
por Boris Guerassimovitch, y era de los más prestigiosos de esa nación. La
arremetida contra aquellos científicos inició con una serie de publicaciones realizadas
en la prensa oficial del Partido, donde se atacaban sus conclusiones acerca de
la certeza de que el universo implicaba un momento de origen, lo que se consideraban
era una tendencia contrarrevolucionaria. Con el pasar de las décadas, la tesis
del observatorio fue finalmente confirmada por el mundo, demostrando que ciertamente
el universo tuvo un inicio y tendrá un final. Pese a ello, en aquel momento los
científicos fueron acusados de aupar las tesis religiosas. Por tal razón,
además de Gerassimovitch, fueron finalmente fusilados los científicos Dimitri
Eropkine, secretario de la comisión de estudios solares, Evgueni Perepelkine,
jefe del laboratorio de astrofísica, y los científicos Maximilian Musselius, y
Piotr Iachnov, ambos astrónomos que laboraban en dicho observatorio y que
habían contribuido en los resultados finales de dichos cálculos. En otro caso
de persecución relacionado con los estudios pioneros en gravedad cuántica,
-resultados que eran incómodos para las teorías materialistas del soviet-,
después de arrestarlo en su apartamento de la calle Rubinstein de San
Petersburgo, y juzgarlo en febrero de 1938, se eliminó con un tiro al físico
Matvei Petrovich Bronstein. También se fusiló a Boris Numerov miembro de la
Academia soviética de ciencias, quien fue el autor del método para resolver las
ecuaciones diferenciales de segundo orden.
Amerita
advertir que las persecuciones totalitarias de la historia reciente no se
limitan a los prejuicios materialistas de la doctrina marxista, sino que
también incluyó la experiencia del darwinismo social nazi, básicamente de
naturaleza racista. En ese caso, se tiene documentado la existencia del movimiento
Deutsh physik, usado por la jerarquía de las instituciones alemanas del
nazismo para perseguir a los científicos judeo-alemanes que no comulgaran con
sus convicciones. Por ello atacaron a Werner Heisenberg cuya tesis del
principio de indeterminación chocaba, a criterio de las autoridades nazis,
contra la “física aria” y “el secularismo nazista”. Otro que debió huir fue Max
Born, premio nobel de física en 1954, cuyas teorías de la mecánica cuántica
resultaron incómodas para la ideología nazi. Por razones asociadas a su
condición étnica o racial, se tuvieron que exiliar el judío Albert Einstein, el
científico Kurt Godel y el también judío Otto Stern, premio nobel de física en
1943 y poseedor entre 1925 y 1945, de 82 nominaciones al nobel. De hecho, la
persona con más nominaciones a ese premio de la física. Y si se trata de
referir a las últimas décadas, es un grito a voces la solapada y discreta
persecución, -por supuesto que de menor intensidad a la antes narrada-, que
sufren muchos de los miembros de la comunidad científica y académica, que les
obliga a ocultar sus distintas convicciones culturales, para no ser excluidos
del ámbito de oportunidades que ofrece la participación en el gremio. Sino
recordemos las humillaciones sufridas por el monje agustino
Gregorio Mendel, del que fueron igualmente ignorados sus estudios científicos
sobre los principios básicos de la herencia genética. Por ser hombre de fe,
Mendel estaba convencido que tras la creación existía un orden prediseñado, por
lo que se dispuso a escudriñar el mundo natural hasta lograr el descubrimiento
de los principios básicos de la herencia genética mediante el cultivo de
guisantes, que era lo que tenía a la mano. El abad publicó sus estudios en la
revista de la sociedad científica de Brünn, muy difundida en Europa. A pesar de
los implacables y asombrosos datos que Mendel aportó, la comunidad científica le
pagó con total indiferencia y desprecio. Pese a la contundencia de sus
descubrimientos, la explicación de esa actitud se debió al hecho de que él era
un monje, y por tanto ajeno a la comunidad científica. Los prejuicios
prevaleciendo frente a la verdad científica. fzamora@abogados.or.cr
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