Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Según
el historiador Cesar Vidal, la práctica en la población de socializar las
festividades de la navidad corresponden a la época en que finalizó la persecución
pagana contra los cristianos, y se generalizó con fuerza en Occidente a partir
del siglo IV d.C. Recordemos que, so pena de muerte, antes de ese momento todos
los cultos y liturgias cristianas eran clandestinas. Para quienes somos
creyentes en la fe judeocristiana, la navidad es el conjunto de celebraciones
concentradas en el mes de diciembre, y que constan de los advientos que se
realizan durante los primeros cuatro domingos del mes de diciembre y la
festividad culmina con la cena de noche buena del 24 de diciembre y el almuerzo
del siguiente día 25. Son momentos en que las familias cristianas, aparte de
socializar, tienen un momento de oración, reflexión y de compartir alimentos.
A estas celebraciones se les suman costumbres ancestrales como la de la instalación del pesebre, también llamados “portales” o “pasitos”, donde se coloca la figura de Cristo recién nacido en el instante de la medianoche del día 24 de este mes. Desde una óptica espiritual, cada una de esas festividades tienen una significancia particular. De acuerdo al acervo judeocristiano, los cuatro primeros eventos de los domingos de adviento, consisten en un tiempo de compartir en donde el núcleo familiar medita respecto al significado del nacimiento de Cristo. En cada adviento se encienden cuatro velas al calor de una meditación o lectura de alguna fracción del evangelio, y el acontecimiento se acompaña de algún café, -o dependiendo de la circunstancia acordada por cada familia-, de un almuerzo o cena. Entre el conjunto de platillos que eran típicos de la época estaban la gallina achiotada, el arroz con leche, el pan casero, el rompope, las toronjas rellenas de leche o miel, el tamal de cerdo, las conservas y el dulce de naranja. Igual sucedía con la festividad del 24 y 25 al final del mes. Según Anastasio Alfaro, y otros costumbristas nacionales, desde tiempos de la colonia y hasta mediados del siglo XX, para las familias costarricenses éstas eran un conjunto de celebraciones muy generalizadas. Nuestros historiadores documentan que, muy temprano en diciembre, comenzaban los preparativos para la noche buena de modo que, con tiempo, los pueblos y villas del país estaban listos para el acontecimiento. Con los primeros ventoleros y lloviznas decembrinas nuestros abuelos empezaban el intercambio de conservas de chiverre, palmitos asados y otras delicias. A los niños se les enseñaba que la bendición venía de Dios a través de sus padres, por lo que la carta en la que se pedían obsequios era dirigida “al niño Dios”, aunque éstos comprendían que los padres eran quienes daban los presentes, y no eran engañados con ningún personaje ficticio del polo norte. Concesionarios indirectos de la festividad, los niños ansiaban el momento en que les dejarían los obsequios al pie del pesebre cuya instalación era un ceremonial de primer orden, el cual se preparaba con buena anticipación. Allí estaban, al menos, la figurita de la Virgen y su esposo San José, el buey, la mula y otros elementos bíblicos. Fuesen familias pobres o adineradas, el portal no faltaba en ningún hogar. Era además usual que en las comunidades y parroquias se organizaran coros para ensayar y cantar villancicos, los cuales se presentaban en eventos comunitarios y en ciertas casas donde se reunían los vecinos, que recibían por medio de aquella expresión artística la narración de la fe común. La navidad era una celebración en familia donde, en homenaje al Dios cumpleañero, la verdadera paz debía respirarse. En su obra “La Navidad costarricense”, Elías Zeledón recuerda que esas festividades de entonces “no era fiesta de borrachera, las iglesias a las doce de la noche del 24 se veían atestadas de vecinos que iban a la misa de gallo, donde se cantaban villancicos, y se admiraban los mejores portales de la región, que eran los de los Curas. La navidad era placentera llena de un espíritu de hermandad que se perdió”.
Con la desacralización de nuestra nación, y la irrupción de la sociedad de consumo, las celebraciones del adviento hoy son una costumbre muy limitada a ciertas familias que entienden la importancia de practicar la reflexión y la espiritualidad en el hogar. La tradición de las oraciones alrededor del pesebre, adornados con musgo y otros ornamentos que son propios de nuestro país y cuya inspiración está en la narración de los evangelios, se ha sustituido por prácticas extranjeras de consumo totalmente paganizadas. Por ejemplo, la tradición del pesebre, que se narra en los Evangelios de Lucas y Mateo, fue sustituida por el árbol nórdico nevado que carece de todo sustento bíblico. Otra tradición, la de entregar obsequios a los niños emulando el simbolismo del pasaje bíblico de los reyes magos que obsequiaron oro, incienso y mirra al niño Jesús, fue sustituida por “Santa Claus”, un personaje ficticio del polo norte promovido desde hace un siglo por la Coca Cola; en esta última práctica importada, se engaña a los niños sobre la verdadera identidad de quien realmente entrega el obsequio, generando una posterior frustración cuando, con el tiempo, el menor descubre la mentira.
En esencia, la Navidad consiste en meditar sobre el verdadero sentido de la vida. Como bien lo decía Pascal, el mensaje navideño proporciona suficiente luz para los que quieren ver y suficiente oscuridad para los que se niegan. El sondeo de felicidad global que la empresa Ipsos hace periódicamente a nivel mundial, constata que, salvo pequeñas variaciones, las “fuentes” de felicidad comunes a todas las naciones se resumen en buena salud, estabilidad del núcleo familiar, y experimentar la convicción de un sentido de vida de naturaleza espiritual. Y si la espiritualidad es tan fundamental para el ser humano, entonces el mensaje navideño nos auxilia en una cuestión que toda persona debería necesariamente responderse en algún momento de su vida: ¿decidimos o no creer lo que la Navidad proclama, que le debemos nuestra existencia a ese Ser eterno, inmaterial, inmutable y atemporal que llamamos Dios? fzamora@abogados.or.cr
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