Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
En Occidente bulle con fuerza un debate entre dos tendencias en ruta de colisión que podrían definirse como el natalismo frente al antinatalismo. Para entender dicha confrontación, es indispensable repasar el fundamento que sostiene ambas corrientes.
Los albores ideológicos del antinatalismo se originan en el siglo XIX en Inglaterra con la sociedad de Eugenesia, hoy llamada Instituto Galton, fundada por Francis Galton, un miembro de una prestigiosa familia de banqueros. En la misma línea ideológica se afincaron las tesis de Thomas Malthus, un economista británico que sostenía la teoría, hoy totalmente descartada, de que debía detenerse el crecimiento poblacional pues el bienestar económico y el crecimiento poblacional tenían una relación proporcionalmente inversa. En otras palabras, entre mayor población, menor economía. Una tesis ya desacreditada no solo por la realidad, sino por muchas investigaciones estadísticas pero que estableció en aquel tiempo el prejuicio de ver como un fracaso existencial y de políticas públicas el crecimiento poblacional.
Esta
corriente antinatalista adquiere mayor fuerza en los países occidentales a raíz
de la propuesta presentada en el “Informe Kissinger”, entregado al Secretario
de Estado Henry Kissinger en 1969 y desclasificado de su condición secreta el
31 de diciembre de 1980. El documento abiertamente recomienda a los países
occidentales la adopción de políticas anti natalidad, pues considera el
crecimiento mundial de la población como un riesgo para la seguridad
estadounidense y sus intereses de ultramar. Entre otras políticas de Estado, el
informe Kissinger recomienda que la colaboración del programa de la Agencia
internacional para el desarrollo (AID), así como el de otras organizaciones,
debe concentrarse en las naciones en donde, según su criterio, la reducción de
la fertilidad es más necesaria. El informe abiertamente recomienda la necesidad
de desarrollar innovaciones para la reducción de la población. Una de las
razones que en 1969 establece el informe, es el inminente riesgo de hambrunas
masivas ante la posibilidad de una insuficiencia productiva de alimentos frente
al crecimiento de la población, un nuevo maltusianismo que no solo ha resultado
totalmente descartado por la realidad histórica, sino por recientes estudios
como el de los investigadores Gale Pooley y M. Tupy, que en su profuso estudio
del año 2022 sobre la correlación entre población y recursos alimentarios,
tuvieron por demostrado que, gracias a los avances tecnológicos, a medida que
crece la población, crecen también los recursos disponibles.
Dentro
de las recomendaciones del Informe Kissinger de 1969, según su capítulo
titulado “Requerimientos para lidiar con el crecimiento rápido poblacional”
fue la de evitar que, en el siglo XXI, la humanidad sobrepase los 8 mil
millones de habitantes, al punto que en ese mismo capítulo propone como
objetivo de política pública, una tasa de reposición poblacional deficitaria,
del 1,1% por pareja, de forma que la población mundial se reduzca gradualmente.
En el caso de Costa Rica, esta política pública se ha seguido al pie de la
letra, y actualmente tenemos esa misma tasa de reposición deficitaria, lo que
representa un verdadero desafío para nuestra economía y nuestra futura
seguridad social. En síntesis, una visión de la cuestión humana de carácter
economicista materialista
En
contravía a esta tesis, la principal columna que sostiene la corriente
natalista, es la aún prevaleciente cosmovisión judeocristiana occidental, cuyo
fundamento básico es una concepción de naturaleza espiritual: el principio de
la dignidad humana, piedra angular en la que se edificó la totalidad de
derechos humanos básicos. Tanto así que el derecho humano a nacer y a tener
vida, prescrito en la declaración universal de derechos humanos, no habría surgido
sin la previa existencia del precepto de la dignidad. Para entender su
importancia, debe aclararse que, en el mundo antiguo, el valor de los seres
humanos dependía exclusivamente de sus capacidades, o sea, de las posibilidades
de poseer poder político-militar o poder socioeconómico. Cuando no se tenía esa
capacidad, entonces los habitantes sometidos a la autoridad no eran concebidos
como sujetos, sino como objetos. Esa es la razón por la cual, en las
civilizaciones antiguas, los débiles, los discapacitados, los enfermos o los
inaptos para el trabajo, eran marginados de la sociedad, por cuanto su valor ante
ella dependía exclusivamente de su capacidad laboral o productiva. La noción hoy
por todos aceptada, de que el ser humano tiene dignidad intrínseca por el solo
hecho de ser persona, en aquel entonces ni siquiera era concebida.
Dicho
concepto de dignidad humana, surgió gracias a un antiguo precepto hebreo que
afirmaba un aforismo novedoso: “el hombre fue creado a imagen y semejanza de
Dios”. Ello significó que el ser
humano, es la única creación que comparte con su Creador siete características:
su naturaleza personal, su capacidad de autoconsciencia, su aptitud
intelectual, su vocación creativa, su condición moral, su cualidad emocional, así
como voluntad autónoma y libre albedrío. Después de la caída de Roma, el
judeocristianismo consolidó ese antiguo principio hebreo en el resto de
Occidente. Es gracias a tal concepto de dignidad que el hombre es sujeto y no
objeto. Es por esa noción espiritual que el hombre es sujeto de derechos básicos,
como lo son el derecho inalienable a vivir, base esencial del natalismo, e
igualmente otros derechos subsecuentes como lo son el derecho a ser tratados con
igualdad ante la ley, a expresarnos, a no ser sometidos a servidumbre, ni ser tratados
con discriminación. Todos ellos derechos de elemental justicia que ostentamos por
nuestra sola condición humana. Y es el concepto espiritual de la dignidad
humana, y no otro, la piedra angular con la que Occidente construyó toda esa cultura
que llamamos constitucionalismo, la cual nos otorga las garantías frente al
poder que evitan que los ciudadanos vivamos en tiranía.
Hoy
esa raíz cultural occidental, que por las razones anotadas ha concebido el
natalismo como un ideal en sí mismo, tiene el reto de responder al desafío de la
actual postura antinatalista que la contradice. fzamora@abogados.or.cr
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