miércoles, 22 de mayo de 2024

BASES DE LA CORRIENTE NATALISTA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista

En Occidente bulle con fuerza un debate entre dos tendencias en ruta de colisión que podrían definirse como el natalismo frente al antinatalismo. Para entender dicha confrontación, es indispensable repasar el fundamento que sostiene ambas corrientes.

Los albores ideológicos del antinatalismo se originan en el siglo XIX en Inglaterra con la sociedad de Eugenesia, hoy llamada Instituto Galton, fundada por Francis Galton, un miembro de una prestigiosa familia de banqueros. En la misma línea ideológica se afincaron las tesis de Thomas Malthus, un economista británico que sostenía la teoría, hoy totalmente descartada, de que debía detenerse el crecimiento poblacional pues el bienestar económico y el crecimiento poblacional tenían una relación proporcionalmente inversa. En otras palabras, entre mayor población, menor economía. Una tesis ya desacreditada no solo por la realidad, sino por muchas investigaciones estadísticas pero que estableció en aquel tiempo el prejuicio de ver como un fracaso existencial y de políticas públicas el crecimiento poblacional.  

 

Esta corriente antinatalista adquiere mayor fuerza en los países occidentales a raíz de la propuesta presentada en el “Informe Kissinger”, entregado al Secretario de Estado Henry Kissinger en 1969 y desclasificado de su condición secreta el 31 de diciembre de 1980. El documento abiertamente recomienda a los países occidentales la adopción de políticas anti natalidad, pues considera el crecimiento mundial de la población como un riesgo para la seguridad estadounidense y sus intereses de ultramar. Entre otras políticas de Estado, el informe Kissinger recomienda que la colaboración del programa de la Agencia internacional para el desarrollo (AID), así como el de otras organizaciones, debe concentrarse en las naciones en donde, según su criterio, la reducción de la fertilidad es más necesaria. El informe abiertamente recomienda la necesidad de desarrollar innovaciones para la reducción de la población. Una de las razones que en 1969 establece el informe, es el inminente riesgo de hambrunas masivas ante la posibilidad de una insuficiencia productiva de alimentos frente al crecimiento de la población, un nuevo maltusianismo que no solo ha resultado totalmente descartado por la realidad histórica, sino por recientes estudios como el de los investigadores Gale Pooley y M. Tupy, que en su profuso estudio del año 2022 sobre la correlación entre población y recursos alimentarios, tuvieron por demostrado que, gracias a los avances tecnológicos, a medida que crece la población, crecen también los recursos disponibles.    

 

Dentro de las recomendaciones del Informe Kissinger de 1969, según su capítulo titulado “Requerimientos para lidiar con el crecimiento rápido poblacional” fue la de evitar que, en el siglo XXI, la humanidad sobrepase los 8 mil millones de habitantes, al punto que en ese mismo capítulo propone como objetivo de política pública, una tasa de reposición poblacional deficitaria, del 1,1% por pareja, de forma que la población mundial se reduzca gradualmente. En el caso de Costa Rica, esta política pública se ha seguido al pie de la letra, y actualmente tenemos esa misma tasa de reposición deficitaria, lo que representa un verdadero desafío para nuestra economía y nuestra futura seguridad social. En síntesis, una visión de la cuestión humana de carácter economicista materialista                               

 

En contravía a esta tesis, la principal columna que sostiene la corriente natalista, es la aún prevaleciente cosmovisión judeocristiana occidental, cuyo fundamento básico es una concepción de naturaleza espiritual: el principio de la dignidad humana, piedra angular en la que se edificó la totalidad de derechos humanos básicos. Tanto así que el derecho humano a nacer y a tener vida, prescrito en la declaración universal de derechos humanos, no habría surgido sin la previa existencia del precepto de la dignidad. Para entender su importancia, debe aclararse que, en el mundo antiguo, el valor de los seres humanos dependía exclusivamente de sus capacidades, o sea, de las posibilidades de poseer poder político-militar o poder socioeconómico. Cuando no se tenía esa capacidad, entonces los habitantes sometidos a la autoridad no eran concebidos como sujetos, sino como objetos. Esa es la razón por la cual, en las civilizaciones antiguas, los débiles, los discapacitados, los enfermos o los inaptos para el trabajo, eran marginados de la sociedad, por cuanto su valor ante ella dependía exclusivamente de su capacidad laboral o productiva. La noción hoy por todos aceptada, de que el ser humano tiene dignidad intrínseca por el solo hecho de ser persona, en aquel entonces ni siquiera era concebida.

 

Dicho concepto de dignidad humana, surgió gracias a un antiguo precepto hebreo que afirmaba un aforismo novedoso: “el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.  Ello significó que el ser humano, es la única creación que comparte con su Creador siete características: su naturaleza personal, su capacidad de autoconsciencia, su aptitud intelectual, su vocación creativa, su condición moral, su cualidad emocional, así como voluntad autónoma y libre albedrío. Después de la caída de Roma, el judeocristianismo consolidó ese antiguo principio hebreo en el resto de Occidente. Es gracias a tal concepto de dignidad que el hombre es sujeto y no objeto. Es por esa noción espiritual que el hombre es sujeto de derechos básicos, como lo son el derecho inalienable a vivir, base esencial del natalismo, e igualmente otros derechos subsecuentes como lo son el derecho a ser tratados con igualdad ante la ley, a expresarnos, a no ser sometidos a servidumbre, ni ser tratados con discriminación. Todos ellos derechos de elemental justicia que ostentamos por nuestra sola condición humana. Y es el concepto espiritual de la dignidad humana, y no otro, la piedra angular con la que Occidente construyó toda esa cultura que llamamos constitucionalismo, la cual nos otorga las garantías frente al poder que evitan que los ciudadanos vivamos en tiranía.

 

Hoy esa raíz cultural occidental, que por las razones anotadas ha concebido el natalismo como un ideal en sí mismo, tiene el reto de responder al desafío de la actual postura antinatalista que la contradice.  fzamora@abogados.or.cr  

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