jueves, 25 de abril de 2024

PRESERVAR LA CULTURA PRODUCTIVA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

No existe sociedad ni imperio que se haya sostenido cuando su cultura productiva ha sido desmantelada. He leído múltiples puntos de vista sobre la cuestión del tipo cambiario, o la desgravación de los granos básicos (Ruta del arroz). Algunos muy equilibrados, como el Editorial de La Nación titulado Deficiente apertura del mercado del arroz (16 abril 2024), por lo que el asunto merece enfocarse desde la perspectiva del problema productivo de fondo que dichas políticas públicas acarrean.  Y aquí una pregunta esencial: ¿cuánto tiempo es necesario para forjar una cultura productiva como la agropecuaria? A la luz de la realidad estadística, la respuesta es siglos. Cientos de años en los que, de padres a hijos, de generación en generación, se van forjando las destrezas, los recursos de capital y los conocimientos para labrar la tierra, promover el agro, la agroindustria o el desarrollo ganadero. ¿Cuánto nos ha costado a los costarricenses conquistar toda nuestra capacidad agropecuaria, que es lo que, en buena medida, hoy sostiene a la Costa Rica profunda de la que dependen aproximadamente más del 35% de la población?

La agropecuaria es la cultura productiva más ancestral que tenemos, única que hemos mantenido desde la colonia, desde hace más de 300 años. Pero influidos por una poderosa elite de importadores, desde hace varias décadas y con mucha mayor fuerza ahora, la clase política viene promoviendo una andanada de iniciativas que provocan el gradual derrumbe de la cultura productiva, esa que se heredó de generación en generación por siglos, y una vez que la perdemos, es casi imposible restaurarla. Cuando Cuba desmanteló su actividad empresarial y todos los profesionales, expertos y empresarios huyeron de allí, se perdieron para siempre las destrezas, conocimientos y recursos propios de la cultura empresarial. Aún más, si asume hoy en Cuba un gobierno democrático, le sería imposible reestablecer su economía empleando únicamente a los cubanos residentes en la isla, y se vería obligado a convocar masivamente a personal extranjero para restaurar su tejido empresarial, pues ahí fueron destruidas la cultura de emprendimiento y los conocimientos y destrezas que conllevan.

De un breve recuento de lo sucedido recientemente con la apertura masiva de importación de arroz, frijol y maíz, resulta que para los años 2022-23 se provocó una disminución de casi el 30% de la producción de grano básico y una caída del 50% de su área sembrada, afectando básicamente a medianos y pequeños productores. Según el Ministerio de Hacienda, el 91% del arroz importado se empezó a traer de Sudamérica y pese a que el Estado en el año 2022 e inicios del 2023 dejó de percibir 7 mil millones de colones en aranceles, los precios no reflejaron la esperada caída del 8%. Peor aún, éstos aumentaron. Se suma el hecho de que las actividades productivas, cuando se detienen, arruinan otras que las acompañan: por ejemplo, el melón era sostenible porque se alternaba su cultivo con el de otros granos básicos. Se caen los granos básicos y entonces se cae el melón. Otro ejemplo es cuando los vendedores de insumos agrícolas dejan también de generar movimiento a la economía. Según informó la prensa, a inicios del 2023 el cierre de operaciones de la empresa “Agroinsumos de la península”, de gran importancia para el agro guanacasteco, provocó la pérdida de insumos millonarios; solo una de sus cosechadoras utilizadas para la actividad agraria, poseía un valor promedio de cuatrocientos mil dólares, y sus tractores de siembra eran igualmente valiosos. Una tragedia productiva.

En el pasado tuvimos enorme empuje en cultura productiva, pero por esa manía desequilibrada de dar exagerado énfasis a la importación, según informó el Banco Central, para el 2022 e inicios del 2023, cayeron los indicadores de la actividad agropecuaria, la construcción y la manufactura. Por otra parte, la economía ordinaria, la que no está en zonas francas, apenas crece un 1%.  Por más avance tecnológico que posea una economía, ésta depende del dinamismo de los sectores primarios, pues son su base. Esto resulta aún más grave si lo medimos a la luz del último censo, en donde sumando la actividad industrial a la agrícola, resulta que casi el 35% de nuestra población trabajadora depende de esas actividades, siendo que fuera de las cuatro urbes principales del área metropolitana, la dependencia es mayor.  Entre arroz, frijol, yuca, café, palma, azúcar, teca y melina, -dejando por fuera el banano que está muy monopolizado-, hasta hace unos pocos años, teníamos una producción de casi 6 millones de toneladas métricas anuales de producción agrícola, lo que demuestra que, lejos de despreciarla, debimos mejorar nuestra actividad agroindustrial, incentivando la asistencia financiera, técnica, e inyección de tecnología al sector, como lo hacen Israel u Holanda, países pequeños como el nuestro, pero potencias agroindustriales.

Desde hace algunos años ese tipo de políticas se han venido justificando bajo el prejuicio ideológico de que la agricultura es una actividad poco rentable, que no genera mayor lucro, y que los salarios de las labores agropecuarias son malos. Otro argumento de fondo es que, en tanto lo importado es más barato, no amerita producirlo. Ello pese a que, del proceso de promoción de las importaciones a gran escala que viene promoviéndose, resulta obvio que muchos de los precios de los productos importados, como sucedió con los granos básicos, no bajaron y la tendencia fue al alza. Esos argumentos, en algunos casos esgrimidos para facilitar los negocios de los financistas amigos de quienes llegan al poder, contradice la realidad de muchos países industrializados poderosos, donde la actividad agrícola es una actividad indispensable y particularmente protegida. Para potencias como Israel, Estados Unidos, Canadá o Brasil, la agricultura es una actividad vital y plenamente apoyada por sus gobiernos, pues cualquier país que se precie de pretender el desarrollo integral, protege al agricultor, aunque la nación haya logrado conquistar su riqueza gracias a otro tipo de actividades, como el de la industria tecnológica. Son países conscientes de que una vez que la cultura agrícola desaparece, se pierde un tesoro que no regresa nunca más. Aquí, por el contrario, otra de nuestras inconvenientes estrategias fue el intento de firmar un tratado único con otras potencias agrícolas como México, Chile y Colombia, en donde se eliminaban las cláusulas de exclusión que permitían excepciones para proteger la actividad agropecuaria nacional en los tratados bilaterales que teníamos con dichas naciones. Concluyo: el desmantelamiento productivo de los últimos años debe detenerse ya. fzamora@abogados.or.cr  

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