Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
No existe sociedad ni imperio que se haya sostenido cuando su cultura productiva ha sido desmantelada. He leído múltiples puntos de vista sobre la cuestión del tipo cambiario, o la desgravación de los granos básicos (Ruta del arroz). Algunos muy equilibrados, como el Editorial de La Nación titulado Deficiente apertura del mercado del arroz (16 abril 2024), por lo que el asunto merece enfocarse desde la perspectiva del problema productivo de fondo que dichas políticas públicas acarrean. Y aquí una pregunta esencial: ¿cuánto tiempo es necesario para forjar una cultura productiva como la agropecuaria? A la luz de la realidad estadística, la respuesta es siglos. Cientos de años en los que, de padres a hijos, de generación en generación, se van forjando las destrezas, los recursos de capital y los conocimientos para labrar la tierra, promover el agro, la agroindustria o el desarrollo ganadero. ¿Cuánto nos ha costado a los costarricenses conquistar toda nuestra capacidad agropecuaria, que es lo que, en buena medida, hoy sostiene a la Costa Rica profunda de la que dependen aproximadamente más del 35% de la población?
La
agropecuaria es la cultura productiva más ancestral que tenemos, única que
hemos mantenido desde la colonia, desde hace más de 300 años. Pero influidos
por una poderosa elite de importadores, desde hace varias décadas y con mucha
mayor fuerza ahora, la clase política viene promoviendo una andanada de
iniciativas que provocan el gradual derrumbe de la cultura productiva, esa que
se heredó de generación en generación por siglos, y una vez que la perdemos, es
casi imposible restaurarla. Cuando Cuba desmanteló su actividad empresarial y
todos los profesionales, expertos y empresarios huyeron de allí, se perdieron
para siempre las destrezas, conocimientos y recursos propios de la cultura empresarial.
Aún más, si asume hoy en Cuba un gobierno democrático, le sería imposible
reestablecer su economía empleando únicamente a los cubanos residentes en la
isla, y se vería obligado a convocar masivamente a personal extranjero para
restaurar su tejido empresarial, pues ahí fueron destruidas la cultura de
emprendimiento y los conocimientos y destrezas que conllevan.
De
un breve recuento de lo sucedido recientemente con
la apertura masiva de importación de arroz, frijol y maíz, resulta que para los
años 2022-23 se provocó una disminución de casi el 30% de la producción de
grano básico y una caída del 50% de su área sembrada, afectando básicamente a
medianos y pequeños productores. Según el Ministerio de Hacienda, el 91% del
arroz importado se empezó a traer de Sudamérica y pese a que el Estado en el
año 2022 e inicios del 2023 dejó de percibir 7 mil millones de colones en
aranceles, los precios no reflejaron la esperada caída del 8%. Peor aún, éstos aumentaron.
Se suma el hecho de que las actividades productivas, cuando se detienen,
arruinan otras que las acompañan: por ejemplo, el melón era sostenible porque
se alternaba su cultivo con el de otros granos básicos. Se caen los granos
básicos y entonces se cae el melón. Otro ejemplo es cuando los vendedores de
insumos agrícolas dejan también de generar movimiento a la economía. Según
informó la prensa, a inicios del 2023 el cierre de operaciones de la empresa “Agroinsumos
de la península”, de gran importancia para el agro guanacasteco, provocó la
pérdida de insumos millonarios; solo una de sus cosechadoras utilizadas para la
actividad agraria, poseía un valor promedio de cuatrocientos mil dólares, y sus
tractores de siembra eran igualmente valiosos. Una tragedia productiva.
En el pasado tuvimos enorme empuje en cultura productiva, pero por esa
manía desequilibrada de dar exagerado énfasis a la importación, según informó
el Banco Central, para el 2022 e inicios del 2023, cayeron los indicadores de
la actividad agropecuaria, la construcción y la manufactura. Por otra parte, la
economía ordinaria, la que no está en zonas francas, apenas crece un 1%. Por más avance tecnológico que posea una
economía, ésta depende del dinamismo de los sectores primarios, pues son su
base. Esto resulta aún más grave si lo medimos a la luz del último censo, en
donde sumando la actividad industrial a la agrícola, resulta que casi el 35% de
nuestra población trabajadora depende de esas actividades, siendo que fuera de
las cuatro urbes principales del área metropolitana, la dependencia es
mayor. Entre arroz, frijol, yuca, café,
palma, azúcar, teca y melina, -dejando por fuera el banano que está muy
monopolizado-, hasta hace unos pocos años, teníamos una producción de casi 6
millones de toneladas métricas anuales de producción agrícola, lo que demuestra
que, lejos de despreciarla, debimos mejorar nuestra actividad agroindustrial,
incentivando la asistencia financiera, técnica, e inyección de tecnología al
sector, como lo hacen Israel u Holanda, países pequeños como el nuestro, pero potencias
agroindustriales.
Desde
hace algunos años ese tipo de políticas se han venido justificando bajo el
prejuicio ideológico de que la agricultura es una actividad poco rentable, que
no genera mayor lucro, y que los salarios de las labores agropecuarias son malos.
Otro argumento de fondo es que, en tanto lo importado es más barato, no amerita
producirlo. Ello pese a que, del proceso de promoción de las importaciones a
gran escala que viene promoviéndose, resulta obvio que muchos de los precios de
los productos importados, como sucedió con los granos básicos, no bajaron y la
tendencia fue al alza. Esos argumentos, en algunos casos esgrimidos para
facilitar los negocios de los financistas amigos de quienes llegan al poder,
contradice la realidad de muchos países industrializados poderosos, donde la
actividad agrícola es una actividad indispensable y particularmente protegida. Para
potencias como Israel, Estados Unidos, Canadá o Brasil, la agricultura es una
actividad vital y plenamente apoyada por sus gobiernos, pues cualquier país que
se precie de pretender el desarrollo integral, protege al agricultor, aunque la
nación haya logrado conquistar su riqueza gracias a otro tipo de actividades,
como el de la industria tecnológica. Son países conscientes de que una vez que
la cultura agrícola desaparece, se pierde un tesoro que no regresa nunca más. Aquí,
por el contrario, otra de nuestras inconvenientes estrategias fue el intento de
firmar un tratado único con otras potencias agrícolas como México, Chile y
Colombia, en donde se eliminaban las cláusulas de exclusión que permitían
excepciones para proteger la actividad agropecuaria nacional en los tratados
bilaterales que teníamos con dichas naciones. Concluyo: el desmantelamiento productivo de los últimos años
debe detenerse ya. fzamora@abogados.or.cr
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