lunes, 7 de diciembre de 2015

LA DIGNIDAD HUMANA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación bajo el link:


 

El acontecimiento que la navidad conmemora, conlleva por sí solo el profundo mensaje de la dignidad humana: un principio constitucional cardinal. El concepto de la dignidad es asombrosamente novedoso. De hecho –a excepción de lo que sucedía en la antigüedad con el pequeño pueblo de Israel-, el concepto de igualdad humana no era practicada por el mundo antiguo. Quien visite los centros histórico-conmemorativos de la ciudad de Filadelfia, verá allí el texto de la declaración de independencia estadounidense redactada por Jefferson. Aunque ya había estudiado aquella hermosa redacción, al apreciar una edición tan antigua, me detuve en la afirmación de Jefferson, según la cual, el hecho de que “todos los hombres son creados iguales”, es “una verdad evidente”. Si bien es cierto para un occidental moderno -como lo fue él-, la idea de la igualdad era una verdad evidente, en el pasado no lo fue así en lo absoluto. Durante la mayor parte de la historia, lo natural fue la idea de la desigualdad, pues lo que resulta evidente a los sentidos, es que poseemos distintos atributos. Somos indudablemente diferentes en aspectos como talentos, perseverancia, energía, capacidad económica, atributos físicos y un largo etcétera. En la antigüedad, por la obvia desigualdad material del hombre, el ser humano no era sujeto sino objeto. Podría citar mil ilustraciones de ello.  Por ejemplo, el hombre era objeto o posesión del poder político. De ahí que, aún en las polis grecolatinas, en caso de situaciones como la guerra, el Estado disponía, tanto de sus súbditos como de sus haciendas. Los ciudadanos eran objetos del poder. El grado de potencia y capacidad de las personas era tan valorado, que una costumbre usual en la antigüedad clásica, era abandonar a los incapaces a su suerte. Por ello mismo, la razón por la que los gladiadores derrotados eran usualmente asesinados en la arena, se debía precisamente a la idea de que, tanto la debilidad como la desigualdad, eran socialmente despreciadas.

 

Ahora bien, si la desigualdad de los seres humanos parece tan evidente, ¿por qué razón la igualdad, -para esa generación de occidentales-, ya era una verdad indudable? La respuesta es que, durante siglos, había calado en la cultura occidental el mensaje de la navidad. La igualdad humana a la que se refería Jefferson, no era igualdad material, sino espiritual y moral, que es el concepto de igualdad que impulsó consigo la buena nueva navideña. Ciertamente la desigualdad física y material de los hombres es evidente, pero ésta, sin embargo, es compensada con la portentosa idea de que somos iguales en tanto hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tal concepto espiritual originalmente surgió en la cultura hebrea. Buena parte de los eruditos coinciden en ubicarla en las tradiciones orales del segundo milenio anterior a nuestra era. Si bien es cierto, el pueblo judío fue el primero en practicar la noción de igualdad espiritual y moral del hombre, por varias razones sabemos que su mayor impacto lo provocó el mensaje de la navidad. En primer término, porque es gracias a ella que este concepto es propagado al resto de los gentiles. A partir de allí, se consolidó para el hombre moderno la convicción de que el ser humano no es el resultado del azar absurdo e incausado, del capricho, o de la sinrazón, -y por ende-, que en toda persona humana hay un sentido de propósito. Además, lo que el mensaje de la navidad sostiene es que, por cuanto somos dignos, ameritamos ser redimidos, que es la razón por la que Dios se encarnó con un propósito redentor. Así pues, gracias a tal idea, -la de que el mismo Dios decidió encarnarse en hombre-, el mensaje de la navidad confirma en Occidente la convicción de que el ser humano posee dignidad. Por el contrario, en el Oriente Medio, dicha idea no se ha concebido tal y como la comprendemos los occidentales. Entre otras razones, porque para el Islam era inconcebible, -y sigue siéndolo-, la idea de que Dios se hiciera hombre y se rebajara a nuestra condición. Aún más, a excepción de Séneca, los escritores grecolatinos antiguos insistían en la separación absoluta e infinita entre Dios y los hombres, abandonando al ser humano en una situación de lamentable postración.

 

Ahora bien, ¿cuál es el fenómeno físico o natural que nos traduce, a nuestra realidad material, el principio espiritual de igualdad moral y dignidad humana? ¿Por qué razón intuimos la grandeza de nuestro valor individual como personas? Intuyo la grandeza de mi valor, porque soy genética y moralmente único. El concepto de dignidad toma verdadera fuerza material al saber que, aún para quien vino al mundo con serias discapacidades o en situaciones de terrible desventaja, se es un ser único e inigualable, por su sola condición genética y moral irrepetible. La imagen y las características físicas y morales que fueron definidas para mí, son solo para mí, y por ello sé que mi vida no es una absurda casualidad. Para el ADN, uno de los intrincados recipientes en las que está contenida nuestra identidad única, el biólogo molecular e informático Leonard Adleman sostiene que, tan solo un gramo de él, ocupa alrededor de un centímetro cúbico que almacena la información en código de un billón de discos compactos. El filósofo Anthony Flew resume el asunto de la identidad, en una expresión derivada de su observación científica del genoma: una casi increíble complejidad de estructuras, un ensamblaje de piezas extraordinariamente diversas; una enorme complejidad de elementos y una gran sutileza de formas en que cooperan, y en la que alguna inteligencia ha debido participar para darnos identidad y producir vida”. Sin duda, maravillas moleculares que nos dan algunas pistas sobre la dignidad especial con la que todos contamos. En esencia, la buena nueva de la dignidad humana es el trasfondo del gran mensaje que celebraremos a la media noche del próximo 24 de diciembre. Y aunque el heroísmo del mundo antiguo apreciaba el poder, celebremos el heroísmo que trajo la navidad al mundo, y que nos ha enseñado a valorar -aún más que el poder-, la verdad.  fzamora@abogados.or.cr

ENTROPIA POLITICA Y ACTIVISMO DIGITAL


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el diario La Nación:


 

En el Periódico español el Imparcial:


 

La segunda ley de la termodinámica es denominada “entropía”. Es un concepto fundamental para la física. Para efectos de la idea que aquí quiero desarrollar, una de las nociones de dicha ley, es que la energía siempre se transforma de ordenada a desordenada y de concentrada a dispersa. Y la única forma de revertir ese proceso entrópico es empleando energía adicional, la cual, una vez usada, provoca una mayor entropía total. Algo así como un círculo vicioso de dispersión y anarquía. Pues bien, de alguna forma la ciencia social está imbuida de los conceptos de la física, y se relaciona con las ideas del famoso clásico de Oswald Spengler, sobre la decadencia de occidente, que conservo en mi biblioteca. Allí se advierte que el desarrollo de las civilizaciones lo caracteriza el conflicto entre el ideal de la identidad frente a las fuerzas caóticas. Por eso la evolución y caída de las civilizaciones se asocia a la suerte de la cultura. De ahí que un sector de la academia de antropólogos e historiadores, coincide en el hecho de que los principios de organización y comportamiento dirigen la energía colectiva, creando así el orden social. En otras palabras: la forma de confrontar la amenaza de la entropía social -o lo que es lo mismo-, la del caos, es ordenando la energía humana por la vía de los ideales sociales. En el mismo sentido, el historiador Rushton Coulborn sostiene que las civilizaciones decaen cuando se devalúa la convicción en sus valores, pues son éstos los que mueven a las personas a unir esfuerzos en razón de objetivos comunes. Por eso, cuando la voluntad colectiva es azarosa y fragmentada, resulta prisionera de tendencias anárquicas.

 

En un sentido complementario al anterior, el antropólogo Joseph Tainter advierte las señales de caída de las civilizaciones. Una de ellas es cuando destinan cada vez mayores cantidades de recursos únicamente para mantener su estructura social, al tiempo que el rendimiento de tales recursos es cada vez menor. Para dicho antropólogo, uno de los signos de decadencia social, es cuando el Estado se ve obligado a destinar ingentes recursos para sostener burocracias que controlan la sociedad, y por otra parte, apenas sostiene su existente infraestructura. Alertaba que cuando la mayor parte de los recursos disponibles se destina al mantenimiento del estilo de vida de élites y estamentos no productivos, se provocaba una peligrosa sobreexplotación de los recursos. Dicho escenario obliga aumentarle progresiva y constantemente los tributos a los ciudadanos productivos, lo cual es gota que derrama el vaso que acelera la decadencia. Cuando tal situación deriva en descontento, se deben destinar aún mayores recursos a la seguridad, la cual igualmente es una actividad que no genera producción en sí misma. En este punto, el paso a la desintegración es inminente. La física Danah Zohar agrega otra visión suplementaria. Para ella, la concepción newtoniana de la realidad nos lleva a la competitividad y por ende, al conflicto y la lucha por el poder, lo cual también contribuye a la dispersión de la cultura.

 

Es por el anterior razonamiento que concluimos que la responsabilidad primordial del estadista es resguardar la cultura con sus decisiones. Por lo antes anotado y las razones que expondré, tanto el populismo digital como la mal llamada “democracia de las calles” son peligrosos catalizadores de la entropía social. En relación al primero de los fenómenos -el del populismo digital-, estamos ante la amenaza de un poderoso activismo en redes que, cuando está mal orientado, deriva en irresponsabilidad política o en inmovilismo. Usualmente el populismo digital tiende a funcionar como un histerismo colectivo. Tanto puede inmovilizar, como llevar a error los sistemas políticos dirigidos por líderes carentes de carácter y convicciones genuinas. El problema es cuando la gritería digital se reduce a expresiones originadas en pasiones momentáneas desbordadas. Otras veces en corrientes o modas subculturales recién importadas, que no han sido digeridas por la reflexión serena, la experiencia pausada o el respaldo estadístico. Es la realidad de múltiples textos digitales, de pocas líneas, que impiden la discusión política procesada. La momentánea pasión de multitudes que violentan la decisión del estadista. Criterios que, aunque en ocasiones lo suscriban muchos, tienden a no tener fundamentos sólidos. El peligro es que, si bien la era digital abre un mundo de oportunidades, también amenaza con sumirnos en un histerismo plebiscitario constante. Una moderna y diaria versión de la misma gritería enardecida que liberó a Barrabás y condenó al Cristo. En esencia, una excesiva aceleración de la presión política que lleva a la decisión primero, y al estudio después.

 

Finalmente, el otro fenómeno que agrava nuestra actual entropía política es la mal llamada “democracia de las calles”, lo cual no tiene relación alguna con las pasadas y justas luchas reivindicativas de los trabajadores. Las luchas sindicales del pasado tenían potencia moral pues estaban sustentadas en la coherencia de una genuina vocación reivindicativa. Desde las primeras proclamas sociales del Obispo Thiel -en el siglo XIX-, Costa Rica tuvo una rica tradición de lucha social. Ejemplo de algunos de estos movimientos reivindicativos, fue la gran huelga bananera de 1934, en donde se reclamaron reivindicaciones tan sensatas como el que hubiese atención médica en las fincas. Igualmente, que fuese responsabilidad de los patronos entregar al obrero las herramientas de trabajo, o bien la prohibición de desechar fruta en función de la especulación. Por el contrario, actualmente es usual que la actividad sindical tenga como subrepticia pretensión que las nomenclaturas burocráticas conserven privilegios injustificados. De hecho, esta es la razón por la que la última convocatoria a huelga general, realizada por una coalición político-sindical, integrada por el Partido Acción Ciudadana, el Frente Amplio, y algunos sindicatos del sector público, no prosperó. Son intentonas que carecen de justificación moral. Y si -como indiqué antes-, los líderes gubernamentales deben resguardar la cultura con sus decisiones, ceder livianamente para rescatar del entuerto a un movimiento como ese, resulta en la siembra de una semilla que dará mal fruto.  fzamora@abogados.or.cr

viernes, 13 de noviembre de 2015

LIBERARNOS DEL PETROLEO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 


 

Un año y medio después de su inauguración, el gobierno anuncia algunas medidas con el afán de dinamizar la economía. Sin embargo, para salir de esta situación de medianía, es necesario tomar decisiones de gran calado, y no tímidas instrucciones de vela corta. Es necesario un verdadero despegue, y por las razones que explicaré, estoy convencido de que el gobierno debe concentrarse en la transformación de los medios de explotación de nuestros recursos energéticos. La energía es potencia primaria y fuente por medio de la cual se desarrollan las sociedades. Por la diversidad de factores que desata, toda transformación energética cataliza prosperidad como consecuencia inmediata. La historia lo demuestra. Sucedió en Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX, cuando se rompió con la Electric Bond and Share, e implementamos el desarrollo hidroeléctrico que iluminó todos los rincones de la geografía nacional. Igualmente lo demuestra la reciente experiencia islandesa. Pese a sus dificultades financieras, el 80% del consumo energético de Islandia procede de fuentes renovables, y se proyectan al 100% para la próxima década. En ambos casos, las decisiones de política energética se tradujeron en crecimiento económico.  

 

La energía juega un rol esencial en el desarrollo y decadencia de las civilizaciones. La cultura y la capacidad energética son los parámetros de medición de la prosperidad humana. Para el antropólogo George MacCurdy, el grado de civilización de cada época, estará determinado por la capacidad de utilizar la energía en su beneficio. En su obra La ciencia de la cultura, Leslie White recuerda que todo progreso se debe a la capacidad, que logra la cultura, de realizar suministros adicionales de energía. Cuando tales recursos se agotan, si la cultura no es capaz de evolucionar hacia nuevos suministros, el progreso se detiene. Esto lo demuestra la evolución social. En su condición de cazador y recolector, durante la primera etapa de existencia humana, la fuente de energía fue su propio cuerpo. Posteriormente, con la transición a la actividad agrícola y ganadera, fue posible un mejor suministro de energía, y por tanto, de excedentes productivos. Es a partir de ello, que surgen las primeras civilizaciones, pues los sobrantes de alimento representaron una reserva energética que permitió una mayor población. Cuando evoluciona la cantidad y calidad del recurso energético, con ello el bienestar y el crecimiento.  Por ejemplo, la revolución del carbón hizo que la humanidad duplicara su población y la posterior era del petróleo, que la sextuplicara. Más aún, la era de los combustibles fósiles acarreó consigo una manera distinta de organizar la sociedad humana. Por tal desarrollo energético, fueron posibles los Estados-nación, las grandes urbes, o la actividad industrial, entre otras. Los combustibles fósiles, además de una inmensa capacidad de consumo, promovieron las grandes organizaciones industriales, verticales y centralizadas, pues para su extracción era necesaria la capacidad logística de tales entidades. Pero hoy estamos viviendo los estertores de la era de los combustibles fósiles. La realidad que vivimos en el mundo, nos plantea una encrucijada. Por una parte, el indudable agotamiento de este tipo de combustibles y de la infraestructura global creada para explotarlos. Por otra, nos hayamos en el umbral de un novedoso régimen energético, de una naturaleza radicalmente distinta. La explotación de las nuevas energías, como lo son la derivada de los biocombustibles, del hidrógeno, o del Sol, implican una explotación más económica, y además, una posibilidad de exacción mucho menos monopolizada, vertical y centralizada. Si cabe el término, es más “democrática”. Además, si bien es cierto que las fuentes alternativas pueden mover los automotores y la maquinaria, ellas no son sustitutas de los fertilizantes derivados de productos fósiles, que son indispensables para la producción masiva de alimentos. En otras palabras, por cada litro de combustible que hoy gastamos en movilizarnos, lo sacrificamos en futura producción alimentaria. El cambio energético urge.

 

Abundan razones que demuestran cómo la transformación de los regímenes energéticos acarrea gran prosperidad. Veamos. Si al menos el gobierno nacional decidiera virar hacia algún régimen energético alternativo –y el de los biocombustibles es el más viable-, lograríamos una implacable conquista económica, agraria, social y ambiental. Según estadísticas de la FAO y del MAG, entre tierras degradadas, laderosas y tierras que, por ganadería intensiva, perdieron su capacidad productiva, Costa Rica tiene entre ochocientos mil y un millón de hectáreas ociosas. Resulta que –precisamente-, la palma de coyol es un cultivo apto para ese tipo de tierra improductiva. Una vez que se siembra, ella produce y captura biomasa durante ochenta años, generando un fruto que es ideal para la producción abundante de combustibles y aceites de gran eficiencia. Es un recurso energético limpio y fundamental para conservar el ambiente, pues, además de que es una especie reforestadora, las plantaciones también capturan mucho más C02 del que emiten los combustibles que ellas mismas producen. La revolución de los biocombustibles es una increíble noticia para la conservación ambiental, y además es también una revolución económica y agraria que incidiría radicalmente en el desarrollo social. ¿Por qué? Si Recope decidiera comprar a un precio regular el biocombustible, la rentabilidad estimada es nada menos que superior a los cinco mil dólares por hectárea. Difícilmente existen cultivos con tal nivel de rentabilidad. Así mismo, a nivel social, las estadísticas estiman que estos cultivos generarían un aproximado de doscientos mil empleos directos. A ello se suma los indirectos, provocados como resultado, por una parte, de las consecuencias de la misma actividad agraria. Por otra, los empleos derivados del estímulo económico doméstico que genera el ahorro, pues sería reducir drásticamente la importación de combustibles. La factura que pagamos por concepto de importación de hidrocarburos, es mucho mayor a los mil millones de dólares anuales. De consolidarse dicho nuevo régimen energético, seríamos autosuficientes en la producción de combustible, con lo cual esa cifra superior a los mil millones de dólares, quedaría en nuestras manos. El efecto multiplicador de ese dinero circulando en la economía doméstica, provocaría un crecimiento exponencial. ¿Podemos imaginar lo que significa ahorrarle a nuestra economía más de mil millones de dólares al año?  Aunado a todo lo anterior, la autosuficiencia energética nos garantizaría seguridad, pues ya no dependeríamos del suministro petrolero de terceros países y sus caprichosos vaivenes de precio. Sería liberarnos del chantaje petrolero. Existe también la posibilidad de incursionar en la energía derivada del hidrógeno. En cuanto a la energía solar, también ella está empezando a transformar el mundo por intermedio de empresas como Tesla y sus baterías solares para el hogar.  Un mundo se ha abierto y éste es el camino a seguir. Debemos asumir la misma determinación que en el siglo pasado creó el ICE. Una vez más, el despegue económico dependerá de la capacidad de reinventar nuestro potencial energético. fzamora@abogados.or.cr

martes, 27 de octubre de 2015

CULTURA DE RESPONSABILIDAD POLITICA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación bajo las citas:


En su popular libro sobre las leyes no escritas del poder, el analista Robert Greene sostiene que el gobernante sensato nunca debe introducir una cantidad excesiva de cambios simultáneos. Demasiada innovación -afirma-, “resultará siempre traumática y conducirá a la rebelión.” Y a la luz de la experiencia histórica el axioma lleva razón. Toda acción conlleva reacción, por lo que éstas deben dosificarse.  El gobernante debe buscar el equilibrio entre las antípodas de una balanza que contiene, en un extremo, la propulsión que el nuevo ideal implica. En el otro, la sabiduría de conservar la tradición de las grandes conquistas y los valores históricos de la sociedad que dirige. Si bien es cierto, un gobernante que renuncie a toda posibilidad transformadora abandona el llamado que le hace la historia, es igualmente temerario si pretende imponer una riada de cambios con inmediatez. Aún peor si esos cambios son equivocados. El desarrollo es un proceso gradual que no se conquista por decreto. En el camino del gobernante que pretende forjar paulatinamente la prosperidad económica de su nación, el equilibrio político y la seguridad jurídica son sus aliados cardinales. La dinámica con la que evolucionan las economías modernas, demanda de los sistemas políticos y jurídicos, -como una condición básica de su credibilidad-, una razonable estabilidad de condiciones. Regímenes donde el sistema político y legal es imprevisible, o donde la conducta de sus funcionarios e instituciones públicas es caprichosa, resultan particularmente contraproducentes para estimular las condiciones del desarrollo. En fin, a lo que esencialmente me refiero, es a la necesidad de establecer una cultura básica de responsabilidad en la función política.

En razón de lo anterior, amerita enumerar algunas pautas elementales que deben caracterizar a los regímenes dirigidos por gobernantes sensatos. Una de las pautas básicas de la responsabilidad pública, es precisar con claridad las condiciones y requisitos que se le exigen a los ciudadanos y a la libre iniciativa para actuar. Esto por cuanto la prosperidad la alcanzan solo aquellas sociedades cuyas reglas de juego estimulan a sus ciudadanos a realizar lo que imaginan. La inflación de regulaciones y leyes en la que usualmente se involucran las sociedades decadentes, provocan dos consecuencias nefastas. En primer término, la concentración de la riqueza. ¿Por qué? Hay una razón concreta: al no poder pagar el costo de la legalidad -que usualmente es muy onerosa-, los emprendedores de escasos recursos resultan expulsados de la economía formal. La segunda consecuencia es la pérdida de potencial productivo efectivo, pues las empresas terminan enfocadas en la tarea de enfrentar un tejido burocrático-regulatorio que generalmente es estéril. Ello provoca un costo de oportunidad altísimo, que resta potencial de concentración respecto de los objetivos económicos reales. Por ello, el gobernante debe enfrentarse a la disyuntiva existente entre sostener libertades y normas coherentes, o caer en la tentación de construir entelequias pletóricas en legalismos, pero precarias en libertades.

Así las cosas, la premisa fundamental de la cultura de responsabilidad en la función pública, es la de establecer condiciones adecuadas para la creación de riqueza. Durante gran parte de la historia humana, la riqueza se conquistaba. Muchos de los grandes imperios y civilizaciones de la historia, se forjaron como consecuencia del despojo de bienes, o de la conquista de pueblos y territorios. Sin embargo, en la era de la revolución digital del conocimiento, la premisa de que la riqueza ya no se conquista, sino que se crea, tiene ahora una mucha mayor certeza. En las sociedades contemporáneas verdaderamente prósperas, la riqueza ya no se conquista por la vía de la fuerza. El despojo como un medio de acumulación ha quedado relegado únicamente a ciertas sociedades violentas de Latinoamérica, Asia o Africa, donde grupos criminales y facciones políticas atávicas aún conservan altas cuotas de poder. Por el contrario, los focos mundiales de prosperidad, hoy están concentrados en culturas donde sus ciudadanos tienen una alta capacidad de innovar. En esencia, la producción sostenida de riqueza ahora es privilegio exclusivo de comunidades donde existe verdadero potencial de creación. Para ello, algunas pautas que garantizan una cultura de responsabilidad pública para la creación de riqueza, lo son el hecho de abrir la economía a las inversiones en general; igualmente el esfuerzo sostenido por eliminar restricciones económicas impuestas por grupos de presión que buscan privilegiarse, evitar los monopolios y toda tendencia a concentrar la oferta de bienes y servicios, el estímulo a las exportaciones y la promoción general del comercio, además de garantizar la fluidez de la convertibilidad de las divisas, entre algunos otros aspectos básicos.

Otra columna fundamental de la cultura de responsabilidad, radica en que, tanto el presupuesto público como el aparato burocrático estén equilibrados. Veamos porqué. El principal motor que genera la riqueza hoy es el trabajo traducido en servicios y creatividad humana. La economía de la era digital de la información derrumbó los viejos supuestos de la economía industrial. Ya los propulsores principales de la economía no son los tradicionales factores de tierra,  capital y mano de obra industrial, sino que estos están siendo sustituidos,  cada día con mayor intensidad, por dos factores. Por una parte la inventiva, y por otra, la oferta de servicios complejos e intangibles. Ambos característicos de la economía del conocimiento. Es esa la razón por la que –ahora más que nunca-, la iniciativa de los emprendedores es el motor que debe impulsar al aparato público, y no a la inversa. De ahí que, en las culturas políticas responsables, son evidentes dos supuestos. Uno de ellos es que, el porcentaje de población económicamente activa que labora en las entidades públicas, es mucho más limitado en relación al resto de la población que lo hace en la privada. El segundo aspecto es que las condiciones laborales entre el sector público y el privado son similares. En esencia, son sociedades sin evidentes desigualdades entre el trabajador de un sector u otro. En el caso particular de Costa Rica, el actual gobierno ha disfrutado de condiciones favorables para haber estimulado el crecimiento: bajos precios del petróleo, una tasa internacional de intereses baja, y finalmente, una baja inflación. Sin embargo nuestra economía está decreciendo con mayor celeridad en esta administración. Esto es así porque este gobierno está renunciando a su responsabilidad de promover políticas que generen estímulos a la producción económica. Menos aún a la innovación. Por tal transgresión a la cultura de responsabilidad política, pretender imponer nuevos tributos sin antes contener el gasto y dinamizar la economía, es una pretensión que carece de toda fuerza moral. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 5 de octubre de 2015

ESTADO, UBER Y EMPRESAS DIGITALES MUNDIALES


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación


 

Empresas globales como Uber o Airbnb, son una realidad de la era digital que desafía a los Estados nacionales. En su campo son pioneras y vendrán muchas más, con características similares, a competir con ellas. Y es de suponer que en otro tipo de actividades, aparecerá esa misma modalidad de opciones. La mayoría de ellas funcionan a través de aplicaciones en los teléfonos celulares. Ofrecen diversos servicios, como el alquiler de vehículos con chofer, -en el caso de la primera-, o renta diaria de inmuebles, en el de la segunda. Por su naturaleza, este tipo de empresas se mueven en tres ámbitos de desarrollo contractual, de difícil control para el Estado. El primero de esos ámbitos es el cibernético, que hace de la intangibilidad e instantaneidad de la actividad digital, -por sí sola-, algo difícilmente accesible. El segundo ámbito que desafía a los Estados, es el de la multiterritorialidad de este tipo de entes globales. Tanto sus sedes, los hechos generadores de sus contratos, como los sujetos intervinientes en los mismos, son de una naturaleza extraterritorial tal, que son difíciles de sujetar, aún para las administraciones públicas de grandes naciones. Un alto porcentaje de sus contrataciones son realizadas por el intangible medio digital, y solo este hecho las hace un serio desafío para controlarlas. A la dificultad anterior, se suma que son realizadas por ciudadanos de diversos país y en sitios imprevisibles: dentro de aeronaves, en aeropuertos internacionales, en lugares de paso o tránsito temporal, etcétera. El tercer elemento que dificulta el control de este tipo de contratos, es que las negociaciones se realizan exclusivamente por la vía de las comunicaciones íntimas de las personas, las cuales son inviolables, de conformidad con los principios constitucionales de las naciones civilizadas. En el caso de nuestro país, protegidas por el artículo 24 de nuestra Constitución política.

 

Por lo anterior, hoy se discute sobre cómo debe regularse esta modalidad de actividades. Algunos sostienen que debe prohibirse de plano. Si nos atenemos al régimen que regula el servicio de transporte similar al de Uber, el Estado resolvería fácilmente el entuerto si logra que la empresa ofrezca sus servicios con los choferes y vehículos que el Estado ya ha autorizado. Estos son, los porteadores legalizados, los microbuses autorizados para el turismo, o bien, los taxistas formales. El inconveniente es que, probablemente, tal imposición haría ineficiente el servicio de dichas empresas digitales en el país, pues limitarían sus condiciones de contratación y oferta, que son su atractivo. Así las cosas, estamos en presencia de uno de esos inevitables choques vaticinados por Alvin Toffler. Una de tantas colisiones entre esa sociedad digital, -que va a cien millas por hora-, contra los Estados nacionales de derecho, que evolucionan a tan solo cinco millas. En el caso de fenómenos como Uber, tal colisión parece inevitable, y asumir la actitud de proscribirlos, sería resistir la nueva historia.  Si bien es cierto, -de conformidad con el derecho constitucional a la libre contratación y al trabajo-, el transporte remunerado de pasajeros es una actividad que el Estado no puede prohibir, también es cierto que la puede regular, como lo hace con tantas otras actividades económicas. El problema radica en ese afán ultra regulador que es tan usual en la clase política. Por ejemplo, en el caso citado, los funcionarios, -de forma simplona-, se limitan a subordinar la actividad al régimen de transporte remunerado de pasajeros ya existente, olvidando el desafío inicialmente planteado: ¿cómo sujetar así una actividad digital usualmente generada en un espacio extraterritorial, y por la vía de las comunicaciones íntimas de los individuos?

 

Peor aún, ¿dónde radica lo paradójico de este asunto? Veamos.  Los objetivos de la regulación del transporte de pasajeros son básicamente tres. El control del exceso de oferta, el control de las tarifas, y finalmente, el control de la calidad y condiciones del servicio. Este último aspecto, incluye temas como el de los seguros, las condiciones del vehículo, -tanto para la circulación como para la comodidad del usuario-, el decoro en la conducta del chofer, o la distribución geográfica del servicio y sus rutas. El dilema es que, en la mayoría de esos mismos aspectos, las empresas digitales globales ya ejercen un estricto control de calidad de los servicios dados por sus oferentes inscritos. Estas empresas precisamente velan porque sus vehículos estén asegurados, controlan la seguridad de los usuarios,  las condiciones del automotor que ofrece el servicio y que las tarifas sean razonables, -esto es-,  que no sean leoninas contra sus choferes, ni abusivas en perjuicio del usuario. Esto es así porque de no garantizar dicho equilibrio, pierden al usuario, como a sus choferes.  Igualmente, estas empresas ejercen autocontrol respecto de la oferta, la calidad del servicio brindado y la conducta de sus choferes. En función del servicio que ofrecen, ellas mismas implementan automáticamente las regulaciones, sin necesidad de que las imponga el Estado. Y en este punto, ¿qué importa si los objetivos de buen servicio se alcanzan por la regulación del Estado o mediante controles auto impuestos por la misma entidad que dirige el servicio?  Lo importante es que se cumpla el objetivo social deseado, tanto en pro del usuario, como del trabajador. Esto es así porque el Estado no es un objetivo en sí mismo. Las regulaciones públicas tampoco son un objetivo en sí mismas, sino un simple instrumento para el fin social pretendido.  En la nueva realidad de las organizaciones humanas de esta era del conocimiento, el Estado es rector y fiscalizador, pero no necesariamente debe monopolizar la ejecución del control. La solución sensata del asunto consiste en adaptar la actual normativa que regula el transporte remunerado de personas en función de tres elementos, 1) que el Estado promueva condiciones que estimulen a empresas como Uber servirse de los vehículos que ya operan legalizados, 2) que se permita la existencia de tales empresas inscritas ante el Estado y 3) en aquello en que las empresas se regulan por sí mismas, el Estado deberá autorizar su autocontrol sin doble imposición. Es un asunto de realismo y sensatez. Si el gobierno se resiste al hecho, el tema se tornará incontrolable. fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 30 de septiembre de 2015

UNA DOCTRINA SEXUAL EQUILIBRADA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

http://www.nacion.com/opinion/foros/doctrina-sexual-equilibrada_0_1513048686.html

 

En un artículo suscrito el domingo pasado, Leonardo Garnier y Cristina Blanco, atacan mi posición crítica contra una doctrina sexual que considero extremista. Como estrategia para desacreditar mis argumentos, echan mano de tres tácticas. La primera, hacerle creer al lector que mi crítica a la ideología de género es un intento de deslegitimar el proceso de conquista femenina en la historia, siendo que la ideología de género nada tiene que ver con dicha noble tradición. Aquí la  reivindicación femenina está asociada al de nombres ilustres como el de Francisca Carrasco, Angela Acuña, o María Teresa Obregón. Hoy, tal reivindicación está asociada a mujeres insignes como Laura Chinchilla, Sonia Picado, Mauren Clarke o Alicia Fournier. He leído escritos y escuchado disertaciones de la mayoría de ellas. En algunos casos, he conversado con quienes me honran con su amistad. Nada en su ideario apela a la ideología de género, y sin embargo, su aporte a la cultura política femenina es invaluable. Tal y como explicaré adelante, la ideología de género nada tiene que ver con la sana reivindicación femenina. Por otra parte, la segunda estrategia de Garnier es hacer creer que soy enemigo de la educación sexual. Con tal ardid intentó desacreditarme, pues, por razones obvias, en el siglo XXI la educación sexual es muy importante. Por motivos que igualmente explicaré, lo que he objetado son los conceptos que, siendo Ministro, el Sr. Garnier impuso. La tercera táctica de los articulistas fue la de atacar mi razonamiento apelando a una equívoca defensa del marxismo. Para ello sostuvieron dos tesis: por una parte, que mi argumento de que el marxismo deseaba suprimir la familia es falso, pues afirman que lo que el marxismo se propuso era solamente derribar el poder masculino. Su otro alegato básico consistió en sostener que el verdadero origen de la ideología de género era el pensamiento liberal. Pues bien, delimitado el esquema central de la tesis de quienes me han replicado, paso a exponer la coherencia de mis razones.

 

Es cierto que la ideología de género no solo abreva del marxismo. Pero si se tratase de citar corrientes que han inspirado a la ideología de género en la historia, más bien el Sr. Garnier se equivoca al referir únicamente el liberalismo. Para citar solo algunas, influyó también el existencialismo, la Escuela de Frankfurt, y el deconstruccionismo, entre otros. Cuando indiqué en mi primer artículo que la ideología de género es neomarxismo, lo hice porque, de todas las corrientes que la han influido, el marxismo clásico es su columna vertebral. Veamos porqué. El razonamiento esencial de Marx y Engels es que la propiedad es la causa del mal social. Sostenían que, como la familia es una institución que hace prevalecer la propiedad y la herencia, ella era dañina para la sociedad. Así las cosas, para establecer la justicia, era necesario abolir la propiedad privada y la herencia, y un paso fundamental para lograrlo, era suprimir la familia, pues ésta era transmisora de ambas. El marxismo sostenía que para suprimir la familia eran necesarias dos medidas a implementar. Por una parte, que el cuidado y la educación de los menores debían estar en manos de la colectividad y no de la familia. Por otra parte, que la solución a la explotación entre los sexos y de los hijos por parte de sus padres, radicaba en la rebelión y la lucha de los oprimidos dentro de la familia, de tal forma que ésta finalmente desapareciera. En síntesis, era aplicar la teoría marxista del conflicto, también al escenario de la familia. Aunque Don Leonardo lo quiera negar, esto consta en los textos clásicos de Marx y de Engels. De hecho, en mi ejemplar del Manifiesto Comunista, del que Engels es coautor -impreso por Editorial Andreus-, eso consta en la página 144. En fin, la idea central allí, es que la familia desaparecerá al desaparecer la propiedad. Así, el marxismo -y no el liberalismo- es la columna vertebral de la ideología de género, pues el fundamento de esta moderna ideología está en aquella teoría del conflicto, que es de factura marxista y no liberal. Por ejemplo, el aborto –uno de los objetivos esenciales de la ideología de género-, se implementa durante la primera etapa del régimen bolchevique, porque la responsabilidad de la madre ante sus hijos era considerada una servidumbre impuesta. En el comunismo, la mujer debía ser libre de tal “esclavitud”.  A la luz del análisis integral de las afirmaciones de Marx y Engels sobre la familia, resulta cándida la afirmación que hace Garnier, cuando sostiene que Engels aspiraba a una familia basada en el amor entre los cónyuges.

 

En cuanto a la segunda objeción de los articulistas, mi crítica no es contra la educación sexual, en la cual creo, sino contra la doctrina sexual que Garnier promovió en los colegios. Y aclaro que mi crítica lo es porque ésta es inconstitucional y no por razones de orden espiritual, aunque tampoco veo porqué deba desacreditarse la espiritualidad. Veamos. En la “Estrategia # 3” del plan para tercer trimestre de 9° año, del “Programa de Estudio para la afectividad y sexualidad integral” se recomienda que los menores estudien las declaraciones de Pekín o El Cairo. Estas son indudablemente abortistas, al punto que la primera solicita que los países revisen las legislaciones nacionales que penalizan el aborto. En la estrategia #2 del bloque, si bien la guía reconoce la necesidad de la prevención del aborto, no lo hace desde el momento de la concepción, tal y como establece nuestro sistema jurídico, sino, literalmente, “…desde la etapa de formación que tiene un bebe a las 12 semanas,  tiempo máximo consignado para abortar en aquellos países donde es legal.” Así las cosas, las políticas de educación sexual del Sr. Garnier promovieron dentro de sus bloques temáticos, la agenda de “los derechos reproductivos”, eufemismo para referirse al aborto. Tal política educativa la desarrolló en abierta confrontación con nuestra jerarquía de normas y contradiciendo además la valiente posición de la Sra. Expresidente Chinchilla, que en la reunión de Río+20, se abstuvo de firmar en razón de que el concepto "derechos sexuales reproductivos" es sinónimo de aborto. El menoscabo de los principios constitucionales por la vía de la aplicación de normas o políticas públicas inferiores es fraude a la Constitución. El verdadero trasfondo en relación con el tema de las guías de Leonardo Garnier es que, por esa vía, se impuso un nuevo marco de adoctrinamiento ideológico en perjuicio de los valores del sistema constitucional, como lo es, entre otros, el derecho a la vida y al sexo con el mínimo compromiso moral de respetar la vida que de allí se deriva. Por eso he criticado sus guías sexuales. Mi ideal es que aspiremos a una doctrina sexual equilibrada, pues los costarricenses rechazamos los extremismos. Creo haber expuesto mis argumentos con vehemencia y respeto. También respeto los argumentos del Sr. Garnier, aunque no recibí lo mismo de él. Por pensar diferente a mí, no lo considero ignorante, ni dogmático. Su artículo, sin embargo, fue pletórico en dicha ralea de epítetos. En los medios cibernéticos, tales armas dialécticas son usuales. Por ello he visto la voz de muchos callar atemorizada. Ese silencio no será el mío. fzamora@abogados.or.cr

LEOPOLDO LOPEZ Y LOS GOBIERNOS DELICTIVOS


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico español El Imparcial bajo el link:


 

El jueves pasado Leopoldo López, una de las principales cabezas de la oposición venezolana, fue condenado a 14 años de prisión. Según la sentencia, su delito consistió en ser el autor intelectual de las protestas contra el régimen socialista de ese país. Al momento en que se entregó a las autoridades hizo dos afirmaciones. Declaró que se entregaba a una justicia corrupta, y reconoció que había tenido la posibilidad de salir del país. Sin ambages afirmó: “Tuve la opción de irme, pero no me voy a ir de Venezuela nunca. La otra opción era quedarme escondido en la clandestinidad y no tenemos nada que esconder."  Tales afirmaciones reflejan la fuerza moral de su pelea, pues la paradoja de López no es nueva en la historia. Por eso, -hace más de un siglo-, el filósofo José Ingenieros recordaba el combate de los siglos entre la moral del idealista y la política de las piaras. Es la encrucijada entre el temperamento del genio moral frente a los espíritus subalternos. Es la misma disyuntiva que confrontó a Espartaco con Casio Longino, a Jesucristo con Herodes Antipas, y a Mandela con Verwoerd. Líderes que se levantaron cuando la improbidad, -en lugar de ser vergonzante-, extendió sus alas ostentosa. Es el milenario combate que existe entre el ideal de la libertad, ante al tinglado del despotismo.

 

Ahora bien, esencialmente, ¿contra qué protestaba López en las calles de Caracas? El no protestaba contra un gobierno que tenía corrupción, sino contra un régimen corrupto. Por el grado de su mal, ambas son patologías diferentes. Sabemos que en esta dimensión de la existencia, será imposible erradicar el mal de forma absoluta. Ciertamente, los gobiernos impolutos no existen. Casi todos los gobiernos son escenario de transgresiones que ponen en entredicho la probidad de algunos de sus funcionarios. Pero la descomposición del fenómeno surge cuando, lejos de tener corrupción, los regímenes por sí mismos son de naturaleza corrupta. Pues bien, ¿en qué consiste un régimen corrupto, y cuáles son sus características? Consiste en la utilización de la influencia que otorga el poder, y en una manipulada instrumentalización de las ideologías políticas, redirigiendo y transmutando el sistema de normas y valores que los líderes juraron resguardar. Todo con el objetivo de obtener y conservar mayor poder. Aunque parezca paradójico, el grado superior de corrupción política no radica en transgredir la ley, sino en cumplirla redirigiéndola con el propósito de acumular  autoridad ilegítima. Es desviar el fin moral correcto del sistema jurídico, para redireccionarlo en favor propio. Es el abuso de la influencia política dirigido a implementar cambios constitucionales y normativos que estimulen y faciliten la concentración de cada vez mayores cotos de fuerza política sin fundamento moral.

 

La primavera de la democracia venezolana (1959-1974), que tuvo su apogeo durante los gobiernos de Betancourt, Leoni y la primera administración Caldera, fue una era de liderazgos, con alto grado de aceptación. Los historiadores reconocen esa etapa como un período caracterizado por un liderazgo político sano. Dos fuertes razones influyeron para que la democracia venezolana se sumiera después en una espiral decadente. La principal, la caída moral de la clase política. Esta situación empezó a ser evidente con la primera administración Pérez. La segunda, de carácter económico, ocurrió después de 1978 y fue la caída en el ingreso de dólares por cada venezolano. Ello por la caída en términos reales de los ingresos petroleros, alternado con el aumento poblacional, lo que obligó a cada Gobierno que llegó después del año 78 –y aproximadamente durante los 20 años subsiguientes– a devaluar la moneda en por lo menos el 100% para cada uno de dichos períodos constitucionales. El descontento popular acumulado por la confluencia de aquellas decadencias –la moral, la económica y la política–, fue el caldo de cultivo aprovechado por los enemigos de la democracia. El camino escogido no fue el de luchar por el rescate de la rica herencia democrática venezolana, sino que, a partir del arribo de Chávez al poder, -un demagogo socialista que se presentaba como adalid de la democracia-, se emprende una tenebrosa estrategia para demoler el Estado constitucional de aquel país.

En su propósito, Chavez aplicó la vieja receta de los despotismos, útil para demoler ese y cualquier otro Estado constitucional. Enumerando la táctica del despotismo, la resumo en ciertos pasos básicos. Veamos. Primeramente, desde el poder se sistematiza un discurso altamente ofensivo contra adversarios ideados, todo con el objetivo de que afloren las disconformidades que usualmente yacen en el “subsuelo” psíquico de los sectores marginales. Se mitifican tendenciosamente los sucesos históricos, idealizando las tradiciones épicas en función de los intereses de la camarilla gobernante. Para esto se sobreexpone propaganda acerca de los mitos del régimen instaurado. Además, usualmente se establece un culto mesiánico-caudillista. Sumado a lo anterior, se transmuta la legalidad, redirigiéndola a favor del poder concentrado, para lo cual se invoca el “interés nacional”; se desmantela el sistema republicano de frenos y contrapesos, propio de la división de los poderes, y se fortalece el estamento militar. Se devalúan las garantías individuales frente al poder, -propias de una constitución legítima-, sustituyéndolas por procesos constituyentes que imponen “leyes fundamentales” subordinadas a los objetivos del régimen. Allí siempre se hallará la entusiasta promoción de las “reelecciones” de rigor. Así se demolió el Estado constitucional venezolano.

En ciertas ocasiones, los avatares de la vida nos colocan en situaciones insondables, que con la perspectiva del tiempo cobran algún sentido personal.En 1992, siendo vicepresidente de la Conferencia de juventudes políticas de América Latina, entonces en representación de la juventud del PLN, un grupo de jóvenes fuimos invitados por Acción Democrática a visitar al presidente democrático venezolano. Aquello fue ocho días después de la intentona golpista de Chávez. Allí fui testigo de dos realidades: la de los orificios que había provocado la munición en el Palacio de Miraflores, y la del grado de inconsciencia general ante la amenaza que se cernía sobre la maltrecha nación. Aquel desapercibimiento resultó carísimo. Que no nos suceda igual.  fzamora@abogados.or.cr

SOCIALDEMOCRACIA RAIZ DE MI CONVICCION


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico La Nación bajo el link:


 

Un artículo de opinión por mí escrito, provocó diversas reacciones. Algunos consideraron que mis planteamientos en relación a temas como el de la ideología de género, atentaron contra los principios de la socialdemocracia. Y que siendo yo un jerarca de la socialdemocracia nacional, aquello era un grave error. Resumo aquí algunas razones del porqué esas reacciones no se justifican. Como indiqué en mi anterior artículo, el marxismo es una interpretación materialista de la historia que afirma la importancia del conflicto como método de conquista social y política. Para el marxista, la historia se entendía a la luz del conflicto entre el oprimido y el opresor. Por esa razón, tal lucha debía promoverse con el objetivo de que los explotados conquistaran el poder. Y así, venzan a sus opresores. Bajo esa premisa, consideraban que la familia era parte del campo de batalla, en el que los padres oprimían a sus hijos, y los sexos se oprimían entre sí. La solución a tal explotación radicaba en la rebelión de los oprimidos dentro de la familia, de tal forma que ésta finalmente desapareciera. Esto consta en los textos clásicos escritos por Marx y Engels.

 

Pues bien, la ideología de género es una corriente de pensamiento que utiliza el mismo método de análisis para explicar los conflictos familiares. Esta ideología nada tiene que ver con la justa reivindicación del papel de la mujer. La equidad y la reivindicación femenina es un noble ideal, en el cual todos los socialdemócratas creemos. De hecho, como Secretario General del PLN, designé 16 mujeres en el secretariado, de 31 puestos posibles. El punto es que los socialdemócratas creemos que la mujer merece libertad y protagonismo, pero no por la vía del conflicto, o la guerra entre los sexos. Insistir en la idea de que la libertad de la mujer se conquista por la vía del conflicto, devalúa su dignidad natural. La ideología de género es neomarxista, porque sostiene la necesidad del conflicto como método para enfrentar los desafíos de la familia actual. Para muestra, un ejemplo: la ideología de género justifica el aborto bajo el argumento de que la maternidad es una “servidumbre” que se le impone a la madre. Aún más, una destacada filósofa de la ideología de género, -Judith Butler-, es prolífica en bibliografía que resulta coincidente con el viejo ideal marxista de supresión de la familia. Por ello, la gran mayoría de las mujeres líderes de la socialdemocracia costarricense, quienes han dedicado su vida a la tarea de reivindicar política y socialmente a la mujer, son también firmes críticas de obsecuencias de tal naturaleza. En este punto, agrego que mis argumentos tampoco tienen relación con la realidad de que existen excelentes familias de un único padre o madre, o familias en las que ambos padres están ausentes, -y pese a ello-, son familias perfectamente funcionales por el cuidado de abuelos, tíos u otro tipo de intervinientes amorosos que velan por sus miembros.

 

Así las cosas, ¿cuál debe ser la posición socialdemócrata en torno a la ideología de género? La misma que Eduard Bernstenin, -uno de los padres fundadores de la socialdemocracia-, escogió. Rechazó el método marxista del conflicto. La socialdemocracia nace precisamente porque confronta ideas como el de la lucha de clases, el del conflicto entre sexos y el de la supresión de la familia. A partir de la 2da Internacional, la fractura entre la socialdemocracia y el marxismo se hizo insalvable. Al punto que la socialdemocracia se identificó con corrientes contrarias al marxismo, como la filosofía neokantiana y el fabianismo. Como la socialdemocracia es una corriente de pensamiento amplia, con el transcurso del tiempo, también se alimentó  de otras fuentes, como la filosofía cristiana. Tanto así que, Don Pepe Figueres, -líder fundador de la socialdemocracia tica-,  en el simposio “La Costa Rica del año 2000”, declaró que, en aquello que era “principal” para él, -tal y como lo era el fundamento ético-, prefería las tesis cristianas. (Mideplan, Imp.Nal. pág. 116). Daniel Oduber también fue contundente al respecto. Tanto así que, -en su obra sobre el origen de la socialdemocracia nacional-, dedica todo el capítulo sexto a la defensa del cristianismo. (Raíces del PLN, cap.6). Sin duda, la ética cristiana ha sido un pilar cultural básico de la socialdemocracia costarricense. No por casualidad, uno de los ideólogos originales del movimiento socialdemócrata tico, fue el sacerdote Benjamín Núñez, miembro de la Junta fundadora de la 2da. República. Posteriormente, la activa incorporación de líderes judíos en la socialdemocracia nacional, enriqueció aún más la veta espiritual de su pensamiento.

 

En otros campos, -como el del movimiento trabajador-,  la socialdemocracia nacional también ha procurado evadir las teorías materialistas del conflicto, tal y como sucede con el solidarismo. Este último es un movimiento laboral inspirado en las ideas del socialdemócrata Alberto Martén, que representó para el trabajador una alternativa ajena a la lucha de clases. Estas raíces, de naturaleza espiritual, no niegan que la socialdemocracia es hija de la laicidad, que es el sano principio de separación entre Estado e Iglesia. De hecho, la laicidad se deriva de conceptos espirituales. Por el contrario, la ideología de género es hija del laicismo, algo diferente a la laicidad. El laicismo solo acepta las filosofías materialistas en el debate. Pretende amordazar toda iniciativa que sea contraria a dichas corrientes. Ahora bien, reconozco que en Europa varios partidos socialdemócratas han optado por la ruta del laicismo y de la ideología de género. Por ejemplo, la España de Rodríguez Zapatero. El fue un gobernante socialdemócrata que llegó al extremo de aprobar una ley que permite el aborto en madres menores de edad, -con hijos sanos en su vientre-, sin el consentimiento de los padres. También es cierto que otros importantes líderes, -incluso izquierdistas como Rafael Correa o Tabaré Vasquez-, se han convertido en feroces oponentes de la ideología de género. En fin, como ciudadano tengo derecho a opinar, pero más grave es mi responsabilidad como líder. Como tal, debo inspirar y colaborar en señalar el rumbo. Por eso es que en lo ético, aspiro a la misma socialdemocracia que preconizó Don Pepe y Daniel Oduber. Una socialdemocracia que optó, -en lo cultural-, por fundamentar su ideario en la ética judía y cristiana. Por eso milito allí. Y mientras yo participe en su dirección, velaré para que a nadie se le persiga por abrazar tan profunda convicción. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 24 de agosto de 2015

LA FAMILIA FRENTE AL NEOMARXISMO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico La Nación bajo la dirección:


 

 

Para el marxismo, la familia era una institución que debía ser suprimida. La dialéctica marxista pretendía explicar los fenómenos sociales bajo el lente de la lucha entre oprimidos y opresores, y tal ideología aplicaba esa lógica a la institución de la familia. Dos obras históricas son básicas para comprender esta afirmación. La primera de ellas, El manifiesto comunista, y la otra es, El origen de la familia, la propiedad privada,  y el Estado. Allí sus autores, -Carlos Marx y Federico Engels-, sostienen que la familia es una expresión más del fenómeno dialéctico, donde los padres explotan a sus hijos, el padre a la madre, el hombre a la mujer, y así en adelante. Los hijos, las mujeres y demás oprimidos, deben combatir contra sus opresores. Tal es la base que da fundamento a su propia idea de lucha entre “explotados y explotadores”, pero aplicada a la familia. En consecuencia, se concluye que la familia es una entidad de dominación burguesa que debe ser suprimida. De hecho, en la primera de las obras referidas, Marx afirma sin ambages: “¿nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? ¡Pues confesamos este crimen!” En la segunda obra indicada, Engels insiste en su obsecuencia, y ataca la idea de familia constituida a partir del hombre y la mujer. Sostiene que ésta es “…una forma de esclavismo de un sexo por el otro, proclamación de un conflicto entre los sexos.” Para Engels, -uno de los padres fundadores del comunismo-, en la familia constituida por un esposo y una esposa, “la ventura y desarrollo de unos, se verifica a expensas de la desventura y represión de otros.” 

 

A partir de esas ideas absurdas, se saboteó la noción de la familia en la que el padre asume responsabilidad de primer orden. Desde el punto de vista ideológico, en la familia en que el padre conserva responsabilidad existe explotación. Se le llama “entidad patriarcal”, y es un término peyorativo de conformidad con la cosmovisión marxista. Para el marxismo clásico, una familia donde el hombre se ha unido con una mujer, teóricamente es un fenómeno donde se da la lucha entre “opresor y oprimido”. Allí los hijos son explotados por parte de sus padres, la mujer por parte de su esposo, y todos deben rebelarse. Por ello, la aceptación del aborto tiene su raíz en la idea de la libertad femenina a partir de un concepto marxista: que la responsabilidad de la madre ante sus hijos es una “servidumbre” propia de la sociedad patriarcal. En el socialismo la mujer sería libre de tal “esclavitud”. Dicho prejuicio ideológico fue lo que, a principios del siglo XX, llevó a los bolcheviques a aprobar las leyes del aborto, a facilitar de forma excesiva las leyes de divorcio, y a la idea de que los hijos debían ser “liberados” de sus padres en favor del Estado. Concebían que, era a través del sexo sin compromiso que la mujer lograba vencer las “cadenas opresivas” que le imponía el hombre. Así proliferaron diversos movimientos, -como el de Alexandra Kollontai-, que promovían la práctica del libre apareamiento. Además, en esa temprana etapa de la era soviética, en las aulas escolares se promovió una doctrina sexual materialista coincidente con esa  cosmovisión.

 

Como era de esperar, en la década de los años treinta, todo ese sabotaje contra la familia provocó que la sociedad soviética entrase en una profunda crisis. Según documenta la historiadora Sheila Fitzpatrick, cuando las autoridades comunistas tomaron consciencia del desastre social que la política antifamilia estaba provocando, la revirtieron de inmediato, y del todo. En junio de 1936, se emite un decreto por el que se revocó la excesiva facilidad del divorcio. Se desestimularon los movimientos como el de Alexandra Kollontai, -y otras corrientes similares-, que promovían la idea de la lucha entre los sexos, las cuales habían proliferado con aquellas políticas públicas del bolchevismo. En síntesis, se retomó la idea del sentido vital de la familia para la sociedad. Incluso, en ese mismo año, el Komsomolskaya Pravda anunciaba que “…los jóvenes deben respetar a sus padres y mayores, incluso si no les gusta el Komsomol.”  Tal y como anota Alvaro Lozano, -doctor en historia y experto en esa etapa de la vida rusa-, la Unión Soviética debió volver a reeducar a la población respecto de la importancia de los padres como autoridades que refuerzan los principios morales del hogar. Para Lozano, de no haberse revertido a tiempo tal doctrina sexual y familiar, a la sociedad soviética le hubiese sido imposible enfrentar el desafío que le impuso la segunda guerra mundial.

 

Pues bien, aquella peligrosa doctrina sexual y familiar de los textos clásicos del marxismo, ha regresado hoy: se llama ideología de género. La “novedosa” ideología de género es una expresión renovada de la dialéctica marxista. Por ser la traducción novedosa de aquel viejo fundamento ideológico, es neomarxismo puro. Muchos de los activistas liberales, -y de otras corrientes-, que defienden con celo la ideología de género, no imaginan que el marxismo sea su origen. Por ejemplo, pese a que fue una diputada nominada por un partido democristiano, la  actual Vicepresidente de la República se ha convertido en el adalid nacional de este neomarxismo de género, por lo que desconozco si tendrá noción de cuál es la verdadera raíz de aquello que ha defendido. Esta es una corriente materialista y antagónica de los valores que han forjado y dado fundamento histórico a la familia. Lo más preocupante del creciente auge de esta ideología, no es que se utilice como instrumento de poder por parte de algunos segmentos políticos, sino el daño que está haciendo en la juventud y la familia. Esta peligrosa corriente se está manifestando a través de múltiples políticas públicas.  Entre muchas, una especialmente preocupante: la nueva doctrina que los ideólogos del libre sexo están implementando en nuestras escuelas y colegios. Tal y como se infiere de la lectura del plan educativo sobre la materia, allí se promueve la unión sexual sustentada en el placer, o en las siempre tan cambiantes emociones afectivas. Así se aísla el sexo de todas las demás responsabilidades destinadas para acompañarlo. Ciertamente el derecho a gozar nuestros impulsos sexuales se asocia con el derecho a la felicidad, al que refiere la declaración de independencia de los Estados Unidos, y no su Constitución como creen muchos. Sin embargo, ese es un derecho que no es ilimitado, pues no puede desligarse de la responsabilidad y de los compromisos morales que asumimos en la vida. De lo contrario, retrocederíamos a la sociedad precristiana, en el que no solo los impulsos sexuales, sino que gran parte de los impulsos humanos, tenían carta blanca. Lo grave es que, -con estas corrientes-, hay muchos apostando peligrosamente contra la sociedad.

fzamora@abogados.or.cr