miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA MALDAD COMO FACTOR SOCIAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-maldad-como-factor-social/HVI3GTRSQ5GGVLYV4L2P435NAY/story/

Además de la noticia del deceso en prisión del perverso Charles Manson, en la página de sucesos de este diario, del pasado 8 de agosto, aparecía una nota periodística que me dejó perplejo. En esta hora de sombras, las noticias nos siguen llevando hasta el límite de nuestra capacidad de asombro. La nota aludía a la monstruosa conducta de un padre que había sido detenido por publicar fotos pornográficas de su hijita de cinco años. La incidencia que este tipo de atrocidades tienen en nuestra sociedad, me llevan a reflexionar sobre el abuso del enfoque excesivamente positivista que, tanto nuestra clase política, como los profesionales de la ciencia social, usualmente hacemos de los problemas sociopolíticos que nos aquejan. Nos aferramos al dogma de que la solución a los problemas de una nación y su cultura, dependen exclusivamente de las oportunidades socioeconómicas de sus ciudadanos. Y creo que ese error se deriva del apego a un razonamiento excesivamente materialista. Si eso fuese así, ¿por qué estamos empezando a superar en índices de criminalidad a Nicaragua, si ella hoy sigue siendo una nación mucho más pobre que nosotros? De hecho el Informe Regional para los años 2013-2014 del (PNUD), -que recoge datos de 18 países latinoamericanos-, pone a Nicaragua como ejemplo de cómo la pobreza no necesariamente genera violencia. Y puedo citar muchos casos más. Para ilustrar mejor el punto, las estadísticas, de la que tanta mano echamos quienes hemos sido formados en las ciencias sociales, demuestran que en Argentina, cuando años atrás aumentó su PIB, sin embargo creció la actividad delictiva. Y en sentido contrario, cuando en España la crisis multiplicó el desempleo, la criminalidad disminuyó; pese a que evidentemente la pobreza había aumentado. Durante años estuve convencido de que el problema del mal se circunscribía a un asunto de desigualdad, hasta que las impertinentes estadísticas me demostraron que, por ejemplo en Asia, hay muchos países en los que la desigualdad alcanza grados insospechados, y pese a ello, la actividad delictiva es bajísima.

En todo caso, ¿es justo satanizar la pobreza al grado de creer que ella es la causante de un hecho de maldad tan execrable como el que describí al iniciar este artículo? Evidentemente no. De pensar así, caeríamos en un reduccionismo peligroso. ¿Dónde radica entonces el origen del abrumador aumento de maldad del que estamos siendo testigos? Es en este punto que el tema amerita ser escudriñado. Pues bien, lo primero que debe anotarse es que la realidad de la maldad no tiene una explicación taxativa. Esto, a pesar de que algunos especialistas han pretendido reducir la cuestión a un problema estrictamente genético, para lo cual se ha echado mano de diversas teorías: que la maldad está asociada al cromosoma x que fabrica el código mao-a, hipótesis que posteriormente fue desechada; o por ejemplo que la perversidad es resultado de una baja densidad de neuronas en el sistema paralímbico, entre otros supuestos. En su reciente investigación sobre el origen de la maldad publicada en el año 2012, el eminente especialista en fisiología celular y molecular, Marcelino Cereijido, cuya línea de investigación son las interacciones celulares, descarta la existencia de un gen de maldad. En esencia, no existe, una conclusión tajante en torno a la cuestión del mal. Lo definitivo, tal como explicó el astrofísico Hugh Ross, lo cierto es que, “cual si existiese una mente bondadosa que así lo hubiese diseñado, las leyes de la física están predispuestas para que, entre más depravada se vuelva la persona, peores consecuencias sufra.”

No quiero dejar pasar la ocasión sin anotar algunas reflexiones que, en medio de esta suerte de pesimismo generalizado en el ambiente, nos ofrezca un poco de optimismo. Lo primero que se me viene a la mente es que, entiendo el mal como la ausencia de un bien que debería estar presente. En otras palabras, al igual que la oxidación no existe por sí sola, sino que es simplemente la corrupción del hierro, el mal no es algo creado, sino la realidad de una carencia en aquello que es bueno. Así las cosas, la bondad puede permitir el mal, pero no producirlo de suyo. El mal tiene la funcionalidad de contrastar el bien. No hay quien justiprecie mejor la bondad, que quien ha sufrido las consecuencias del mal; algo así como el fenómeno de los claroscuros en las obras de arte, donde las secciones oscuras son necesarias para resaltar la bella imponencia de las iluminadas. Aún el hecho de que no comprendamos el porqué de un determinado mal, no necesariamente por ello sea absurda su existencia. Estoy convencido de que no es posible que un ser libre pueda apreciar y valorar en toda su dimensión el bien, si antes no ha experimentado los efectos del sufrimiento. Incluso en la dimensión no moral del mal, como sucede en el caso de las desgracias naturales a las que nos vemos expuestos. Lo que implica incluso que el inocente esté expuesto a la posibilidad de sufrir el mal, pues si el mal lo sufrieran exclusivamente quienes lo provocan, aquello no sería mal, sino justicia, y por lo tanto, otra manifestación del bien; con lo cual no podríamos distinguir la diferencia entre ambos.

Una segunda reflexión: la maldad moral es posible porque somos libres, pues ciertamente sin libertad, la maldad podría impedirse. Pese a ello, muchos coincidimos que la libertad es un bien superior que debemos defender con ardor, a pesar de que, a causa de la libertad, somos capaces de hacer el mal. No cabe duda de que los beneficios del libre albedrío, -que es nuestra capacidad de actuar de una manera diferente al bien-, son innegables. Es la libertad la que siempre nos da la posibilidad de escoger algo distinto, incluso la posibilidad de rechazar a Aquel que nos la concedió. Y en este punto, otro colofón es que, aunque la experiencia del dolor reforma a muchos, existen aquellos a quienes los sufrimientos no los ablandan, sino que, por el contrario, los endurecen aún más. Las estadísticas penitenciarias ratifican esta idea en relación a cierto segmento de los presidiarios.

El mal es el grave precio de la libertad, pues cuando el ser humano se decanta con firme decisión por el bien, es porque antes sufrió la ausencia de éste, y de su valor en una dimensión total; caro precio para amar todo aquello que es digno de ser abrazado. Eso implica el riesgo de que el mal se manifieste aún en sus extremos más superlativos, como sucedió en Auschwitz o Camboya. O ¿cuál creemos que es mejor: un mundo sin libertad, en el que el mal es imposible, o uno en donde, dándonos la posibilidad de conocer la tiniebla, optamos por lo que es luz? fzamora@abogados.or.cr

lunes, 20 de noviembre de 2017

LAUDATO SI EN COSTA RICA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/laudato-si-en-costa-rica/GEIDR23IAVFG5JQYF4LC6TMD3Q/story/

 
El Vaticano anunció al mundo que el tema del simposio anual de la prestigiosa Fundación Ratzinger, sería sobre la encíclica Laudato Sí. Y gracias a la iniciativa de la U. Católica de CR y su rector Fernando Sánchez, se realizará en nuestro país, en este mes de noviembre. No quepa duda de que será la actividad cultural e intelectual de mayor importancia realizada este año en Costa Rica. Entre otras figuras de prestigio mundial, vendrán los Cardenales Hummes y Versaldi. En el contexto de la ocasión, amerita repasar algunos de los principios que, sobre el desarrollo sostenible y la ecología, planteó dicha encíclica, publicada hace apenas dos años. En primer término, deja en claro que la prerrogativa veterotestamentaria que le otorga al ser humano la potestad de dominar la tierra, preceptuada en el 1:28 del Génesis, yace condicionada por otro mandato igualmente importante, que hayamos en el versículo 2:15 del mismo Génesis: el de proteger la creación heredada. Es un derecho con su correspondiente deber. Así, la concesión que nos permite dominar contiene, en el mismo acto, la responsabilidad de preservar. Ese concepto confronta la acusación propalada por los detractores de la cosmovisión judeocristiana, quienes afirman que dicha filosofía ha propiciado una vocación humana predadora del ambiente. Por el contrario, su visión condena la soberbia antropocéntrica que pretende igualarnos a Dios y que niega nuestra condición de creaturas limitadas: la tierra es del Señor, nos precede, y nos fue dada como mayordomos. Debemos cuidarla en función de la razón moral de que, al igual que ella, no somos sino creaturas, pues natura se rebela cuando pretendemos suplantar a Dios; cuando nos comportamos como un agente exógeno a ésta, que pretende dominarla sin considerar que somos parte de ella. Por demás, en tanto lo hagamos responsablemente, ¿nos atrevemos a cuestionar el beneficio de nuestro dominio y mayordomía?

 

Un segundo aspecto a destacar, es que la encíclica reconoce con determinación la realidad del deterioro ambiental. Para la Iglesia, la pérdida de la biodiversidad, el cambio climático, el deterioro y disminución de las fuentes de agua dulce en el planeta, y la contaminación derivada de la actividad urbano-industrial, son realidades inobjetables. Negar la evidencia, es un acto irresponsable que solo puede entenderse en el marco de los intereses económicos propios de algunos grupos de poder industrial y de quienes medran de la  incultura del descarte. Por otra parte, en la obra se objeta la falsa dicotomía con la que se pretende resolver el tema, pues en un sentido se denuncia a quienes creen que basta la evolución tecnológica, aunque no la acompañe un compromiso ético, y en el otro extremo, también a aquellos que, en un integrismo ecologista radical, prácticamente desean que la actividad humana sea abolida. En otras palabras, rechazando el mito de un crecimiento material sin equilibrios ni fronteras, se objeta también la obsesión que pretende desterrar el progreso de forma absoluta. La inequidad como un acelerador de la crisis ecológica, es un cuarto principio que se infiere de la encíclica. La miseria en la que millones se arrastran, ante el desperdicio de recursos que hacen unos cuantos, provoca una degradación en doble vía: por una parte, la opulencia de los pocos les lleva a un abuso irracional de los recursos planetarios que, -tal y como lo demuestran las estadísticas de las investigaciones técnicas-, hace que tan solo un 10% de la población mundial, emita prácticamente el 50% del total de las emisiones de carbono del planeta. En el sentido contrario, la necesidad y el desconocimiento de los muchos en pobreza, les lleva a una explotación inadecuada de los recursos naturales a los que logran acceder. Por ejemplo, en Haití la tasa de deforestación para el uso de carbón vegetal, leña y como fuente de energía, prácticamente devastó todo el bosque nacional. Y en otras naciones pobres, como Camboya, Guatemala o Paraguay, la deforestación por razones de necesidad alimentaria, alcanza niveles insospechados.

 

En razón de que la cosmovisión judeocristiana concibe la creación como una herencia otorgada en mayordomía, los beneficios que se obtienen de la naturaleza deben plegarse a las posibilidades sostenibles que ella ofrece. O sea, recibir lo que el proceso natural de suyo permite. Sin embargo, con la actual propensión de la incultura del descarte, lo que se pretende es exprimir todo lo posible del ecosistema. En palabras del Papa Francisco: “sin que la naturaleza y el hombre se tiendan una mano amigable”. Las indiscriminadas manipulaciones genéticas aplicadas tanto en la producción vegetal como animal, con intención de aumentar utilidades comerciales, son un ejemplo que ilustra este punto. De esta propensión sobre-extractora, se deriva un quinto principio del documento pontificio: un crecimiento material acelerado e ilimitado es una noción incompatible con la sostenibilidad ambiental. A pesar de lo que aspiren lograr los poderes financieros del mundo, si la explotación es desequilibrada, la disponibilidad de los bienes planetarios se agotará irreversiblemente. Otro principio que se extrae de la obra papal, es la necesidad de replantear el actual paradigma tecnocrático. ¿Cómo? entendiendo que el propósito lucrativo del desarrollo tecnológico, debe subordinarse al objetivo ambiental. En otras palabras, en la promoción del desarrollo tecnológico no puede valorarse exclusivamente el rédito económico, sino que deben atenderse las eventuales consecuencias negativas del mismo. Laudato Sí nos hace igualmente una advertencia lapidaria acerca de los peligros de la actual incultura relativista. En el relativismo todo resulta irrelevante en tanto no genere utilidad a los intereses inmediatos. Es la lógica perversa que lleva a aprovecharse y disponer de lo demás como objeto: ya sea el ambiente, sea un feto en el vientre materno, o una mujer sexualmente objetivada. En contraposición a tal panorama, nos llama a la consecución de una cultura ambiental que tenga en cuenta todos los factores del desarrollo humano. En mejores palabras, un lugar contaminado exige contestar ¿por qué el comportamiento y funcionamiento de la comunidad lo está destruyendo? Demos por asumida la relación entre la naturaleza y la sociedad que la habita. No existen dos crisis, -la social y la ambiental-, que sean ajenas la una de la otra. El desafío de un ambiente ecológicamente equilibrado y el de una sociedad digna es el mismo. fzamora@abogados.or.cr

LA TRAVESIA DEL PENSAMIENTO HUMANO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-travesia-del-pensamiento-humano/AMMLYPLUY5FOLNVOU57HU6NGHY/story/

Publicado en el España en:
https://www.elimparcial.es/noticia/183289/opinion/la-travesia-del-pensamiento-humano.html


He recibido la última obra sobre filosofía jurídica de mi colega y entrañable amigo Manrique Jiménez Meza, uno de los juristas latinoamericanos más prolíficos. Repasando el esfuerzo de autores como él, cavilaba sobre lo irritante que es ver la atención que se prodiga a tanta basura propia de esta sociedad del entretenimiento, mientras que el empeño de valor cultural es relegado al extraviado rincón de la indiferencia. Esa encomiable contribución a la historia del pensamiento jurídico, motivó en mí esta breve reflexión sobre el periplo de las ideas humanas. En auxilio a este cometido, y en el cuidado de no usurparle conceptos a él, he recurrido a mi mucho más modesto libro “El origen del ideal constitucional”, que años atrás me publicó Editorial Juricentro, y del que extraigo algunas ideas que entonces desarrollé. Veamos. Si tomamos en cuenta que la historia humana arranca con la palabra escrita, podemos asegurar que la travesía de las ideas humanas aún es joven, pues prácticamente el noventa por ciento de nuestra existencia estuvo sujeta a la tradición oral. En todo aquel inmenso período, la idealización humana estuvo confinada a la mitología. Así las cosas, el verdadero peregrinaje del pensamiento humano tiene su punto de partida en el paradigma del mundo antiguo y a partir de la expresión escrita. Y aunque es en el Oriente medio donde surgen las primeras grandes civilizaciones, la realidad es que el primer paradigma del pensamiento humano surge con las ideas filosóficas de la Grecia antigua. Ahora bien, la cosmovisión grecolatina era muy diferente a las nociones generales que hoy asumimos. Por ejemplo, el Dr. Francisco Alvarez González, -erudito en filosofía antigua-, señalaba que a diferencia de lo que la ciencia ahora nos enseña sobre el inicio del universo, buena parte de aquel pensamiento de la antigüedad no compartía la noción de que el universo tuvo origen. Por el contrario, la mayoría de los grandes filósofos de entonces, asumían la idea del universo sin principio ni final. Para ellos el cosmos era una realidad última a la que pertenecían las ideas, seres humanos, espíritus, ángeles y dioses, y su concepción acerca del curso de la existencia no era lineal, como lo entendemos hoy, sino cíclico. Cada ciclo cósmico iniciaba en una edad dorada, degenerando progresivamente antes de ser destruida hasta reiniciar con otra nueva etapa. Si bien consideraban que existían fuerzas divinas que regían el destino, concebían que éstas eran caprichosas e insensibles.

 

Cuando se desintegra el imperio romano, -y con él la cultura grecolatina-, Europa era azotada por bárbaros de diferentes procedencias. Vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos, -entre otros-, que asolaron las pocas y devastadas ciudades y pueblos, que a duras penas subsistían tras la caída imperial. El monumental desafío de reconstruir la cultura europea, fue un esfuerzo titánico que le correspondió asumir a la entonces incipiente cristiandad. Cuando la cultura cristiana se consolidó, con ella brotó un segundo gran paradigma de pensamiento, una comprensión opuesta a aquella del caos cíclico del mundo pagano antiguo. A partir de los monjes y filósofos escolásticos, se retomó la inusual convicción semítica de los hebreos, según la cual Dios creó lo existente a partir de la nada, pues Él no era parte del cosmos. Con ese fundamento, surgió también la convicción de la existencia de un orden encubierto en el universo. Por cierto, aquella inconcebible idea de que el universo podría haber sido creado a partir de un instante, hoy dejó de ser una quimera insensata, al resultar demostrado por la ciencia que éste ciertamente tuvo un inicio intempestivo. En fin, el pensamiento filosófico de aquella etapa, concibió que era posible discernir la verdad, tanto por la razón natural, como por la fe revelada. Por ejemplo, para Tomás de Aquino la razón natural nos permite discernir la diferencia entre la bondad y la maldad, o también reconocer que todo lo existente tiene una causa original, tal como también lo enseña la fe revelada. En síntesis, para ellos existía una “teología natural” que, en aspectos como la existencia de Dios, o la vida moral, confirmaba lo que la teología bíblicamente revelada afirmaba. En su obra sobre historia de la ciencia, el matemático y filósofo inglés Alfred N. Whitehead, anota que aquella insistencia del cristianismo “en la racionalidad de Dios” permitió que se instaurase una vocación que aspiraba a comprender aquel universo creado que ya no se asumía caótico ni caprichoso. Por ello en el siglo XIII, los religiosos franciscanos Robert Grosseteste y Roger Bacon,  propusieron el método inductivo experimental, que sentó las bases del método científico, y cuya consecuencia fue el surgimiento de la ciencia como tal.

 

Y con la ciencia nace una rotación radical en la travesía de las ideas humanas. El historiador de la ciencia Lynn White, sostiene que aquel empeño de la cultura monacal cristiana por investigar la naturaleza basándose en la experiencia, la observación y el experimento, instituyó el método empírico, catalizador de la revolución científica posterior. Igualmente Jean Gimpel, erudito en historia científica, sostiene que la piedra angular que dio origen a la ciencia fue la idea monástica de que, como el universo era una “construcción racional”, la naturaleza debía ser investigada a través de los sentidos. Por demás está decir que esa era científica de la que aún disfrutamos, es la que nos ha facilitado buena parte de nuestro bienestar material, y que ha provocado las cuatro revoluciones industriales; solo por citar uno de sus muchos beneficios.

 

Pues bien, el sociólogo Jeremy Rifkin ha denunciado que, con la irrupción de la revolución cibernética y los estertores de lo que llama “conciencia teológica e ideológica”, la humanidad ingresó en una aberración posmoderna denominada la “era teatral”, que se suma al antirracional y contracultural fenómeno posmoderno. En esta “era dramatúrgica” el pensamiento humano se sustituye en una oquedad que se bifurca, por una parte, en la aniquilación de la noción histórica de progreso, y por otra, donde las relaciones sociales, siendo ahora interactivas, provocan que en la web, millones hagan de sus vidas una interpretación de tipo narcisista y teatral para los demás. Un infinito voyeurismo; un psicodrama a escala planetaria. Por ello, el sociólogo Philip Rieff espetaba indignado que hoy el hombre no procura ser redimido, su aspiración es simplemente ser complacido.  fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 18 de octubre de 2017

El ideal social del trabajo

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ideal-social-trabajo_0_1664433556.html

Superar las condiciones laborales de los ciudadanos es una pretensión política cardinal y el vertiginoso avance tecnológico que experimentamos, es contexto inmejorable para alcanzar ese objetivo. Por eso amerita repasar los antecedentes y perspectivas futuras del ideal social del trabajo. Hegel resumía el concepto en una idea fundamental: en el momento en que producimos nuestros propios medios de subsistencia, o sea cuando trabajamos, es que nos diferenciamos del reino animal. Ahora bien, no es posible vislumbrar el futuro del trabajo sin comprender su entorno histórico. Peter Hünermann nos recuerda que el proceso evolutivo del trabajo humano en la cultura ha tenido hasta hoy tres períodos esenciales. El primero de ellos fue el trabajo campesino-artesanal, que durante milenios caracterizó a la humanidad, hasta el advenimiento de la época moderna. Si bien es cierto, antes del advenimiento del mercantilismo el trabajo humano no se había reducido como una mercancía con valor de cambio económico, la realidad es que durante la antigüedad anterior a la edad media, el trabajo humano era considerado indigno. Para la cosmovisión previa al cristianismo, el trabajo físico era algo deshonroso y destinado exclusivamente para los esclavos y las clases más bajas. De ahí que Plutarco refiera que Platón se molestó con Arquitas porque éste último había construido manualmente un aparato. Pese a que era un invento de Arquitas, para Platón la construcción del diseño debió hacerla un artesano, y jamás un hombre libre habituado al intelecto. En “De officiis”, -su obra sobre los deberes-, Cicerón no deja dudas acerca de lo que pensaba el hombre grecolatino en relación al trabajo. Allí afirmó que trabajar diariamente para subsistir “era deshonroso para un hombre libre.” Esto fue así porque previo al arribo de la cristiandad, tal y como está documentado especialmente en relación a la sociedad grecolatina, el objetivo de la población libre y acomodada, era básicamente la búsqueda de los placeres. Uno de los mayores choques culturales de la historia, fue precisamente el que enfrentó al mundo antiguo, -con su visión despreciativa del trabajo y hedonista de la vida-, colisionando con la irrupción de los nuevos valores del cristianismo, que tenían al trabajo por algo honroso y digno.

Pues bien, después del grave caos que vivió Europa durante el periodo vandálico posterior a la caída del Imperio romano, -y una vez que se logró consolidar la cultura cristiana como orden sustituto del paganismo-, la noción del trabajo adquirió una valoración superior. Sin embargo, más de un milenio después, al consolidarse la cultura industrial, la noción y el concepto del trabajo sufrieron una violenta sacudida. Esta agresiva transformación surgió con el desarrollo del mercantilismo. Este fenómeno cobró inusitada fuerza con la aparición de la matriz energética derivada de la aplicación de los primeros rudimentos de la actividad técnica y mecánica, así como la posterior explotación de  los combustibles fósiles y las telecomunicaciones. A partir de allí, el trabajo tomó un cariz diferente. Dejó de ser un apreciado valor inmaterial pasando a ser una mercancía más, cuyo precio estaba sujeto a las condiciones de la oferta y la demanda. El economista griego Yanis Varoufakis resume el fenómeno con este ejemplo sencillo: ya sea donar sangre, o cualquier otro acto de altruismo o heroísmo, pierde su valor inmanente a partir del momento en que a ello se le pone precio en dinero. Y eso fue lo que ocurrió con el valor del trabajo a partir del mercantilismo industrial, porque cosificó la cultura laboral. Esta simplemente pasó a ser un objeto del mercado. Y cuando las máquinas prescindieron de miles de trabajadores provocando que la oferta laboral fuera abundante, el valor del trabajo se depreció hasta la indignidad.

 

El trabajo alcanzó cotos de abyección insospechados, al extremo que fue usual que en su tierna infancia niños muriesen explotados en jornadas laborales extenuantes y mal pagadas. En ese punto de la historia surgieron dos grandes corrientes que aspiraron a reivindicar el ideal social del trabajo. Una primera corriente era conformada por dos fuerzas: una vez más, una de esas fuerzas era el cristianismo, a través de la doctrina social de la Iglesia, mediante encíclicas históricas como la Rerum Novarum de León XIII. La segunda fuerza de aquella primera corriente fue la socialdemocracia y su idea de la dignificación del trabajo por la vía no violenta, la cual asumía además, que la reivindicación del trabajador no debía acarrear la destrucción del sistema de libertades que caracterizan a Occidente. La otra gran corriente fue la cosmovisión marxista que, como todos sabemos, aspiró a dignificar el trabajo imponiendo la cosmovisión de una utopía materialista. Una suerte de reino idílico de prosperidad y felicidad laboral, que sería posible a partir de una dictadura liderada por la clase trabajadora. Dicha vía, que tenía como ideal último la extinción del Estado hasta alcanzar una suerte de Edén resultado de la sociedad comunista, implicó sin embargo, conculcar todo el sistema de libertades. Tanto la influencia del marxismo, como también los ideales de la socialdemocracia, y la doctrina social de la Iglesia, conjugaron condiciones para que la clase trabajadora industrial alcanzara importantes prerrogativas en pro de la dignificación del trabajo.

 

Pues bien, a las puertas hoy de la cuarta revolución industrial, impulsora de la tecnología robótica que libera al hombre de gran parte del trabajo mecanizado enajenante, existen las condiciones para conquistar una etapa superior del ideal social del trabajo. Esto porque el trabajo que provoca mayor realización y gozo al hombre no es el trabajo mecánico, serial y enajenante, sino el trabajo creativo. En este punto incluso, sucede que entre más posibilidad tienen las compañías de sustituir el trabajo humano por el de las máquinas, la tendencia del mercado provoca que sea menor el valor del producto derivado, imponiendo así una nueva realidad del mercado: el producto se justiprecia si en él se inyecta creatividad e innovación. Dicha tendencia del mercado más bien parece un fenómeno de carácter espiritual. La gran moraleja del asunto es que esta etapa superior del ideal social del trabajo, solo se podrá alcanzar si a esta violenta revolución tecnológica le añadimos una nueva cultura de orden jurídico laboral, en donde el nuevo contrato social del trabajo se asiente sobre dos grandes basamentos: el primero de ellos deberá implicar la reducción de la jornada laboral, y el segundo será destinar un porcentaje del superávit productivo que la robótica provocará, en pago de la economía social solidaria, que hasta hoy no se le reconoce remuneración alguna. fzamora@abogados.or.cr

martes, 3 de octubre de 2017

¿Qué engendra al Estado fracasado?

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/engendra-fracasado_0_1662033785.html

Por mejor diseñados que estén, los Estados son entidades sociales que dependerán de sus líderes para transitar sobre los rieles correctos, porque el mismo potencial de autoridad que les permite a los Estados garantizar la libertad de sus ciudadanos, también les permite conculcarla. Al fin y al cabo, tal y como afirmó Max Weber,  “el Estado en su mínima expresión es una entidad social que, en una jurisdicción determinada, posee el monopolio de la fuerza.” Por ello países como Haití, Ruanda, Siria o Afganistán, son prueba fehaciente de que los Estados fracasados provocan crisis humanitarias que derivan en graves conflictos internacionales. El ejemplo más ilustrativo lo ofreció el débil Estado afgano, tan fallido que, a inicios de este siglo, fue tomado por Al-qaeda, un grupo de delincuentes internacionales arropados con el disfraz del islamismo, para montar la base de una transnacional terrorista. Pues bien, en un afán de que nuestro país no caiga nunca en las profundidades en las que han caído países como los del triángulo norte centroamericano, amerita contestar cómo se engendra a un Estado fracasado. En función de tal cometido, lo primero que debemos aclarar es que el Estado surge en la historia humana, gracias a las culturas capaces de acumular bienes. A partir de que el hombre desarrolla la actividad agrícola, logra almacenar producto. Esto por cuanto la cosecha del trigo, la cebada o el arroz, se podía conservar por mucho más tiempo de lo que se podía acumular lo cazado o recolectado, que era rápidamente perecedero.  Así, la acumulación de producto agrícola permitió riqueza a algunos individuos y además aprovechar su tiempo en actividades que requerían mayor abstracción intelectual. Nació una cultura más sofisticada de la que surgieron logros como la escritura, la moneda, y los inventos técnicos con alguna sofisticación, como las nuevas herramientas agrícolas, las armas  y gracias a ellas, los ejércitos.  

Igualmente fue posible esa magna creación de la cultura humana que es el Estado. ¿Por qué? porque el almacenamiento de granos permitió el desenvolvimiento de la actividad crediticia, surgiendo la deuda con ello, y estimulándose el uso del dinero. Esto a su vez fue catalizador de la existencia del Estado, pues éste era indispensable para darle confianza al valor de la moneda, compeler por la fuerza el pago de las deudas y proteger las ciudades y sitios donde se almacenaban bienes agrícolas. Por el contrario, las sociedades cazadoras y recolectoras, como las hordas del África profunda, las tribus del Amazonas o de la Norteamérica precolombina, u otras comunidades como los aborígenes de Oceanía, no fueron capaces de instituir la escritura, los ejércitos formales, ni mucho menos Estados. Así las cosas, la primera enseñanza de tal realidad histórica es la siguiente: el superávit fue un factor que hizo posible al Estado. Y a “contrariu sensu, el déficit provoca la inviabilidad de los Estados. Es por ello que podemos afirmar que una de las razones por la que fracasan los Estados, es el hecho de que pertenezcan a sociedades con una balanza económica deficitaria. Más no demos por sentada que esa es la conclusión final.

Lo verdaderamente esencial en las sociedades no es su producción económica o comercial, sino los valores intangibles. Advierta el lector que al inicio anoté que el Estado fue una derivación de la cultura, y no de la economía, pues es el desarrollo cultural de una sociedad la que genera prosperidad económica, haciendo a su vez viable al Estado. Repasemos algunos elementos que sustentan esta afirmación. La Unión Soviética fue el Estado fallido más grande y poderoso de la historia humana. En su libro “El año que cambió el mundo”, Michael Meyer -periodista de Newsweek acreditado en Europa del Este-, revela cómo desde años atrás se tejieron  los liderazgos de los movimientos políticos, laborales, espirituales y culturales en general, que detonaron desde adentro la cortina de hierro. Hasta provocar, primeramente una crisis de la cultura, y consecuencia de ésta, un colapso del sistema productivo. Todo hasta el derrumbe económico del orbe comunista.

Donde no existe un fundamento cultural fuerte, el Estado fracasa. De ahí que gran cantidad de Estados fallidos modernos, son aquellos que no surgieron como resultado de un proceso cultural propio de la sociedad que aspiran controlar, sino que, en la mayoría de los casos, han surgido como imposiciones o construcciones artificiales. Así sucedió con Zimbawe, -originalmente denominado Rhodesia-, un Estado fundado por el británico Cecil Rhodes, colonizador y empresario minero. Es un ejemplo prototípico de muchísimos Estados, los cuales eran inexistentes antes del coloniaje europeo. Primero fueron construcciones artificiales de británicos, holandeses, franceses y portugueses, y finalizada la segunda guerra mundial, se generó el nacimiento de una oleada de Estados independientes donde antes existían colonias impuestas sin mayor antecedente histórico-cultural. El resultado: salvo contadas excepciones, la gran mayoría de ellos son Estados fracasados. Por el contrario, sabemos que el éxito de un Estado dependerá de la calidad de la cultura de la sociedad donde éste surge, pues es la cultura la que condicionará la calidad de las instituciones estatales.

 

Veamos a lo que me refiero. Por ejemplo, uno de los grandes debates ideológicos sobre el Estado se reduce al siguiente dilema: para alcanzar prosperidad ¿debe reducirse, o más bien aumentarse la fuerza y el alcance estatal? Pues resulta que el desarrollo de una sociedad más que depender del tamaño del Estado, dependerá de la eficacia de sus instituciones. Corea del Sur tiene un Estado con una buena dosis de intervención, como lo tenemos otras naciones latinoamericanas, sin embargo, Corea alcanzó niveles muy superiores de crecimiento, comparado con otros países intervencionistas de latinoamérica. Al leer a economistas como James Robinson y Daron Acemoglu, se infiere que los condicionantes fundamentales que inciden en la prosperidad en realidad dependen de la calidad de la política y de las instituciones de una nación, o sea, de su cultura. Y mucho menos de las variables económicas. De ahí lo grave que enfrentamos con hechos como el del “cementazo” y la corrupción asociada a su alrededor, pues si la descomposición de la cultura hace de las entidades públicas fines en sí mismas, socavando las instituciones democráticas que generan confianza, se está a las puertas del Estado fracasado. fzamora@abogados.or.cr

 

 

martes, 26 de septiembre de 2017

EL DECLIVE DEL CONCEPTO NORTE-SUR

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/declive-concepto-norte-sur_0_1660233988.html

Varios economistas de la década de 1950 del siglo pasado y durante casi todo ese siglo, sostuvieron una doctrina denominada el estructuralismo, la cual esencialmente consistía en la convicción de que la economía de América latina, -y en general la del sur del mundo-, estaba condicionada para mal por el norte desarrollado. Uno de los máximos exponentes de esta teoría fue Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de la CEPAL (organización económica suprarregional de la ONU en esa materia), quien sostenía la existencia de un problema estructural. Para ellos, el problema surgía entre las metrópolis económicas, que estaban en el “centro”, geográficamente ubicado en el hemisferio septentrional, y por otra parte su “periferia”, que era el austral o sur. Para los estructuralistas, las economías periféricas estaban condicionadas por el hecho de que las desarrolladas economías del “centro”, nos vendían bienes con un valor tecnoindustrial mucho mayor que el de nuestras exportaciones de materia prima. Se aferraban a esa razón para considerar que nos arrastraban hacia un constante perjuicio en los términos de intercambio comercial mutuo. Concluían que la consecuencia de tal inequidad en las condiciones comerciales era que nosotros, en el sur, cada vez adquiríamos menos productos fabricados en el norte desarrollado, o “centro”, y por el contrario, ellos adquirían cada vez más de nosotros, los del sur o “periferia”. El resultado final es que el centro cada vez vendería menos a la periferia, a peor precio, pero adquiriendo más de ella.


Así las cosas, la tesis de los estructuralistas fue la de cerrar nuestras economías al comercio internacional, e implementar políticas públicas de fomento industrial. Lo que se denominó “política de sustitución de importaciones”, que tal como la frase lo indica, consistía en la vocación económica de sustituir, mediante producción nacional, lo que se importaba de las metrópolis mundiales. El éxito de la estrategia estructuralista fue relativo, pues pese al esfuerzo realizado, estas industrias se circunscribieron a los limitados mercados nacionales de cada país latinoamericano. Para entonces el mercado latinoamericano era aún más cerrado, y tal como ahora, el subcontinente no se abría para estimular una vocación competitiva de nuestras empresas industriales. Amén de que las sociedades latinoamericanas eran muy pobres. El resultado final del experimento fue el fracaso competitivo de una latinoamérica comercialmente fragmentada, frente a economías de otros hemisferios que se agigantaron, como las de Asia. El vagón de la estrategia estructuralista finalmente debió detenerse en la llamada década perdida (década de 1980), cuando los índices de crecimiento y productividad latinoamericanos fueron insostenibles.

A la par del estructuralismo, también tomó fuerza la llamada teoría de la dependencia -de origen marxista-, según la cual, las economías del sur básicamente eran pobres porque eran explotadas por las del norte. De acuerdo a esa convicción, la economía de mercado estaba determinada por una mecánica en donde los que ganan, necesariamente lo hicieron porque otros perdieron. Pero hoy esa teoría no goza del mismo crédito. El concepto ha sido reexaminado por profesionales de la misma Cepal, como José Antonio Ocampo, considerado por el Centro Internacional de investigación para el desarrollo como uno de los economistas más importantes de los últimos veinticinco años. Incluso antes de morir, Eduardo Galeano su principal exponente, reconoció que a la edad en que escribió su manifiesto, no estaba lo suficientemente capacitado para haberlo escrito. La realidad demostrada es que cuando las transacciones económicas son honestas, de una u otra forma ambas partes ganan. Una prueba histórica que demostró las bondades de la apertura comercial hacia el mundo por parte de nuestro subcontinente, radica en las irrefutables estadísticas durante el coloniaje español. Por ejemplo, durante el monopolio comercial impuesto por España, que impedía a nuestras colonias comerciar con cualquier otra nación fuera de la madre patria, la economía estuvo muy distanciada de las estadísticas de prosperidad que surgieron a partir de la apertura comercial que autorizó el Rey Carlos III.   

Ahora bien, ¿qué hecho ha evidenciado con mayor contundencia el declive de la noción norte-sur?: sin duda el vertiginoso paso hacia la realidad digital. Hoy los niveles de bienestar, y por tanto la división en el acceso a las oportunidades, ya no está estrictamente condicionada por la geografía norte-sur, pues lo que influye es la distancia que existe entre quienes dominan la tecnología digital, y quienes no tienen acceso a ella. Independientemente del hemisferio en el que vivan, o si su economía es del “centro” o de la “periferia”, pues, ¿qué debe entenderse hoy por centro económico mundial? Ciertamente Estados Unidos sigue siendo la mayor economía, pero no se sabe si ahora periferia es un medio oeste estadounidense desconectado a internet, en relación a la ciudad de California, o si, en relación a la misma California, son por ejemplo aquellos costarricenses que sí estén conectados a la revolución digital, tal como lo planteó Felipe Gonzalez en su última obra. Porque un ciudadano del hemisferio norte cibernéticamente analfabeta, tendrá menos potencial que un ciudadano del sur plenamente involucrado en la revolución digital.

Países que pertenecen al hemisferio sur como Singapur, cuya economía hasta hace treinta años era considerada “periférica”, hoy vende derivados de petróleo de altísimo valor, pese a que no produce una gota de crudo. ¿Cómo lo ha logrado? tres ingredientes esenciales hay en la fórmula de países como Singapur o Corea del Sur: a) su total inmersión en la revolución digital, b) el enfoque hacia la educación técnico científica de su población, y c) economías nacionales absolutamente dirigidas hacia una vocación exportadora. Incluso esta estrategia tiene poco -o nada-, que ver con la orientación política de los Estados que ensayan dicha fórmula, pues también le funcionó a una China sin libertad política que, después de Deng Xiao Ping, pasó de ser una bucólica economía de subsistencia, a ser la segunda potencia del mundo. Independientemente de donde se encuentre geográficamente ubicada una nación, pertenecerá al centro económico del mundo quien ofrezca una innovación técnica que añada valor a la sociedad digital. La noción “norte-sur” entró en franca decadencia porque la realidad digital está destruyendo, tanto los núcleos, como las fronteras económicas de ayer. fzamora@abogados.or.cr

 

 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

EDUCACION DE ALTO COEFICIENTE

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Educacion-alto-coeficiente_0_1658034181.html

 

A raíz de una observación que sobre el tema educativo hice en mi artículo “Socialdemocracia y desigualdad” (LN 21/7/17), algunos lectores me enviaron -vía correo electrónico-, interesantes preguntas que motivaron esta reflexión. Me limitaré a lo que especialistas estiman son algunos parámetros esenciales de un modelo educativo eficiente para el siglo XXI. El primer parámetro con el que inicio, lo ha desarrollado Howard Gardner, un experto en educación de la Universidad de Harvard. Para Gardner la educación del futuro debe priorizar en educar las inteligencias, pues sostiene una teoría muy generalizada, acerca de la existencia de inteligencias múltiples. Fundamenta su tesis desde la centenaria tradición de desarrollo de las evaluaciones psicológicas. Su conclusión es que la ciencia profundizará cada día más en las estructuras neuronales implicadas en la ejecución de las diferentes actividades intelectuales, demostrando hasta qué extremo las capacidades pueden ser independientes unas de otras. Y escudriñando hasta qué punto, sujetos que destacan en determinada actividad, lo hacen porque tienen procesos neuronales distintos. Un creyente traduciría esta tesis científica con la idea del “llamado”, o en otras palabras, que existen distintos llamados y propósitos de vida para cada persona. Incluso tal concepto de inteligencias múltiples condiciona los métodos educativos, pues algunos aprenden mejor visualizando y palpando, otros escuchando, algunos memorizan con facilidad datos, mientras otros lo hacen con colores o sensaciones. Hay quienes aprenden mejor en solitario y otros en grupo. Así las cosas, ante la pluralización de inteligencias, el primer parámetro es que deben existir tanto métodos educativos como educación enfocada en las distintas inteligencias o “llamados”.

 

Un segundo parámetro, nos advierte que, además de aprender, hoy es de fundamental importancia “aprender a aprender”. Cecilia Bixio, experta en pedagogía de la Universidad de Rosario, nos señala que no basta que por medio de la evaluación el docente se asegure que el alumno adquirió la información impartida, pues el diseño didáctico también debe apuntar al constante desarrollo de estrategias de aprendizaje. De tal forma que el alumno también adquiera las destrezas sobre cómo “aprehender” conocimientos. Un tercer parámetro nos refiere a la educación centrada en la creatividad. Aquí el educador cataliza, facilita, es orientador sutil y agente de enseñanza, pero no causa definitiva. Va más allá de los procesos lineales del hemisferio izquierdo de nuestros cerebros, e incluso se legitima la intuición que, -tal como la define el diccionario-, es la percepción rápida de la verdad sin que medie razonamiento consciente. Se promueve la creatividad reconociéndola como un conocimiento que del interior brota. Es esa forma inmediata de conocer a través del sentir interno, donde el hemisferio izquierdo del cerebro no interviene. De ahí que el científico del aprendizaje Jerome Bruner sostenga que todo niño, enfrentado a una materia nueva, echa mano de la intuición so pena de quedar paralizado. De igual forma actúan los científicos cuando apelan a la intuición al quedar neutralizados operando en las fronteras de su especialidad. Por ello es indispensable que, en el currículo educativo, se fomente la combinación e integración de asignaturas  científicas con talleres creativos que estimulen los métodos propios del hemisferio derecho del cerebro (arte, estimulación sensorial, etc.). Aquí es ineludible la integración teoría-práctica, como lo es por ejemplo, aprender matemática elaborando una cúpula, o historia mediante una dramatización teatral. Algunos especialistas van más allá, y sostienen la necesidad de impedir la teoría sin práctica. Es fomentar con agresividad la creatividad hasta generar una masa crítica de creadores y emprendedores, tal como sucedió en el Renacimiento. Aún más, no hay forma de producir riqueza si no es cultivando la existencia de emprendedores, que son quienes generan empleo y pagan impuestos. Un cuarto parámetro alude a la educación excepcional para el alumno en desventaja social. Paulo Freire se refiere a ella como la “educación para el oprimido”. Este tipo de educación comprende la educación extramuros, que incluye proyectos de valoración sociológica del hogar, asistencia socioeconómica, abordaje de los factores de riesgo de delincuencia juvenil, y la integración al proceso educativo, tanto de los padres o guardadores del estudiante, como de la comunidad y sus autoridades locales.  

 

Un quinto parámetro apunta hacia lo que autores como Alfredo Gadino denominan “gestión del conocimiento”. Dicho concepto implica, entre otras, las estrategias generales de pensamiento potenciadoras de la imaginación, la atención y la memoria; así mismo los métodos para potenciar los dominios específicos del conocimiento, como las ciencias naturales, la matemática o las ciencias sociales, y las estrategias que implican espacio de intersección de pensamiento y acción, como lo es la exploración de soluciones alternativas a los problemas y las estrategias de toma de decisiones en distintas coyunturas. Otra vertiente de este mismo paradigma se refiere a lo que Evangelina Simón, experta en comunicación y lenguaje, refiere como los métodos para el desarrollo de hábitos de interpretación. Hace una clara distinción entre lo que es comprensión y lo que es interpretación, criticando el énfasis único en la “comprensión”, propio del viejo paradigma educativo. La importancia de esta diferencia se refleja en aspectos como la lectura crítica en internet, tema ampliamente desarrollado por la experta en educación Beatriz Fainholc. Sin capacidad de interpretación crítica, no hay forma de discernir lo que amerita ser aprendido dentro del enorme acervo digital del ciberespacio. O sea, discernir entre a) el conocimiento que posee valor educativo y cultural, b) la información inocua  y c) información falsa, incorrecta, o dañina.

 

Finalizo con el parámetro más importante de todos, defenestrado por la actual incultura materialista de consumo: el fomento de los valores en el sistema educativo. Nuestra educación se ha rendido a los malolientes pies de una sociedad utilitaria, enfocada en la autocomplacencia egoísta y centrada en los placeres. Ideales como el honor, la templanza, la urbanidad, la pureza, o la fe en lo espiritualmente trascendente, hoy son malas palabras para ciertas voces estridentes y agresoras. Incluso se pretende expulsar del debate público a quienes defienden tales valores. Ahora el cultivo de la virtud es demérito y lo vulgar mérito. La cuestión de fondo es, ¿en medio de la incertidumbre actual, adonde le enseñaremos a nuestra juventud a anclarse? fzamora@abogados.or.cr

 

 

jueves, 17 de agosto de 2017

ECONOMIA CON POTENCIA MORAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Economia-potencia-moral_0_1652634724.html

 
El informe del 2014 de la Asociación americana para el avance de la ciencia, advierte el enorme riesgo de que las emisiones de CO2 continúen impulsando las temperaturas mundiales. De mantenerse el proceso de calentamiento, los fenómenos ambientales irreversibles equivalen a permanecer dentro de un vehículo cuyo conductor,  circulando a alta velocidad, ha perdido el control de la dirección y los frenos. La realidad es que ya no es sostenible mantener la elaboración industrial de muchos productos que agreden de forma grosera a la ecología planetaria, pese a que ello sea posible aún gracias a la capacidad del capitalismo. Así las cosas, sostener hoy la actividad industrial ambientalmente agresora, es una conducta carente de toda fuerza moral, por lo que, si pretendemos garantizar nuestra subsistencia como especie, no habrá otra salida que la de inyectarle potencia moral a la economía de mercado.

 

Una ilustración de la economía de mercado sin fuerza moral, es el monetarismo especulativo que provocó la crisis financiera del 2008. Ahora bien, no se me malinterprete. Si bien es cierto los socialdemócratas rechazamos la economía carente de dirección moral, seguimos creyendo que las fuerzas económicas deben jugar dentro de una dinámica de libertad. De lo contrario, caeríamos en el totalitarismo marxista, que abraza el dogma de que -por sí sola-, la actividad productiva en libertad es perversa. Lo que sería una abdicación grave, pues precisamente la socialdemocracia nació como una alternativa combativa frente al marxismo. Atacamos tanto el totalitarismo de Estado, como el de mercado, pues creemos en la economía de mercado más no en la sociedad de mercado. Ante el grave desafío ambiental, lo que los socialdemócratas de este siglo proponemos, es que las potencias productivas libres sean conducidas de tal manera que se conviertan en solución, y no en coadyuvante del problema ambiental. Y aunque en la socialdemocracia se han levantado voces como la de la periodista canadiense Naomi Klein, quien sostiene sin mayor margen de negociación que por sí mismo el mercado está contra el clima y enfatiza en los movimientos de masas como resistencia al embalaje en el que estamos, los movimientos indignados, aunque llenos de buena intención, no ofrecen mayor respuesta alternativa.

 

El principio es que, así como el mercado ha permitido que se desate una producción ambientalmente agresora, también es capaz de promover la reversión de ese proceso mediante el estímulo de una suerte de eco-capitalismo. O sea, una economía de mercado enfocada en la actividad ambientalmente sostenible; ya sea por imperativo de ley, como también por otros estímulos económicos o tributarios, además de la implementación de políticas públicas que se conviertan en conductoras de las fuerzas del capital hacia la sostenibilidad. Esto es así porque la socialdemocracia, más que ideología, se acerca a ser filosofía política, y como tal, nació para orientar la libertad humana y no para conculcarla. No olvidemos que junto con la justicia, la solidaridad y la igualdad, también la libertad es uno de sus postulados filosóficos básicos.

 

Es innegable que el mercado se ha caracterizado por su capacidad de producir riqueza; el desafío consiste en determinar si tal “eco-capitalismo”, o la economía de mercado enfocada en la protección ambiental, sería capaz de convertirse en un poderoso motor en función de ese objetivo. Por ello, en lugar de esposar la mano invisible del mercado, los socialdemócratas afirmamos la necesidad de que esa mano exista, pero orientada. La economía de mercado sin fuerza moral, como lo es por ejemplo el monetarismo meramente especulativo, no es capaz de impedir que buena parte del monumental esfuerzo productivo de la sociedad se derroche hacia actividades que amenazan el clima y por ende la existencia humana. Un capitalismo desprovisto de propósito ambiental, no será viable a mediano plazo, pues activa una maquinaria de consumo que es insostenible. Un “lujo” que ya el planeta no se puede dar. Ahora bien, el hecho de que el sistema de mercado sin dirección moral esté fracasando, no implica que, por sí sola, tal herramienta -el mercado-, no sea útil, como sucede cuando canaliza hacia fines éticos las potencias que desata. ¿O acaso no han sido empresas de la economía de mercado las que desarrollan tecnología energética ambientalmente sostenible? En esa diferencia se sostiene la esencia de una propuesta socialdemócrata moderna. Como la trágica Princesa de Argos, las fuerzas del mercado pueden ser tanto monstruosas como salvadoras. Dependerá de los fines hacia los cuales éstas sean conducidas. La descomunal capacidad que poseen las fuerzas del capital para conquistar logros colectivos, fue históricamente probada por la tenebrosa conducción del nacional socialismo alemán. Lamentablemente sucede como en el mito de la caja de Pandora, pues cuando esas fuerzas son desatadas vesánicas e ingobernadas, son promotoras de males superlativos. Pero si son conducidas moralmente, actúan en beneficio del hombre, como un Prometeo sin cadenas.

 

El marxismo acierta en su discurso de que el planeta no sobreviviría el actual modelo mundial de consumo, pero la alternativa que ofrece es falaz, porque el llamado “socialismo real” es un atavismo que implica retroceder al arado con bueyes, como le sucedió a Cuba. Ante los descomunales desafíos mundiales en materia alimentaria, energética y ambiental, astutamente lleva agua a sus molinos y  juega con  el espejismo de que la solución es proscribir el mercado, pero ese es un remedio tan negativo como el mal que aspira combatir. Cuando el gobierno estadounidense exigió a Detroit que recondujera la producción de  sus ineficientes vehículos en función de una producción automotriz ambientalmente amigable y energéticamente novedosa, insinuaba la vía correcta para enfrentar el reto. Esa vía es la instauración de políticas públicas que aspiren a dirigir las potencias del sistema de mercado hacia la solución de los grandes desafíos humanos. Medidas de ese tipo deben de implementarse a escala global y en muchas otras actividades económicas, en las que se torna indispensable la investigación y desarrollo de las tecnologías que contribuyan a combatir los tres desafíos más  acuciantes: el alimentario, el ambiental, y el energético.  Las fuerzas económicas son capaces de logros sociales titánicos, siempre y cuando operen sobre el fundamento de una libertad individual éticamente dirigida hacia fines de desarrollo sostenible. La consolidación del cambio energético y la liberación del chantaje petrolero que sufrimos, son de los más desafiantes retos políticos que enfrentamos y que, querámoslo o no, requiere de la participación de la iniciativa privada para conquistarlos. fzamora@abogados.or.cr

 

 

lunes, 24 de julio de 2017

SOCIALDEMOCRACIA Y DESIGUALDAD

Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Socialdemocracia-desigualdad_0_1647235267.HTML  

La desigualdad es consecuencia pero también causa de muchos de los males de una nación. Los socialdemócratas creemos que imputar su existencia únicamente al comportamiento de la economía de mercado, es un reduccionismo simplista, pues la desigualdad es reflejo de un conjunto de variables que la condicionan, entre otras realidades culturales, sociales, educativas y políticas, aparte de las estrictamente económicas. Pero en el polo opuesto, el error inverso es el que asumen los adoradores del dios mercado, que aúpan un capitalismo sin las previsiones que garantizan equilibrio, lo que también es un peligroso inductor de desigualdad. Tal y como Thomas Pikkety lo expuso en su afamada obra El capital en el siglo XXI, el concepto que describe el origen del índice de desigualdad entre los ciudadanos, radica en la diferencia entre el crecimiento de la economía y las cantidades de capital que retornan individualmente. En palabras simples, la desigualdad surge cuando la cantidad de capital que retorna a determinadas manos, supera en mucho el índice de crecimiento de la economía general. Esta es una descripción de la realidad que, como Pikkety lo hizo, se puede reducir a una fórmula técnica que difícilmente alguien contradiría. Incluso la fórmula adquirió tal grado de notoriedad, que entre los cultos estudiantes de Boston circula la venta de camisetas estampadas con su simbología r >g.

 

Ahora bien, este artículo no pretende describir la desigualdad, sino, a partir de una perspectiva socialdemócrata, aportar elementos para combatirla. Señalaré algunas políticas públicas contendoras de la desigualdad, que amerita enumerar aquí. No las cito en orden de importancia, sino en el que las he recordado al momento de escribirlas. Veamos.
 
A) Es fundamental la inversión pública en tecnología. Por sí sola ella estimula el aumento de las capacidades y cualidades de aquellos trabajadores que se ven expuestos a laborar en destrezas ligadas a la alta tecnología. El uso y aplicación del cambio tecnológico, por sí solo capacita a los empleados que lo aplican.
 
B) En el Acuerdo Nacional recientemente negociado con los otros partidos políticos del país, suscribí en mi condición de Secretario General del PLN, la necesidad de crear un Consejo Económico y Social que involucre al gobierno en un foro permanente de actores sociales. El fin es garantizar, entre otros aspectos, políticas públicas que equilibren distribución, competencia, y riqueza. Ese sería un foro de entendimiento que iría mucho más allá de lo que hace el CNS (Consejo Nacional de Salarios), órgano tripartito integrado por patronos, trabajadores y gobierno, y que actualmente solo negocia aumentos salariales. Un nuevo Consejo Económico Social, podría implementar un diálogo nacional permanente que, para el sector privado, estimule políticas distributivas de la riqueza, como salarios mínimos crecientes y además promueva otras prácticas remunerativas paralelas en ese sector.

C) Nadie duda que la reducción drástica del desempleo debe ser una prioridad política fundamental para combatir la desigualdad. En el caso de Costa Rica, tanto el actual déficit fiscal, como el abuso del gasto corriente en salarios del sector público, impiden que el Estado aumente hoy la planilla pública, y resuelva de forma directa el problema del desempleo. Ante tal imposibilidad, solo resta que el crecimiento en el empleo se alcance mediante el estímulo de la economía social solidaria, que es buen oferente de empleos justos.
 
D) Sostener la política nacional de crédito para el desarrollo enfocado en pequeños y medianos emprendimientos, cuya tasa de interés sea menor a la tasa de interés sobre créditos de consumo suntuario. Tal política de crédito, estimularía la actividad productiva y exportadora en los sujetos de menor ingreso.

E) Reducir el costo de la legalidad económica. Es claro que la hiperregulación estatal ha hecho que producir siguiendo al pie de la letra los reglamentos, regulaciones, tasas e imposiciones, sea un privilegio. En sociedades hiperreguladas, producir respetando la estricta normatividad termina siendo un privilegio al que solo se accede con poder económico o político. Así, un habitante de escasos recursos que emprende alguna iniciativa productiva, solo puede hacerlo desde la economía informal, la cual termina siendo su tabla de salvación. Sin recursos simplemente no puede legalizar una iniciativa empresarial de mediana escala. La consecuencia indirecta es que el costo de complacer al sistema burocrático-legalista, termina privilegiando a los ya favorecidos, quienes son los que tienen recursos para acatar los caprichos del sistema. Por el contrario, los desventajados, quienes no pueden pagar los altos costos de la legalidad económica, son hostigados al punto en que terminan expulsados hacia la economía informal, donde no pueden encontrar el amparo del sistema, sino solamente su hostilidad. En este punto, la moraleja es que una política pública de simplificación de trámites y desregulación, es otra política eficaz en el combate a la desigualdad. En este sentido, el Dr. Miguel Angel Rodríguez, en su administración hizo un esfuerzo con la ley 8220 de protección al ciudadano frente al exceso de trámites, pero hoy debe avanzarse mucho más en este sentido.

F) He dejado para el final lo que tirios y troyanos creen que es el principal sistema inmunizador contra la desigualdad: elevar la educación y la cultura nacionales. No me referiré a la decadencia o superación de la cultura nacional, pues es un elemento que ameritaría un espacio que supera el tema de este artículo, pero en relación al mejoramiento de la calidad educativa, sí quisiera reiterar lo que he venido sosteniendo con insistencia. La única materia en la que el MEP debe concentrarse, es en los aspectos curriculares y de mejoramiento de los recursos técnicos. Me refiero por ejemplo a los métodos y técnicas para educar, al mejoramiento del contenido de la enseñanza y a una evaluación verdaderamente seria de los docentes. Por el contrario, aspectos como la administración pública de la infraestructura inmobiliaria educativa o el pago y administración de las planillas de personal docente, deberían ser responsabilidad de entidades federativas regionales de jurisdicción municipal. Mientras el MEP disperse sus esfuerzos en asuntos ajenos a la calidad educativa, será difícil mejorar la educación en el país. Otra propuesta, puramente economicista, suscrita por Anthony Atkinson y Pikkety, entre otros economistas, es aumentar más la carga impositiva para que el Estado clientelar “la reparta” entre los pobres. Pero por la historia sabemos que esa fórmula ha producido frutos amargos.  fzamora@abogados.or.cr

 

 

martes, 11 de julio de 2017

EL OCASO DEL ESTADO-INDUSTRIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.


Publicado en el periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/ocaso-Estado-industria_0_1644035589.html


El Estado burocrático, creado a imagen y semejanza de los principios del viejo orden industrial, da estertores de muerte. Veamos porqué. Jeremy Rifkin y otros recientes pensadores, han afinado el viejo concepto planteado originalmente por Marx, que advertía el alto grado de influencia que la estructura económica ejerce sobre la forma en que la burocracia del Estado se organiza. En cada etapa histórica se explota una matriz de energía y comunicación que va a condicionar la forma de organización humana en casi todas las áreas de la vida, y la forma en que se producen los servicios y los bienes es lo más afectado por los cambios en dicha matriz. Para ilustrar lo anterior, resumimos que la historia ha conocido tres grandes paradigmas que han marcado la  economía de la civilización humana. La primera matriz nace con las semillas que empezaron a plantarse, creando la civilización agrícola y permitiendo el final de la vida errante, así como los primeros excedentes que posibilitaron la acumulación de productos.

 

El segundo paradigma emergió al final del siglo XVII, a través de la actividad mecánica e industrial. Ese nuevo sistema de creación de riqueza se caracterizó por la tecnología de fuerza bruta, en interacción con energía derivada de combustibles fósiles y telecomunicaciones. El tipo de organización surgida con la industria se caracterizó por el trabajo en serie, repetitivo, y la concentración del recurso humano y material, en estructuras de jerarquía vertical. Max Weber las describió como estructuras de dimensión piramidal, con un ejercicio vertical de la autoridad, recursos espacialmente concentrados, definición esquemática de tareas, actividades estrictamente regladas, producción en serie, criterios ortodoxos de evaluación, división formal del trabajo en tareas y actividades y clasificación estandarizada de productos. El objetivo era concentrar múltiples actividades bajo una misma infraestructura centralizada. De hecho, a inicios del siglo pasado, el experto en administración F.W. Taylor, se convirtió en una celebridad por racionalizar el comportamiento humano para amoldarlo a las formas de organización burocrática industrial. Sus investigaciones sobre el comportamiento laboral, llegaron al extremo de calcularlo en fracciones de segundo. Así fue la organización humana prototipo durante la sociedad industrial del siglo XX. Y de este esquema no se escapó nadie, pues era aplicado tanto por el capitalismo industrial de libre mercado, como por las llamadas economías del socialismo real, que en realidad fueron capitalismo de Estado, como la Unión Soviética.

 

Finalmente, en este siglo irrumpe con toda su fuerza la era del conocimiento, que es el tercer paradigma de energía-comunicación. Con tal advenimiento, la forma tradicional de organización industrial está cayendo, y como el diseño del Estado está condicionado por cada matriz energética y de comunicación existente en cada etapa histórica, entonces demos por sentado que pronto caerá también el Estado diseñado por el esquema industrial. Me refiero al Estado burocrático que conocemos, ese de gran dimensión, vertical, centralista, de actividad serial concentrada bajo una gran infraestructura central, entre otras características hechas a imagen y semejanza de las viejas industrias. Salvo raras excepciones, nuestros ministerios y dependencias públicas están diseñadas imitando la antigua comunidad fabril. Por ejemplo, entidades como el MEP, controlan desde una megadependencia centralizada, todo el proceso de reclutamiento, ascensos, pagos, incentivos y el largo etcétera que implica la actividad. La administración del personal docente en los cantones se confunde con otros elementos relativos a la calidad y método de educación que se ofrece. Y así sucede con prácticamente toda la actividad del Estado costarricense, como la administración centralizada de la asistencia social.   

 

Esta concepción deriva del vetusto modelo de la sociedad industrial, que parte del axioma de que los desafíos nacionales se resuelven mediante una burocracia organizada como gran “fábrica” emisora de recursos. Y dicha factoría se traduce en una burocracia industrial centralista dedicada a concentrar recursos y poder. Se diseñan megaoficinas que, en serie, “producen” soluciones, medidas y recetas en beneficio de una comunidad pasiva. Pero hoy se escribe una nueva historia, pues el siglo veintiuno está siendo impactado por una novedosa matriz comunicación-energía cada vez más reticular, horizontal, descentralizada y desconcentrada. Proporcionalmente inversa de lo que fue la organización industrial de ayer. Allí está el fundamento de porqué antiguos gigantes como la IBM, modelados bajo el esquema de la antigua burocracia industrial, colapsaron frente al desafío que les impusieron empresas competidoras organizadas reticularmente, o sea, en redes. Y tal fenómeno también debe provocar una radical transformación de la organización burocrática estatal, que deberá funcionar de forma descentralizada a través de entidades locales y sectoriales, cercanas a las comunidades, y con un alto nivel de autonomía.

 

Así, un sector público moderno, debe depender más de formas de organización no estatales que actúen en alianza con los gobiernos locales. Ilustremos el concepto. ¿Qué sería más eficiente para detectar a las personas realmente necesitadas de asistencia social?, las asociaciones de desarrollo comunal y las fuerzas vivas de las comunidades, debidamente empoderadas y legitimadas, ¿o la burocracia afincada en el IMAS?  La comunidad organizada siempre tendrá un mejor criterio, pues conoce de primera mano, la cambiante realidad de su entorno inmediato. Además, ese tipo de organizaciones públicas no burocráticas hacen su trabajo con un costo marginal mínimo, para ahorro del erario público. Ese es solo un ejemplo. La administración del personal docente y otros recursos administrativos, que actualmente maneja el MEP de forma piramidal e ineficiente, deberían trasladarse bajo la administración de nuevas figuras como las federaciones de cantones. Incluso otros servicios, como el régimen de salud preventiva. La fuerza de mi argumento lo sustentan experiencias como la del traslado del viejo impuesto territorial, que pasó del gobierno central hacia las municipalidades, mejorando sustancialmente su recaudación, administración y ejecución. Me preocupa ver diputados “congelados” en el modelo estatista de los años cincuenta, insistiendo en proponer proyectos que centralizan piramidalmente la burocracia pública. fzamora@abogados.or.cr

 

 

lunes, 19 de junio de 2017

LAS BASES DEL NUEVO ORDEN

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Diario La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/bases-nuevo-orden_0_1640435946.html
y en el Diario español El Imparcial

 
Al surgir la actividad industrial en la Inglaterra del siglo XIX, la novedosa maquinaria instalada en el norte de Europa, que por sí sola hacía el trabajo de miles, desplazaba a la desocupación a cantidades ingentes de obreros. Sin poder alimentar a sus familias, muchos trabajadores destruían las máquinas como mecanismo de protesta ante la pérdida de sus fuentes de ingresos. A esa inusual protesta contra la automatización fabril se le denominó “ludista”, en memoria de un tal Ned Ludd, que en 1779 destruyó dos tejedoras mecánicas.

 

Y así como el ludismo fue engendrado por la primera revolución industrial, en el horizonte se otea un nuevo ludismo que la tercera y cuarta revolución industrial están provocando. ¿Por qué? resulta que la implementación de la robótica, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y las plataformas virtuales interconectadas de esas nuevas revoluciones industriales, está sustituyendo masiva y aceleradamente la mano de obra humana. Solo citaré un ejemplo: para los años de la década de 1990, en un área tan sensible como la agrícola, el Wall Street Journal informaba al mundo que los israelíes, preocupados por la creciente violencia de los trabajadores palestinos, había desarrollado una generación de máquinas autoguiadas para dicha actividad. Con una productividad máxima, operan en los surcos vertiendo fertilizantes, pesticidas y regando las plantaciones con exactitud matemática. El paroxismo de ésta tendencia llega con un robot de la Universidad de Purdue, denominado “Robotic Melon Picker”. Diseñado para trasplantar, cultivar y cosechar productos agrícolas como melones, calabazas, repollos y lechugas, el aparato es montado sobre una estructura rodante equipada con cámaras, ventiladores, un ordenador y sensores que, antes de recoger ella misma el fruto, analiza las imágenes para determinar la madurez del fruto.    

 

Tales avances tecnológicos son la razón por la que Peter Drucker, en su obra “La sociedad postcapitalista”, sostiene que la desaparición del trabajo como factor de producción se transformará en el proceso inacabado del sistema capitalista. Así, el peligroso panorama que se avecina es el de un aumento de la actividad productiva pero, paradójicamente, con una reducción en la demanda de empleados. Adviértase además que, tal y como sucedió en la Europa del Siglo XIX, la abismal distancia que estamos viendo entre los detentadores de la moderna tecnología, por una parte, y las masas desclasadas por otra, es un caldo de cultivo de confrontaciones sociales graves. Y para luces la historia: lo anterior, sumado al desempleo provocado por la técnica mecanizada de la Europa del siglo XIX, fue una de las causas que provocaron el surgimiento, tanto del radicalismo comunista en ese siglo, como del extremismo fascista en la primera mitad del siguiente. De hecho, parte de la fuerza que han asumido ambos nuevos populismos, el neofascista y el neomarxista, tiene su origen en el desempleo masivo. Aunado al hecho de que los actuales adelantos tecnológicos no solo provocarán cantidades ingentes de desempleados, sino una distancia abismal entre los poseedores de esas tecnologías y los marginados de ella. En otras palabras, así como el desempleo provocado por la mecánica de la primera revolución industrial catalizó el ludismo, el marxismo y el fascismo, así también el desempleo que provoca la robótica de la tercera y cuarta revolución industrial, cataliza la versión actual de esas mismas patologías sociopolíticas.

 

 Ahora bien, como el progreso tecnológico no debe detenerse, se requiere una solución al problema. En los siglos XIX y XX, las filosofías sociopolíticas que lograron contrarrestar aquellos radicalismos totalitarios, fueron esencialmente la socialdemocracia y la doctrina social de la iglesia católica. Así las cosas, ante el resurgimiento de los extremismos de los que somos testigos, se requiere una reinvención de muchos de los principios y postulados prácticos de las filosofías políticas moderadas, de tal forma que sea posible un nuevo contrato social. Tal como sucedió con aquel nuevo orden establecido por el gobierno de Franklin D. Roosevelt después de la gran depresión. De la lectura de pensadores contemporáneos como Jeremy Rifkin, Alvin Toffler o  Noah Harari, podemos extraer indicios y atisbos sobre algunas bases o fundamentos de un posible “new deal” del Siglo XXI. Un primer postulado tiene que ver con el derecho laboral: deberá hacerse una reducción de la jornada laboral ordinaria a nivel mundial, de tal forma que se posibilite, por una parte, una mejor distribución del aumento de la productividad derivada del uso intensivo de la tecnología sustituta de mano de obra, y por otra un desempleo menor, al aplicarse una menor cantidad de horas laborales a cada trabajador.

 

Esa medida provocará la disposición de más tiempo libre por parte de grandes colectivos humanos, por lo que podría redirigirse el ocio de millones en tareas solidarias, generando una nueva fuerza laboral, la de la economía social o tercera economía, que no es sector público tradicional, ni tampoco sector privado mercantil ordinario. Ahora bien, para que esto último sea posible, el segundo postulado, derivado de la responsabilidad social empresarial, afirma que una fracción de las enormes utilidades obtenidas del ahorro en mano de obra humana por la aplicación y uso intensivo de alta tecnología, deberá invertirse y cuantificarse en dicho modo alternativo de economía citado. Como lo es por ejemplo, el pago de estipendios en favor de quienes colaboren en la economía social, o bien en otras manifestaciones como el eco-capitalismo (o sea, la vocación mercantil aplicada a la solución de los problemas ecológicos), y en la economía solidaria.

 

Durante el primer industrialismo, las relaciones mercantiles prevalecieron sobre las no lucrativas, y el reconocimiento social se ha medido por la capacidad adquisitiva del individuo. Si logramos darle valor y consolidar la economía social y solidaria como tercer sector, estableciendo elementos de medición financiera y retribuyendo financieramente el tiempo que se le destina, pagando la labor no lucrativa o incluso cuantificando la inversión en ella, avanzaremos en el ideal de restaurar el valor de las relaciones humanas genuinas. Es sentar las bases de la sociedad solidaria.