Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
Días atrás afirmé que la demagogia -decadencia de la
democracia- es el gran peligro de los sistemas constitucionales; uno de sus
síntomas típicos, es un parlamento integrado por
representantes que reflejen un bajo nivel cultural. Una vía para reconocer el
bagaje intelectual de un parlamentario, es su discernimiento a la hora de
otorgar un honor legislativo. Dadas las consecuencias que para la cultura
nacional acarrea, los honores parlamentarios son una acción cívico-cultural de
primerísimo nivel, y, por tanto, un delicado acto de selección y discriminación
sobre el contexto, trasfondo histórico, hechos y circunstancias relacionadas
con el personaje que se quiere honrar. En otras palabras, es una decisión
cardinal que depende de la profundidad intelectual del congresista, y tal
profundidad no se improvisa: se tiene o no. El legislador no puede, a última
hora, correr a averiguar quién será el fulano que desean honrar, porque nunca
podrá entender cuál fue el contexto histórico de su época, ni en qué radica la
fuerza de su aporte y de su obra. Así sucedió recientemente, con el fallido
intento de ciudadanía de honor del insigne escritor Sergio Ramírez, premio Cervantes
de literatura. Sergio no solo tiene atributos como hombre de letras para
cualquier gran distinción de naturaleza cultural, sino que, -muerto ya Ernesto
Cardenal-, tal vez hoy sea el personaje vivo más importante de la historia
política y cultural de Nicaragua. Pero sobre todo, por las circunstancias actuales,
dicha ciudadanía de honor era una decisión política vital para alimentar la
fuerza moral de nuestra democracia, auxiliando diplomáticamente a un perseguido
político, y así apoyar la causa democrática de nuestro hermano país. Su
designación como ciudadano de honor naufragó, por la exigencia de varios
diputados que prefirieron detener la causa honoraria, con el objetivo de averiguar
quién era el fulano que algunos pretendían honrar. Básicamente por ignorancia.
A ese desaguisado, se suman otros yerros
de una reciente mal escrita historia de las honras legislativas, como lo es el
hecho de confundir el rango y especialidad de los honores que se han dado en
nuestro país. Para información básica de nuestro parlamento, hoy tan venido a
menos, y para comprender sus últimos desatinos en materia de distinciones,
amerita explicar la condición histórica de los distintos honores. Por ejemplo, la ciudadanía de honor, por la
propia condición del mérito, siempre se destinó a las grandes personalidades
extranjeras que hicieron algún tipo de contribución vital para nuestro país, o a
la humanidad. Así se distinguió a extranjeros como el médico corso Antonio
Giustiniani, al político estadounidense Franklin Delano Roosevelt, o al polaco Juan
Pablo Segundo, hoy Santo. Para los costarricenses o residentes en nuestro país,
están las distintas clasificaciones de benemeritazgos, según el tipo de
contribución hecha a la Patria. Así entonces está el Benemérito de la Patria,
para honrar el aporte general a la vida sociopolítica e intelectual del país. O
bien a Valeriano Fernández Ferraz se le declaró específicamente Benemérito de
la Enseñanza, por ser organizador de nuestra educación secundaria. En 1943, a
Clorito Picado, se le otorgó el benemeritazgo de la patria por sus aportes a la
ciencia, y como Beneméritos de las Letras patrias, según acuerdos legislativos
de 1953, se honró a Manuel González Zeledón (Magón), y a Don Aquileo
Echeverría, autor de nuestras concherías.
Quienes decretaron esos honores entendían las
diferencias, y por ello los honraron con los títulos correctos, según la naturaleza
de su aporte. El merecido honor de los beneméritos de la cultura artística
costarricense, Isidro Con o Fernando Carballo, debió darse correctamente como beneméritos
del arte o la cultura plástica. Haberlos nombrado ciudadanos de honor, contraviene
dos realidades: la primera, -como ya se ha demostrado-, que ese mérito fue
diseñado para los extranjeros y, por otra parte, porque darles una ciudadanía no
discierne el mérito adecuado que ostentan, la de ser figuras señeras de nuestra
cultura plástica. Esa decisión refleja lo que ha sido tan usual hoy en nuestro
parlamento, una carencia total de criterio para tomar decisiones.
Otro craso error, que en los últimos años cometen
los legisladores, es la manía de honrar entidades públicas. No dudo de las instituciones honradas con el benemeritazgo, sin embargo,
a partir del principio de legalidad, la idea de declarar benemérita a una
entidad, -en especial a una pública-, refleja el desconocimiento que nuestros
congresistas tienen respecto de los fines constitucionales de las
instituciones. Desde que una institución se crea, -por imperativo de ley-, su
objetivo es benemérito, o sea, son beneméritas por antonomasia. Emitir un decreto
legislativo donde se “re-declare” tal condición por encima de otras entidades,
-como por ejemplo se ha hecho con universidades públicas declaradas Beneméritas
de la Cultura-, crea una situación de excepción inconstitucional. Como bien
señaló el historiador Guillermo Solera Rodríguez: “los honores son para
estimular en la ciudadanía el fomento de las virtudes patrióticas”. No son para
hacer excepciones entre una institución pública y otra. A mi hijo cirujano,
-quien heredó esa vocación de sus abuelos-, siempre lo motivo para que se
inspire en los méritos de sus ancestros, o de próceres de la medicina como el
Dr. Sáenz Herrera, el Dr. Joaquín Sainz Gadea, -héroe español de la medicina en
el Congo-, o del Dr. Ricardo Moreno Cañas. Nunca se me ocurriría sugerirle que
emule los valores de algún Hospital, por muy benemérito que éste sea.
Finalmente, lo más grave es cuando se intenta
inmortalizar a personajes sin el mérito adecuado. El benemeritazgo es algo
serio. No se trata de que alguna congresista conoce bien de un personaje
popular de la farándula y el entretenimiento, y entonces le interese homenajearla
por consideraciones relativas a ese tipo de actividades, ajenas a lo que
estrictamente es una verdadera impronta en beneficio del país, o la humanidad. Por
cierto, me informan que, en estos días, algo así se intenta. fzamora@abogados.or.cr
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