Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Israel y Haití tienen una historia común de
sufrimiento, adversidad y opresión. Sin embargo, ambas sociedades reflejan hoy dos
realidades muy distintas, que nos ofrecen algunos indicios para comprender el
camino que deberá tomar la humanidad ante la amenaza ambiental. Veamos. Haití es
una nación joven, cuyos orígenes independentistas, surgen de las revueltas de esclavos
ocurridas en el siglo XIX contra el coloniaje francés de la isla. Pese a que
Haití se convierte en la primera nación latinoamericana independiente -y la más
antigua república negra del mundo-, en realidad tal independencia no fue más
que la continuidad de una historia de sufrimiento marcada por varios hitos que
sometieron al país a una constante opresión. Un hecho que ilustra el vasallaje,
fue el cobro de una indemnización de 150 millones de francos que el Rey Carlos
X impone a Haití en 1825, a cambio de reconocer su libertad. La inmisericorde
realidad de un yugo que parece perenne. Primero, provocado por fuerzas
extranjeras, y después, al que fue sometido por las mismas oligarquías
internas, y que hizo que Haití nunca dejase de ser una sociedad de esclavos. El
futuro de las naciones está determinado por las condiciones con que las
sociedades nacen, y Haití no ha podido forjar un desarrollo cultural que le
permita la prosperidad, al ser una sociedad sellada por la originaria condición
esclava de casi la totalidad de sus pobladores.
Además del drama humano, otra de las graves
consecuencias de la miseria provocada por la total inexistencia de desarrollo
cultural es la catástrofe ambiental. Por eso se han hecho virales las imágenes
satelitales de la frontera haitiano-dominicana, en donde, por un lado, se puede
ver el color arena del territorio haitiano, -producto de la brutal
desertificación-, e inmediatamente después de la línea fronteriza, el verde
dominicano. Porque casi la totalidad de la superficie haitiana ha sido
deforestada por pobladores que aún cocinan, se iluminan y calientan por las
noches, con el carbón vegetal extraído de la cada vez menor vegetación
existente. Según estadísticas publicadas por Frantz Benoit y Pamphile Moliere,
del Ministerio de salud haitiano, “hace tan solo 50 años al país lo cubrían
verdes llanuras y bosques impenetrables habitados por aves de toda clase”, mientras
que hoy los bosques solo cubren la décima parte de ese territorio. Allí los
árboles se talan sistemáticamente para transformarlos en carbón, única fuente
energética para más del 80% de la población. Entre otras consecuencias, a la
degradación de sus suelos se suma el proceso erosivo generalizado. Ni qué decir
de una realidad urbana sin ningún tratamiento de desechos, donde colapsa cualquier
canal hídrico, sean ríos, riachuelos, quebradas naturales, o simples drenajes.
Ahora bien, si repasamos la realidad israelí, -muchísimo
más antigua que la de Haití-, igualmente contemplamos una historia de dolor y
esclavitud contra un pueblo pequeño. El primer antecedente histórico sobre la opresión
a la que los hebreos fueron sometidos, son sus siglos como esclavos en Egipto.
Aparte de los anales bíblicos, consta abundante registro arqueológico acerca
del vasallaje semita en Egipto, extraído de antiguos descubrimientos en aquel territorio,
tal y como lo han documentado reputados arqueólogos; por citar solo a dos: Peter
Van der Veen o Christoffer Theis. Después vino la dominación babilónica y su
destierro en aquel imperio, para siglos después caer bajo el yugo de Roma, el
cual termina en el año 70 d.C. con la destrucción del segundo templo por parte
del General Tito. A partir de allí los judíos son expulsados de su tierra, y
apátridas por casi dos mil años, sin gobierno ni territorio, inician una larga
diáspora que culmina con el horroroso genocidio nazi durante la segunda guerra
mundial. En fin, una historia de sufrimiento sin igual, que concluye en 1948
con el establecimiento del Estado de Israel, y el gradual retorno de aquel
larguísimo destierro.
Sin embargo, en medio de esa larga historia de calamidades,
es un prodigio portentoso advertir cómo el pueblo hebreo logró sostener su
cultura. Y en el milagro de la supervivencia de todos sus códigos culturales,
radica el secreto de las posteriores conquistas tecnológicas que han logrado a
favor de su medio ambiente y sus ecosistemas. En esto, los logros de la
sociedad israelí son proporcionalmente inversos a la realidad haitiana. Cuando en
la cintura del siglo pasado se establece el Estado israelí, por la condición
desértica de su región, sus pioneros fueron recibidos prácticamente por una generalizada
superficie de tierra estéril. Pese a ello, hoy Israel es la única nación del
mundo en la que existen más bosques de los que había hace un siglo, y esto a
pesar de los continuos sabotajes provocados para destruirlos, como sucedió en
el 2006 con las diez mil hectáreas incendiadas por los cohetes del Hezboláh. Además,
Israel es vanguardia en materia de aprovechamiento y desarrollo de la
tecnología del agua, energías limpias y agricultura orgánica sostenible, al
punto que se han convertido en potencia agroexportadora. No por casualidad, en
el 2014, su sector agrícola -valorado
en $7.8 mil millones-, representó el 3.3% de su PIB, pese a que cultivan en un
ecosistema que solo recibe lluvia 45 días del año y su precipitación anual es de
apenas 79mm. Ante la amenaza ambiental, la salvación de la humanidad
estará en nuestra efectividad para aplicar vocaciones como la israelí, de
utilización de la tecnología a favor del mejoramiento ambiental. Así tenemos
dos ilustraciones ofrecidas por naciones con una historia común de sufrimiento
y adversidad; la primera es la realidad haitiana, que nos alecciona como el
caos hizo que, lo que siglos atrás fue un bosque tropical profundo, hoy degeneró
en erosión y desierto. El segundo
ejemplo es el que nos ofrece Israel, y nos da la esperanza de que, el negro
nubarrón de la amenaza ambiental que se cierne sobre la humanidad, puede ser revertido
con cultura y tecnología, al punto de transformar, como ellos lo están
logrando, un erosionado desierto en jardín. fzamora@abogados.or.cr