jueves, 12 de agosto de 2021

LA REVOLUCION VERDE COSTARRICENSE

 Dr. Fernando Zamora Castellanos

En el 2017, tuve el honor de que autoridades de la ciudad de El Aaiún, me mostraran sus ambiciosos proyectos de plantas solares en el Sahara marroquí. Aquello fue una bocanada de esperanza que amainaba mis preocupaciones sobre el desafío ambiental del planeta, e insuflaba los ideales que he abrazado respecto a una revolución energética mareomotriz en nuestro país. La Comisión intergubernamental de expertos sobre Cambio Climático (IPCC), una entidad que agrupa reconocidos expertos en la materia, asegura que el actual aumento de un grado en la temperatura del planeta es consecuencia de la actividad humana. Algunos científicos disidentes, los menos, rebaten esa tesis y sostienen que el calentamiento del planeta no es producto de actividades humanas como la emisión de carbono a la atmósfera en cantidades industriales, sino resultado de los ciclos de calentamiento-enfriamiento que el planeta ha sufrido a través de su existencia. Independientemente de la justeza de una u otra de ambas tesis, hay un implacable desafío que resolver: ciertamente nos estamos calentando aceleradamente, y es nuestra responsabilidad actuar de inmediato para detener la actividad humana que contribuye a ese calentamiento. Sea que se pretenda negarlo o no, la estadística demuestra que hay actividad humana que provoca emisiones masivas de gases de dióxido de carbono a la atmósfera, que crean un efecto invernadero que coadyuva al calentamiento del planeta, generando lluvias y sequías extremas. Frente al reto, a Costa Rica le corresponde hacer su parte. Máxime si, como lo vimos estos días en Limón y Turrialba, nuestro país está sufriendo los efectos de tal calentamiento.

 

De acuerdo a diversas investigaciones, como la del reputado científico Kevin Trenberth, del organismo federal estadounidense denominado Centro Nacional para la investigación atmosférica, cada vez que la temperatura del planeta aumenta un grado, nuestra atmósfera retiene un 7% más de agua por encima del promedio. Lo que provoca, por una parte, lluvias y nevadas mucho más fuertes, con sus respectivas inundaciones y huracanes, y por otra, sequías e incendios forestales a gran escala. En su obra “El nuevo pacto global verde”, el sociólogo Jeremy Rifkin, un pensador que ha generado gran influencia en mis convicciones, plantea la necesidad de una inmediata migración hacia una matriz energética mundial limpia. Dicha migración pretende llevar la actual producción energética basada en combustibles fósiles, hacia la producción de energías renovables no contaminantes, como la energía eléctrica que se deriva tanto de la producción mareomotriz, como de la eólica y solar. El reto de alcanzar tal migración es descomunal, pues dos obstáculos cardinales se presentan frente al cambio. Primeramente, el escaso tiempo que según los expertos queda para lograrlo. De acuerdo a la referida Comisión del clima (IPCC), para evitar una catástrofe irreversible, contamos con menos de 15 años para ejecutar el cambio. El segundo obstáculo son los enormes intereses económicos alrededor de la industria de combustibles fósiles. La gran industria petrolera y la industria del carbón, le imponen hoy una feroz resistencia; entre otros, los inversionistas que poseen billones de dólares en activos en ese tipo de industria. Me refiero a los dueños o acreedores de oleoductos, plantas petroleras y de carbón, los propietarios de instalaciones de almacenamiento y de millonarias plataformas en los mares, o de las centrales térmicas, entre otra infraestructura complementaria en la explotación de ese tipo de energía. Por ejemplo, dichas multinacionales son conscientes de la gravedad de la inminente amenaza a las multimillonarias inversiones hechas en su industria por los fondos mundiales de pensiones.  Eso provoca resistencia a ceder terreno frente a las energías limpias.          

 

Ahora bien, en la tarea de las energías limpias, desde los años de la década de 1950 nuestra nación ha sido una buena alumna. Entre otro tipo de energías, gracias a nuestro desarrollo hidroeléctrico y geotérmico, hoy contamos con el mérito de ser uno de los pocos países del mundo que deriva el 99% de su capacidad eléctrica de fuentes renovables y limpias. Sin embargo, tenemos una enorme tarea pendiente para lograr una verdadera revolución verde, pues Costa Rica aún está a media tabla del ranking mundial de países emisores de gases contaminantes. Por ejemplo, el 52% de nuestros gases contaminantes los emite nuestro parque vehicular, el cual, en su inmensa mayoría, sigue siendo movido por combustibles fósiles derivados del petróleo. Frente al panorama, las soluciones prácticas e inmediatas para alcanzar una revolución verde en Costa Rica son dos. Una de ellas es encausar las fuerzas de una política de mercado verde para que, mediante estrategias fiscales y decisiones políticas, el país migre aceleradamente, desde un parque vehicular movido por petróleo, hacia un parque vehicular movido por electricidad u otras tecnologías limpias; sin desconocer además que debe estimularse la investigación tecnológica que aspira a usar el hidrógeno como combustible.  La segunda estrategia tiene que ver con la modernización de nuestra matriz energética limpia.  La estadística demuestra que la vida útil de las plantas hidroeléctricas se encuentra dentro del rango promedio de entre los 70, y no mucho más de 100 años. Así las cosas, desde ya debemos los costarricenses definir el futuro de nuestra producción energética limpia, y en este país, ese futuro está en fuentes de energía como la mareomotriz, o sea, la derivada de la fuerza de las corrientes marinas, que es de las fuentes con menor huella ecológica. Igualmente hay otras fuentes con poca huella ecológica, como la eólica o la solar, aunque en el caso de la solar, solo cuando esos paneles solares se instalan en los techos, de lo contrario, de instalarlos en tierra fértil o virgen, se genera una huella ecológica inconveniente. Si bien es cierto no podemos darnos el lujo que se da Marruecos, con sus enormes extensiones de paneles solares en el desierto, si tenemos suficiente mar territorial para que la energía mareomotriz sea nuestro futuro. Ahí pues, dos tareas encomiables. fzamora@abogados.or.cr

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