Dr. Fernando Zamora Castellanos
En el 2017, tuve el honor de que autoridades de la
ciudad de El Aaiún, me mostraran sus ambiciosos proyectos de plantas solares en
el Sahara marroquí. Aquello fue una bocanada de esperanza que amainaba mis
preocupaciones sobre el desafío ambiental del planeta, e insuflaba los ideales
que he abrazado respecto a una revolución energética mareomotriz en nuestro
país. La Comisión intergubernamental de expertos sobre Cambio Climático (IPCC),
una entidad que agrupa reconocidos expertos en la materia, asegura que el
actual aumento de un grado en la temperatura del planeta es consecuencia de la
actividad humana. Algunos científicos disidentes, los menos, rebaten esa tesis
y sostienen que el calentamiento del planeta no es producto de actividades
humanas como la emisión de carbono a la atmósfera en cantidades industriales,
sino resultado de los ciclos de calentamiento-enfriamiento que el planeta ha
sufrido a través de su existencia. Independientemente de la justeza de una u
otra de ambas tesis, hay un implacable desafío que resolver: ciertamente nos
estamos calentando aceleradamente, y es nuestra responsabilidad actuar de
inmediato para detener la actividad humana que contribuye a ese calentamiento. Sea
que se pretenda negarlo o no, la estadística demuestra que hay actividad humana
que provoca emisiones masivas de gases de dióxido de carbono a la atmósfera, que
crean un efecto invernadero que coadyuva al calentamiento del planeta, generando
lluvias y sequías extremas. Frente al reto, a Costa Rica le corresponde hacer
su parte. Máxime si, como lo vimos estos días en Limón y Turrialba, nuestro
país está sufriendo los efectos de tal calentamiento.
De acuerdo a diversas investigaciones, como la del
reputado científico Kevin Trenberth, del organismo federal estadounidense
denominado Centro Nacional para la investigación atmosférica, cada vez que la
temperatura del planeta aumenta un grado, nuestra atmósfera retiene un 7% más
de agua por encima del promedio. Lo que provoca, por una parte, lluvias y
nevadas mucho más fuertes, con sus respectivas inundaciones y huracanes, y por
otra, sequías e incendios forestales a gran escala. En su obra “El nuevo
pacto global verde”, el sociólogo Jeremy Rifkin, un pensador que ha
generado gran influencia en mis convicciones, plantea la necesidad de una
inmediata migración hacia una matriz energética mundial limpia. Dicha migración
pretende llevar la actual producción energética basada en combustibles fósiles,
hacia la producción de energías renovables no contaminantes, como la energía
eléctrica que se deriva tanto de la producción mareomotriz, como de la eólica y
solar. El reto de alcanzar tal migración es descomunal, pues dos obstáculos
cardinales se presentan frente al cambio. Primeramente, el escaso tiempo que según
los expertos queda para lograrlo. De acuerdo a la referida Comisión del clima
(IPCC), para evitar una catástrofe irreversible, contamos con menos de 15 años
para ejecutar el cambio. El segundo obstáculo son los enormes intereses
económicos alrededor de la industria de combustibles fósiles. La gran industria
petrolera y la industria del carbón, le imponen hoy una feroz resistencia; entre
otros, los inversionistas que poseen billones de dólares en activos en ese tipo
de industria. Me refiero a los dueños o acreedores de oleoductos, plantas
petroleras y de carbón, los propietarios de instalaciones de almacenamiento y de
millonarias plataformas en los mares, o de las centrales térmicas, entre otra
infraestructura complementaria en la explotación de ese tipo de energía. Por
ejemplo, dichas multinacionales son conscientes de la gravedad de la inminente amenaza
a las multimillonarias inversiones hechas en su industria por los fondos mundiales
de pensiones. Eso provoca resistencia a
ceder terreno frente a las energías limpias.
Ahora bien, en la tarea de las energías limpias, desde
los años de la década de 1950 nuestra nación ha sido una buena alumna. Entre
otro tipo de energías, gracias a nuestro desarrollo hidroeléctrico y geotérmico,
hoy contamos con el mérito de ser uno de los pocos países del mundo que deriva
el 99% de su capacidad eléctrica de fuentes renovables y limpias. Sin embargo,
tenemos una enorme tarea pendiente para lograr una verdadera revolución verde,
pues Costa Rica aún está a media tabla del ranking mundial de países emisores
de gases contaminantes. Por ejemplo, el 52% de nuestros gases contaminantes los
emite nuestro parque vehicular, el cual, en su inmensa mayoría, sigue siendo
movido por combustibles fósiles derivados del petróleo. Frente al panorama, las
soluciones prácticas e inmediatas para alcanzar una revolución verde en Costa
Rica son dos. Una de ellas es encausar las fuerzas de una política de mercado
verde para que, mediante estrategias fiscales y decisiones políticas, el país
migre aceleradamente, desde un parque vehicular movido por petróleo, hacia un
parque vehicular movido por electricidad u otras tecnologías limpias; sin
desconocer además que debe estimularse la investigación tecnológica que aspira
a usar el hidrógeno como combustible. La
segunda estrategia tiene que ver con la modernización de nuestra matriz
energética limpia. La estadística
demuestra que la vida útil de las plantas hidroeléctricas se encuentra dentro
del rango promedio de entre los 70, y no mucho más de 100 años. Así las cosas, desde
ya debemos los costarricenses definir el futuro de nuestra producción
energética limpia, y en este país, ese futuro está en fuentes de energía como
la mareomotriz, o sea, la derivada de la fuerza de las corrientes marinas, que
es de las fuentes con menor huella ecológica. Igualmente hay otras fuentes con
poca huella ecológica, como la eólica o la solar, aunque en el caso de la
solar, solo cuando esos paneles solares se instalan en los techos, de lo
contrario, de instalarlos en tierra fértil o virgen, se genera una huella
ecológica inconveniente. Si bien es cierto no podemos darnos el lujo que se da
Marruecos, con sus enormes extensiones de paneles solares en el desierto, si
tenemos suficiente mar territorial para que la energía mareomotriz sea nuestro
futuro. Ahí pues, dos tareas encomiables. fzamora@abogados.or.cr
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