miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL PARLAMENTO Y LA LIBERTAD



Dr. Fernando Zamora C.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario Español El Imparcial bajo la dirección:

A la salida de un reciente concierto de Joaquín Sabina, -cuando un periodista entrevistaba ciudadanos escogidos al azar-, uno de ellos le espeta con todo desenfado que el sentido de su vida era el mismo que el del cantante: “comer bien, beber bien y andar con mujeres bonitas.” Por supuesto que, -como tales-, dichos goces no son censurables en sí. No sea que se me responda lo que Descartes le contestó al Conde de Lamborn, -hombre famoso por su simpleza e indiscreción-, cuando éste le reclamó al filósofo su afición por los manjares. ¡¿Acaso Dios hizo estos deleites para goce exclusivo de los tontos?! Le devolvió Descartes.
Pero afirmar con tal osadía, y a un medio de comunicación masiva, que tal pueda ser el sentido de la vida, refleja sin duda el espíritu de una época de vacíos. Como primera pregunta de fondo, deberíamos respondernos qué es lo primero que se pierde cuando decae el nivel de la clase política de una nación. Y en una segunda, si acaso una era de vacíos puede producir generaciones políticas de alta calidad.
   
Surgiendo la imprenta de Gutenberg, el poder se percató del peligro de la circulación de las ideas. Lamentablemente fue un parlamento, -el inglés-, el que en 1643 creó las primeras barreras de contención de la libertad como fueron la censura previa y la exigencia de permiso para imprimir. Por eso la libertad y el progreso de una nación requieren que en su parlamento participe lo mejor del espectro del pensamiento. El parlamento es lucha constante entre pensamiento y palabra, la cual solo aflora en libertad frente al poder, y la naturaleza de éste es constreñirla. El Congreso es el escenario de la palabra y en la actividad parlamentaria, no hay peor tragedia que la devaluación de ella. Los parlamentos han alcanzado momentos de gloria en la enumeración de importantes libertades, para después sumirse en etapas oscuras de su negación. Tal y como afirmó Granados Chapa, la realidad política usualmente oscila como péndulo; entre la proclamación de las libertades por un breve tiempo, para regresar a la imposición de medidas para restringirlas. Vivimos tiempos de paulatinos y progresivos estrujamientos de la libertad. Como son graduales, resultan  disimulados, sutiles. Si se trata de realizarse fuera de ese omnipresente poder, -al final del camino y sin percatarse-, el ciudadano se halla con sus posibilidades coartadas frente al imperio público. En esa situación puede encontrarse el ciudadano, ya sea por motivo de cruentos e intempestivos golpes políticos, o de forma progresiva, como nos está sucediendo.
En la democracia de representación, la dimensión política del hombre se circunscribe a su derecho de votar. El votante, es dueño de un fragmento microscópico de poder. Pero como no ejerce la actividad política, se ve obligado a delegarlo en otro que, al ejercerla, lo sustituye. El resultado final es una compulsión de quien ostenta el poder: la del olvido de que las libertades son resultado de certezas que ofrecen leyes breves, generadoras de seguridad jurídica, y que son correctamente interpretadas por Tribunales independientes. Así, la respuesta a la primera pregunta es que la primera damnificada de la devaluación del debate político siempre han sido las ideas y la libertad.

Procedo ahora con la segunda pregunta. En general, la crisis de los parlamentos, es la de la anemia del debate intelectual que allí se manifiesta. Y sin una confrontación verdaderamente profunda de las filosofías políticas que allí se deberían confrontar, no es posible extraer las soluciones que ofrezcan balance a las políticas públicas. Si nos atenemos a los acontecimientos en Occidente en relación a los parlamentos, todo parece indicar que es una crisis a la que no se le avizora pronta salida, pues la conquista de una mayor calidad en la integración del parlamento, es un proceso que depende de la confluencia de factores que hoy no existen. Ciertamente se requiere más democracia, como afirman muchos, pero ésta por sí sola no resuelve el problema. Por el contrario, sin las condiciones adecuadas, lo puede empeorar. Por eso, quienes refutan a los que se limitan a simplemente exigir mayor apertura democrática para lograr una mejor conformación del Congreso, traen a recuerdo el plebiscito para escoger entre Jesús y Barrabás. Precisamente en este episodio, desde hace dos mil años la justicia y la verdad atestiguan en contra del ánimo plebiscitario como fin en sí mismo. Pero la tesis que subyace en el extremo contrario, la propuesta que suspira por el gobierno de las élites, es también un escape simplista.

Ortega y Gasset acertaba cuando afirmaba que las circunstancias eran condicionantes esenciales del carácter humano. Las generaciones fundadoras de conquistas sociales portentosas y nuevos paradigmas, necesariamente surgen como derivación de un enfrentamiento a situaciones sociales traumáticas, insufladas por una moral inspiradora que representa el ensueño que los sobrepone a la dura realidad que les toca afrontar.  Al igual que sucede con la generalidad de las cosas, las generaciones políticas ostentan gradualidades en su calidad, pues también son hijas de sus circunstancias. Si las circunstancias son tormentosas, la generación que las enfrenta tiende a agigantarse. La pluma de José Ingenieros fue maestra para describir esta verdad. Sostenía que las mejores generaciones son portadoras del nuevo ideal como una hipótesis de perfección. Visionarios que anticipan lo porvenir, y así influyen en sus congéneres por la fe que tienen en la viabilidad de la quimera con la que sueñan. Sus almas se acrisolan con las de sus contemporáneos. Por ello el libertador Juan Rafael Mora se hermanó, en la lucha, con el General Cañas. Por eso el General San Martín redactó para Belgrano cuadernos de estrategia militar. Por el contrario, en tiempos de recibir herencias, de solaz disfrute de tiempos bonancibles, es más fácil que surja un Gil Blas y no un Vasconcelos. Cuando la bonanza surge después de la brega, cuando se transitan etapas históricas en las que se reparte el festín, las generaciones políticas que se suceden van degenerando paulatinamente. Es tiempo de cortesanos. Tiempo en el que tener alma de siervo ofrece múltiples ventajas. No son épocas de afirmaciones ni de negaciones, sino de dudas. Pues creer es ser alguien.  fzamora@abogados.or.cr