jueves, 16 de enero de 2014

EL SER NACIONAL



Dr. Fernando Zamora C.
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario La Nación bajo la dirección:

En etapa de definición electoral vale recordar qué es el ser nacional. Lo primero a reconocer, es que el ser nacional no nos pertenece a las actuales generaciones de costarricenses. No somos sino siervos y acreedores de las pasadas, como de las futuras generaciones. En una primera medida, ese patrimonio pertenece a las anteriores generaciones de costarricenses, porque con su sangre y sacrificio abonaron la semilla de los tres grandes fundamentos de nuestra herencia: el de nuestra libertad, el de nuestro sello de fusión como cultura hispanoamericana y el sustrato de nuestra identidad espiritual. Por ello nuestros ancestros son acreedores en primer grado. Por demás está reconocer la importancia de las generaciones por venir, como acreedoras de ese mismo legado, que es nuestro ser nacional. ¿Qué les debemos a esos futuros ciudadanos? En lo posible superar la herencia que obtuvimos, o al menos garantizarles a ellos lo mismo que recibimos. En lo político y económico una patria con libertad, en lo cultural y lo espiritual, una nación con identidad definida.

Es claro que no se puede encerrar la definición del ser nacional en un escrito, pero no es correcto que, por tal razón, renunciemos a la posibilidad de aproximarnos a ella. En el plano político y económico, el primer fundamento es el de la libertad. Sobre el cual, cuatro hitos plantados en el suelo de nuestra historia la abonaron con fuerza: la vocación independentista de los próceres costarricenses en 1821, la gesta antiesclavista de 1856, la gesta por la democracia del 7 de noviembre de 1889,  y el movimiento antidictatorial que culminó con la revolución del Sapoá en 1919. Si hay algo que certifica la vocación de libertad del pueblo costarricense y su determinación por defenderla, son hechos de tal calibre.

El segundo fundamento es el de nuestra fusión cultural hispanoamericana. Abreva del rico crisol que el mestizaje aportó a nuestra nacionalidad. ¿Qué somos sino una rica argamasa de hispanidad, de indigenismo, de afrodescendencia y además de un judaísmo originalmente español sefardí -y posteriormente del resto de Europa- en búsqueda de cobijo, paz y libertad? Finalmente el tercer fundamento en el rudimento de nuestro ser nacional, es el de nuestra identidad espiritual. El nuestro es un pueblo que valora esa identidad. En el subsuelo de la identidad espiritual del costarricense está nuestra herencia judío-cristiana. Por cualquier lado que quiera mirarse está enraizada. Está en las convicciones que trajeron de España nuestros padres fundadores y está en la herencia de nuestro mestizaje entre el colonizador y el nativo. Si la miramos desde otra perspectiva, la del costarricense afrodescendiente, también allí está. Según los historiadores Meléndez y Duncan, basta investigar en las raíces espirituales del tico afrodescendiente para encontrar esa misma herencia, pero a través de otras denominaciones: la anglicana, bautista, metodista y adventista. El posterior arribo del educado inmigrante exclusivamente judío, lejos de afectar, vino a nutrir y a dar vigor a esa tradición judío-cristiana de la que ya nos beneficiábamos. No había forma de que nuestros abuelos recibieran mal al judío. La razón es que nuestros primeros colonos, eran en buena medida conversos de herencia española judío-sefardí. Por ello, gran parte de nuestros apellidos son de tal genealogía. No por casualidad, nuestra primera bandera nacional era un fondo blanco con una gran estrella roja de seis puntas en su centro, exacta a la del Rey David. Influencia de colonos españoles judío-sefarditas que vinieron en busca de paz y libertad. Por eso el antisemitismo para un costarricense es, -y debe seguir siendo-, un horror.

Acercarnos a los rudimentos de la comprensión de ¿qué es el ser nacional?, es concluir que, en lo político y económico, es firme convicción de libertad. En lo cultural, es crisol que fusionó nuestra hispanoamericanidad y en lo espiritual, es identidad forjada en milenios. Afirmarlo es reconocer que, como pueblo, estamos orgullosos de lo que permitió esa identidad y defenderla. ¿Cuál es el prejuicio, -imbuido de resentimiento e ideología-, que hoy pretende destruir el legado que recibimos de quienes forjaron la historia?  Por ello, a la hora de las definiciones, es importante detectar cuáles movimientos electorales defienden sin ambigüedades ni tibiezas esta herencia. En el sentido opuesto, alertarnos de aquellos movimientos políticos que prohíjan ideologías que disminuirían la calidad de nuestra libertad, de nuestra identidad cultural y espiritual.  

Las posiciones deben ser juzgadas. Y si lo ameritan, repelidas y combatidas. No es cierto que todas sean respetables, como pretenden algunos “bienpensantes políticamente correctos”, gratificados por repetirlas. Veo en el discurso de la mayoría de los aspirantes electorales una peligrosa sobredimensión del rol que debe jugar el político. En La Ilusión Política, el sociólogo francés Jacques Ellul se refiere a la necesidad de que el ciudadano tome consciencia del carácter ilusorio de buena parte de la actividad política. En primer término porque la política es por lo general reacción y no iniciativa. Los políticos no moldean el mundo en que estamos, pues usualmente la única posibilidad de la actividad política es la de responder ante los procesos o paradigmas que la evolución socioeconómica le va imponiendo a la historia humana. Además, la acción política siempre conlleva resultados distintos de los anticipados. Donde conceptos que se escuchan cautivantes, -y que la clase política aplica hasta la saciedad-, básicamente son eufemismos que a la hora de la verdad de la acción pública, vienen en la práctica a disminuir la calidad de la libertad ciudadana, y a cambio del sacrificio, el resultado es por lo general estéril, o peor aún, dañino. Por ello, en gran medida, la política es espejismo. Cantos de sirena. Por ello los partidos imbuidos de conceptos ideológicos son los más peligrosos. Escuché por ejemplo, que uno de los partidos en liza, con aspiraciones de gobierno, se proclamaba “feminista”. Por allí entonces aparecerá a la larga otro que se autodenomine “machista”. Tonterías ideológicas para ciudadanos incautos. De ahí que la vanidad de quienes aspiran, o tienen poder, sea derivación de la sobreespectativa de la población y de los medios sobre lo que realmente ellos pueden y deben hacer. La prosperidad, -más que de política, quimeras, y fórmulas mágicas-, dependerá de la cultura del pueblo que llevará al gobernante al solio.  fzamora@abogados.or.cr

lunes, 6 de enero de 2014

LA NAVIDAD Y EL PERIODISMO



Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario La Nación el 22 de diciembre del 2013

Publicado en el Diario Español El Imparcial:

Como bien lo interpreta el destacado teólogo europeo Aurelio Fernandez, los evangelios no son un estudio metódico o teórico acerca de las verdades esenciales de la fe. No son teoría. En tanto proclaman un mensaje, tampoco son estrictamente un libro de historia. Tampoco son libros biográficos en sentido técnico. Ni es su objetivo relatar con una cronicidad detallada la vida del Cristo. Sin ser periodista, pero tal vez por la velada admiración que guardo hacia el oficio del periodismo, me atrevería a concluir que esencialmente los evangelios son, -en sentido práctico-, un ejercicio y una obra periodística. Ejercicio que se propuso describir el itinerario vital que siguieron aquellos que fueron testigos de la vida del Mesías y que, al tenor de los acontecimientos que les correspondió vivir, concluyeron que Jesucristo era el hijo de Dios. En principio, no era posible hallar abolengo en la persona de Jesús. ¿De Nazareth podía salir algo bueno? (Juan 1:46) Su irrelevante condición social lo condenaba a ser visto por la cultura de entonces simplemente como el hijo de José el carpintero, y de María. ¿Que sucedió en la vida de aquellos que le conocieron y le siguieron? Al punto que llegaron a convencerse de que “¡ciertamente tu eres el hijo de Dios!” (Mt 14:33) Pues bien, de conformidad con lo que los Evangelios refieren, quienes siguieron a Jesús fueron cambiando de criterio a la luz de lo que iban viendo. Más que de la dignidad y majestad inherentes que reflejaban su personalidad, los evangelios dan noticia acerca de la maravilla de las obras que hacía: “…a los sordos hace oír y a los mudos hablar.” (Mc 7:37) En síntesis, como buen matutino periodístico, lo que el evangelio anuncia, es que los coetáneos de Jesús llegaron al convencimiento de su naturaleza divina porque vieron. En los evangelios, la palabra “ver” es el verbo contundente de importancia capital. Por eso aparece más de 200 veces en el libro de San Juan y 100 en el de Mateo. Es el verbo constante al que los protagonistas apelan: “Lo que hemos visto con nuestros ojos…eso es lo que os anunciamos” (1Jn1:1-3). No vamos a encontrar en los evangelios un encabezado que pontifique acerca de las pruebas de la divinidad de Jesús, ni frase alguna que presente al nazareno como un teólogo que enseñe conjeturas acerca de Dios.

Sus autores tampoco son historiadores, pero a criterio de algunos de ellos muy destacados, -como el alemán Hans Campenhausen-, los relatos cumplen con todos los requisitos de confiabilidad histórica que se le pueden pedir a un texto tal y la obra es del mismo género narrativo de los contemporáneos que relataron la vida de otros personajes como Tácito o Plutarco. Cuales buenos periodistas, -sin detenerse en rasgos psicológicos, con un estilo ponderado, con una narración concisa de los hechos y de los discursos, ajeno a encomios desproporcionados-, simplemente se esfuerzan en ser veraces en aquello de lo que deben anunciar. Con lo cual garantizan la veracidad de lo narrado. En los textos no encontramos definiciones teóricas. Solo el firme mensaje de que el Creador es un Padre que tiene un proyecto de salvación para el mundo. En síntesis, son escritos cuyo objetivo es dar noticia fiel de la persona de Jesús, y de su mensaje. Son la proclama de lo que significó la irrupción del Cristo en la escena de la Palestina bajo jurisdicción romana. Irrupción que dividió la historia en dos.

En temporada que celebramos el nacimiento del Señor de la verdad evangélica, reafirmar la naturaleza esencialmente informativa de las crónicas más importantes de la cultura humana, representa un recordatorio acerca de la vital importancia de que la verdad sea el norte indiscutible en la ética profesional del periodista. Más que por la destreza técnica que pueda esgrimir en su labor un buen cronista, o más que por la vasta cultura que pueda reflejar al momento en que escruta a sus entrevistados, el verdadero señorío de tales profesionales estará determinado por lo valientes y lo celosos que sean frente a la verdad hallada. La sangre de mártires como el colombiano Guillermo Cano, el nicaragüense Pedro J. Chamorro, o el dominicano Gregorio García Castro, le deben recordar al periodista de excelencia, de forma constante, ésa, su grave responsabilidad. Giles Lipovetsky definió lo que estamos viviendo como una era de vacíos. Por antonomasia, toda cultura decae cuando su tensión espiritual se relaja. Son etapas en el desarrollo humano donde la inteligencia espiritual se atrofia. Cuando las sociedades se sumen en una parálisis vital. En la práctica, un nihilismo en el que todos los ideales y valores se pretenden destituir. Es una anemia de sentido existencial y una ausencia de horizontes. Aún peor, etapas en las que parece existir un atractivo por lo vulgar. Es ante ese escenario en el que se agiganta el desafío que enfrenta el buen cronista. Porque el periodismo es la última frontera ética de los pueblos. Cuando el germen del despotismo invade las instituciones, y los controles constitucionales desaparecen ante la mano tenebrosa de la opresión, solo queda la palabra publicada. El último vestigio de la dignidad de la cultura es la denuncia vigorosa del periodista valiente. En rescate de los pueblos, la historia moderna es prolífica en ejemplos acerca de la importancia vital de la crónica valerosa: el diario El Espectador frente al cáncer siniestro del narcotráfico, o La Prensa frente a las botas opresoras que desde siempre han asolado Nicaragua. Es la razón por la que en los regímenes totalitarios la prensa independiente es proscrita absolutamente. Cuando las tinieblas se ensañan contra la sociedad, el reducto del último acervo de luz espiritual, es la voz de un periodista valiente. Así pues, en ésta época en que conmemoramos tan importante efeméride espiritual, es pertinente recordar esa coincidencia entre la luz del espíritu y la del periodismo. Hermandad vital para la subsistencia de la dignidad de las naciones y de su cultura.fzamora@abogados.or.cr