martes, 26 de julio de 2016

ESTADO FRAGMENTADO E INSULAR

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación:


 
¿Qué es un Estado fallido? Esencialmente, donde no es posible ejercer la autoridad. Ingobernable, sería un concepto sinónimo. Amerita escrutar las causas que imposibilitan ejercer la autoridad y algunas soluciones inmediatas para nuestro país. De esas causas, la principal es la indigencia cultural. Analicemos un ejemplo ilustrativo. Después de la sangrienta rebelión de los esclavos haitianos, el rey Carlos X acepta detener la represión contra aquella independencia, siempre y cuando éstos aceptaran la ordenanza que les exigía la bicoca de 150 millones de francos de oro. Como revancha a la atroz masacre de franceses hecha por los haitianos, los europeos impusieron esa grave indemnización con el objeto de resarcir a los colonos afectados. El historiador P. Girard, refiere que la exigencia fue remitida con una escolta de catorce buques artillados. Haití cedió, pues de no aceptarse la exigencia, sus puertos serían bloqueados y la isla sitiada hasta la inanición. Aquellas condiciones le impidieron a Haití su derecho humano al desarrollo, o niveles mínimos de educación para forjar una cultura básica. Así, permaneció en la miseria cultural que les caracterizó durante la era esclava, y que impidió el ejercicio natural de la autoridad y el poder en su sociedad. Desde entonces -por razones culturales-, ha sido un Estado fallido.

 

La segunda razón que engendra Estados fallidos e ingobernables, se deriva del abuso del poder. Ejemplos los hay en ambas frecuencias del espectro ideológico. En la derecha, vergonzosas dinastías como la Somocista. En la izquierda, los Estados tras la cortina de hierro, que colapsaron al unísono cuando el muro de Berlín se derrumbó. O la Venezuela de hoy, presa de saqueos por parte de un pueblo hambriento e indignado, es el ejemplo más reciente de un Estado fallido como resultado del ejercicio abusivo del mando.

 

Ahora bien, sin que medie la indigencia cultural o el abuso del poder, hay una tercera razón por la que las sociedades se tornan ingobernables. Dicha causa es el “Estado insular”, donde el poder está peligrosamente atomizado. En los Estados insulares el poder se fracciona en pequeños archipiélagos o feudos autónomos, de tal forma que, cada fragmento se anula recíprocamente hasta perder toda eficacia. Tal fragmentación es provocada por dos fenómenos sociológicos. Por una parte, una errática conducta política de la sociedad, que lleva a la inmovilización de la toma de decisiones como resultado de un exagerado desmembramiento político por la vía de una “democracia de cuotas”. La España parlamentaria de hoy, prolífica en opciones partidarias, y que alcanzó más de doscientos días sin formación de gobierno, es un ejemplo dramático. También Costa Rica ha venido experimentando esa peligrosísima tendencia a fraccionar la democracia en cuotas. Así se llegó al extremo de que un partido eligió un diputado que representa la cuota de interés de los taxistas informales. Llegará el momento en que los formales también pedirán la suya. No nos extrañe cuando los interesados en eliminar los exámenes de incorporación a los colegios profesionales hagan un partido, y así hasta el absurdo. En lugar de movimientos que velen por los ideales de la colectividad nacional, se están engendrando cascarones electorales representando cada interés creado. Un escenario digno de la dramaturgia de Jacinto Benavente.

 

 La otra razón por la que el poder resulta fraccionado, se debe a la patológica desviación de la cultura legalista; sucede cuando el sistema y los funcionarios públicos abusan de su potestad reguladora y de control. También cuando se tiene el prejuicio de que los problemas solo es posible solucionarlos con la instauración de entes burocráticos permanentes para cada situación. Lo que convierte a los Estados en entes fragmentados, o peor aún, con entidades duplicadas. No hay buen abogado litigante activo que no haya sufrido las consecuencias de esta patología. Un ente autoriza lo que tiempo después otro inspecciona desaprobándolo, y que a su vez es ratificado o rechazado por una tercera entidad, hasta que -luego de un vía crucis de años-, algún Tribunal descubre que toda aquella montaña rusa de aprobaciones y contra-aprobaciones, no era sino una arbitrariedad en perjuicio de algún cristiano arruinado por aquel macabro juego. Situaciones que parodian el hilarante son de Celia Cruz que cantaba “Songo le dio a Burundanga cuando Muchilanga y Borondongo pegó a Bernabé”.

 

Existen medidas que deben establecerse de inmediato para detener esta tendencia y que, entre otros, han sido propuestas por la Comisión sobre gobernabilidad en el cuatrienio anterior. Entre las más importantes, que los controles que no tengan relación con contrataciones o presupuestos, los ejerza la Contraloría General de la República posteriormente al acto y no antes. Darle carácter únicamente consultivo no vinculante a los dictámenes de la Contraloría y la Procuraduría, en aquellos casos que no sean estricta materia de protección de fondos públicos, y además, limitar las facultades de control y fiscalización de la Contraloría a las razones de legalidad. Bajo ese mismo enfoque, el diputado Guevara Guth nos entregó, y explicó al Comité Ejecutivo del PLN, un proyecto de ley denominado “Gobernar sin excusas”, cuya buena intención es facilitar la gobernabilidad y combatir la “insularización” estatal que he descrito. Aunque algunas de sus propuestas son improcedentes, una de las iniciativas viable, coincide con la recomendación de la Comisión de gobernabilidad, en el sentido de ordenar los entes descentralizados según sectores, y por vía decreto. Así mismo, que los incumplimientos de las directrices ejecutivas sean conocidos por el Consejo de Gobierno con fines correctivos y disciplinarios, incluida la eventual destitución de los jerarcas, de tal forma que al Presidente de la República se le faciliten sus potestades constitucionales de gobierno. Sin embargo, amerita advertir la tesis reiteradamente expuesta por el experto en administración pública Johnny Meoño, quien insiste en que buena parte de la causa de la ingobernabilidad del país no está en las leyes, ni en sus instituciones, sino en la reticencia de los gobernantes a “planificar, liderar, decidir y articular” conforme al marco normativo que ya ofrecen las leyes de planificación nacional, y general de administración pública. fzamora@abogados.or.cr

martes, 19 de julio de 2016

LA POTENCIA DE LA IDENTIDAD

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/potencia-identidad_0_1573042688.html

El 15 de marzo del año 2011, en el Salón Simón Bolívar de la OEA, en Washington DC, se realizaba la sesión plenaria que inauguró el año internacional de los afrodescendientes. Walter Robinson Davis, quien intervino en representación de nuestro gobierno, inició su discurso definiendo su propia identidad, para lo cual recordó que se sentía totalmente costarricense, totalmente afrodescendiente y totalmente cristiano. En varias ocasiones en las que conversé con él acerca de su historia personal, intuí que su éxito se sustentó en la segura confianza que posee acerca de su propia identidad. De hecho, su trayectoria como líder inició cuando, siendo dirigente de la Asociación de estudiantes limonenses, promovió, -junto con otros líderes juveniles afrocostarricenses-, el día nacional del negro. La autoestima sustentada en la dignidad de ser quien era, le permitió enfrentar los desafíos de una vida que inicialmente fue llena de carencias económicas; su padre ejercía dos jornadas como obrero para sostener una familia de diez hermanos, mientras su madre era misionera. Aferrados casi únicamente a sus valores, y en medio de tremendas limitaciones, sacaron adelante a todos sus hijos como ciudadanos de bien.

 

Su historia es enseñanza de vida acerca de la importancia de abrazar la propia identidad, evitando asumir una actitud excluyente con la de los demás. Quien tiene certeza de su propio valor, defiende su individualidad reconociendo también el valor de quien posee una diferente. Al fin y al cabo, si rastreamos en nuestro lejano historial genealógico, encontraremos que somos el resultado de una infinidad de ancestros, y por tanto, derivación de una multiplicidad de puntos de partida en el mapa planetario. Pero reconocer la verdad del amplio crisol genealógico que poseemos -en especial los hispanoamericanos-,  no implica negar lo que somos en medio de la ofensiva global que mina todo rastro de identidad cultural. La genuina vocación cosmopolita valora las identidades culturales ajenas sin renegar de la propia. No es “renegante” de su realidad cultural. Si la adolescencia se considera una crisis de identidad cuyo vacío arriesga asumir roles falsos o equivocados, podemos afirmar entonces que el ciudadano universal no tiene una propensión adolescente. Al tiempo que se sabe ciudadano del mundo, entiende que posee una identidad cultural propia. Está claro de su identidad, al tiempo que reconoce las bondades de las otras.

 

Gran parte de nosotros nos sabemos hispanoamericanos. Ahora bien, es una realidad innegable que la identidad base de nuestra nacionalidad costarricense fue un hispanoamericanismo muy particular. Si debiésemos definir la realidad de nuestra fundación nacional, debemos afirmar que nuestros colonos y conquistadores tuvieron una historia que se asemeja más a la del origen de los Estados Unidos, que a la de la mayoría de las naciones latinoamericanas.  ¿Por qué? Veamos. La mayoría de las naciones hispanoamericanas se asentaron a partir de la conquista de grandes poblaciones nativas, como Tenochtitlán, Cuzco o el norte de la América Central. Por el contrario, en el caso de Costa Rica, los conquistadores  llegan a un territorio que para entonces era considerado remoto, mucho menos poblado, y sin una civilización potente. Ciertamente eran conquistadores, pero esa circunstancia los convirtió, más que en conquistadores, en colonos. Ese sentimiento de desolación lo registra la epístola que el Gobernador Ocón y Trillo remite a la audiencia de Guatemala en 1607: “…Costa Rica tiene ese nombre, que parece mote irónico, perfecto antónimo con nuestra realidad…”  

 

En un contexto similar, los historiadores Nevis y Commager nos recuerdan que los colonos estadounidenses se asentaron en territorios que estaban relativamente deshabitados y carentes de concentraciones metropolitanas que ofrecieran grandes riquezas en metal precioso o mano de obra. Así, guardando las proporciones en relación a la diferencia en el tamaño de los territorios, la de los colonos norteamericanos era una situación en algo semejante a la nuestra. Otro elemento de coincidencia importante, lo es el hecho de que buena parte de aquellos colonos-conquistadores estadounidenses, venían huyendo de las persecuciones promovidas en Europa, al igual que buena parte de nuestros ancestros -que eran hispanos sefardíes-, una población perseguida en el Reino. Sus asentamientos resultaron ubicados en regiones inhóspitas y lejanas a las civilizaciones europeas de donde eran originarios. No por casualidad además, las familias se establecían aisladamente. Así, encontramos una diferencia abismal entre nuestra realidad y la de la conquista de los grandes centros poblacionales del resto de América, pero en aquel sentido relativamente similar a la de los colonos de los Estados Unidos.

 

En el caso de Costa Rica, ser una nación en alguna medida colonizada, forjó una idiosincrasia nacional sin aversión a la madre patria española. Tanto así que, pese a la noticia de la independencia -recibida en octubre de 1821-, existió una reticencia inicial a aceptarla. Eso permitió que el costarricense asumiera a plenitud, y sin rencor alguno, tanto su propia identidad nacional como su hispanoamericanidad. Además, ser un pueblo de inmigrantes y con claridad respecto de sus propios valores, permitió que nuestro país acogiera sin resquemores otras poblaciones inmigrantes con identidades culturales diferentes, como por ejemplo, en el Siglo XX, los judíos de la Europa del Este, o los cuáqueros que pacíficamente fueron asentados en la meseta de Monteverde en Puntarenas, quienes por motivos sustentados en objeción de consciencia, venían huyendo de los Estados Unidos con el afán de evitar su conscripción en la cruenta guerra de Corea. Y ello enriqueció aún más nuestra sociedad. Usualmente, el odio hacia otras culturas tiene su raíz en la debilidad e incerteza acerca de la propia. Por el contrario, nuestra fortaleza radica en reconocer que nuestras raíces se hunden y florecen, a partir de los más ínclitos valores de la hispanoamericanidad, y del condimento aportado por otras migraciones que han abrazado con pasión su propia cultura dentro de la nuestra. fzamora@abogados.or.cr

viernes, 1 de julio de 2016

UNA PROPUESTA PARA EL PRESIDENTE

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.


 
Resumo un mensaje que he remitido al Sr. Presidente de la República. En éste respetuosamente sugiero una  prioridad de ejecución en los dos años que restan al cuatrienio. La propuesta tiene como objetivo enfrentar cuatro desafíos: el de la reactivación económica con desarrollo, el de nuestra infraestructura, el del desempleo, y el de transporte público. La potabilidad de la iniciativa dependerá del qué, del cómo, y del mecanismo para su viabilidad política.
 
Respecto del qué: la propuesta plantea un inventario prioritario de obra pública, con al menos tres proyectos que resultan indispensables para tales propósitos: A) el primero de ellos, un aeropuerto de envergadura, que permita la operación de un hub internacional o centro de conexiones de vuelos de alto tránsito en la cintura del continente. Ello generaría condiciones para implementar aquí un foco neurálgico de comunicaciones, turismo, negocios y servicios. Para lograrlo, debe iniciarse la expropiación de los terrenos técnicamente idóneos y acelerar las autorizaciones internacionales. De hecho, ya hay firmado un contrato de un proyecto en este sentido, que es viable. B) El segundo proyecto, es un sistema moderno de tren, de conformidad con lo ya diagnosticado para los años  2011-2030  en el Plan de ordenamiento del Gran Área Metropolitana. Si dicho tren es ligero y de tecnología sofisticada, transportaría más de 50.000 personas por hora mediante travesías cada dos minutos, evitando 30.000 carros y acelerando los tiempos de desplazamiento ciudadano. Este plan superaría las capacidades de ejecución de entidades como INCOFER, pero es posible desarrollarlo a través de una alianza público-privada internacional. Ahora bien, en el mundo, las concesiones ferroviarias no generan grandes ganancias económicas, por lo que, para hacerlo viable, el Estado deberá aportar un porcentaje de inversión al costo de capital. C) El tercer proyecto es un corredor  ferroviario transcontinental de mercancías -conocido como canal seco-, que conectaría ambas costas del país. Estudios realizados por empresas internacionales interesadas, demuestran su viabilidad y conveniencia. Quien quiera entenderlo, recomiendo la lectura del artículo denominado Cómo insertarnos en el primer mundo, el cual escribí en esta sección el año pasado (1/1/2015). De lograrse, se competiría con el servicio que ofrece el Canal de Panamá, pues un corredor transcontinental, antecedido por dos megapuertos, permitiría la clasificación y almacenamiento para una distribución interregional de mercancías. Tal corredor ofrece la solución de una necesidad cada día más urgente de la economía mundial: grandes puertos en la cintura del continente que, además de permitir el paso entre un océano y otro de la mercadería, también en cada puerto redistribuyan y redirijan hacia otros destinos los contenedores que arriban.

 

El cómo. La realidad de la insolvencia económica y operativa de nuestro Estado, descartan la posibilidad de que estas obras las haga nuestra administración pública con fondos ordinarios o con créditos. Lamentablemente además, por ser una figura ineficiente para grandes realizaciones, la experiencia descalifica la opción de los fideicomisos establecidos en la ley N°9292. ¿Por qué lo afirmo? En primer término, porque establece como posibles fiduciarios a los bancos, siendo que la figura del fiduciario implica la omnicomprensiva tarea de desarrollar un megaproyecto, lo que escapa a la especialidad de los bancos. Estos no están diseñados para todo lo que implica la labor fiduciaria de una gran realización, que incluye fiscalización de obras, elaboración de diseños, las tratativas negociales del desarrollo constructivo, planeamientos estratégicos y administrativos, y el largo etcétera que implica levantar y poner a caminar planes de gran calado. Es una responsabilidad que va más allá de la especialidad de una entidad crediticia y que desestabilizaría la institución bancaria y su prestigio en caso de imprevistos. Peor aún, la figura del fideicomiso subordina la obra a una maraña reguladora similar a la que se aplica al sector público. Me refiero a largos procesos de apelación, regímenes de contratación laboral del sector público y al régimen presupuestario de la administración pública. Es impensable pretender materializar planes de esa naturaleza bajo tal esquema. La salida sensata es invocar la ley N°7762 y otorgar en concesión dichas realizaciones. Esa normativa contempla el mecanismo viable de alianza público-privada para los casos que propuse. Allí, el financiamiento, las eventuales contingencias, la planificación y la administración total, la asume el concesionario, quien debe ser una entidad con especialidad y experiencia en cada proyecto propuesto.  Por la naturaleza del contrato, está obligado a actuar con eficiencia, celeridad, y un régimen de operación expedito, pues cualquier atraso atenta contra su propio interés económico. Amén de que el costo final es pagado por los usuarios únicamente, y no con tributos a cargo del pueblo. La figura de la concesión se satanizó, pero lo cierto también es que el país ahora tiene más experiencia negociadora. Es posible evitar los errores del pasado estableciendo con claridad una estipulación contractual de valor neto actualizado, lo que le permitiría al Estado asumir el bien en menos tiempo posible en aquellos casos en que se demuestre un flujo de utilización del bien superior al estimado, o en caso de que los costos resulten inferiores. Corresponderá al gobierno garantizar un proceso transparente de concesión que asegure el menor precio proyectado al usuario, para lo cual será necesario eliminar el cobro del impuesto de renta a las obras, y no agobiar en exceso al usuario.

 

Viabilidad política. Ortega y Gasset vaticinó la actual era posmoderna denominándola de rebelión de masas. Afirmaba que, al culminar la era industrial, muchos individuos se resistirían a ser dirigidos, queriendo imponer su voluntad a los detentadores del poder. Así las cosas, si aspiramos al consenso para cualquier iniciativa gubernamental, permaneceremos inmóviles. El disenso existirá siempre, pero es sabio buscar respaldo para garantizar éxito y menor resistencia. Un mecanismo práctico para darle viabilidad a esta propuesta, es un acuerdo político que represente una mayoría del electorado entre los partidos representados en el Congreso. En el Partido del que soy Secretario General, como en buena parte de otras agrupaciones, percibo un sentido de urgencia por reactivar la economía, lo que ofrece condiciones óptimas para hacer viable un acuerdo nacional en este sentido.  fzamora@abogados.or.cr