miércoles, 20 de septiembre de 2023

QUE HACER PARA PROPICIAR UNA REVOLUCION EDUCATIVA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Revolucionar nuestro modelo educativo para una educación de alta calidad, es posible si logramos que Costa Rica conquiste su sexta transformación educativa. Señalaré aquí las bases de una educación de excelencia, pero antes amerita entender la evolución de nuestra enseñanza. La génesis de nuestra tradición educativa arranca en el año 1575, durante la colonia. Como bien lo señala el investigador Elías Zeledón, en esa primera etapa nuestra enseñanza consistía básicamente en el aprendizaje de urbanidad, doctrina cristiana, matemática de cuentas básicas, y alfabetización. Los maestros eran personas instruidas pero que no tenían licencias formales de educación. De su paga se encargaban los padres que querían instruir a sus hijos, o bien quienes eran subvencionados por el cabildo de la localidad de residencia del menor. Este período, -que como indiqué arranca en nuestro país a inicios de la colonia-, concluye con el hecho icónico de la fundación de la Universidad de Santo Tomás, en el año 1814, a finales del período colonial. Esta segunda etapa es inspirada por la Constitución de Cádiz, que en su artículo 366 promovía el impulso de la educación más generalizada en las colonias.

 

Con el gobierno de Jesús Jiménez Zamora nace la tercera etapa de nuestra evolución educativa. En 1869 Jiménez firmó la Constitución cuyo artículo 6° hizo gratuita y obligatoria la enseñanza primaria. Funda además la primera escuela normal, con lo que se inicia la profesionalización docente. La cuarta etapa surge con el gobierno del General Bernardo Soto y la gran reforma educativa de su ministro Mauro Fernández. En esta reforma Don Mauro instauró una legislación especial que provocó que la enseñanza nacional estuviera sustentada en un organismo técnico sostenido por el Estado bajo el control de una Secretaría de Instrucción Pública. Además, en la profesionalización docente creó un sistema similar al de las facultades universitarias, creándose diferentes escuelas normales que luego se convertirían en la base de las universidades públicas.  Igualmente fundó las primeras grandes instituciones secundarias del país, como lo son entre otras, el Liceo de Costa Rica y el Colegio de Señoritas. Finalmente, la quinta y última etapa de nuestra evolución educativa arranca con tres hechos: la misión chilena de 1935, las reformas de 1942 del Dr. Calderón Guardia que abren la educación media a las entidades privadas promoviendo además la educación religiosa y en valores, y se consolida con la creación masiva de centros educativos a partir de la década de 1950, cambio que provoca el gobierno de la Junta Fundadora de la Segunda República.

 

Pues bien, es claro que actualmente estamos viviendo una brutal crisis educativa que nos demanda la urgente conquista de una sexta etapa en nuestra evolución educativa. En este punto, la pregunta de fondo es: en el siglo XXI, ¿cuáles son los parámetros de una educación de alta calidad? Seis son los parámetros para impulsar esa excelencia hoy.  Inicio con el más importante de todos, y es el fomento de los valores en el sistema educativo. Vivimos una sociedad utilitaria, enfocada en la autocomplacencia egoísta y centrada casi exclusivamente en los placeres como único sentido existencial; para ciertas voces estridentes y agresoras, ideales como el honor, la urbanidad, la pureza, o la fe, hoy son malas palabras. La cuestión aquí es, en medio de la incertidumbre actual, ¿adónde le estamos enseñando a nuestra juventud a anclarse? Esa es una de las respuestas esenciales que hoy debe ofrecer toda oferta docente de alto coeficiente. Respecto del segundo parámetro, debe advertirse que en el siglo XXI es época de reconocer que hay distintas inteligencias, o lo que se conoce como inteligencias múltiples. Así pues, la educación del futuro debe priorizar en educar esas inteligencias, ya que las capacidades pueden ser independientes unas de otras. Sujetos que destacan en determinada actividad, lo hacen porque tienen procesos neuronales distintos a otros que pueden tener éxito en una distinta. Ante la pluralidad de inteligencias, deben existir diferentes métodos educativos enfocados en la vocación de cada uno, pues no todos tenemos la misma vocación. Quienes somos creyentes traducimos esa idea con algo que entendemos como “llamado en la vida”, o, en otras palabras, el reconocimiento de que existen distintas vocaciones y propósitos para cada persona.

 

El tercer parámetro, radica en la importancia “aprender a aprender”; no basta que el docente se asegure que el alumno adquirió la información impartida, pues también son importantes las estrategias de aprendizaje que le enseñan al alumno las vías para comprender los conocimientos. El cuarto parámetro consiste en la educación centrada en la creatividad. En este aspecto, lo que a la educación le corresponde es facilitar, orientar sutilmente, catalizar, pero se reconoce que la creatividad es un conocimiento que brota del interior. Por ejemplo, los científicos apelan a la intuición cuando llegan a la frontera del conocimiento establecido. Por eso es indispensable combinar asignaturas científicas con talleres creativos, con ejercicios teórico-prácticos, como lo es, por ejemplo, aprender matemática elaborando una cúpula. Algunos educadores incluso sugieren el audaz extremo de impedir la teoría si no hay práctica, algo que además tiende a estimular los patrones que permiten el surgimiento de los emprendedores, que son los que al fin y al cabo crean riqueza.

 

El quinto parámetro es la educación excepcional para el alumno en desventaja social o también conocida como educación para el marginado. Este tipo de educación implica realizar propuestas como los proyectos de valoración sociológica del hogar, asistencia socioeconómica, abordaje de los factores de riesgo de delincuencia juvenil, y la integración al proceso educativo, tanto de los padres o guardadores del estudiante, como de la comunidad. El sexto y último parámetro radica en fomentar los hábitos de interpretación, pues una cosa es comprender y otra es interpretar. No basta comprender, porque es igual de importante desarrollar lectura crítica de la información que recibimos. Sin capacidad de interpretar críticamente, no hay forma de discernir qué es basura, -como tanta que se recibe en la internet-, y qué es realmente conocimiento con valor cultural y científico.

fzamora@abogados.or.cr  

lunes, 11 de septiembre de 2023

LOS DIAS DE LA INDEPENDENCIA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista

En su profusa obra sobre nuestra independencia, el académico David Díaz Arias refiere que, en las memorias de Manuel José Arce, primer presidente federal centroamericano, consta que casi de forma inmediata a nuestra independencia, la población costarricense era reconocida como una sociedad profundamente civilista, pacífica, sin afanes bélicos ni expansionistas. Esencialmente republicana, y en la propia frase de Arce: “merecedora de los encomios que se les otorgan a los pueblos que son virtuosos.”  La generalidad de los estudiosos coincide además que era un pueblo pobre, consecuencia de una escasa inmigración, escasa población nativa y además limitada en riquezas minerales. A lo que se sumaba la difícil comercialización de los pocos cultivos agrícolas que teníamos, prácticamente limitados al tabaco o el cacao. Es claro que la independencia americana, y como subsecuencia la centroamericana, fue resultado de una confluencia múltiple de factores, entre los que se encontraban las reformas centralistas de la monarquía borbónica, la guerra de independencia española, la Constitución de Cádiz y las corrientes político filosóficas del pensamiento liberal originario. En el centro de nuestra América, la independencia estaba motivada en el anhelo de ser libres del dominio político administrativo de las metrópolis coloniales que concentraban el poder, por lo que, en nuestra pequeña región meridional, el término independencia tenía muchas connotaciones. Por ejemplo, el resto de pueblos centroamericanos estaba deseosos de liberarse del control guatemalteco, lo que era evidente desde el siglo de los 1700’s, -perdónenme el anglicismo-, cuando ya constaban los reclamos de los criadores de ganado de provincias más lejanas como la de Honduras o El Salvador. De alguna forma los costarricenses resentíamos también esa inconformidad, pues las autoridades de Guatemala dificultaban con múltiples trabas el comercio costarricense con nuestros vecinos del sur, lo que entonces era la Colombia panameña.  El investigador estadounidense Troy Floyd refiere por ejemplo, que la intendencia salvadoreña señalaba en sus discursos su inconformidad con “la tiranía de Guatemala sobre las provincias”, mientras que los hondureños se quejaban de que la riqueza estaba en “la letárgica cabeza guatemalteca, mientras la sangre de sus hacendados no circulaba en el resto del cuerpo”. Esto, entre otros motivos, por el férreo control ejercido desde Guatemala que prohibía a los ganaderos vender los animales fuera del dominio de su jurisdicción. 

 

Aún más, en su “Colección de documentos para la historia”, nuestro historiador León Fernández deja constancia de que pocos años antes de nuestra independencia, la diputación provincial costarricense, en conjunto con la nicaragüense, solicitaron directamente a las propias Cortes españolas de Cádiz, que nuestras dos provincias fueran separadas de la Capitanía guatemalteca. La intención es que se estableciera una audiencia propia. Según el proyecto remitido a Cádiz, la idea era que se estableciera esa nueva audiencia, y una capitanía en la entonces principal ciudad nicaragüense de León, con una intendencia en Costa Rica. La convicción del historiador Fernandez era que tanto nuestra nación como Nicaragua buscábamos liberarnos de la dependencia chapina, sobre todo, en temas económicos, y de paso, los legales. Pero la historiadora Elizabeth Fonseca nos alerta que, en ese cóctel de intereses creados y pasiones libertarias, había otro nivel de pugnas de menor rango, esta vez entre nosotros y los leoneses. Pues, así como una fracción de la geografía centroamericana buscaba liberarse del control guatemalteco, los funcionarios cartagineses empezaban a buscar la forma de liberarnos del control nicaragüense, al punto que el mismo historiador Fernández refiere el hecho de que, un año antes de nuestra independencia, los procuradores del Ayuntamiento cartaginés solicitaron a un funcionario de la capitanía guatemalteca la separación administrativa y eclesial de Costa Rica frente a la jerarquía de León. Alegaron que eso era un requisito esencial para que nuestra economía y comercio progresara. De hecho, el citado investigador Díaz apunta además que esta petitoria se reitera mediante escrito presentado ante el diputado de las Cortes de Cádiz, José María Zamora, en donde se comunica la urgencia que tiene Costa Rica de convertirse en Junta Provincial “para quedar independiente y sin ninguna sujeción a la de León Nicaragua”. En esa ocasión, la distancia y la dificultad de los caminos entre León y Cartago, era otro de los argumentos de peso para justificar la anhelada separación.         

 

Pues bien, al final de aquellos afanes libertarios regionales, y por la ya citada confluencia de múltiples factores globales, José Cecilio del Valle, uno de los principales padres de la independencia centroamericana, sostenía que la Constitución española de 1812, -denominada de Cádiz por haber sido promulgada en aquella ciudad-, al proclamar que el soberano moral eran los pueblos bajo el dominio español, con esa frase resumió el fundamento ético que sustentó la independencia final de nuestra región. No por casualidad, con el espíritu de la independencia, para Valle nacería además una nueva connotación de lo que ser americano significaba frente a lo europeo. Una persona que era diferente no por su cultura, sino por su carácter. Ciudadano de una patria cara y valiosísima, de un continente digno, e incluso, por sus potencialidades a futuro, “superior a Europa”, tal y como se atrevió a afirmar en su periódico “El amigo de la Patria”.

 

Hoy, dos años después del bicentenario de nuestra independencia, las estadísticas de los indicadores de desarrollo nos despiertan de nuestro sueño libertario, hacia lo que parece ser son los primeros estertores de una pesadilla. Tengamos claro que, toda caída de los indicadores del desarrollo no es otra cosa sino una crisis de la cultura nacional. Y esa cultura es, a su vez, vocación que se sostiene en un trípode de tres columnas: la educación, la formación familiar y la espiritualidad.  Si queremos revertir dicha amenaza, -esa espantosa tendencia en la que vamos cayendo-, al menos empecemos con la educación, uno de esas tres bases que son clara responsabilidad del Estado. fzamora@abogados.or.cr