lunes, 15 de junio de 2015

ROMERO Y POPIELUZSKO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 


 

El reporte fue elaborado por los agentes del Servicio de Seguridad del Estado polaco y registrado en los archivos del temido Ministerio del Interior. Literalmente el parte rezaba: “el 8 de octubre de 1984, en la Parroquia de Bytomiu, al ser las 18 horas, Popieluzsko celebró misa; en su homilía subrayó el significado de la dignidad humana, de la libertad concedida por Dios, y también de la facultad de discernir la verdad de la mentira; En un momento de la ceremonia, animó a la oración para que los niños en Polonia fueran educados en el espíritu del amor a Dios y a la Patria; además cantaron la frase: ¡Dios ha creado a Polonia, dígnate devolvernos la patria libre, Señor! Ante esa exclamación, cientos de extremistas levantaron los dedos formando la letra V, la de la victoria.” Lo anterior fue el parte policial con el que se registró una de las últimas actividades realizadas en vida por el sacerdote polaco Jerzy Popieluzsko. Pocos días después fue secuestrado y asesinado por varios agentes de seguridad del régimen socialista de Wojciech Jaruzelski. Al Padre Popieluzsko se le perseguía porque en el púlpito de su Iglesia, hacía declaraciones como las que aparecían en el reporte de inteligencia antes transcrito, y que eran consideradas subversivas. En la Polonia del materialismo laicista anterior a 1989, ser cristiano no era fácil. En el verano de 1980 los trabajadores del acero de la Ciudad de Varsovia quisieron solidarizarse con los obreros de Gdansk. Para ello, se levantaron en protesta encerrándose en la acerería, y durante el encierro reclamaron la presencia de su cura párroco.

 

Llamado. Allí es cuando el Padre Popieluzsko inicia su llamado hacia el martirio, pues a partir de ese momento se caracteriza por su carisma, su combativa defensa de la libertad y su testimonio de amor cristiano. Gracias a sus comprometidos sermones, su parroquia de Stanislao de Kotska se torna, -paulatinamente-, en el epicentro de la resistencia polaca contra el régimen marxista que entonces subyugaba al país.  Un cronista de su biografía, -el escritor José Alvarez de las Asturias-, relata que el régimen estaba especialmente incómodo con sus prédicas, pues éstas eran una incendiaria mezcla de espiritualidad y patriotismo. De hecho, Popieluzsko y su parroquia, representaron un pilar del naciente sindicato democrático Solidaridad, pues en sus homilías defendía la libertad política, religiosa y sindical de los trabajadores agrupados alrededor del sindicato. Cuando en 1981 se impone en Varsovia la ley marcial, la potente bota militar no detiene la voz valiente del cura Popieluzsko. ¡La verdad vencerá!, espetaba en sus cada vez más multitudinarias misas. Ellas fueron su pena capital. De 1980 hasta su asesinato en 1984, fue constantemente espiado, acosado, arrestado y finalmente torturado.

 

Romero. Su historia tiene paralelismos con la del Arzobispo salvadoreño, Monseñor Oscar Arnulfo Romero. De hecho, ambos murieron en martirio. La lucha de Romero no fue contra el laicismo materialista del marxismo, sino contra una manifestación distinta del mal. Romero fue entronizado como Arzobispo en el año 1977. El contexto nacional en el que el Arzobispo de San Salvador ejerció su prelatura, fue particularmente traumático. El pueblo salvadoreño, venía arrastrando el lastre de cientos de años de desigualdades culturales que provocaron un esquema de propiedad de los medios productivos muy injusto. Desde sus orígenes, lejos de ser una sociedad gradual y pacíficamente colonizada, la de El Salvador fue una sociedad, -no solo conquistada a sangre y fuego-, sino con profundas diferencias culturales y étnicas. Esto provocó que, desde sus mismos inicios como nación, el salvadoreño no fuese un pueblo que caminara a un unísono tañer de campanas de progreso. Por ejemplo, en su etapa originaria de desarrollo agrario, la tierra, -que era la fuente primaria de riqueza y acumulación de capital-, estaba brutalmente concentrada. Posteriormente, en el siglo XX, durante la segunda etapa, -la del desarrollo industrial y de servicios-, los poderosos terratenientes salvadoreños diversificaron su actividad originaria, pero mantuvieron acumulada en sus manos la capacidad productiva del sector industrial y de servicios. Y para agravar la situación, a diferencia de otras naciones latinoamericanas, -como Costa Rica, Chile o Uruguay-, el desarrollo del Estado social de derecho salvadoreño fue prácticamente inexistente. Esa abrumadora concentración de la actividad productiva, fue una siembra de vientos que provocó una situación de miseria e inequidad. Una tempestad. Finalmente, tal injusticia se tradujo en una violencia social y represión que desembocó en la guerra civil que asoló al Salvador desde finales de la década de 1970 y hasta la firma del plan Arias para la paz centroamericana.

 

Represión. A Romero le correspondió enfrentar, no solo los drásticos métodos represivos de la cúpula militar salvadoreña que dirigió la contrainsurgencia, sino también la frivolidad y la codicia de los sectores económicos que, por su afán de acumulación material, no aceptaban ninguna apertura del sistema socioeconómico productivo de aquella sociedad. Ante esa realidad, Romero, -al igual que lo hizo Popieluzsko-, levantó su voz desde el púlpito y desde la organización de las comunidades eclesiales. Sus homilías eran particularmente vehementes contra el egoísmo generado por la inequidad y la opresión del pueblo salvadoreño. Su llamado final a la cordura de los militares, -la cual hizo en su homilía dominical del 23 de marzo de 1980-, será, por siempre, una de las frases más recordadas de la historia de la civilización: “En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! En nombre de Dios: ¡Cese la represión! Al día siguiente, el lunes 24 de marzo, Romero moría asesinado mientras oficiaba misa en el Hospital de la Divina Providencia.

 

Mártires. Romero y Popieluzsko son dos mártires que entregaron sus vidas por confrontar la verdadera espiritualidad frente a los materialismos de ambos espectros. Por una parte, Popieluzsko confrontó el materialismo laicista de los condicionamientos ideológicos. Por otra parte, Romero confrontó el materialismo de la codicia económica.  Son mártires, pues, sin duda, ¿qué es un mártir, sino aquel que decide aceptar su llamado en Dios, aún si las circunstancias le insinúan una muerte inminente? En una de sus últimas homilías, -poco antes de morir-, Popieluzsko dejó sentado el mensaje que es una portentosa herencia a los pueblos: “Te doy gracias, -dijo- por todos los que no se dejan vencer por el mal, porque al mal vencen con el bien. Para vencer el mal con el bien hay que cuidar la virtud de la valentía. Pobre de aquella sociedad cuyos ciudadanos no se guían por la valentía.”  fzamora@abogados.or.cr

EL ESPIRITU DE LA DEMOCRACIA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación bajo el link


 

Publicado en el diario Español El Imparcial


 

 

Si partimos de lo que representa para la historia humana, la democracia es un sistema de organización política muy novedoso. Tan novedoso que la mayoría de los actuales habitantes de las sociedades contemporáneas no disfrutan de ella. De hecho, solo en Occidente se ejerce la democracia con la intensidad que es necesaria para que sea vivencia. Esto es así pues, -parafraseando a Habermas-, solo nuestro hemisferio es hijo de esa simbiosis entre Jerusalem y Atenas. En otras palabras, el surgimiento de la democracia fue un embrión fecundado por dos grandes sistemas de valores: por una parte, la tradición jurídico-política grecorromana, y por otra, los valores de la espiritualidad judeocristiana. Por el contrario, tanto el Oriente musulmán, como los pueblos del extremo Oriente, desde siempre se han alimentado de una cosmovisión espiritual y jurídico-política radicalmente diferente, que no han permitido aún esa vivencia tan occidental de la democracia. Por ello, en tanto la democracia siga siendo un concepto tan novedoso e incomprendido para la gran mayoría de los habitantes del planeta, reflexionar sobre ella es una obligación siempre vigente para quienes la disfrutamos.

 

Editada por la UACA en 1986 bajo la colección “Clásicos de la democracia”, he releído mi vieja edición en dos tomos de La Democracia en América, obra cumbre de Alexis de Tocqueville. Para quienes el constitucionalismo es una vocación de vida, -como es mi caso-, la obra es de lectura imprescindible. Retrata los orígenes de la democracia estadounidense, que hasta hoy es una de las democracias más representativas de la historia universal. Cuando Tocqueville, -aristócrata francés-, arriba a los Estados Unidos del Siglo XIX, los suyos ya habían sufrido en carne propia los horrores del terror jacobino durante la revolución francesa. Y su experiencia con la democracia americana lo hace confrontar la propia realidad de su nación, -Francia-,  presa de un proceso derivado de los odios surgidos a raíz de las profundas desigualdades que dicha sociedad vivía. La de los franceses era una realidad absolutamente antagónica a la que entonces vivían los estadounidenses. Mientras la desigualdad francesa fue el germen de una revolución que sentó las primeras bases de lo que posteriormente derivaría en el materialismo marxista, el proceso democrático estadounidense, en cambio, surge a partir de la consolidación de una sociedad de emprendedores.

 

Es que, esencialmente, la sociedad estadounidense en sus orígenes fue eso: una comunidad de emprendedores. Sin duda lo que desde la Constitución estadounidense y sus enmiendas procuraron sus fundadores, fue establecer las condiciones que permitieran a sus ciudadanos realizar emprendimientos. Por ello la libertad fue la piedra angular que cimentó el edificio de sus valores jurídico-políticos. No por casualidad a Tocqueville le resultó fascinante descubrir que los estadounidenses que conoció en su periplo, no se saludaban con el tradicional ¿cómo está usted?, sino que su saludo era ¿qué tal la empresa? El emprendimiento, el ideal empresarial o corporativo y la iniciativa individual, eran el denominador común de una sociedad en la que la movilidad social y el éxito de los individuos, dependía del grado de eficacia y capacidad que tenían como emprendedores.  

 

Por ejemplo, desde el contexto de la realidad latinoamericana, se ha insistido mucho en que la sociedad costarricense es un prototipo ideal a seguir respecto de lo que debe ser la democracia latinoamericana. Y si ensayamos un paralelismo histórico, ningún historiador se debería escandalizar si afirmo que, -en alguna medida-, la sociedad costarricense tuvo fundamentos comunes con la estadounidense. Primeramente el hecho de que, en sus orígenes, más que de conquistadores, ambas fueron sociedades de colonizadores. En común además, que tales colonizadores abrazaban una raíz cultural judeocristiana. Esto último les agregaba tres mil años de cultura, una gran consciencia de su libertad individual y fundamento en sus valores, pues tanto los colonos costarricenses, -en buena medida sefarditas-, como los estadounidenses, eran judeocristianos que venían huyendo de los autoritarismos políticos de Europa. En palabras del mismo Tocqueville, “importaron al nuevo mundo un cristianismo republicano y democrático”. Finalmente, otra característica común es que ambas sociedades de colonos se asentaron en territorios escasamente poblados. Esto permitió que, inicialmente, los grados de desigualdad fuesen menores. Mientras que en Francia, gavillas de exaltados intentaban “decretar” el mejoramiento de las condiciones de vida por la vía de la violencia, en sentido inverso, la sociedad estadounidense lo lograba a partir de condiciones que sí son fórmula para el surgimiento de la democracia; posibilidades de ascenso social similares para sus habitantes, respeto a la propiedad, un régimen de protección a las libertades básicas y sobre todo, una cultura cimentada en valores que practicaban todas sus capas sociales. Y aunque en las modernas sociedades occidentales estas convicciones nos parezcan unánimemente reconocidas, son una realidad muy lejana para la gran mayoría de los pobladores del planeta que viven en los sistemas surgidos en las culturas autoritarias.

 

Ahora bien, una de las grandes advertencias que se extraen de la obra de Tocqueville, -precisamente por la cual resultó profeta-, fue que, al ser la actividad empresarial el más eficiente ascensor social, esto genera la tendencia de que los más conspicuos ciudadanos concentren su energía en la actividad privada, descuidando así la esfera pública. Para Tocqueville, abandonar a su suerte la actividad política es lo que da puerta abierta, tanto a los demagogos, como a quienes están mentalmente condicionados por prejuicios y resentimientos sociales. Por ello Tocqueville es, más que un relator de la democracia, un premonitor o un atalaya que nos advierte cómo éstas se destruyen por el desgano o la apatía de sus ciudadanos. Por ello he sido insistente en que, en el plano del constitucionalismo democrático, el deber de nuestra generación es resistir. Nos lo reclama la consciencia histórica que nos ofrecen millones de inmigrantes que, a través de la historia, debieron huir después de observar cómo se derrumbaron las democracias en las que vivieron. fzamora@abogados.or.cr