martes, 24 de mayo de 2016

LA FORJA DEL IDEAL HUMANO


Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

y en el periódico El Imparcial: http://www.elimparcial.es/noticia/164731/opinion/

Escuchar una vieja anécdota familiar siempre provocó en mí una intensa reflexión. Un tío se solazaba atestiguando que cuando mi padre era niño, si encontraba reptiles o anfibios recién muertos -fueran sapos o lagartijas-, en el acto curioseaba su interior, observaba embelesado sus órganos y simulaba operarlas. Para quienes hoy sabemos que dedicó 55 años de su vida a la cirugía cardiaca, no dudamos que aquella fue una conducta premonitoria. A todos resultaba extraño que un niño en la Costa Rica de la década de 1940 -nunca expuesto entonces a la idea de lo que era la cirugía-, ejecutara actos tan precisos que reflejaban una acendrada vocación desde su tierna infancia. “Es que lo traía, era un llamado”- advertía el familiar al narrar la curiosa anécdota infantil. Algunas ocasiones he atestiguado fenómenos similares en relación a la experiencia de otros. Eso que denominan “llamado” es algo inexplicable. Un adagio sentencia que quién será rosa desde que es botón espina. El escéptico se niega a calificarlo como un “llamado”, pues el concepto le resulta inexplicable. Se pregunta dubitativo: ¿quién nos llama y por qué? Por el contrario, para el creyente aquello es un diseño impreso en el alma. Una minúscula fracción de un disimulado plan que nos arrastra en función del propósito de servicio encomendado a cada quien. Al fin y al cabo -desde la perspectiva espiritual-, el servicio es el sentido de la vida. Lo cierto es que tales fenómenos son algo inescrutable. Una marca, un sello que, a manera de brújula impresa en el espíritu, nos arrastra indefectiblemente hacia nuestro propósito y destino.

 

Dichos actos reflejos -de los que algunos son beneficiarios desde su primera juventud-, son apenas el embrión de lo que puede ser un gran proceso de vida. Por eso es sabio ser fiel al llamado. Tal y como el sediento es arrastrado al manantial, la vocación nos arrastra hacia la realización de los primeros pasos de una misión existencial. Y como en un proceso, gradualmente nos vamos involucrando en aquello a lo que fuimos convocados. En ocasiones, esa percepción de sentirnos compelidos a la acción es brutal y abrasadora; en una epístola a Santander, Bolívar la describió con una hipérbole lapidaria: “…pareciera que el demonio dirige las cosas de mi vida.” Ahora bien, una vez que nos involucramos en esa corriente de acción y vocación, educarnos y capacitarnos en aquello en lo que nos sentimos compelidos a actuar es el paso inevitable. Quién responde al llamado se obliga a capacitarse, a educarse, a formarse para culminar la aventura que se ha emprendido. Por ello la genialidad de Miguel Angel no hubiese sido posible sin su paso por el taller de Ghirlandaio. La universidad canadiense de Laval, fue tránsito  indispensable para hacer  posible la brillante hoja de servicio de ese gran cirujano latinoamericano que fue Andres Vesalio Guzmán Calleja. Tampoco hubiésemos sabido quien fue Florencio del Castillo sin su paso, -a inicios del Siglo XIX-, por el entonces prestigioso Seminario Conciliar de León, Nicaragua. No quepa duda, sin preparación no hay calidad en la acción. El activismo sin formación adolece de prosaísmo, más la educación, por sí misma, resulta nugatoria si no se le acompaña con la brega que implica la conquista de objetivos.

 

En muchas ocasiones la formación consiste también en espera, como si en ésta hubiese intención de ejercitar la virtud de la paciencia y la demora resistente para una gratificación tardía. Cual si ello fuese parte del entalle de carácter de quien ha sido llamado. La historia refiere ejemplos. El biógrafo Descola recuerda que, antes de que Cortés se inmortalizara con la portentosa conquista de México, debió aguardar años e ir segundo en varias expediciones, hasta que logró liderar la de Tenochtitlán. Igualmente Moisés -después de ser príncipe de Egipto y antes de liberar a su pueblo-, debió permanecer cuarenta años anónimo en Madián. Así también David -quien antes de reinar y mientras Saúl lo perseguía-, la cueva de Adulam fue su hogar. Pero tales dilaciones, para que sean efectivas, deben ser siempre reflexivas. Usualmente el activista irreflexivo no logra esculpir su vocación, pues ésta se desarrolla gradualmente, -como lo hace el escultor con su obra-, a base de pequeños cincelazos. La verdadera vocación se va esculpiendo mediante etapas graduales de un constante ensayo y error resiliente. Un continuum de acción, capacitación, ensayo, error, aprendizaje, espera, experiencia. Así sucesivamente, en ciclos que se van ampliando, hasta forjarnos convicciones, y con ello, una cultura. Para cada área de la actividad humana existe una cultura que debe ser aplicada, y uno de los síntomas críticos en cada área de acción humana, es el arribismo de quien asume posiciones de liderazgo en ella sin tener las condiciones para ejercerlo. Y no se trata de información, pues por sí sola es estéril para quien ejerce el llamado. Hoy la información cunde, pero se puede tener en abundancia sin que sea útil para el designio que corresponde ejecutar. Porque en cualquier área del quehacer humano, la información no necesariamente es cultura, la cual no se limita al conocimiento, pues lo antecede. La cultura es una vocación del espíritu que dirige, da sentido y orientación moral, tanto a los conocimientos como a la acción del hombre. Además, para aprehenderla, requerimos de una acción perseverante y sostenida en el tiempo. De ahí que la información sea inútil si no está soportada en el fundamento de la cultura, pues ésta logra discernir entre la cantidad de datos o conductas, y su calidad.  Ante un escenario en el que abunda el saber informativo pero escasea el adecuado saber orientativo, el actual drama de las nuevas generaciones es descubrir la senda correcta. En cualquier área de la actividad humana, el verdadero líder lo es solo si el proceso lo lleva a abrazar una cultura, y al aplicar la acción, combatir desde ella. Por el contrario, el combate desde fuera de la cultura es mero activismo.

 

Y generalmente, el ejercicio de la trayectoria vital aquí descrita,  procrea el liderazgo que forja algo aún superior: el ideal. El ideal es la culminación de una gran vida. No hay autor que haya descrito dicho concepto de forma más sublime que José Ingenieros. El ideal es la ensoñación por una perfección venidera; visiones anticipadas de algo superior. Quienes levantaron la restricción a la prohibición del licor en Estados Unidos, o quienes relajaron las restricciones al divorcio, eran pragmáticos, pero nunca idealistas. Porque los ideales son creencias aproximativas acerca de una posible perfección venidera que engrandece la cultura, pero nunca la relaja. En fin, una gran vida es aquella que, cumplido el proceso de existencia aquí descrito, forjó una partícula de ensueño que se sobrepone a lo real. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 9 de mayo de 2016

UNA INTERPRETACIÓN DE NUESTRA HISTORIA


Dr. Fernando Zamora Castellanos

Abogado constitucionalista.

 


 

No es posible avistar el futuro sin entender el pasado, pero ensayar una breve interpretación de la historia nacional, nos ayudará a comprender el próximo Estado. Tal interpretación se puede lograr describiendo las cinco características de cada etapa de nuestra evolución social y una vez hecha tal delimitación, es posible detectar las principales etapas de nuestra historia nacional. De las lecturas de destacados historiadores contemporáneos, Iván Molina, Orlando Salazar, Juan Rafael Quesada o Claudia Quirós -entre otros-, podemos caracterizar cada estadio histórico a través de cinco perspectivas a saber: a) el de la economía y el modelo de Estado que caracterizó cada etapa, b) los estamentos sociales que emergieron para liderar cada lapso histórico, c) el polo de influencia mundial que regía el mundo en el período descrito, d) los mecanismos de poder que delinearon la sociocultura de cada etapa, y finalmente, e) sus referentes, o sea, los sucesos que -a manera de “mojones” o límites simbólicos-, se insinuaron como las señales de muerte de cada edad histórica, sugiriendo a la vez, el nacimiento de la siguiente.
 
Un primer período es una suerte de “prehistoria” republicana. Inicia con la confluencia de nuestro origen, entre otros, el proceso colonizador y transcurre por los hechos que dieron pie a la independencia nacional. En cuanto a ese período, la economía se basó en la pequeña posesión agrícola, y el modelo de Estado en una forma de gobierno localista, sustentado en los ayuntamientos y cabildos. El liderazgo social fue ejercido fundamentalmente por las autoridades eclesiales y el poder militar colonial, pues los anales nos refieren múltiples ejemplos que evidencian la gran influencia sobre la vida de los habitantes que ambos estamentos ejercían entonces. En cuanto al centro de gravedad de la influencia mundial, este fue unipolar: sin duda Europa. Podríamos interpretar que esta primera etapa finaliza con los hechos de la década de 1840, propulsores de un Estado centralista, y que incubaron la autocracia propia del segundo período. De hecho, uno de los más importantes hitos delimitadores que anunciaron la muerte de ese primer período, fue la fundación de la República.
 
Ahora bien, nuestra segunda etapa histórica se caracterizó, en lo económico, por un incipiente mercantilismo agro exportador en alternancia con rasgos supervivientes de la anterior economía de subsistencia, tendencia a la proletarización agrícola y a la concentración de la tierra. El Estado fue de autocracia militar con una tímida vocación constitucional, pues la sucesión de cuartelazos fue constante para entonces. Esa vez, el centro de influencia mundial fue bipolar: Europa y Estados Unidos. El nuevo agente social emergente durante ese período fue la clase agroexportadora, y el mecanismo de control social fundamental fue el ejército. Aquel contexto fue enterrado por los acontecimientos del decenio de 1940, haciendo surgir una tercera etapa: la del Estado interventor social de derecho. Dicho período histórico nace con los procesos de cambio que fueron promotores de las garantías sociales y la Constitución de 1949. Allí la economía se caracterizó por un mercado protegido, en buena medida una economía estatalmente intervenida, en buena parte agroexportadora, pero además con pretensiones industrializadoras. Se ensayó además lo que se denominó el modelo de sustitución de importaciones. El Estado, en apogeo del constitucionalismo presidencialista, conservó el diseño centralista experimentado desde el carrillismo. En cuanto al centro de poder mundial, en dicho lapso histórico éste permaneció bipolar, pero bajo una bipolaridad distinta: la de la guerra fría Estados Unidos-Unión Soviética. El agente social emergente fue el estamento profesional e industrial. El primero con un importante protagonismo desde la función pública, donde dirigió el Estado interventor, incluyendo el monopolio público financiero y de energía. Tanto así que, a la par del agroexportador tradicional, surgió un fuerte sector industrial y agroindustrial al amparo del crédito controlado por el monopolio financiero. El poder público y sus fuentes paralelas fueron una vía usual de ascenso social, lo que entonces inyectó prestigio a la función pública.
 
Pero ese contexto, iniciado con los hechos de la década de 1940, sufrió sus estertores de muerte con el colapso monetario de los albores de la década de 1980, el cual derrumbó nuestros índices económicos. Aquellos fueron dolores de parto que, en nuestra versión doméstica, hizo nacer, -con sus amenazas y posibilidades-, la actual cultura global del conocimiento. Masificación absoluta de la comunicación e interrelación mundial que vaticinó Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas. Desafío de competitividad global que nos obliga, -no a inhibir el crecimiento o el desafío global-, sino a ligar la protección ambiental y el desarrollo agrícola e industrial a la alta tecnología. Y como país, irrumpir con excelencia en la economía internacional de los servicios, especialmente informáticos, turísticos, tecnológicos, inmobiliarios y financieros. En esta etapa, los índices han demostrado la conveniencia de la apertura  de nuevos actores en la economía, como ya sucedió, por ejemplo, al implementar la banca mixta, que fue la primera de las aperturas que dinamizaron nuestra economía. En cuanto al perfil del Estado moderno, más que uno sustentado en burocracia centralizada, éste debe convertirse en un poder público regulador de carácter descentralizado y concesionario, fundamentalmente sustentado en mecanismos de participación y poder ciudadano. Al mismo tiempo, el gran mecanismo de influencia que hoy moldea la sociocultura nacional, son los medios de comunicación, incluida allí, -cada día con más fuerza-, la cultura digital. Ahora bien, en lo que al liderazgo emergente se refiere, éste está hoy básicamente asociado a la nueva economía  global de alto valor en conocimiento. De ahí la fundamental importancia de la educación para garantizar la distribución de la riqueza. Finalmente, al ser ahora el centro de influencia mundial multipolar, algún fenómeno ocurrido en cualquier región estratégica del planeta, -en apariencia ajena a la realidad de las demás naciones protagonistas-, incide en ellas, sin que exista una superpotencia autosuficiente capaz de ejercer dominio fundamental. Por eso, aún Estados Unidos, en un afán por enfrentar la competencia que le impone Asia, ha debido buscar asociaciones comerciales, como lo hicieron antes los países europeos. ¿Cómo no hacerlo nosotros también? Sin duda, solo comprendiendo nuestra propia evolución, nos preparamos para enfrentar los desafíos del presente.  fzamora@abogados.or.cr