martes, 25 de octubre de 2016

DEFENSA COMUNISTA DEL LIBRE COMERCIO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Defensa-comunista-libre-comercio_0_1593440646.html?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_content=2016-10-25&utm_campaign=rss-opinion

Su afirmación fue contundente. Dijo que el gobierno de China, “censura el proteccionismo en el comercio entre las naciones y reconoce que es el libre comercio internacional lo que asegura la prosperidad de los pueblos”. Aunque tal afirmación haría revolcarse en su tumba a los fundadores Mao o Marx, la realidad es que esa frase fue expresada por Yue Yue, directora para Latinoamérica de la Cancillería china, a una delegación de líderes latinoamericanos reunida este setiembre en Pekín. El mismo gobierno que es dirigido por el P.C.Ch., la organización comunista más poderosa del orbe, y una de las más longevas de la historia humana.  El comunismo chino no llegó a esa conclusión sustentándose en el Libro Rojo de Mao, ni en el Das Kapital,  de Marx, sino sustentados en la evidencia irrefutable. Allí arribaron obligados por sus propias circunstancias socioeconómicas e históricas. Después del “Gran salto adelante”, el trágico experimento maoísta de planificación económica centralizada, -y que produjo la muerte por inanición de más de treinta millones de civiles-, surgió una generación de políticos chinos rendidos a la evidencia, quienes asumieron el poder en 1976 tras la muerte del “gran líder”.

 

Esta generación, inicialmente dirigida por Deng Xiao Ping, implementó tres procesos de apertura económica que los llevó a conquistar el desarrollo económico más portentoso de la actualidad. En solo tres décadas pasaron de ser una nación pobre, a convertirse en la segunda potencia mundial del orbe. Portento tal que ha permitido que, desde 1981 y hasta el año 2001, su ritmo de crecimiento alcanzase un promedio del 10% anual y el establecimiento de más de 600 nuevas ciudades en esos años. ¿Cómo lo lograron? Con una serie de medidas. A partir de 1978, se descolectivizó la agricultura otorgándose además terrenos para el usufructo agrícola de las familias, y permitiendo que los campesinos conservaran parte de lo producido. Esto disparó la productividad al punto que las parcelas privadas representaban cerca del 40% del ingreso familiar. Se permitió además la inversión extranjera y la iniciativa privada. En la segunda etapa, iniciada en 1984, se descentralizó el control estatal permitiendo la iniciativa de las provincias en las fórmulas de crecimiento. A partir de 1993, -durante el tercer proceso y en la Presidencia de Jiang Zemin-, muchas actividades anteriormente estatales pasaron a ser parte de la iniciativa privada. Además se introdujo el desarrollo de la tecnología de punta, se bajaron los aranceles y se reformó el sistema financiero, ingresando el país en el 2001 a la Organización Mundial del Comercio, e impulsando el estímulo a la libertad económica internacional.

 

La modernización y la libre economía, se combinó con una política de estímulo hacia las zonas rurales, que implicó la derogación de los ancestrales impuestos agrícolas, el subsidio al productor agrario, la capacitación intensiva al productor en el uso de maquinaria agrícola moderna, el apoyo financiero para su adquisición y la inversión en servicios públicos en dichas zonas. Esto produjo un vertiginoso aumento de la productividad agrícola, llevándolos a ocupar un lugar de primacía mundial en la producción de trigo, arroz, tubérculos como la papa, hortalizas y otros vegetales. Tanto así que, pese a que China es hoy un portento tecnológico, industrial y de servicios, sin embargo su agricultura representa un importante 10% de su PIB.

 

A raíz de que en el 2015 cayeron sus exportaciones por vez primera en siete años, el gobierno chino metió el acelerador a su propio “plan Marshall”, el cual es dirigido a su zona o región de influencia inmediata. Su plan se denomina el “Corredor económico de la ruta de la Seda”, y consiste en una estrategia de inversión a largo plazo para estimular la economía en las regiones por donde ancestralmente transitaron las exportaciones chinas a Occidente, como también de la otra vía de exportación a través de la franja de influencia marítima. Aparentemente, el gobierno chino se propone ensayar la fórmula que convino a los Estados Unidos en la posguerra, y que fue estimular las economías de las naciones que se convertirían en sus socios comerciales. Máxime si advertimos el alto grado de pauperización en la que se encuentran las naciones de la franja de influencia de dicha ruta. Así, la fórmula de desarrollo que parece haberle funcionado a China, consiste en una triple combinación de: 1) apertura y libertad económica, 2) intensiva inversión en tecnología, y 3) simultánea asistencia y subsidio al productor agrícola rural. Nótese que en esta fórmula también está la solución socialdemócrata costarricense: por una parte, un agresivo impulso de la libertad comercial, pero acoplada con un firme apoyo al productor agrícola.

 

Ahora bien, ¿qué es lo paradójico de todo esto? Esta realidad ofrece múltiples paradojas que reflejan lo absurdo de los prejuicios ideológicos. Veamos. Hoy, la organización comunista más grande del mundo es una poderosa defensora de la libertad comercial, pese a que originalmente su ideario proscribía esa posibilidad. Mientras tanto, en los Estados Unidos, -históricamente un celoso promotor de la libertad comercial-, sucede que un candidato republicano con fuertes posibilidades de asumir el gobierno de la nación, se pronuncia hoy contra la libertad de comercio internacional. Y allí una multitud de votantes se entusiasma con esa diatriba particularmente vehemente. En nuestro país la situación también resulta irónica. Pese a que el más poderoso gobierno de izquierda en el mundo ha debido reconocer la necesidad de la apertura comercial mundial para el desarrollo, -amén que la evidencia demuestra el exitoso resultado-, aquí un importante sector de la sociedad política, -imbuida de prejuicio ideológico- insiste en satanizar dicha libertad. Tanto que su buque insignia para desprestigiar a la socialdemocracia costarricense, ha sido atacar las iniciativas que, en ese sentido, el PLN ha propuesto durante los últimos treinta años. Así las cosas, hoy nuestra izquierda criolla radical comparte una tesis común con el ultra derechista candidato republicano: un acendrado rencor contra el libre intercambio internacional de bienes y servicios. A ellos les contesta Deng, el sensato sucesor de Mao: “…si no nos abrimos para desarrollar nuestra economía, y para asegurar el sustento de la gente, estaremos en un callejón sin salida”. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 3 de octubre de 2016

SOLIDARISMO: LA GRAN VÍA NACIONAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

 

El solidarismo, es quizá la más portentosa idea que Costa Rica ha dado al mundo. Su autor, un costarricense genial: Alberto Martén Chavarría, quien en 1948 fuera uno de los principales líderes del Ejército de Liberación Nacional. Si estuviese vivo y con su obra culminada, (recordemos que más de 1.400 asociaciones solidaristas de Costa Rica acumulan un capital cercano a los 6.000 millones de dólares), sin duda sería un fuerte aspirante al premio nobel de Economía. Entre otros conceptos, el solidarismo es una fórmula económica para la organización social de los trabajadores. Como alternativa a la doctrina marxista de la lucha de clases, confirmó, tanto los conceptos socialdemócratas, como las tesis expuestas por la doctrina social de la Iglesia. De hecho, el solidarismo es la organización obrera prevaleciente en las empresas privadas costarricenses, a diferencia de lo que sucedió en los Estados Unidos con los “trade unions” -sindicatos de las empresas privadas-, muchos de las cuales cayeron en manos de la mafia organizada.

 

Antecedentes. Es conocido que la consolidación de la revolución industrial transformó los métodos productivos introduciendo el maquinismo, lo que desde el punto de vista económico provocó, paradójicamente, la disminución de la demanda. Esto, por la caída del empleo, pese al aumento de la oferta de bienes producidos. En esencia, se enriquecieron quienes aplicaron las novedosas técnicas de producción, al tiempo que se empobrecía la masa trabajadora, que al fin y al cabo era la consumidora.  El resultado de ello fue la existencia de un contrasentido: una superabundancia ruinosa. Una superproducción acumulada que no tenía salida en el mercado, pues los consumidores desempleados no tenían capacidad para adquirirla. Tal fue la desesperación de los tejedores manuales ingleses, que la historia registra el fenómeno ludista, cuando éstos se abalanzaban contra las máquinas industriales, en un infructuoso afán de detener los avances técnicos. El problema provocado por dicho desarrollo de la logística industrial, se terminó de agudizar por la codicia de los propietarios de las fábricas, quienes abusaban de sus obreros. Laboraban jornadas extenuantes a cambio de salarios pírricos. Allí el trabajo humano era una simple mercancía que se intercambiaba sin ningún tipo de consideración. Al final del camino, esta situación provocó dos grandes corrientes sociales que aspiraron a solucionar la situación de los trabajadores. La primera de ellas fue una vía radical: la tesis de imponer, por vías violentas, una dictadura proletaria que aboliese para siempre la propiedad. A esta tesis radical se le contrapusieron un conjunto de corrientes moderadas que proponían una vía gradual y sin violencia para resolver el problema obrero. Algunos estadistas como Bismarck, el gran canciller alemán, inicia la implementación, desde el Estado, de medidas para proteger al trabajador.  Desde otras corrientes moderadas que rechazaban la lucha de clases, surgen intentos como el de Robert Owen y Charles Fourier, precursores de la economía social empresarial, quienes durante el Siglo XIX intentaron organizar la sociedad en cooperativas de producción y consumo.

 

Pues bien, en la cintura del Siglo XX, Martén ideó el solidarismo, un concepto que implica muchas cosas a la vez. En principio, se trata de una filosofía económica que se sustentó en una novedosa mecánica de capitalización y distribución de la riqueza a lo interno de las empresas privadas. Allí el auxilio de cesantía se convierte en un interés ahorrado en la empresa, para lo cual el trabajador tiene el derecho-deber de acumular un patrimonio por medio del ahorro propio y con la ayuda solidaria de la empresa para la que labora. A partir de esa fórmula económica, se crea todo un movimiento de economía social que aspira a convertir a las empresas no solo en entes económicos, sino además, en instituciones éticas que tengan por objetivo reducir la distancia social entre el propietario y el trabajador. En palabras de su hijo, el jurista Marcelo Martén, el objetivo esencial del solidarismo es la desproletarización del trabajador a través de la capacitación y el ahorro, fortaleciendo la estabilidad empresarial mediante la garantía de reservas para el pago de prestaciones y promoviendo la armonía por la vía de la coordinación obrero patronal en la dirección y ejecución de los negocios. Así se desterró definitivamente el abuso laboral, sea por patronos sin ética social, o sea por prácticas obreras de sabotaje a la producción.

 

La fórmula originalmente planteada por Martén, era mucho más ambiciosa. Comprendía una propuesta de capitalización universal consistente en incluir, en el precio de todo bien y servicio ofrecido en el mercado, una cuota de capitalización para el trabajador que contribuía en la elaboración del producto o servicio. Y que al invertirse aplicando una política general de inversiones, hubiese generado un enorme capital destinado a la desproletarización progresiva de los trabajadores dueños del mismo. Pese a que la integralidad del ambicioso plan nunca se completó, lo cierto es que esta tercera vía social, de capitalización y organización obrera, ha culminado hoy con un movimiento social que ostenta una respetable capacidad financiera. 

 

Sin embargo, el movimiento solidarista debe repensarse ideológicamente, pues el ideal original de su fundador, no se limitaba a la siembra generalizada de asociaciones socioeconómicas en las empresas, sino el de establecer una tercera vía entre el extremo del capitalismo estrictamente patronal y su polo opuesto, la mecánica sindical del beneficio contencioso. Por ejemplo, el solidarismo incluía, entre otros conceptos, la racionalización económica de las empresas del Estado. Esto lo planteó Martén a solicitud del Congreso en 1976, con un proyecto de ley que proponía una reforma a la mecánica financiera tradicional del plan solidarista, de forma que abarcara a toda la población trabajadora mediante la transformación del impuesto de renta. Aspiraba reducir el sector público aumentando la economía social solidaria. Además, como ya indiqué, la capitalización universal de la economía y una política general de inversiones de dicho capital acumulado. Por ello, el desafío que hoy enfrenta el movimiento solidarista es evitar la “zona” de comodidad. Salir de ella es reclamar el protagonismo político-ideológico que merece. El solidarismo es una idea portentosa y una vía superior. No es justo que su protagonismo político, y sus tesis ideológicas, permanezcan tan supeditadas. fzamora@abogados.or.cr