lunes, 25 de junio de 2018

EL SER DE LA CULTURA PRODUCTIVA


Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:

Un desafío urgente es la reactivación de la productividad y el empleo. Como la realidad inobjetable es que nuestra realidad fiscal nos impide continuar con la “era dorada” del Estado empleador, nuestra única salida es el estímulo de la actividad productiva privada. Amerita advertir entonces que si a lo que aspiramos es a más empleos, entonces lo que debemos generar es empleadores, pues son ellos los que producen los empleos. La paradoja es que, en esta era de cambios drásticos, en donde los oficios poco tiempo después se tornan obsoletos, la clase política latinoamericana sea tan dada a prometerle a la juventud empleo, siendo que lo que el joven debe reclamar del gobernante, es que le facilite el camino para ser emprendedor. Por ello, urge comprender lo que requerimos para convertirnos en un entorno apropiado para la generación de empleadores. Veamos. Silicon Valley –en el Valle de Santa Clara, California-, es una de los lugares más prósperos del mundo. Esto por una razón: es un núcleo urbano que concentra infinidad de empresas de alta tecnología. Atraer ese tipo de actividad productiva es una lógica aspiración de cualquier dirigente político sensato. Si bien es cierto, muchos países lo intentan mediante regímenes legales de excepción, eso no basta. Atraerlas solo es posible si sus habitantes abrazan una cultura de innovación, una cultura de emprendedores. ¿Qué implica dicha cultura? Lo primero que la condiciona, es la vocación abierta de la sociedad. Por el contrario, en las sociedades cerradas, es imposible generar el entorno indispensable para la productividad, pues al ser hiperreguladas, poseen sistemas normativos donde no hay margen de acción al carácter y criterio ético del ciudadano. Son sociedades controladas. Esto porque son comunidades donde se valoran las normas en menoscabo de las libertades. La tercera característica de este tipo de sociedades es que son altamente burocratizadas, y además altamente centralizadas. Una quinta característica de las sociedades cerradas es que son comunidades de privilegios y nomenclaturas. Las castas que se enquistan en su control público gozan de importantes prebendas.  Por eso es que éstas se ven obligadas a un progresivo e interminable crecimiento de las cargas fiscales.

La última característica es que son sociedades de mucha ideología pero escasa cultura. Es inimaginable el daño que los modelos educativos hacen a la cultura emprendedora, cuando estimulan en el estudiantado ideologías y programaciones mentales que propician la confrontación social o de clases. De ahí la vital importancia de la educación de calidad. Para alcanzar una cultura de alto coeficiente productivo, se requiere un modelo proclive a formar jóvenes con vocación de riesgo y emprendimiento. La educación del siglo XXI debe tener como finalidad primaria la potenciación de la iniciativa. Refiriéndose al  gran orbe de la hispanidad, en donde nos incluimos los países herederos de España, Felipe González sostenía que nuestro principal déficit para dar el salto hacia el futuro, es nuestra carencia social de espíritu emprendedor. Y como ejemplo de ello ofrecía el caso de su país, que no es distinto al del resto de nuestras naciones hispanoamericanas, legatarias de esa herencia. En nuestros países los estudiantes acuden a las universidades básicamente con el sueño de convertirse en funcionarios. Se refería a ese espíritu “burocratizado” que entiende que la plena realización depende de la consecución de un empleo permanente que garantice un ingreso hasta la muerte. Y aquí el problema es que -en la vorágine de la cuarta revolución industrial-, esa aspiración de una experiencia laboral pétrea es prácticamente inviable. En la productividad humana de hoy, lo que cuenta es el elemento inmaterial de la innovación y el cambio. Las economías que en este siglo prosperan, no lo hacen por su capacidad de producir materia prima, sino por la de agregar valor intelectual innovador a ella. Es la razón por la que, una compañía como Google, casi inmaterial y sustentada en la inventiva tecnológica, ha conquistado productos económicos brutos superiores al de muchas naciones del tercer mundo, cuyas geografías son plétoras en materia prima. Es también la causa por la que los indicadores del desarrollo laboral del Banco Mundial para los primeros años de este siglo, aseguran que frente al 30% que aportan la industria y la agricultura al producto bruto mundial, los servicios lo hacen en un 70%.

Esencialmente, de lo que se trata la educación para el emprendimiento es en invertir en “capital” humano, entrenando al estudiante en tres aspectos: el primero de ellos, el estímulo a la vocación de riesgo. La educación para el emprendedurismo también debe implicar el entrenamiento en las capacidades para superar el fracaso, o la resiliencia, tal y como denominan los psicólogos a dicha actitud de vida. El tercer aspecto, y por cierto el más importante de ellos, es que el joven obtenga absoluta consciencia de que su responsabilidad y misión de vida es añadir valor a su entorno social. En otras palabras, que tenga la capacidad de comprender que, para aportar a la comunidad, está obligado a emprender. De lo contrario, no será sino un perenne acreedor de la sociedad, un asiduo requirente, un impetrador. Así las cosas, el nuevo esquema de formación vocacional no puede ya limitarse a la simple transmisión de conocimiento.

Pero para alcanzar el entorno del emprendimiento, el Estado no solo está obligado a ese aspecto formativo. El artículo 50 de nuestra Constitución Política, lo obliga a estimular la producción para producir riqueza. Pues bien, en el mundo contemporáneo no hay tal posibilidad si no se genera un entorno amigable a la cultura productiva. Indefectiblemente, esto implica la planificación y ejecución de políticas públicas en otros dos aspectos básicos. Como ya vimos, el primero consiste en  repeler los sistemas jurídicos hiperregulados, pues las sociedades que prosperan, son aquellas en donde existen menos dificultades para que el ciudadano ponga en práctica las ideas productivas que imaginan. Para defender este argumento basta la estadística: el talentoso investigador Emilio Zevallos, documentó profusamente los datos que demuestran cómo el alto costo de complejidad legal perjudica la activación productiva. El otro aspecto es la política de atracción de inversiones. Richard Caves y John Dunning, resumen de lo que se trata: seguridad jurídico-política, respeto a la propiedad, incentivos tributarios, infraestructura adecuada para su logística, y sociedades con capacidad de ofrecer a los inversores, servicios complementarios razonablemente eficientes y a un costo razonable.  fzamora@abogados.or.cr

martes, 19 de junio de 2018

EL TALION DE LOS OPRESORES


Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periodico La Nación

A propósito de lo que sucede hoy en calles como las de Monimbó, o las de Caracas. Conservo un libro sobre las leyes espirituales, que en 1994 publicó la editorial mexicana Edivisión. Según aquella obra, la tercera de esas leyes, era la de la “compensación”, según la cual, cada acción genera una reacción que regresa a nosotros proporcionalmente y de la misma manera. En otras palabras, recogemos lo que sembramos. Y la historia es pródiga de ejemplos donde constan las tristes consecuencias que esta ley espiritual acarrea contra los déspotas. Frente a los despotismos de hoy, amerita repasar algunas ilustraciones que demuestran, cómo han sufrido los opresores dicha ley del talión. A la memoria me viene un primer ejemplo que los anales dominicanos ofrecen. Minerva, Teresa y Patria, todas de apellido Mirabal, eran tres hermanas célebres por su fervorosa oposición al régimen del opresor Rafael Leónidas Trujillo. Para noviembre de 1960, fecha en que fueron asesinadas, el régimen trujillista cumplía ya 30 años de existencia. De cronistas y testigos de excepción de la época, como José Almoina, se estima que la cifra aproximada de las víctimas de la dictadura -genocidios de haitianos incluidos-, se acercaba a las cincuenta mil personas. Dentro de éstas estaban las hermanas Mirabal, cuyos cuerpos aparecieron al margen de una carretera, al fondo de un barranco. En la escena también un Jeep rural, pues ésta se predispuso para simular un accidente. Las investigaciones posteriores demostraron que habían sido brutalmente asesinadas por órdenes del dictador. Apenas un año después, entrada una noche del mes de mayo, el margen de otra carretera recibiría el cuerpo inerte y ametrallado del sátrapa que dirigió aquella república con mano de hierro. En esa ocasión el vehículo era un Oldsmobile. Cuando se dirigía a San Cristóbal, en el kilómetro 9, fue emboscado por un grupo de conspiradores. En ambos casos -el asesinato de las Mirabal y el de Trujillo-, ver la escena de los cuerpos y el vehículo al margen de una carretera, era una casi exacta retribución de la ley del talión contra el tirano.

Otro ejemplo lo ofrece la historia centroamericana. Todo nica sabe que Anastasio Somoza García mandó asesinar al General Sandino a través de un hombrecillo de baja ralea; si no mal recuerdo un militar de apellido Delgadillo. Eso fue en 1934. Veintiséis años después, el 21 de setiembre de 1956, mientras Rigoberto López Pérez simulaba bailar jazz en la Casa del obrero, en  León, lentamente se le acercó a Somoza García, recetándole cinco tiros de una Smith and Wesson calibre 38. Mientras moría en el hospital militar de la zona del Canal de Panamá, el dictador también recibía los efectos aritméticos de la ley de la compensación espiritual. Con los intereses de capital incluidos, recibía la paga completa de lo que -26 años atrás-, había sembrado en la humanidad de Sandino.

La última ilustración la extraigo de la historia venezolana. En el año 1992, con una pequeña facción de soldados insurrectos, Hugo Chávez intenta un infructuoso golpe militar contra el entonces Presidente de Venezuela. Resulta que, exactamente diez años después, en el 2002, cuando ya el mismo Chávez era Presidente de la República, sufre un intento golpista igualmente infructuoso y similar al que él pretendió. La trama fue provocada, exactamente como él lo hizo, por una pequeña facción de soldados insurrectos que, aliados con un grupo de líderes civiles, lo intentó derrocar. Aquí incluso hay una curiosidad, pues al igual que lo hizo Chávez en su intentona, también Nestor Gonzalez, uno de los insurrectos,  habló en televisión al momento de la fracasada asonada. Y así, ad infinitum, podría enumerar decenas de ejemplos históricos en los que los opresores de este mundo, han recibido una paga proporcional a la de su maldad. La lección esencial de estos episodios, radica en reconocer que, por cada una de esas acciones, existe una consecuencia. Una causa-efecto de matemática implacable. La realidad es que cada hecho generado por nuestras decisiones, provoca una retribución que nos retorna como paga indefectible. Cuando se siembran las semillas de odio y codicia, éstas irremediablemente germinan, pues son el resultado de una elección consciente.

¿Qué es la vida política, sino una constante escogencia?  Es cierto que en la mayoría de los casos, el gobernante no discierne las consecuencias de éstas, pero la diferencia entre un sátrapa y un estadista, radica precisamente en la capacidad de tomar verdadera consciencia de los juicios y determinaciones que se hacen. Un viejo aforismo jurídico nos recuerda que nadie puede alegar ignorancia de la ley; en el mismo sentido, constantemente tomamos decisiones sin una verdadera consciencia de las consecuencias que ellas acarrearán. Aún más, nos guste o no reconocerlo, las omisiones también son decisiones. Muchas omisiones no las asumimos conscientemente, pero de todas formas arrastramos sus secuelas. Esta moraleja es especialmente aplicable en la actividad política, en donde el dirigente es un contralor de equilibrios y un selector de costos de oportunidad. Por ello el verdadero líder debe tener la capacidad de rectificar. Uno de los ejemplos más representativos de esa capacidad de corregir el rumbo, lo ofreció Simón Bolívar. Tal y como lo documenta el historiador Jorge Abelardo Ramos, Bolívar pretendió romper el yugo político con España, sin antes liberar a los esclavos y llaneros. Ello provocó que los patriotas de la aristocracia criolla –racialmente blancos e independentistas-, no contaran con la ayuda de esos grandes contingentes poblacionales. Por el contrario, éstos más bien se habían alineado con algunos militares españoles, como José Tomás Boves, quien les había prometido la libertad de clase. Para los esclavos, su libertad personal era un bien más preciado que el ideal de la libertad nacional. Con el apoyo de esos desclasados, los realistas vencieron a Bolívar, que finalmente debió exiliarse en Jamaica. Estando allí desterrado, Bolívar rectificó. Entendió la lección: para triunfar, debía también ofrecer la libertad personal a los esclavos, indígenas y llaneros. Su capacidad de rectificación, le granjeó a la causa independentista el favor de las masas marginadas. En las crisis que actualmente enfrentan los regímenes opresores latinoamericanos, las mesas de diálogo son el escenario ideal para rectificar el rumbo. El problema es que, para ello, se debe ser magnánimo. Una virtud inusual en los déspotas. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 4 de junio de 2018

SURREALISMO DEL SIGLO XXI


Publicado en el Periódico La Nación

Y en el Imparcial de España

Recuerdo esa llamada mañanera. Gustavo Casillas, entonces Secretario técnico de la Conferencia de juventudes políticas latinoamericanas, me alertaba que contra la democracia venezolana había sucedido una infructuosa intentona militar en el Palacio Miraflores. En 1992 no existían las redes sociales y era precisa esa llamada para detallar lo que los medios tradicionales reportaban. Como era vicepresidente juvenil de aquella organización internacional, me consultaban si podía integrar, representando a Costa Rica, la delegación que iría a ofrecer en Caracas, nuestra solidaridad con esa democracia amenazada. Aún tengo fresco en mi memoria, los orificios aún visibles en los muros de la casa de gobierno. A pesar de aquella violenta circunstancia, me impresionó el espíritu alegre y festivo del venezolano. Entonces ese país era una gran nación petrolera, por lo que no me extrañó su frenética actividad comercial e industrial. Ciertamente los contrastes sociales eran visibles, pero Venezuela era dinámica y próspera. Y como muchachillos que éramos, también nos preocupamos por testificar algo de su alegría nocturna. Salí con la percepción de que era una sociedad opulenta, pero afectada por la corrupción en todos sus estratos sociales. Como toda gran urbe latinoamericana, en los hacinados suburbios era visible el panorama de una mayoría desclasada y sin educación, evidencia de la desigualdad reinante. San Blas o el Petare -en los límites del gran Caracas-, eran ejemplos de ello. Pese a su pobreza de entonces, muchos de esos habitantes aún conservaban algo que es invaluable: la dignidad de saber que su sustento era derivado del trabajo. Hoy ya no es así, pues esas poblaciones, aún más pobres hoy, viven prácticamente de las deshonrosas regalías que les da la dictadura a cambio de su favor. Allí es cosa del pasado el empleo generalizado. Aunque en el 2011 volví una segunda vez a ese país -y los signos generales de deterioro ya eran alarmantes-, nunca sospeché lo que vería en mi último viaje a Venezuela, el cual por razones profesionales realicé días atrás.

El calvario empezó desde la compra del boleto aéreo. Adquirirlo en aquella aerolínea resultó una infortunada jugada del destino, pues no más el mismo día de adquirirlos en la mañana, por la tarde el régimen anunciaba que la aerolínea había sido expulsada del país. Después de múltiples esfuerzos buscando otra que pudiese trasladarme, adquirí un segundo tiquete. Lo primero que me advirtieron era que fuese cuidadoso en no perder el vuelo de vuelta, pues conseguir espacios para salir de Venezuela podría convertirse en un problema de no rápida solución. Era cierto. Al arribar al aeropuerto Simón Bolívar, los servicios de ingreso al país estaban prácticamente vacíos, pero los de salida abarrotados. La aritmética es simple: el territorio no se visita, pero sus habitantes lo abandonan en masa. Desde el mismo momento de mi llegada, me recibió un realismo mágico: solo pagar el estacionamiento del aeropuerto era ya un hecho muy trabajoso; el sistema de “puntos” -que es como le llaman a la red de pago con tarjeta bancaria-, en pocos lugares y casi nunca funciona, por lo que se necesita efectivo para todo. Pero allí radica el verdadero problema, pues casi no hay circulante. Adquirir cualquier cosa -por insignificante que sea-, implica tener una cantidad industrial de billetes que no se adquieren fácilmente. Aunque el pago del parqueo equivalía a poquísimos centavos de dólar, hacerlo implicó entregar muchísimos billetes que cuesta un mundo conseguir. ¿Cómo lo resuelven? vía transferencia bancaria pagan el doble a cambio de adquirir billetes a quienes los poseen, que usualmente son los “enchufados” (así les dicen a los amigotes del régimen). Ilustro con un ejemplo: si alguien requiere pagarle en efectivo a un empleado 10 millones de bolívares, (por cierto, 10 millones son apenas cerca de 10 dólares), para tener en mano esa cantidad, es necesario comprarlos por medio de transferencia bancaria pagando el doble del valor a quien los tiene, en una suerte de mercado negro. Así se termina pagando 20 millones de bolívares para tener 10 en efectivo. Más que socialismo, es “surrealismo del siglo XXI”.

Al llegar cortésmente me pidieron que me despojara escondiendo el reloj, mi anillo de matrimonio y celular; lo visible de valor que portara. Sucede que en las urbes venezolanas, los delincuentes comunes de las barriadas prácticamente tienen licencia para delinquir. ¿Cómo y por qué? resulta que el régimen reclutó a gamberros como paramilitares, en algo que llaman “milicias bolivarianas”. Para esto les dieron arma y carné de milicianos. Aunque el verdadero objetivo de dichas milicias es intimidar a la disidencia, -lo que logran eficientemente-, el inesperado daño colateral al armarlos es que han provocado un despliegue masivo de actividad delictiva sin castigo, pues las tales milicias no son sino peligrosos vándalos amparados por la dictadura. Que además -al margen-, colaboran en el narcotráfico controlado por los líderes de la satrapía. Básicamente, esa es la razón del porqué las urbes venezolanas se encuentran entre las más inseguras y peligrosas del mundo. No más salir del aeropuerto, y percatarme también de que los edificios empiezan a mostrar una apariencia similar a los que vi en la Habana; despintados, invadidos por manchas de humedad, y con partes de su infraestructura destruidas. Huyendo desesperados,  personas de ingresos medios han vendido valiosos apartamentos por 15 mil dólares. Ni se hable de la actividad productiva. Pregunté el porqué de una fila de personas, de casi 75 metros, que partía de un establecimiento fuertemente enrejado: “se trata de una panadería”, me aclararon de inmediato. Las rejas porque en el pasado la saquearon y la fila por el desabastecimiento de harina. El pan se entrega a ciertas horas y el que llega temprano consigue su ración. Las zonas industriales son ciudades fantasmas. Grandes complejos donde se ensamblaban vehículos Ford o Chrysler, hoy son ruinas arqueológicas. Es imposible renovar una flota vehicular, pues ya ni ingresan vehículos nuevos en el país. 

De todo, lo que más impacta es ver numerosos transeúntes visiblemente demacrados y mal alimentados. Una realidad que de alguna forma te llega a invadir, pues el solo hecho de ver con algún grado de desnutrición a la mucama que asea la habitación donde te hospedas, genera un sentimiento de angustia existencial. Salvo que uno sea cínico, es imposible estar allí, ver en pasmosas necesidades a servidores que en ese momento te atienden amablemente, y no sentir cierta vergüenza por tu propia comodidad. Sin embargo, salvo la voz de aliento y la momentánea propina solidaria que en el instante se puede dar, te vas del país sabiendo que nada más puedes hacer para evitar que esa tragedia perviva en ellos.  fzamora@abogados.or.cr