martes, 20 de diciembre de 2016

EL ESCANDALO DE LA NAVIDAD

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
 
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/escandalo-Navidad_0_1604639522.html

Nos aprestamos a celebrar la navidad. George Stevens la definió como la más grande historia jamás contada. Ante ella, en dos milenios, el hombre no ha podido permanecer indiferente. El mundo moderno, la asume como un tiempo de socialización, esparcimiento y consumo. Al fin y al cabo, para muchos la vida es “lo bailado”. Y ello es comprensible. No sea que se me responda lo que dijo Descartes al Conde de Lamborn, -hombre famoso por su simpleza e indiscreción-, cuando éste le reclamó al filósofo su afición por los manjares: ¿acaso hizo Dios estos deleites para goce exclusivo de los tontos? contestó Descartes. Más siendo el nacimiento de Cristo lo que la navidad conmemora, hay una perspectiva profunda para comprenderla: la navidad es también escándalo. Así la definió San Pablo en su misiva a los fieles de Corinto. ¿O acaso no fue escandaloso para los judíos, el hecho de que el grandioso y esperado Mesías, naciera pobre y atribulado en el lugar destinado al descanso del rebaño?  Por eso Isaías lo advirtió cuatro siglos antes de su nacimiento: “El vendrá a ser santuario, pero piedra de tropiezo y roca de escándalo para ambas casas de Israel.” (Isaías 8:14) La nación de Israel esperaba al Mesías como rey potente y general invencible. Sin embargo, la navidad no presentó a Dios encarnado como poderosa majestad, sino como el hijo de un humilde carpintero, entregado al mundo como siervo sufriente. De ahí que aquel mismo profeta había advertido que los  caminos de Dios, y sus pensamientos-, son inescrutables y siempre más altos que los nuestros. (Isaías 55:9)

 

Ahora bien, ¿cómo comprender el mensaje que la navidad encierra? Si bien es cierto, en aquel momento dichos acontecimientos fueron insondables, ellos contienen una inmensa sabiduría. Escudriñemos porqué. Lo primero que debemos afirmar es que el mensaje navideño se sustenta sobre el fundamento de que la existencia tiene propósito. O sea, implica aceptar que detrás de lo creado no está un irracional despropósito, sino el propósito. Y por ende la razón. Implica rechazar la noción de quienes afirman que todo lo que vemos fue resultado de la materia que por sí misma -y sin razón alguna para ello- lo creó todo. Incluyendo a la humanidad y el misterio de su consciencia. Reconocer que la existencia tiene propósito, es afirmar que lo razonable está en el fundamento mismo de todo lo perceptible. Es negar la posibilidad de que todo sea resultado del azar sin causa; rehusarse a creer que todo cuanto vemos es derivación del ciego albur. En otras palabras, antes de cualquier otra conclusión, primero debemos decantarnos entre dos opciones: a) que lo existente es una portentosa suma de increíbles coincidencias autocreadas sin sentido alguno, -o por el contrario-, b) que esa asombrosa dinámica que nos dio vida, fue resultado de una inteligencia preexistente. Y en este punto, es claro que incluso el azar puede ser usado y dirigido por la Inteligencia superior con propósito ulterior. Es escoger entre la convicción de que lo razonable fue el origen de todo, o si, por el contrario, el sinsentido -la sin razón alguna- fue lo que nos dio origen. Yo me decanté por rechazar la noción de que nuestra propia razón sea un residuo que surgió de lo irracional. Y así, lo que es razonable, no debe renunciar a su primacía frente a lo que no lo es, pues incluso la información práctica colabora con el argumento del propósito. De hecho, en 1982, el astrofísico Sir Fred Hoyle afirmó, con base en cálculos matemáticos e información biológica, que “la probabilidad de que las formas superiores de vida hayan surgido de un azar sin causa, es la misma de que un tornado ensamble un Boeing 747 con la chatarra abandonada en un patio.”

 

Pues bien, una vez que hemos acogido la convicción de que la vida tiene un propósito razonable, el segundo paso es reconocer que, lo esperable, es que la Inteligencia creadora decidiera revelar el propósito de la existencia al ser humano. Y haciéndolo de una forma tan potente, que dicho evento partiera en dos la historia universal. Tal y como –precisamente- el mensaje de la navidad lo ha hecho, ofreciéndonos la pista más portentosa sobre el propósito fundamental de la existencia: el amor. Y con ello, la navidad impuso a la cultura universal un giro copernicano; Dios se hizo hombre con el propósito de servir y no para ser servido, dando su vida en pago por la libertad de todos los que acepten su sacrificio. (Mateo 20.28) Así, el mensaje de la navidad es la historia de cómo llegó aquí -con disimulo- el verdadero Rey, convocando a los hombres de buena voluntad a la forja de un reinado superior. Y como sus pensamientos y caminos son más altos que los nuestros, él decidió revelarse a nosotros como servidor sufriente. Por ello, cuando Elie Wiesel y Frank Boyce, enjuician a Dios en su magistral obra God on trial, en su defensa sale el mensaje de la navidad -con su pesebre y su cruel cruz-, recordándonos que incluso el mismo Dios, pese a su magnificencia infinita, se ofreció también en la participación del sufrimiento. Por ello, la natividad es esencialmente un mensaje de solidaridad, libertad y esperanza.  De solidaridad, porque el establo y la cruz implican que Dios, encarnado, decidió participar de nuestras miserias y limitaciones como víctima cardinal. De libertad, pues ella implica -por múltiples razones- las consecuencias del mal en todas sus manifestaciones, tanto el mal moral, como el natural. Así se nos da una vía indirecta para apreciar el bien, pues quien sufre las consecuencias del dolor, también descubre una vía para valorar el bien, lo que es imposible sin libertad. ¿O acaso amerita existir una realidad de seres creados que funcionen sólo confortablemente, como máquinas autómatas?  La libertad es necesaria, aunque con ella se infiltre la posibilidad del mal.

 

Así mismo, es gracias al misterio del nacimiento de Cristo que asumimos con alegría la revelación de la dignidad humana, el más portentoso concepto espiritual. Es la razón por la que es también un mensaje de esperanza, por ser uno de amor y salvación. Al optar Dios por su sacrificio redentor, el amor en sentido cristiano, resulta una determinación de la voluntad y no de las emociones pasajeras. Al final, todo es una cuestión de humildad personal: aceptar, o no, su sacrificio redentor. Por ello, durante milenios, el hombre no logra permanecer indiferente ante ese escandaloso desafío. Es una decisión de la voluntad, que debe ser abrazada desde el claroscuro de la fe… y de la humildad.

fzamora@abogados.or.cr

viernes, 2 de diciembre de 2016

LUIS ALBERTO:EL HOMBRE EXCEPCIONAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/Luis-Alberto-hombre-excepcional_0_1600839904.html

Ha partido hacia el encuentro con su Creador, el alma de uno de los más grandes luchadores sociales y políticos del Siglo XX. Su legado continuará inspirando a quienes somos responsables de resguardarlo. En esencia, la suya fue una vida de combate en favor de la economía social solidaria, pero ante todo, será recordado como un estadista que garantizó la paz costarricense en una de las etapas más oscuras de la historia centroamericana. ¿Cómo fue posible que el humilde hijo de una familia campesina de Palmares ascendiera al poder? Sujetos a la tendencia histórica que nos narró el reputado historiador Samuel Stone, en su obra La dinastía de los conquistadores, Luis Alberto Monge fue una singularidad histórica. Hasta la irrupción de la Segunda República, el poder en nuestra nación estaba reservado para quienes controlaban la actividad agroexportadora. En palabras del historiador, los gobernantes usualmente eran descendientes de las principales familias españolas que colonizaron el territorio nacional, y cuya trayectoria económica se encontraba ligada a las grandes exportaciones agrícolas a Europa. Antes de la Segunda República, el poder era inimaginable para un mozalbete criado por una familia campesina de los paisajes de Palmares. Es gracias a las transformaciones que impulsó su generación, incluso muchas de éstas por la vía armada, que el acceso al poder político y económico dejó de ser un coto de caza exclusivo de aquella casta socioeconómica.

Su luz se prendió a este mundo, el 29 de diciembre de 1925. Su vida sería marcada por un profundo dolor: con tan solo cuatro años queda huérfano de padre. Su madre, Elisa, debió asumir la tarea de sacar adelante a sus hijos, creciendo Luis Alberto con aquella inmensa deuda de ternura, humildad y abnegación. Su vida fue marcada por esos valores, que fueron los que ofreció al país desde el servicio público. Urgido de colaborar con el sustento del hogar, incluso niño laboró en los cultivos de tabaco y café. Una placa en su homenaje -en el Mercado Central-, nos refiere también de su breve paso allí como empleado de comercio. Pese a la humildad de su origen, fue un hombre de precoces inquietudes intelectuales y políticas. Lector voraz: “…entonces dedicaba mis noches y mis ratos libres del Colegio a la lectura, por ejemplo leí todo lo que había de Bolívar.” Su biógrafo, Alberto Baeza, nos refiere que su madre muere cuando Don Luis contaba con veintidós años de edad, pero fallece no sin antes llevarse la satisfacción de verlo convertido en el constituyente más joven de la historia. Carente de recursos para costearse una profesión liberal, pero lector infatigable fiel a su vocación por superarse, estudia cuatro años trabajo social en la Universidad de Costa Rica. Cuando Monseñor Sanabria, aquel enorme precursor social costarricense, promueve la primera Confederación de Trabajadores socialdemócratas y socialcristianos, -la Rerum Novarum- el Presbítero Benjamín Núñez, uno de sus fundadores, se apoya en aquel joven estudiante universitario que ya daba de qué hablar por su valiente activismo en pro de las causas sociales. Así fue como Luis Alberto ingresó formalmente, desde “la Rerum”, como un combatiente vigoroso de las luchas sociales en Costa Rica. Al punto que, para 1945, Luis Alberto se había convertido en figura protagónica del movimiento social no marxista. Desde allí incuba lo que fue una vocación de vida en favor de la economía social, que lo llevó a promover, siendo congresista, la ley del aguinaldo, y durante su administración 1982-1986 a promover la revolución social del solidarismo y el cooperativismo. No por casualidad una de sus recordadas frases fue: “Mi supremo anhelo es que seamos una República cooperativa.”

Al finalizar la guerra mundial, su protagonismo nacional lo lleva al escenario internacional. Asume la Secretaría General de la ORIT y además un importante rol protagónico en la OIT y en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales libres (CIOSL). Desde el escenario de los movimientos laborales internacionales, se involucra de forma valiente en la lucha contra las dictaduras latinoamericanas. Allí combate a la par de Haya de la Torre, José Figueres y Rómulo Betancourt, entre otros. Su carrera política la forja como fundador del PLN, del que fue su Secretario General. Si hay algo que me embarga de un hondísimo sentido de responsabilidad, es reconocer que ocupo la misma silla en la que estuvo sentado. Me hace responsable de resguardar el enorme legado que nos inspira. Su paso por el Congreso y la Secretaría General del Partido, lo llevó finalmente a disputar el solio presidencial, el cual asume en uno de los momentos más convulsos de la historia republicana. En medio de la hora más oscura de la historia militar centroamericana, a Luis Alberto le correspondió el enorme desafío de recibir un país económicamente arruinado. Al recibir la silla presidencial, la deuda pública había crecido a 3500 millones de dólares previo a su ascensión. En los años anteriores a su llegada, el decrecimiento de la producción interna bruta per cápita se había derrumbado duplicando su porcentaje en 1979 y 1980, y se triplicó su decrecimiento para 1981-82. Se había duplicado el sector informal del mercado de trabajo de un 25% a prácticamente un 50% en 1982. La inflación se disparó a un promedio del 80% y el consumo per cápita se estrepitó cuadruplicando el porcentaje de su caída de 1978 a 1983. Dos años antes de su llegada, de 1980 a 1982, prácticamente se duplicó el desempleo abierto. Los salarios cayeron casi al 40%, la producción global un 6%, y la per cápita un 16%. De acuerdo a las encuestas gubernamentales de hogares, elaboradas por el Ministerio de Economía, se duplicó la indigencia dos años antes de su arribo. Pese a este oscuro panorama, al salir su administración, Luis Alberto dejó a ese mismo país que recogió en ruinas, no solo con estabilidad económica, sino que sentó las bases del proceso de apertura económica que permitió el despegue sostenido de nuestro desarrollo durante dos décadas. Sin embargo, su mayor legado no fue en lo económico, sino en haber garantizado, -en la hora más sangrienta de la guerra centroamericana-, que Costa Rica se mantuviera ajena de tal baño de sangre. De Luis Alberto me llevo una vivencia sin igual: cuando me correspondió ser el líder nacional de la Federación de estudiantes de secundaria, tuve el honor de acompañarlo en el anuncio de su proclama de neutralidad. Fue con ella que confrontó con valentía los intereses guerreristas de la administración Reagan, alejando así al país del fantasma de la guerra. Me embarga un profundo dolor. Su pérdida nos es irreparable. fzamora@abogados.or.cr