martes, 20 de diciembre de 2016

EL ESCANDALO DE LA NAVIDAD

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
 
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/escandalo-Navidad_0_1604639522.html

Nos aprestamos a celebrar la navidad. George Stevens la definió como la más grande historia jamás contada. Ante ella, en dos milenios, el hombre no ha podido permanecer indiferente. El mundo moderno, la asume como un tiempo de socialización, esparcimiento y consumo. Al fin y al cabo, para muchos la vida es “lo bailado”. Y ello es comprensible. No sea que se me responda lo que dijo Descartes al Conde de Lamborn, -hombre famoso por su simpleza e indiscreción-, cuando éste le reclamó al filósofo su afición por los manjares: ¿acaso hizo Dios estos deleites para goce exclusivo de los tontos? contestó Descartes. Más siendo el nacimiento de Cristo lo que la navidad conmemora, hay una perspectiva profunda para comprenderla: la navidad es también escándalo. Así la definió San Pablo en su misiva a los fieles de Corinto. ¿O acaso no fue escandaloso para los judíos, el hecho de que el grandioso y esperado Mesías, naciera pobre y atribulado en el lugar destinado al descanso del rebaño?  Por eso Isaías lo advirtió cuatro siglos antes de su nacimiento: “El vendrá a ser santuario, pero piedra de tropiezo y roca de escándalo para ambas casas de Israel.” (Isaías 8:14) La nación de Israel esperaba al Mesías como rey potente y general invencible. Sin embargo, la navidad no presentó a Dios encarnado como poderosa majestad, sino como el hijo de un humilde carpintero, entregado al mundo como siervo sufriente. De ahí que aquel mismo profeta había advertido que los  caminos de Dios, y sus pensamientos-, son inescrutables y siempre más altos que los nuestros. (Isaías 55:9)

 

Ahora bien, ¿cómo comprender el mensaje que la navidad encierra? Si bien es cierto, en aquel momento dichos acontecimientos fueron insondables, ellos contienen una inmensa sabiduría. Escudriñemos porqué. Lo primero que debemos afirmar es que el mensaje navideño se sustenta sobre el fundamento de que la existencia tiene propósito. O sea, implica aceptar que detrás de lo creado no está un irracional despropósito, sino el propósito. Y por ende la razón. Implica rechazar la noción de quienes afirman que todo lo que vemos fue resultado de la materia que por sí misma -y sin razón alguna para ello- lo creó todo. Incluyendo a la humanidad y el misterio de su consciencia. Reconocer que la existencia tiene propósito, es afirmar que lo razonable está en el fundamento mismo de todo lo perceptible. Es negar la posibilidad de que todo sea resultado del azar sin causa; rehusarse a creer que todo cuanto vemos es derivación del ciego albur. En otras palabras, antes de cualquier otra conclusión, primero debemos decantarnos entre dos opciones: a) que lo existente es una portentosa suma de increíbles coincidencias autocreadas sin sentido alguno, -o por el contrario-, b) que esa asombrosa dinámica que nos dio vida, fue resultado de una inteligencia preexistente. Y en este punto, es claro que incluso el azar puede ser usado y dirigido por la Inteligencia superior con propósito ulterior. Es escoger entre la convicción de que lo razonable fue el origen de todo, o si, por el contrario, el sinsentido -la sin razón alguna- fue lo que nos dio origen. Yo me decanté por rechazar la noción de que nuestra propia razón sea un residuo que surgió de lo irracional. Y así, lo que es razonable, no debe renunciar a su primacía frente a lo que no lo es, pues incluso la información práctica colabora con el argumento del propósito. De hecho, en 1982, el astrofísico Sir Fred Hoyle afirmó, con base en cálculos matemáticos e información biológica, que “la probabilidad de que las formas superiores de vida hayan surgido de un azar sin causa, es la misma de que un tornado ensamble un Boeing 747 con la chatarra abandonada en un patio.”

 

Pues bien, una vez que hemos acogido la convicción de que la vida tiene un propósito razonable, el segundo paso es reconocer que, lo esperable, es que la Inteligencia creadora decidiera revelar el propósito de la existencia al ser humano. Y haciéndolo de una forma tan potente, que dicho evento partiera en dos la historia universal. Tal y como –precisamente- el mensaje de la navidad lo ha hecho, ofreciéndonos la pista más portentosa sobre el propósito fundamental de la existencia: el amor. Y con ello, la navidad impuso a la cultura universal un giro copernicano; Dios se hizo hombre con el propósito de servir y no para ser servido, dando su vida en pago por la libertad de todos los que acepten su sacrificio. (Mateo 20.28) Así, el mensaje de la navidad es la historia de cómo llegó aquí -con disimulo- el verdadero Rey, convocando a los hombres de buena voluntad a la forja de un reinado superior. Y como sus pensamientos y caminos son más altos que los nuestros, él decidió revelarse a nosotros como servidor sufriente. Por ello, cuando Elie Wiesel y Frank Boyce, enjuician a Dios en su magistral obra God on trial, en su defensa sale el mensaje de la navidad -con su pesebre y su cruel cruz-, recordándonos que incluso el mismo Dios, pese a su magnificencia infinita, se ofreció también en la participación del sufrimiento. Por ello, la natividad es esencialmente un mensaje de solidaridad, libertad y esperanza.  De solidaridad, porque el establo y la cruz implican que Dios, encarnado, decidió participar de nuestras miserias y limitaciones como víctima cardinal. De libertad, pues ella implica -por múltiples razones- las consecuencias del mal en todas sus manifestaciones, tanto el mal moral, como el natural. Así se nos da una vía indirecta para apreciar el bien, pues quien sufre las consecuencias del dolor, también descubre una vía para valorar el bien, lo que es imposible sin libertad. ¿O acaso amerita existir una realidad de seres creados que funcionen sólo confortablemente, como máquinas autómatas?  La libertad es necesaria, aunque con ella se infiltre la posibilidad del mal.

 

Así mismo, es gracias al misterio del nacimiento de Cristo que asumimos con alegría la revelación de la dignidad humana, el más portentoso concepto espiritual. Es la razón por la que es también un mensaje de esperanza, por ser uno de amor y salvación. Al optar Dios por su sacrificio redentor, el amor en sentido cristiano, resulta una determinación de la voluntad y no de las emociones pasajeras. Al final, todo es una cuestión de humildad personal: aceptar, o no, su sacrificio redentor. Por ello, durante milenios, el hombre no logra permanecer indiferente ante ese escandaloso desafío. Es una decisión de la voluntad, que debe ser abrazada desde el claroscuro de la fe… y de la humildad.

fzamora@abogados.or.cr

viernes, 2 de diciembre de 2016

LUIS ALBERTO:EL HOMBRE EXCEPCIONAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/Luis-Alberto-hombre-excepcional_0_1600839904.html

Ha partido hacia el encuentro con su Creador, el alma de uno de los más grandes luchadores sociales y políticos del Siglo XX. Su legado continuará inspirando a quienes somos responsables de resguardarlo. En esencia, la suya fue una vida de combate en favor de la economía social solidaria, pero ante todo, será recordado como un estadista que garantizó la paz costarricense en una de las etapas más oscuras de la historia centroamericana. ¿Cómo fue posible que el humilde hijo de una familia campesina de Palmares ascendiera al poder? Sujetos a la tendencia histórica que nos narró el reputado historiador Samuel Stone, en su obra La dinastía de los conquistadores, Luis Alberto Monge fue una singularidad histórica. Hasta la irrupción de la Segunda República, el poder en nuestra nación estaba reservado para quienes controlaban la actividad agroexportadora. En palabras del historiador, los gobernantes usualmente eran descendientes de las principales familias españolas que colonizaron el territorio nacional, y cuya trayectoria económica se encontraba ligada a las grandes exportaciones agrícolas a Europa. Antes de la Segunda República, el poder era inimaginable para un mozalbete criado por una familia campesina de los paisajes de Palmares. Es gracias a las transformaciones que impulsó su generación, incluso muchas de éstas por la vía armada, que el acceso al poder político y económico dejó de ser un coto de caza exclusivo de aquella casta socioeconómica.

Su luz se prendió a este mundo, el 29 de diciembre de 1925. Su vida sería marcada por un profundo dolor: con tan solo cuatro años queda huérfano de padre. Su madre, Elisa, debió asumir la tarea de sacar adelante a sus hijos, creciendo Luis Alberto con aquella inmensa deuda de ternura, humildad y abnegación. Su vida fue marcada por esos valores, que fueron los que ofreció al país desde el servicio público. Urgido de colaborar con el sustento del hogar, incluso niño laboró en los cultivos de tabaco y café. Una placa en su homenaje -en el Mercado Central-, nos refiere también de su breve paso allí como empleado de comercio. Pese a la humildad de su origen, fue un hombre de precoces inquietudes intelectuales y políticas. Lector voraz: “…entonces dedicaba mis noches y mis ratos libres del Colegio a la lectura, por ejemplo leí todo lo que había de Bolívar.” Su biógrafo, Alberto Baeza, nos refiere que su madre muere cuando Don Luis contaba con veintidós años de edad, pero fallece no sin antes llevarse la satisfacción de verlo convertido en el constituyente más joven de la historia. Carente de recursos para costearse una profesión liberal, pero lector infatigable fiel a su vocación por superarse, estudia cuatro años trabajo social en la Universidad de Costa Rica. Cuando Monseñor Sanabria, aquel enorme precursor social costarricense, promueve la primera Confederación de Trabajadores socialdemócratas y socialcristianos, -la Rerum Novarum- el Presbítero Benjamín Núñez, uno de sus fundadores, se apoya en aquel joven estudiante universitario que ya daba de qué hablar por su valiente activismo en pro de las causas sociales. Así fue como Luis Alberto ingresó formalmente, desde “la Rerum”, como un combatiente vigoroso de las luchas sociales en Costa Rica. Al punto que, para 1945, Luis Alberto se había convertido en figura protagónica del movimiento social no marxista. Desde allí incuba lo que fue una vocación de vida en favor de la economía social, que lo llevó a promover, siendo congresista, la ley del aguinaldo, y durante su administración 1982-1986 a promover la revolución social del solidarismo y el cooperativismo. No por casualidad una de sus recordadas frases fue: “Mi supremo anhelo es que seamos una República cooperativa.”

Al finalizar la guerra mundial, su protagonismo nacional lo lleva al escenario internacional. Asume la Secretaría General de la ORIT y además un importante rol protagónico en la OIT y en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales libres (CIOSL). Desde el escenario de los movimientos laborales internacionales, se involucra de forma valiente en la lucha contra las dictaduras latinoamericanas. Allí combate a la par de Haya de la Torre, José Figueres y Rómulo Betancourt, entre otros. Su carrera política la forja como fundador del PLN, del que fue su Secretario General. Si hay algo que me embarga de un hondísimo sentido de responsabilidad, es reconocer que ocupo la misma silla en la que estuvo sentado. Me hace responsable de resguardar el enorme legado que nos inspira. Su paso por el Congreso y la Secretaría General del Partido, lo llevó finalmente a disputar el solio presidencial, el cual asume en uno de los momentos más convulsos de la historia republicana. En medio de la hora más oscura de la historia militar centroamericana, a Luis Alberto le correspondió el enorme desafío de recibir un país económicamente arruinado. Al recibir la silla presidencial, la deuda pública había crecido a 3500 millones de dólares previo a su ascensión. En los años anteriores a su llegada, el decrecimiento de la producción interna bruta per cápita se había derrumbado duplicando su porcentaje en 1979 y 1980, y se triplicó su decrecimiento para 1981-82. Se había duplicado el sector informal del mercado de trabajo de un 25% a prácticamente un 50% en 1982. La inflación se disparó a un promedio del 80% y el consumo per cápita se estrepitó cuadruplicando el porcentaje de su caída de 1978 a 1983. Dos años antes de su llegada, de 1980 a 1982, prácticamente se duplicó el desempleo abierto. Los salarios cayeron casi al 40%, la producción global un 6%, y la per cápita un 16%. De acuerdo a las encuestas gubernamentales de hogares, elaboradas por el Ministerio de Economía, se duplicó la indigencia dos años antes de su arribo. Pese a este oscuro panorama, al salir su administración, Luis Alberto dejó a ese mismo país que recogió en ruinas, no solo con estabilidad económica, sino que sentó las bases del proceso de apertura económica que permitió el despegue sostenido de nuestro desarrollo durante dos décadas. Sin embargo, su mayor legado no fue en lo económico, sino en haber garantizado, -en la hora más sangrienta de la guerra centroamericana-, que Costa Rica se mantuviera ajena de tal baño de sangre. De Luis Alberto me llevo una vivencia sin igual: cuando me correspondió ser el líder nacional de la Federación de estudiantes de secundaria, tuve el honor de acompañarlo en el anuncio de su proclama de neutralidad. Fue con ella que confrontó con valentía los intereses guerreristas de la administración Reagan, alejando así al país del fantasma de la guerra. Me embarga un profundo dolor. Su pérdida nos es irreparable. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 14 de noviembre de 2016

ICE Y RECOPE: REINVENTAR LA SEGUNDA REPUBLICA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ICE-Recope-Reinventar-Segunda-Republica_0_1596640321.html
 
En días pasados se ha celebrado el 65 aniversario del PLN y 68 de la Segunda República. Cuando la patria los vio nacer, Costa Rica carecía de modelo energético, y su matriz dependía de transnacionales que reducían a simple negocio comercial nuestras necesidades de energía.  En ese campo, nuestra nación era una geografía electrificada con petróleo por la Electric Bond and Share, y a duras penas, en las principales cabeceras de provincia.  Con la II República, surge el ICE, y años después RECOPE. El primero fue el responsable de que las comunicaciones y la energía eléctrica llegaran hasta el último rincón de nuestra geografía, y de que en el 2015, el 99% de la energía producida por nuestro sistema eléctrico provenga de fuentes renovables. Respecto de RECOPE, pese a que en los últimos años su labor se ha limitado a garantizar la distribución e importación de hidrocarburos, recientemente se ha dirigido a establecer, en alianza con el Instituto Baudrit, una planta experimental de biodiesel en el plantel El Alto. Allí desarrolla tecnología de producción con higuerilla y jatropha, entre otras posibilidades. De hecho, se establecen instalaciones de almacenamiento y dosificación de producto para la puesta en marcha de mezclas de hidrocarburo con etanol y biodiesel. El embrión de lo que debería ser su futuro. Ahora bien, el desafío de las nuevas tecnologías energéticas, obliga a ambas entidades a adecuarse a las nuevas circunstancias mundiales, o perecer. La modernización de ambas debe ajustarse al guión que el desarrollo y las necesidades mundiales exigen.

 

Así, ser el motor de un programa energético nacional, es el sueño superior y el papel en el que el ICE y RECOPE deben concentrarse. En el caso de RECOPE, el guión mundial impone el paso desde los combustibles fósiles hacia las energías limpias, por lo que su desafío será reinventarse, desde una inexistente refinadora y actual distribuidora de hidrocarburos, hacia una “Empresa costarricense de combustibles” (podríamos distinguirla con las siglas similares  ECOM), que desde ya amplíe su oferta de servicio público a la adquisición de biomasa para producir combustible no derivado de fósiles, siendo energía renovable y ambientalmente amigable. Un posible ECOM, tendría que nacer para impulsar la revolución agroindustrial de la biomasa, e iniciar la ruta hacia la libertad del chantaje petrolero, lo que provocaría un ahorro de divisas mucho mayor a los mil millones de dólares anuales. Tal ahorro permitiría que los recursos financieros se mantengan circulando en nuestra economía interna, estimulando un efecto multiplicador. Al mismo tiempo, la responsabilidad del Estado nacional es la inmediata instauración de un modelo de sustitución de importación petrolera, en función del uso tanto de biocombustible, como de energía eléctrica en el parque automotriz. Pero para hacer posible dicho modelo de sustitución de importaciones, éste debe responder a un programa nacional de energía y una agenda consecuente. Por ejemplo, en el caso del desarrollo de los biocombustibles, el nuevo ECOM esencialmente sería responsable de establecer las metas de un plan nacional agroindustrial de producción de biomasa, con un calendario de producción y compra masiva de ésta, sustituyendo así, gradual pero sostenidamente, la importación petrolera por biocombustible y electricidad hasta la casi total extinción de la importación de petróleo en un plazo calendarizado. Vale advertir que en esta nueva posibilidad no se debe pretender ampliar el monopolio, no solo por la dificultad legal implícita en ello, sino porque significaría un retroceso que limitaría el desarrollo de la actividad. Si RECOPE, -o más bien el nuevo ECOM-, logra tomar ese rumbo, justificaría de sobra su costo operativo.       

 

Ahora bien, en el caso del ICE, ¿cuál guión impone el mundo a la entidad? Según estadística compartida con Rolando Araya Monge, -uno de los costarricenses más acuciosos en el tema- el costo de un KW de potencia de una celda solar anda en una cifra aproximada a los $300 (hidro 4500). Las estimaciones proyectan que ese costo de celdas será de $150 dólares en un lapso cercano a los dos años, $75 en cuatro, y $18 en aproximadamente ocho. En más de diez años, el costo se acercaría a los $4 dólares. Virtualmente electricidad gratuita, por lo que se puede tener una capacidad instalada de diez o veinte veces la necesaria, y  compensar sobradamente las horas sin sol. Aún más, como bien lo ha señalado el experto en temas de energía Ricardo Solera, la competencia más disruptiva para el ICE -y las empresas distribuidoras-, es la llamada “generación distribuida”, donde el consumidor generará su propia electricidad sin necesidad de utilizar redes de transmisión y distribución, modalidad que en Norte América y Europa ya ha hecho perder gran parte del valor de las empresas eléctricas centralizadas. Muy similares al ICE por cierto. Y no hay porqué dar por sentado que a nuestra institución no le pueda afectar esta tendencia del mercado tecnológico. La respuesta ha consistido en iniciativas que, aunque bien intencionadas, son insípidas; por ejemplo la decisión de convertir al ICE en una empresa de construcción de obra. El tiempo apremia, y es indispensable responder a la emergencia que impone esta implacable revolución de la tecnología energética. En primer término, el ICE debe acelerar su paso en el desarrollo de infraestructura de energía solar. No debe esperar a que sean sus competidores transnacionales los que, súbitamente, llenen el espacio que tal tecnología está abriendo en el mundo, y que indefectiblemente nos alcanzará. Por otra parte, el ICE debe ser consciente que, gracias a su meritoria labor en el desarrollo de la energía hidroeléctrica, y con el costo marginal cercano a cero de la energía eléctrica de fuente solar, podríamos estar a las puertas de una futura abundancia ruinosa de energía hidroeléctrica. Para sostener nuestra millonaria inversión en infraestructura hidroeléctrica, y evitar que después de tanto esfuerzo las represas se conviertan en piezas de museo, el ICE debe ultra estimular la demanda eléctrica en detrimento de la petrolera. Para compensar el desequilibrio por sobreoferta de electricidad, el ICE debe concentrarse desde ya en promover medidas para aumentar la demanda eléctrica futura. ¿Cómo? presionando seriamente por ejemplo,  en favor de leyes y decretos que provoquen que una parte importante del parque vehicular del país sea eléctrico. fzamora@abogados.or.cr

martes, 25 de octubre de 2016

DEFENSA COMUNISTA DEL LIBRE COMERCIO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Defensa-comunista-libre-comercio_0_1593440646.html?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_content=2016-10-25&utm_campaign=rss-opinion

Su afirmación fue contundente. Dijo que el gobierno de China, “censura el proteccionismo en el comercio entre las naciones y reconoce que es el libre comercio internacional lo que asegura la prosperidad de los pueblos”. Aunque tal afirmación haría revolcarse en su tumba a los fundadores Mao o Marx, la realidad es que esa frase fue expresada por Yue Yue, directora para Latinoamérica de la Cancillería china, a una delegación de líderes latinoamericanos reunida este setiembre en Pekín. El mismo gobierno que es dirigido por el P.C.Ch., la organización comunista más poderosa del orbe, y una de las más longevas de la historia humana.  El comunismo chino no llegó a esa conclusión sustentándose en el Libro Rojo de Mao, ni en el Das Kapital,  de Marx, sino sustentados en la evidencia irrefutable. Allí arribaron obligados por sus propias circunstancias socioeconómicas e históricas. Después del “Gran salto adelante”, el trágico experimento maoísta de planificación económica centralizada, -y que produjo la muerte por inanición de más de treinta millones de civiles-, surgió una generación de políticos chinos rendidos a la evidencia, quienes asumieron el poder en 1976 tras la muerte del “gran líder”.

 

Esta generación, inicialmente dirigida por Deng Xiao Ping, implementó tres procesos de apertura económica que los llevó a conquistar el desarrollo económico más portentoso de la actualidad. En solo tres décadas pasaron de ser una nación pobre, a convertirse en la segunda potencia mundial del orbe. Portento tal que ha permitido que, desde 1981 y hasta el año 2001, su ritmo de crecimiento alcanzase un promedio del 10% anual y el establecimiento de más de 600 nuevas ciudades en esos años. ¿Cómo lo lograron? Con una serie de medidas. A partir de 1978, se descolectivizó la agricultura otorgándose además terrenos para el usufructo agrícola de las familias, y permitiendo que los campesinos conservaran parte de lo producido. Esto disparó la productividad al punto que las parcelas privadas representaban cerca del 40% del ingreso familiar. Se permitió además la inversión extranjera y la iniciativa privada. En la segunda etapa, iniciada en 1984, se descentralizó el control estatal permitiendo la iniciativa de las provincias en las fórmulas de crecimiento. A partir de 1993, -durante el tercer proceso y en la Presidencia de Jiang Zemin-, muchas actividades anteriormente estatales pasaron a ser parte de la iniciativa privada. Además se introdujo el desarrollo de la tecnología de punta, se bajaron los aranceles y se reformó el sistema financiero, ingresando el país en el 2001 a la Organización Mundial del Comercio, e impulsando el estímulo a la libertad económica internacional.

 

La modernización y la libre economía, se combinó con una política de estímulo hacia las zonas rurales, que implicó la derogación de los ancestrales impuestos agrícolas, el subsidio al productor agrario, la capacitación intensiva al productor en el uso de maquinaria agrícola moderna, el apoyo financiero para su adquisición y la inversión en servicios públicos en dichas zonas. Esto produjo un vertiginoso aumento de la productividad agrícola, llevándolos a ocupar un lugar de primacía mundial en la producción de trigo, arroz, tubérculos como la papa, hortalizas y otros vegetales. Tanto así que, pese a que China es hoy un portento tecnológico, industrial y de servicios, sin embargo su agricultura representa un importante 10% de su PIB.

 

A raíz de que en el 2015 cayeron sus exportaciones por vez primera en siete años, el gobierno chino metió el acelerador a su propio “plan Marshall”, el cual es dirigido a su zona o región de influencia inmediata. Su plan se denomina el “Corredor económico de la ruta de la Seda”, y consiste en una estrategia de inversión a largo plazo para estimular la economía en las regiones por donde ancestralmente transitaron las exportaciones chinas a Occidente, como también de la otra vía de exportación a través de la franja de influencia marítima. Aparentemente, el gobierno chino se propone ensayar la fórmula que convino a los Estados Unidos en la posguerra, y que fue estimular las economías de las naciones que se convertirían en sus socios comerciales. Máxime si advertimos el alto grado de pauperización en la que se encuentran las naciones de la franja de influencia de dicha ruta. Así, la fórmula de desarrollo que parece haberle funcionado a China, consiste en una triple combinación de: 1) apertura y libertad económica, 2) intensiva inversión en tecnología, y 3) simultánea asistencia y subsidio al productor agrícola rural. Nótese que en esta fórmula también está la solución socialdemócrata costarricense: por una parte, un agresivo impulso de la libertad comercial, pero acoplada con un firme apoyo al productor agrícola.

 

Ahora bien, ¿qué es lo paradójico de todo esto? Esta realidad ofrece múltiples paradojas que reflejan lo absurdo de los prejuicios ideológicos. Veamos. Hoy, la organización comunista más grande del mundo es una poderosa defensora de la libertad comercial, pese a que originalmente su ideario proscribía esa posibilidad. Mientras tanto, en los Estados Unidos, -históricamente un celoso promotor de la libertad comercial-, sucede que un candidato republicano con fuertes posibilidades de asumir el gobierno de la nación, se pronuncia hoy contra la libertad de comercio internacional. Y allí una multitud de votantes se entusiasma con esa diatriba particularmente vehemente. En nuestro país la situación también resulta irónica. Pese a que el más poderoso gobierno de izquierda en el mundo ha debido reconocer la necesidad de la apertura comercial mundial para el desarrollo, -amén que la evidencia demuestra el exitoso resultado-, aquí un importante sector de la sociedad política, -imbuida de prejuicio ideológico- insiste en satanizar dicha libertad. Tanto que su buque insignia para desprestigiar a la socialdemocracia costarricense, ha sido atacar las iniciativas que, en ese sentido, el PLN ha propuesto durante los últimos treinta años. Así las cosas, hoy nuestra izquierda criolla radical comparte una tesis común con el ultra derechista candidato republicano: un acendrado rencor contra el libre intercambio internacional de bienes y servicios. A ellos les contesta Deng, el sensato sucesor de Mao: “…si no nos abrimos para desarrollar nuestra economía, y para asegurar el sustento de la gente, estaremos en un callejón sin salida”. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 3 de octubre de 2016

SOLIDARISMO: LA GRAN VÍA NACIONAL

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

 

El solidarismo, es quizá la más portentosa idea que Costa Rica ha dado al mundo. Su autor, un costarricense genial: Alberto Martén Chavarría, quien en 1948 fuera uno de los principales líderes del Ejército de Liberación Nacional. Si estuviese vivo y con su obra culminada, (recordemos que más de 1.400 asociaciones solidaristas de Costa Rica acumulan un capital cercano a los 6.000 millones de dólares), sin duda sería un fuerte aspirante al premio nobel de Economía. Entre otros conceptos, el solidarismo es una fórmula económica para la organización social de los trabajadores. Como alternativa a la doctrina marxista de la lucha de clases, confirmó, tanto los conceptos socialdemócratas, como las tesis expuestas por la doctrina social de la Iglesia. De hecho, el solidarismo es la organización obrera prevaleciente en las empresas privadas costarricenses, a diferencia de lo que sucedió en los Estados Unidos con los “trade unions” -sindicatos de las empresas privadas-, muchos de las cuales cayeron en manos de la mafia organizada.

 

Antecedentes. Es conocido que la consolidación de la revolución industrial transformó los métodos productivos introduciendo el maquinismo, lo que desde el punto de vista económico provocó, paradójicamente, la disminución de la demanda. Esto, por la caída del empleo, pese al aumento de la oferta de bienes producidos. En esencia, se enriquecieron quienes aplicaron las novedosas técnicas de producción, al tiempo que se empobrecía la masa trabajadora, que al fin y al cabo era la consumidora.  El resultado de ello fue la existencia de un contrasentido: una superabundancia ruinosa. Una superproducción acumulada que no tenía salida en el mercado, pues los consumidores desempleados no tenían capacidad para adquirirla. Tal fue la desesperación de los tejedores manuales ingleses, que la historia registra el fenómeno ludista, cuando éstos se abalanzaban contra las máquinas industriales, en un infructuoso afán de detener los avances técnicos. El problema provocado por dicho desarrollo de la logística industrial, se terminó de agudizar por la codicia de los propietarios de las fábricas, quienes abusaban de sus obreros. Laboraban jornadas extenuantes a cambio de salarios pírricos. Allí el trabajo humano era una simple mercancía que se intercambiaba sin ningún tipo de consideración. Al final del camino, esta situación provocó dos grandes corrientes sociales que aspiraron a solucionar la situación de los trabajadores. La primera de ellas fue una vía radical: la tesis de imponer, por vías violentas, una dictadura proletaria que aboliese para siempre la propiedad. A esta tesis radical se le contrapusieron un conjunto de corrientes moderadas que proponían una vía gradual y sin violencia para resolver el problema obrero. Algunos estadistas como Bismarck, el gran canciller alemán, inicia la implementación, desde el Estado, de medidas para proteger al trabajador.  Desde otras corrientes moderadas que rechazaban la lucha de clases, surgen intentos como el de Robert Owen y Charles Fourier, precursores de la economía social empresarial, quienes durante el Siglo XIX intentaron organizar la sociedad en cooperativas de producción y consumo.

 

Pues bien, en la cintura del Siglo XX, Martén ideó el solidarismo, un concepto que implica muchas cosas a la vez. En principio, se trata de una filosofía económica que se sustentó en una novedosa mecánica de capitalización y distribución de la riqueza a lo interno de las empresas privadas. Allí el auxilio de cesantía se convierte en un interés ahorrado en la empresa, para lo cual el trabajador tiene el derecho-deber de acumular un patrimonio por medio del ahorro propio y con la ayuda solidaria de la empresa para la que labora. A partir de esa fórmula económica, se crea todo un movimiento de economía social que aspira a convertir a las empresas no solo en entes económicos, sino además, en instituciones éticas que tengan por objetivo reducir la distancia social entre el propietario y el trabajador. En palabras de su hijo, el jurista Marcelo Martén, el objetivo esencial del solidarismo es la desproletarización del trabajador a través de la capacitación y el ahorro, fortaleciendo la estabilidad empresarial mediante la garantía de reservas para el pago de prestaciones y promoviendo la armonía por la vía de la coordinación obrero patronal en la dirección y ejecución de los negocios. Así se desterró definitivamente el abuso laboral, sea por patronos sin ética social, o sea por prácticas obreras de sabotaje a la producción.

 

La fórmula originalmente planteada por Martén, era mucho más ambiciosa. Comprendía una propuesta de capitalización universal consistente en incluir, en el precio de todo bien y servicio ofrecido en el mercado, una cuota de capitalización para el trabajador que contribuía en la elaboración del producto o servicio. Y que al invertirse aplicando una política general de inversiones, hubiese generado un enorme capital destinado a la desproletarización progresiva de los trabajadores dueños del mismo. Pese a que la integralidad del ambicioso plan nunca se completó, lo cierto es que esta tercera vía social, de capitalización y organización obrera, ha culminado hoy con un movimiento social que ostenta una respetable capacidad financiera. 

 

Sin embargo, el movimiento solidarista debe repensarse ideológicamente, pues el ideal original de su fundador, no se limitaba a la siembra generalizada de asociaciones socioeconómicas en las empresas, sino el de establecer una tercera vía entre el extremo del capitalismo estrictamente patronal y su polo opuesto, la mecánica sindical del beneficio contencioso. Por ejemplo, el solidarismo incluía, entre otros conceptos, la racionalización económica de las empresas del Estado. Esto lo planteó Martén a solicitud del Congreso en 1976, con un proyecto de ley que proponía una reforma a la mecánica financiera tradicional del plan solidarista, de forma que abarcara a toda la población trabajadora mediante la transformación del impuesto de renta. Aspiraba reducir el sector público aumentando la economía social solidaria. Además, como ya indiqué, la capitalización universal de la economía y una política general de inversiones de dicho capital acumulado. Por ello, el desafío que hoy enfrenta el movimiento solidarista es evitar la “zona” de comodidad. Salir de ella es reclamar el protagonismo político-ideológico que merece. El solidarismo es una idea portentosa y una vía superior. No es justo que su protagonismo político, y sus tesis ideológicas, permanezcan tan supeditadas. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 19 de septiembre de 2016

LA OFENSIVA DESOCCIDENTAL


Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ofensiva-desoccidental_0_1586241364.html

 

La historia es plétora en ejemplos acerca de la crueldad de la conquista armada. Y a ningún historiador se le ocurriría preguntarse si Atila el Huno albergó remordimientos morales, o si lo hizo Qin Shi Huang -el cruel unificador de la China-, o bien Moctezuma I, quien raptaba víctimas para sacrificios rituales, azotando Tlaxcala y lo que hoy es Puebla. Por el contrario, en la Europa del siglo XVI, sucedió algo inédito en la historia universal: las conquistas empezaban a ser condenadas. Esto, porque representantes del cristianismo, como el sacerdote dominico Antonio de Montesinos, el Padre Francisco de Vitoria, o el Obispo Bartolomé de las Casas, levantaron su voz contra el trato que los conquistadores de los reinos de Europa daban a las poblaciones nativas. De hecho, sus voces alcanzaron tal nivel de resonancia, que a Vitoria se le considera el padre del derecho internacional moderno. ¿Por qué esas voces lograron eco en la Europa de aquel contexto histórico? Fue gracias al código moral que ha prevalecido en Occidente, hemisferio que Jürgen Habermas definió con una frase sintetizadora: somos hijos, tanto de Jerusalén, como de Atenas. Atenidos a tal definición, ¿sobre qué nos sostenemos los occidentales? Básicamente sobre esos dos fundamentos. Veamos. De la herencia del helenismo, esencialmente la tradición jurídica de la democracia. Aunque originalmente las instituciones de la democracia griega eran para el exclusivo usufructo de una élite -y además dentro de una sociedad de esclavos-, lo cierto es que su diseño esencial es una parte que da fundamento a las instituciones de la democracia tal y como en Occidente las concebimos hoy. De hecho, de dos realidades, la “politeia” griega y la “res pública” romana, deriva prácticamente todo nuestro vocabulario jurídico. Y de Aristóteles, como de Platón, el concepto de que la autoridad se sujete a la ley.  

 

De Jerusalén, que es el segundo basamento de nuestra herencia, obtenemos el principio espiritual de dignidad humana, que es la piedra angular de la cultura occidental. De esa matriz -la de la dignidad humana- obtenemos el conjunto de ideales que dan fundamento a Occidente. ¿Cuáles? En primer término, la doctrina de la ley natural, desarrollada a profundidad, entre otros pensadores, por Santo Tomás de Aquino. Y del ideal de la ley natural, se extrae el gran edificio de los derechos humanos, que incluye la noción de igualdad ante la ley natural. Kenneth Pennington -autoridad mundial en historia medieval-, nos recuerda que el Príncipe carecía de jurisdicción sobre los derechos basados en la ley natural, porque eran inalienables. Sumado a ello, la separación entre Iglesia y Estado, idea extraída de la filosofía cristiana a partir de preceptos neotestamentarios. De ahí que ese último sea un concepto incomprensible para los musulmanes, quienes creen que la ley coránica debe extenderse a todas las esferas de la vida. Con lo anterior, no niego que el Islam es una gran cultura. Quien en España ha visitado el esplendor de la Gran Mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza, o la Alhambra granadina, no dudará de mi afirmación, pero lo cierto es que sus fundamentos son radicalmente opuestos a los de Occidente. Y lamentablemente, aún existen fuerzas islámicas convencidas que el mundo se divide en “Dar al Islam” y “Dar al Harb”, que es el mundo infiel que debe ser conquistado a cualquier precio.   

 

Ahora bien, los ideales que dieron fundamento a nuestra cultura han estado, -y están-, bajo ataque. Destruir esos cimientos es lo que podemos llamar la ofensiva “desoccidental”. Sucede hoy, tal y como ayer. La historia universal nos recuerda las primeras tres grandes ofensivas “desoccidentalizadoras” del pasado: la yihad islámica, el marxismo leninismo, y el paganismo fascista. Los anales registran que la  primera de esas grandes ofensivas, -la yihad-, inicia en el siglo octavo, cuando 12 mil bereberes se enfrentan al Rey visigodo Roderico cerca del río Guadalete, en España. A partir de allí, se inicia un largo registro de invasiones musulmanas a Occidente, que culminan con la caída de la gran civilización occidental de Constantinopla en el siglo XVI. La segunda ofensiva tiene su origen en la filosofía materialista de Karl Marx, cuyo primer triunfo es la instauración del régimen de los soviets en la Europa oriental de 1917. Por el rechazo marxista a todo principio de raíz espiritual, allí se rompe con los fundamentos occidentales del derecho natural. La tercera ofensiva fue el paganismo fascista, que se sustentaba en un conjunto irracional de creencias racistas, en una concepción igualmente totalitaria del Estado, y de prácticas y ritos supersticiosos que pretendían sustituir los valores espirituales occidentales.

 

 Y una vez más, la ofensiva desoccidental contemporánea tiene actores con un guión similar. Las tres ofensivas desoccidentalizadoras de hoy son: la agenda contracultural neomarxista, la corriente posmoderna, y la nueva versión de la yihad islámica. Respecto de la primera de ellas, el primer ideólogo del neomarxismo, y del reciclaje de su agenda cultural, fue Antonio Gramsci. El sostenía la necesidad de imponer el marxismo ya no solo por métodos violentos, sino demoliendo las nociones culturales que le daban sustento a la idea de la democracia occidental, sustituyéndolos con los códigos materialistas del marxismo. La segunda ofensiva actual contra los valores occidentales es el posmodernismo. Si resumiésemos en una expresión lo que dicha corriente es, podríamos afirmar que es una contracultura cuyo objetivo es la “deconstrucción” de todos los códigos que dieron sustento a Occidente. Y para efectos prácticos, el término “deconstrucción” -como bien lo afirma Lozano Díez, reputado jurista y pensador mexicano-, no es sino un eufemismo de otro concepto más honesto: ¡destrucción! Finalmente, la tercera ofensiva moderna contra los valores occidentales viene, una vez más, de aquellos musulmanes que tienen una aprehensión radical de su misión. Aunque sus métodos ahora son diferentes, es claro que el mahometano integrista, tiene hoy la misma determinación que tuvo Tarik y Muza con sus muchedumbres invasoras. O la que tuvo Omar ibn Al-Jattab, que en el siglo VII, consumó la expulsión de judíos y cristianos de las tierras árabes. Hoy su determinación está centrada en la desestabilización emocional de Occidente a través del terror permanente. Ante esta realidad, el desafío de nuestro hemisferio es cultural, para lo cual debemos arrostrar una resistencia sin odio. Aferrados a nuestra identidad, sin que ello signifique animadversión contra lo que es diferente. fzamora@abogados.or.cr

LA OFENSIVA DESOCCIDENTAL


Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ofensiva-desoccidental_0_1586241364.html

 

La historia es plétora en ejemplos acerca de la crueldad de la conquista armada. Y a ningún historiador se le ocurriría preguntarse si Atila el Huno albergó remordimientos morales, o si lo hizo Qin Shi Huang -el cruel unificador de la China-, o bien Moctezuma I, quien raptaba víctimas para sacrificios rituales, azotando Tlaxcala y lo que hoy es Puebla. Por el contrario, en la Europa del siglo XVI, sucedió algo inédito en la historia universal: las conquistas empezaban a ser condenadas. Esto, porque representantes del cristianismo, como el sacerdote dominico Antonio de Montesinos, el Padre Francisco de Vitoria, o el Obispo Bartolomé de las Casas, levantaron su voz contra el trato que los conquistadores de los reinos de Europa daban a las poblaciones nativas. De hecho, sus voces alcanzaron tal nivel de resonancia, que a Vitoria se le considera el padre del derecho internacional moderno. ¿Por qué esas voces lograron eco en la Europa de aquel contexto histórico? Fue gracias al código moral que ha prevalecido en Occidente, hemisferio que Jürgen Habermas definió con una frase sintetizadora: somos hijos, tanto de Jerusalén, como de Atenas. Atenidos a tal definición, ¿sobre qué nos sostenemos los occidentales? Básicamente sobre esos dos fundamentos. Veamos. De la herencia del helenismo, esencialmente la tradición jurídica de la democracia. Aunque originalmente las instituciones de la democracia griega eran para el exclusivo usufructo de una élite -y además dentro de una sociedad de esclavos-, lo cierto es que su diseño esencial es una parte que da fundamento a las instituciones de la democracia tal y como en Occidente las concebimos hoy. De hecho, de dos realidades, la “politeia” griega y la “res pública” romana, deriva prácticamente todo nuestro vocabulario jurídico. Y de Aristóteles, como de Platón, el concepto de que la autoridad se sujete a la ley.  

 

De Jerusalén, que es el segundo basamento de nuestra herencia, obtenemos el principio espiritual de dignidad humana, que es la piedra angular de la cultura occidental. De esa matriz -la de la dignidad humana- obtenemos el conjunto de ideales que dan fundamento a Occidente. ¿Cuáles? En primer término, la doctrina de la ley natural, desarrollada a profundidad, entre otros pensadores, por Santo Tomás de Aquino. Y del ideal de la ley natural, se extrae el gran edificio de los derechos humanos, que incluye la noción de igualdad ante la ley natural. Kenneth Pennington -autoridad mundial en historia medieval-, nos recuerda que el Príncipe carecía de jurisdicción sobre los derechos basados en la ley natural, porque eran inalienables. Sumado a ello, la separación entre Iglesia y Estado, idea extraída de la filosofía cristiana a partir de preceptos neotestamentarios. De ahí que ese último sea un concepto incomprensible para los musulmanes, quienes creen que la ley coránica debe extenderse a todas las esferas de la vida. Con lo anterior, no niego que el Islam es una gran cultura. Quien en España ha visitado el esplendor de la Gran Mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza, o la Alhambra granadina, no dudará de mi afirmación, pero lo cierto es que sus fundamentos son radicalmente opuestos a los de Occidente. Y lamentablemente, aún existen fuerzas islámicas convencidas que el mundo se divide en “Dar al Islam” y “Dar al Harb”, que es el mundo infiel que debe ser conquistado a cualquier precio.   

 

Ahora bien, los ideales que dieron fundamento a nuestra cultura han estado, -y están-, bajo ataque. Destruir esos cimientos es lo que podemos llamar la ofensiva “desoccidental”. Sucede hoy, tal y como ayer. La historia universal nos recuerda las primeras tres grandes ofensivas “desoccidentalizadoras” del pasado: la yihad islámica, el marxismo leninismo, y el paganismo fascista. Los anales registran que la  primera de esas grandes ofensivas, -la yihad-, inicia en el siglo octavo, cuando 12 mil bereberes se enfrentan al Rey visigodo Roderico cerca del río Guadalete, en España. A partir de allí, se inicia un largo registro de invasiones musulmanas a Occidente, que culminan con la caída de la gran civilización occidental de Constantinopla en el siglo XVI. La segunda ofensiva tiene su origen en la filosofía materialista de Karl Marx, cuyo primer triunfo es la instauración del régimen de los soviets en la Europa oriental de 1917. Por el rechazo marxista a todo principio de raíz espiritual, allí se rompe con los fundamentos occidentales del derecho natural. La tercera ofensiva fue el paganismo fascista, que se sustentaba en un conjunto irracional de creencias racistas, en una concepción igualmente totalitaria del Estado, y de prácticas y ritos supersticiosos que pretendían sustituir los valores espirituales occidentales.

 

 Y una vez más, la ofensiva desoccidental contemporánea tiene actores con un guión similar. Las tres ofensivas desoccidentalizadoras de hoy son: la agenda contracultural neomarxista, la corriente posmoderna, y la nueva versión de la yihad islámica. Respecto de la primera de ellas, el primer ideólogo del neomarxismo, y del reciclaje de su agenda cultural, fue Antonio Gramsci. El sostenía la necesidad de imponer el marxismo ya no solo por métodos violentos, sino demoliendo las nociones culturales que le daban sustento a la idea de la democracia occidental, sustituyéndolos con los códigos materialistas del marxismo. La segunda ofensiva actual contra los valores occidentales es el posmodernismo. Si resumiésemos en una expresión lo que dicha corriente es, podríamos afirmar que es una contracultura cuyo objetivo es la “deconstrucción” de todos los códigos que dieron sustento a Occidente. Y para efectos prácticos, el término “deconstrucción” -como bien lo afirma Lozano Díez, reputado jurista y pensador mexicano-, no es sino un eufemismo de otro concepto más honesto: ¡destrucción! Finalmente, la tercera ofensiva moderna contra los valores occidentales viene, una vez más, de aquellos musulmanes que tienen una aprehensión radical de su misión. Aunque sus métodos ahora son diferentes, es claro que el mahometano integrista, tiene hoy la misma determinación que tuvo Tarik y Muza con sus muchedumbres invasoras. O la que tuvo Omar ibn Al-Jattab, que en el siglo VII, consumó la expulsión de judíos y cristianos de las tierras árabes. Hoy su determinación está centrada en la desestabilización emocional de Occidente a través del terror permanente. Ante esta realidad, el desafío de nuestro hemisferio es cultural, para lo cual debemos arrostrar una resistencia sin odio. Aferrados a nuestra identidad, sin que ello signifique animadversión contra lo que es diferente. fzamora@abogados.or.cr

martes, 30 de agosto de 2016

DIFIERO DE OTTON SOLIS

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

 

Publicado en La Nación bajo el título:


 

 

Una agenda nacional, que permita un acuerdo interpartidario sobre temas país, es urgente. Y el tema se ha vuelto a colocar en el tapete. Resumiré aquí los elementos indispensables para una propuesta viable y los antecedentes de esta idea. Lo cierto es que, en la historia reciente del país, la idea de un acuerdo nacional nació en la campaña presidencial del 2013. En ese año, el Partido Liberación Nacional planteó al resto de candidatos en liza, la necesidad de un gran acuerdo nacional para el desarrollo. Lamentablemente, en aquella ocasión la idea no tuvo eco. Posteriormente, en el año 2014, varios meses después de instalado este gobierno, y ante la inacción de la administración en ofrecer un proyecto político para el cuatrienio, la fracción del PLN insistió en el tema. A ese clamor se sumaron después otros partidos de oposición, como el PUSC y la ADC.

 

El 30 de setiembre del año 2014, en un artículo publicado en este diario,  denominado “Un acuerdo posible” (30/9/2014), el Expresidente de la República Dr. Oscar Arias Sánchez, elaboró una atinada propuesta de acuerdo. Ella consiste en disminuir el déficit durante dos años en un 5% del PIB, donde un 3% se obtenga con nuevos tributos y un 2% con reducción de gasto. Para ello, propuso la convocatoria a un diálogo en función de un acuerdo nacional. Meses después, en abril del 2015, el PLN volvió a insistir en la necesidad de un acuerdo nacional. En esa oportunidad, con ocasión de una audiencia que el Presidente Solís ofrece a las autoridades del PLN, entonces presidido por el Expresidente José María Figueres. Allí el Partido planteó la necesidad de que esta agenda priorizara en los temas atinentes al crecimiento económico y la racionalización del gasto público. Dentro de ese mismo esquema, en julio del 2016, remití un oficio formal al Presidente de la República, cuyo resumen fue también publicado en este foro, bajo el título “Una propuesta para el Presidente”, (La Nación 1/7/2016). Allí planteé la posibilidad de un acuerdo nacional en torno a tres megaproyectos puntuales de infraestructura para el desarrollo. Igualmente, y aludiendo al ejemplo de la experiencia irlandesa, la académica Velia Govaere  urgió, en este mismo foro, sobre la necesidad de un gran acuerdo social para el desarrollo.

 

Pues bien, en este año 2016, finalmente el diputado Ottón Solís ha unido también su voz reclamando la necesidad de un acuerdo nacional. Por la prominencia y prestigio del firmante, a diferencia de las anteriores, la solicitud del diputado Solís ha tenido una mayor cobertura de prensa. Sin embargo, paradójicamente, por las razones que expondré, de entre las propuestas planteadas, lamentablemente esta es la inadecuada. En primer término, porque la propuesta del diputado procrastina. Deja para mañana lo que se puede hacer hoy. Pospone la agenda nacional hasta el próximo gobierno, desperdiciando casi dos años de la presente administración. ¿Por qué habremos de desaprovechar tanto tiempo para llegar a un acuerdo sobre una agenda nacional? Los problemas del país se acumulan, y es indispensable que las decisiones se tomen con prontitud.

 

El segundo elemento en el que hemos diferido con la propuesta del diputado Solís, radica en el hecho de que su iniciativa prescinde del gobierno de la República, siendo que el Ejecutivo es el poder diseñado por el sistema jurídico para un cometido de tal naturaleza, como lo es dirigir un acuerdo nacional. Tal poder es el responsable primario de la dirección de gobierno. No por casualidad nuestra Constitución Política lo faculta a ejercer iniciativa en la formación de las leyes, vetarlas, e incluso lo privilegia con la potestad de una agenda de iniciativas exclusiva durante un período extraordinario de sesiones legislativas. Si reconocemos que la agenda nacional es una necesidad que no debe ser postergada, no quepa duda que es al actual Presidente de la República a quien corresponde la responsabilidad. El agente político adecuado para arrogarse una facultad de esta naturaleza, no es un diputado, y menos aún si éste decide asumir una vocación opositora.

 

El tercer elemento en el cual diferimos con Don Ottón, radica en el hecho de que su propuesta implica la necesidad de un gobierno integrado por todos los partidos, siendo que lo esencial del asunto es ponernos de acuerdo en la receta, y no enfocarnos en los cocineros. Lo importante es convenir en una agenda nacional urgente, e implementarla. Pretender instaurar un gobierno de todos los partidos, es desenfocarnos en la definición de eventuales distribuciones de puestos políticos, lo cual no contribuye para nada con el objetivo de fondo. El objetivo es acordar la receta, hacerlo pronto, y que el actual Gobierno de la República inicie el cometido definido. Para ello no es necesario exigirle que despida jerarcas de su agrupación para colocar gente de otros partidos. Peor aún, la idea de que la agenda nacional deba estar condicionada por un gobierno de diferentes partidos, estimula la peligrosa tendencia a la fragmentación y la insularización del poder. Los partidos políticos deben tener la madurez de llegar a entendimientos sin que sea necesario el cobro de una suerte de “peajes” políticos que impliquen el otorgamiento de posiciones de poder para ello.

 

Por otra parte, no es viable una propuesta metodológica de diálogo y acuerdo interpartidario sin una propuesta concreta de planes. Repito, propuestas concretas. No temas generales, que es lo que él ha planteado. Además, ¿por qué se plantea allí un mecanismo de acuerdo extraparlamentario? En una democracia madura, ¿no es acaso el parlamento el escenario natural de entendimiento entre los partidos? En síntesis, la agenda nacional es una prioridad que no debe ser postergada. La dirección de la misma es responsabilidad del gobierno de la República. Las distintas fuerzas políticas del país hemos reconocido la necesidad de tal acuerdo, sobre todo, si el mismo tiene como objetivo el crecimiento económico, la racionalización del gasto, y la inversión en infraestructura para el desarrollo. La mayoría de los actores sociales y políticos nos hemos manifestado reiteradamente en favor de dicho diálogo. El que tiene la palabra es el gobierno de la República.  fzamora@abogados.or.cr

jueves, 11 de agosto de 2016

LA FUERZA MORAL DE LA CULTURA


Dr. Fernando Zamora Castellanos

Abogado constitucionalista.

 


 

La mayor riqueza de una nación no está en su economía, sino en su cultura. Si bien es cierto, la capacidad financiera ofrece posibilidades materiales, solo los pueblos cultos alcanzan prosperidad, lo cual es un concepto muy superior a la riqueza material. No quepa duda, la verdadera riqueza de un pueblo es su cultura. Esta ofrece muchas acepciones y no es posible reducirla a una definición, ni encerrar su concepto definitivamente en un artículo. Sin embargo, las evidentes estadísticas del crecimiento de la violencia y del desmejoramiento de la convivencia, son prueba irrefutable de descomposición de la cultura nacional. Por eso, amerita analizar los atributos de ésta, para discernir entre aquello que la impulsa, y lo que, por el contrario, la desmejora.   

 

¿Qué noción nos acerca a ese concepto? la cultura, esencialmente, son principios de vida que tienen como propósito elevar el espíritu y forjar el carácter humano. Su objetivo es enseñarnos a vivir, pues ella forja preceptos y criterios que son indispensables en el camino de la existencia. No es creadora de opiniones, sino de convicciones. Para levantar portentos como la Catedral de Milán, o la de Colonia, no bastan las opiniones, que es lo usual en el hombre contemporáneo, sino las convicciones, y éstas solo son posibles en el entorno de la cultura. En nuestro transitar, ofrece una suerte de mojones que otorgan pistas, vestigios, indicios, que nos guían durante las oscuridades de la senda vital. Por ello, los valores culturales se transmiten primordialmente en el hogar, de generación en generación, y están necesariamente asociados en función de una espiritualidad con vocación de bien. Es la razón por la que Vargas Llosa nos recuerda que ni siquiera la instrucción regular, sino la familia y la iglesia, son las únicas transmisoras de la cultura, pues, como bien él lo indica, no debe confundirse cultura con información. Por eso, “cuando la familia deja de funcionar adecuadamente, -sostiene el Nobel- el resultado es el deterioro de la cultura.Recapitulemos entonces: por su vocación espiritual, la cultura implica principios anteriores al conocimiento; una sensibilidad y un cultivo de las formas que introyectan, dan orientación y sentido a la información. No es una noción tan simple como lo cree Dietrich Schwanitz, quien redactó un libro en el que pretendió encerrar todos los datos que -según él-, son la cultura.

 

Ahora, repasemos algunas de las propiedades fundamentales de ella. En primer término, el orden es uno de sus atributos básicos. El concepto más antagónico a la cultura es la anarquía. Por eso, la protección de la familia, la devoción patriótica y su acervo, el respeto por lo que es digno de reverencia para los demás y para sí mismo, la debida honra hacia quienes ejercen la dignidad de los cargos de responsabilidad pública nacional, el estímulo a las instituciones que promueven los valores espirituales de la comunidad, y la confianza en las instituciones que garantizan la libertad, la solidaridad y la justicia,  son aspectos fundamentales para sostener la cultura. Pues si no hay un respeto básico a las instituciones fundamentales de la sociedad, el sentido de la política no será la virtud, sino el poder; un escenario tenebroso. Una segunda cualidad de la cultura es su vocación espiritual hacia el bien, porque el odio o la maldad no procrean cultura. Ella es una construcción con vocación de permanencia en la historia, y al igual que sucede con la falsedad, lo que el odio construye no prevalece en el devenir de los tiempos. Por otra parte, a diferencia de lo que sucede con las ideologías, con las filosofías -o peor aún- las supersticiones, la cultura es legítima formadora de criterio, pues todas las anteriores crean teorías, convicciones temporales y parciales, o incluso pasiones, pero la cultura forja criterios de discernimiento, lo cual es una herramienta superior para valorar la existencia. Igualmente, una característica primordial de la cultura es que en ella no es posible la inmediatez. La incultura es presentista, no así la cultura, que necesariamente abreva del pasado, pues es portentosa construcción que se forja en procesos. En gradualidades. En pequeños cincelazos durante el discurrir de las edades. Por ello la cultura es inviable sin el antecedente de una tradición previa. A quien decide cultivarla, le es inconveniente una actitud reactiva o reticente contra su propia identidad, o contra su acervo, tradición e historia. Proscribir el pasado, o pretender clausurar el acervo que forjó lo que somos, no es sino una propensión inculta.

 

Otra singularidad de la cultura, es su capacidad totalizadora, más no totalitaria. No es totalitaria porque, como vocación espiritual que es, está subordinada a la libertad. Por esa propensión totalizante, involucra aspectos tan aparentemente nimios como las maneras de urbanidad, o incluso las formas de conducta en la mesa. Y en tanto hija de la libertad que es, por la cultura se debe morir, pero nunca matar. La cultura es defendida por héroes dispuestos a morir por ella, pero en la decadencia, los fanáticos están dispuestos a matar por aquello que a cualquier costo desean imponer. Es la razón por la cual la cultura hace héroes, a diferencia de la contracultura, que hace fanáticos. A este atributo de la cultura, se le suma una singularidad mayor que amerita analizarse: en la cultura, la idea y el concepto de la verdad en libertad es venerado. Por el contrario, la contracultura relativiza la verdad, con lo cual la prostituye. Tanto la autoridad, la jerarquía, como también las categorías, dependen de una única piedra angular: esa piedra es la verdad. ¿Por qué? Donde no hay verdad alguna, o allí donde relativizarla es hábito, no es posible la existencia de una escala de valores y menos aún el ideal de la «común-unión». Y donde no se estiman los valores, ni se reconocen sus categorías, es imposible la autoridad o la jerarquía. Allí, incluso lo vulgar cobra carta de crédito frente a la virtud. Es también la razón por la que la cultura abraza el concepto del progreso y la razón. Lo que no ocurre en las manifestaciones deconstructivas, como por ejemplo, las cercanas al posmodernismo.  Finalmente, como la cultura es exaltación de la virtud, ésta implica esfuerzo, lo que contraría al hedonismo de las actuales sociedades de entretenimiento, donde lo único legítimo y políticamente correcto, lo que debe imponerse, es lo que provoque goce a los sentidos primarios. La moral de mínimos. fzamora@abogados.or.cr

martes, 26 de julio de 2016

ESTADO FRAGMENTADO E INSULAR

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación:


 
¿Qué es un Estado fallido? Esencialmente, donde no es posible ejercer la autoridad. Ingobernable, sería un concepto sinónimo. Amerita escrutar las causas que imposibilitan ejercer la autoridad y algunas soluciones inmediatas para nuestro país. De esas causas, la principal es la indigencia cultural. Analicemos un ejemplo ilustrativo. Después de la sangrienta rebelión de los esclavos haitianos, el rey Carlos X acepta detener la represión contra aquella independencia, siempre y cuando éstos aceptaran la ordenanza que les exigía la bicoca de 150 millones de francos de oro. Como revancha a la atroz masacre de franceses hecha por los haitianos, los europeos impusieron esa grave indemnización con el objeto de resarcir a los colonos afectados. El historiador P. Girard, refiere que la exigencia fue remitida con una escolta de catorce buques artillados. Haití cedió, pues de no aceptarse la exigencia, sus puertos serían bloqueados y la isla sitiada hasta la inanición. Aquellas condiciones le impidieron a Haití su derecho humano al desarrollo, o niveles mínimos de educación para forjar una cultura básica. Así, permaneció en la miseria cultural que les caracterizó durante la era esclava, y que impidió el ejercicio natural de la autoridad y el poder en su sociedad. Desde entonces -por razones culturales-, ha sido un Estado fallido.

 

La segunda razón que engendra Estados fallidos e ingobernables, se deriva del abuso del poder. Ejemplos los hay en ambas frecuencias del espectro ideológico. En la derecha, vergonzosas dinastías como la Somocista. En la izquierda, los Estados tras la cortina de hierro, que colapsaron al unísono cuando el muro de Berlín se derrumbó. O la Venezuela de hoy, presa de saqueos por parte de un pueblo hambriento e indignado, es el ejemplo más reciente de un Estado fallido como resultado del ejercicio abusivo del mando.

 

Ahora bien, sin que medie la indigencia cultural o el abuso del poder, hay una tercera razón por la que las sociedades se tornan ingobernables. Dicha causa es el “Estado insular”, donde el poder está peligrosamente atomizado. En los Estados insulares el poder se fracciona en pequeños archipiélagos o feudos autónomos, de tal forma que, cada fragmento se anula recíprocamente hasta perder toda eficacia. Tal fragmentación es provocada por dos fenómenos sociológicos. Por una parte, una errática conducta política de la sociedad, que lleva a la inmovilización de la toma de decisiones como resultado de un exagerado desmembramiento político por la vía de una “democracia de cuotas”. La España parlamentaria de hoy, prolífica en opciones partidarias, y que alcanzó más de doscientos días sin formación de gobierno, es un ejemplo dramático. También Costa Rica ha venido experimentando esa peligrosísima tendencia a fraccionar la democracia en cuotas. Así se llegó al extremo de que un partido eligió un diputado que representa la cuota de interés de los taxistas informales. Llegará el momento en que los formales también pedirán la suya. No nos extrañe cuando los interesados en eliminar los exámenes de incorporación a los colegios profesionales hagan un partido, y así hasta el absurdo. En lugar de movimientos que velen por los ideales de la colectividad nacional, se están engendrando cascarones electorales representando cada interés creado. Un escenario digno de la dramaturgia de Jacinto Benavente.

 

 La otra razón por la que el poder resulta fraccionado, se debe a la patológica desviación de la cultura legalista; sucede cuando el sistema y los funcionarios públicos abusan de su potestad reguladora y de control. También cuando se tiene el prejuicio de que los problemas solo es posible solucionarlos con la instauración de entes burocráticos permanentes para cada situación. Lo que convierte a los Estados en entes fragmentados, o peor aún, con entidades duplicadas. No hay buen abogado litigante activo que no haya sufrido las consecuencias de esta patología. Un ente autoriza lo que tiempo después otro inspecciona desaprobándolo, y que a su vez es ratificado o rechazado por una tercera entidad, hasta que -luego de un vía crucis de años-, algún Tribunal descubre que toda aquella montaña rusa de aprobaciones y contra-aprobaciones, no era sino una arbitrariedad en perjuicio de algún cristiano arruinado por aquel macabro juego. Situaciones que parodian el hilarante son de Celia Cruz que cantaba “Songo le dio a Burundanga cuando Muchilanga y Borondongo pegó a Bernabé”.

 

Existen medidas que deben establecerse de inmediato para detener esta tendencia y que, entre otros, han sido propuestas por la Comisión sobre gobernabilidad en el cuatrienio anterior. Entre las más importantes, que los controles que no tengan relación con contrataciones o presupuestos, los ejerza la Contraloría General de la República posteriormente al acto y no antes. Darle carácter únicamente consultivo no vinculante a los dictámenes de la Contraloría y la Procuraduría, en aquellos casos que no sean estricta materia de protección de fondos públicos, y además, limitar las facultades de control y fiscalización de la Contraloría a las razones de legalidad. Bajo ese mismo enfoque, el diputado Guevara Guth nos entregó, y explicó al Comité Ejecutivo del PLN, un proyecto de ley denominado “Gobernar sin excusas”, cuya buena intención es facilitar la gobernabilidad y combatir la “insularización” estatal que he descrito. Aunque algunas de sus propuestas son improcedentes, una de las iniciativas viable, coincide con la recomendación de la Comisión de gobernabilidad, en el sentido de ordenar los entes descentralizados según sectores, y por vía decreto. Así mismo, que los incumplimientos de las directrices ejecutivas sean conocidos por el Consejo de Gobierno con fines correctivos y disciplinarios, incluida la eventual destitución de los jerarcas, de tal forma que al Presidente de la República se le faciliten sus potestades constitucionales de gobierno. Sin embargo, amerita advertir la tesis reiteradamente expuesta por el experto en administración pública Johnny Meoño, quien insiste en que buena parte de la causa de la ingobernabilidad del país no está en las leyes, ni en sus instituciones, sino en la reticencia de los gobernantes a “planificar, liderar, decidir y articular” conforme al marco normativo que ya ofrecen las leyes de planificación nacional, y general de administración pública. fzamora@abogados.or.cr