miércoles, 25 de febrero de 2015

SUDAFRICA DESPUES DE MANDELA


Dr. Fernando Zamora C.

Abogado Constitucionalista

 Publicado en el Periódico La Nación bajo la dirección http://www.nacion.com/opinion/foros/Sudafrica-despues-Mandela_0_1471652823.html y  en el Periódico español El Imparcial: http://www.elimparcial.es/noticia.asp?ref=147612


Cuando mi asistente ingresó al despacho para que revisara la escritura en la que se constituía una empresa de turismo costarricense, me generó curiosidad al comprobar la nacionalidad y el buen nivel educativo del cliente que nos la solicitaba. ¿Qué razones habrían motivado a un sudafricano educado para emigrar hasta Costa Rica y establecer una empresa de turismo aquí? ¿No es acaso Sudáfrica un país grande e igualmente pletórico en maravillas naturales? Al momento de conversar con el cliente, aproveché la circunstancia para preguntarle la razón del porqué decidió trasladarse miles de kilómetros lejos de su tierra natal e instalar aquí una empresa turística, siendo que Sudáfrica ofrece tantas bellezas naturales. La respuesta fue lacónica y no solo motivó un amplio diálogo, sino mi personal investigación sobre el caso que él narraba. “Para los sudafricanos blancos -me dijo apesadumbrado-, las condiciones ahora son adversas.” Al final del interesante intercambio, advertí que su situación de emigración derivaba de una serie de políticas públicas y cambios jurídicos en aquella nación, y mi curiosidad provocó que me avocara a la investigación del caso. Veamos.

 
Como es generalmente reconocido, uno de las consecuencias fundamentales de la política segregacionista del Apartheid sudafricano, fue la orquestada discriminación económica que los blancos hicieron contra los sudafricanos de raza negra. Para ello, la población negra era excluida de una forma sistemática de toda posibilidad de ejercer el “emprendedurismo”, o sea, crear empresas por cuenta propia. Durante el apartheid, para un ciudadano sudafricano de raza negra, era imposible establecer su propia empresa. Esta fue una de las más perversas estrategias implementadas por el poder blanco, pues condenó a gran parte de la población sudafricana limitándolos a ejercer únicamente actividad proletaria sin posibilidad práctica de acceso a la propiedad y la riqueza. De ahí que, esas mayorías, debieron conformarse con residir en miserables guetos en los que, si acaso, existían formas muy elementales de actividad comercial. Sobre la población negra, eran implacables las restricciones para adquirir propiedades, -y de tenerlas-, se les impedía la posibilidad de aplicarlas como garantía bancaria.

 

A inicios de la década de 1990, y con el inicio del gradual desmantelamiento del odioso sistema del Apartheid, en la economía sudafricana se empezó a generar la venta de importantes empresas a una pequeña élite de ciudadanos sudafricanos negros. Muchos de estos ciudadanos eran nuevos ricos empoderados al amparo de la emergente clase política del Congreso Nacional Africano (CNA), principal movimiento político gestor de la igualdad racial en esa nación. El problema de fondo, fue que dichas transacciones comerciales no representaron un empoderamiento económico democrático, sino simplemente el hecho de que, -en algunas empresas élite del país-, parte de su oligarquía empresarial se limitó a cambiar el color de su piel. Como era de esperar, este fenómeno no implicó el mejoramiento de la calidad de vida de las amplias mayorías negras, sino que -por el contrario-, las nuevas oligarquías de ciudadanos negros empoderados desde el control de la cosa pública sudafricana, iniciaron una estrategia jurídico-política para desplazar a los empresarios blancos. Medidas de tipo legal que solo han significado otra suerte de racismo, pero en sentido inverso. Este tipo de estrategias no han honrado el portentoso legado de concordia que originalmente sembró Mandela, quien sentó el magnánimo precedente de perdón nacional contra sus torturadores. Por el contrario, se ha creado una nueva élite a partir de la colusión entre el nuevo poder político post-apartheid, donde las amplias mayorías negras siguen marginadas por la falta de oportunidades.

 

La llamada  Black Economic Empowerment, (Potenciación económica negra) ha supuesto la entronización de un número de empresarios convertidos rápidamente en millonarios, muchos de ellos curiosamente ligados al CNA. Como una estrategia de desplazamiento de los sectores económicos tradicionales, dicha nueva élite de poder ha obligado legalmente a establecer cuotas raciales en el control de las empresas sudafricanas. Sin embargo, este tipo de medidas no han representado ninguna mejora, pues, si el acceso a los medios productivos no es consecuencia de un proceso educativo sistemático en beneficio de las poblaciones excluidas, simplemente lo que sucede es que se reiteran las prácticas excluyentes que tanto daño hicieron a esa nación. Precisamente contra lo que combatió Mandela toda su vida. En otras palabras, más que con insistir en medidas raciales que pretendan potenciar artificialmente el nivel político y económico de ciertas minorías negras, lo que el gobierno sudafricano debe procurar es elevar su nivel educativo. Sin duda no es sabio excluir a cierta parte calificada de la población, -esta vez por el color pálido de su piel-, pues se cae en un revanchismo que está provocando un importante éxodo de mano de obra calificada hacia otras naciones, como Nueva Zelanda o Australia. Lo que sin dudas va en detrimento de la economía sudafricana. Por demás está decir que toda discriminación sustentada en prejuicios raciales o políticos, irá siempre en perjuicio de la economía. Que lo digan los venezolanos.

 

Dicha política del Black Economic Empowerment, ha dado lugar a toda suerte de medidas arbitrarias. Una de ellas es la inclusión, en dicho privilegiado segmento, de los ciudadanos chinos, pero manteniendo excluidos a los mestizos, o a los hindús, o a ciudadanos de otras naciones orientales. Los analistas sostienen que la razón de tal privilegio está sustentada en presiones del gobierno de la República Popular China, quien mantiene fuertes intereses económicos en el país.

 

En la era post apartheid, el camino debió ser, -desde ese nuevo inicio-, el que señaló Mandela: la concordia nacional traducida en la confluencia de esfuerzos entre todas las razas.  Sin embargo, este nuevo sistema de exclusión tanto racial como económico, lejos de promover esa concordia, -y por consecuencia-, la prosperidad que ella trae,  está reavivando el odio entre las razas y provocando un éxodo de población económicamente activa que es inconveniente para Sudáfrica. Sin duda, el ideal de la igualdad jurídica de los sudafricanos se creyó conquistar con la finalización del Apartheid, sin embargo hoy la gran nación sudafricana debe insistir en la total abolición de los prejuicios y secuelas de esa antigua discriminación social y económica. fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 4 de febrero de 2015

UNA VISION NACIONAL


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado Constitucionalista


Publicado en el periódico La Nación bajo las citas

http://www.nacion.com/opinion/foros/vision-nacional_0_1466853303.html

 

Una “marca país” la desarrollan publicistas y expertos en mercadotecnia, pero solo un estadista es capaz de provocar que una sociedad conquiste una visión nacional. Si bien es cierto el desarrollo práctico de una visión nacional no es algo que pueda limitarse a un escrito, la anomia que percibo en la orientación política de la nación, me motiva a realizar un breve esbozo de lo que hoy esta visión debería ser. Tal como lo reiteraba la aguda pluma de Enrique Benavides, creo más en un sueño genuinamente impreso en el alma de un hombre con carácter, que en múltiples teorizaciones doctrinarias. La visión no es simplemente vista. La vista ve lo que es. La visión introyecta algo muy superior: el ideal. Cual huella indeleble, la visión es propósito impreso en el espíritu, que arrastra a los líderes hacia lo superior. La visión no es simple abstracción teórica. Esta solo se materializa ejecutando acciones prácticas concretas. Sin su audaz combate político y filosófico, el sueño cultural de José Vasconcelos hubiese sido, simplemente, disquisiciones que se las lleva el viento. Sin su combate no hubiese ascendido a la Secretaría de instrucción pública mexicana, -y desde allí-, emprender la reforma educativa y cultural más portentosa de ese país, cuya influencia en Latinoamérica aún es valorada. La gran Roma no fue posible sin el cruce del Rubicón, ni era posible el ideal de la Gran Colombia, sin el paso de los Andes.

 

No basta que una visión nacional sea posible, sino, además, ir en la dirección correcta. Como puede insistirse en la refinería china, se puede construir hoy una inmensa fábrica de “máquinas de escribir”. Ambas ideas son posibles. El punto es que, en ambos casos, proyectos de ese tipo van en contravía de la historia. De ahí que tengo la convicción de que una visión nacional posible, -y en una dirección correcta-, debe estar integrada por un mínimo de seis conceptos a ejecutar. Quien repase la historia se convencerá que una nación progresa, únicamente, si se propone, planifica y ejecuta objetivos de desarrollo a gran escala. El primero de los conceptos y el fundamento de una visión nacional, debe estar necesariamente asociado a una revolución educativa. No hay que convencer a nadie de que la base del desarrollo es la cultura y complejidad educativa de una sociedad. Por ello, la revolución educativa costarricense debe orientarse en dos sentidos básicos: en el aspecto logístico, desconcentrando y descentralizando el aparato burocrático de la educación, de tal forma que la toma de decisiones, respecto de los recursos administrativos en esa materia, se haga en las comunidades. Así las cosas, el MEP esencialmente se concentraría en el segundo aspecto, la calidad educativa, sustentada en tres aspectos esenciales: a) la constante actualización de los programas curriculares, b) la modernización permanente de los  métodos de enseñanza, y c) la renovación persistente de las diversas herramientas utilizadas en la formación educativa. Estoy convencido que en esta materia, -como en casi todo-, más que un problema de dinero, lo que enfrentamos es un problema de mala ingeniería organizativa. El segundo concepto de una visión nacional refiere a la revolución energética. Tanto por conveniencia económica, como por el hecho de ser coherentes con nuestra imagen mundial de país protector del ambiente, la sustitución de nuestra dependencia del petróleo por energías limpias, es un concepto clave de una visión nacional. Costa Rica tiene capacidad de generar alta autosuficiencia de energías sustitutas del petróleo. Aunque el proyecto gubernamental para la producción de biocombustibles no ha tenido aún el respaldo necesario, los sectores privados sí perseveran en este tipo de esfuerzo. Ejemplo de ello, es el triunfo internacional del proyecto de producción de biocombustible a base de Coyol, del experto Ricardo Solera, uno de los costarricenses más avezados en el conocimiento de energías limpias. En relación con otros usos, -como por ejemplo el ganadero-, la rentabilidad de una hectárea de coyol destinada a la producción de biocombustible es altísima, y en Costa Rica los estudios han demostrado que hay suficiente terreno aprovechable que puede ser utilizado en este cultivo, de tal forma que se pueda sustituir el petróleo en un alto porcentaje. No escribo de algo que no ha sido probado. El biocombustible es una alternativa ya ampliamente aplicada en el mundo desarrollado. Es un asunto de decisión política que, de implementarse con determinación, nos permitiría a) estimular la actividad agrícola, b) liberarnos del caprichoso chantaje petrolero, c) alcanzar una sustancial reducción de gases nocivos para el ambiente, d) permitir una altísima rentabilidad por hectárea en beneficio del productor nacional, y c) garantizar la reforestación de muchísimas hectáreas. En ese mismo aspecto, toda energía limpia debe estimularse como una prioridad. Entre otras, la producción doméstica de energía solar, el gas natural, y por supuesto, el desarrollo de la generación hidroeléctrica a base de grandes proyectos, como el Diquís.

 

El tercer concepto esencial de una visión nacional, está referido a un tema sobre el que reiteradamente insiste Rolando Araya. Su convicción, -la cual comparto-, es que el problema esencial de nuestra economía no es de tipo fiscal, sino productivo. Es imposible sostener el actual gasto público, si éste depende de una economía que, -en gran medida-, exporta aún productos de muy baja rentabilidad. Cuando Intel ingresó, nos percatamos que mediante la atracción de inversión en alta tecnología, es posible, -y prioritario-, mejorar la oferta productiva exportadora. Para perseverar en ese esfuerzo con eficacia, es necesario establecer un sistema de zonas libres para este tipo de actividad. Para ello, es necesario que el gobierno instituya un plan nacional para establecer zonas económicas libres de alta tecnología, que implique, además de un marco legal específico para el tema, una política permanente y agresiva de atracción de inversiones en producción tecnológica de exportación. Debemos aceptar que, para un país del tercer mundo, no es posible conquistar la atracción de este tipo de empresas élite, sin antes establecer un régimen privilegiado. Este régimen debe garantizar seguridad jurídica y condiciones de bajo costo productivo. El cuarto concepto de una visión nacional se refiere a la necesidad de una estrategia para insertarnos en la economía del primer mundo. En un artículo publicado aquí mismo el primero de enero pasado, detallé las posibilidades de construir un corredor transcontinental interoceánico que permita la distribución de mercancías desde dos megapuertos, en Cuajiniquil y Parismina. Es una posibilidad cuya viabilidad debe valorarse con seriedad. El penúltimo concepto de una visión nacional, tiene que ver con la necesidad de un inventario de infraestructura que establezca prioridades en su ejecución. Y finalmente, continuar con una política de reforestación mucho más agresiva de la que se implementa. fzamora@abogados.or.cr