viernes, 20 de marzo de 2015

LIDERAZGO POLITICO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado Constitucionalista

 

 

Publicado en el Periódico El Imparcial de España bajo la siguiente dirección: http://www.elimparcial.es/noticia.asp?ref=149203

 

Publicado en el periódico La Nación bajo la siguiente dirección:


 

 

Muchos de los problemas  que sufre el Estado son reflejo de una crisis de liderazgo político. La historia ha demostrado que tal liderazgo, determina la prosperidad y el rumbo de las naciones y las sociedades. Por ello, si no hacemos consciencia de qué es lo que debemos entender por un adecuado liderazgo público, el estado de la cultura social empeorará. En función de contribuir a tal propósito, señalaré lo que considero son algunos de sus elementos básicos. Veamos. Ortega y Gasset sostenía que el hombre estaba condicionado por sus circunstancias. Igualmente las generaciones políticas son hijas de sus circunstancias. Para entender esto, basta conocer las ilustraciones en los anales de los pueblos. José de San Martín fue un gigante. Su grandeza la forjó ante el desafío de liberar a los sudamericanos del yugo español. Organizó el regimiento de Granaderos con el que enfrentó a los realistas en San Lorenzo. Nombrado Jefe del Ejército del Norte, prefirió libertar Chile. Preparó el ejército en Mendoza con el que cruzó los Andes y derrotó a Maroto en Chacabuco. No conforme con vencer en Santiago, buscó apoyo en Buenos Aires para libertar el Perú. Pese a ser derrotado en Cancha Rayada, venció en Maipú y en 1821 conquistó la independencia peruana. Auxilió a Bolívar con tropas dirigidas por Andrés de Santa Cruz, y al no llegar a un acuerdo con él en Guayaquil, renunció a su cargo de Protector y marchó a Europa. Siete años después, -al regresar a Sudamérica-, lo que encontró fue guerra civil y caos. Murió en Francia desilusionado, al igual que Bolívar. Sus herederos políticos jamás tuvieron su misma estatura espiritual. La lección de esa historia es que la primera calidad del liderazgo siempre estará condicionada por la dimensión del desafío que le corresponde vivir a cada generación. 

 

Un segundo elemento es el carácter. Heráclito decía que el carácter de un hombre es su destino. Estoy convencido que la cualidad esencial de un líder debe ser un carácter noble sustentado en la fuerza moral de un gran ideal. Y entiendo el carácter como la conducta ética que se manifiesta en la persona como derivación de principios y valores con los que está comprometido. El carácter es la potencia que permite que un liderazgo perdure. Éxito y liderazgo son conceptos que se cruzan solo ocasionalmente, pues lo que socialmente se entiende por éxito, no es lo que garantiza la conquista de lo que es esencial en la vida. El carácter en el líder estará siempre condicionado por su determinación de sostener los valores frente a la sutil tentación de lo conveniente. De hecho, el éxito momentáneo poco tiene que ver con el verdadero liderazgo, pues la personalidad abre las puertas, pero solo el carácter las mantiene abiertas y preserva el legado. 

 

Un tercer parámetro es la comprensión de que el liderazgo es ejercicio de múltiples componentes: la certeza de una visión, acompañada de capacidad y potencial para un propósito impreso en el espíritu. El propósito es un poder interior del alma que da la dirección hacia la cual el estadista debe dirigirse. En cambio, la visión es la anticipación imaginada del ideal. Es ver algo superior que aún no es, como si ya existiera; conceptos que abrasan al líder como anticipaciones de lo venidero. En palabras de José Ingenieros, creencias aproximativas acerca de una próxima perfección. En ocasiones, percibo la convicción de que uno no tiene la visión, sino que es algo así como que la visión lo posee a uno. Como una pasión que no te abandona. Una quimera que no se desvanece. Casi como un deseo que irrita porque permanece inconmovible en el interior, obligándonos a salir de la zona de comodidad, en función de lo que se sabe mejor. Para quienes somos creyentes, lo concibo como una impresión diseñada en el alma en función de cada misión personal. Una perspectiva personal inspirada por Dios, que condiciona nuestro futuro.

 

Precisamente por ello, es que nacemos todos con distintos potenciales, que son nuestros talentos innatos. Puntos de partida con los cuales podemos desarrollar posteriormente nuestras capacidades, conocimientos y habilidades. Siempre contamos con un potencial o “diseño” impreso para la misión que nos ha sido encomendada, por lo que dependerá de nosotros mismos confiar en esa innata capacidad y desarrollarla. Lo anterior es indispensable reconocerlo, pues gran parte de nuestra crisis, tiene que ver con el problema de quienes se involucran en la actividad política sin un llamado genuino; todo en función de un oportunismo condicionado por las prebendas que genera la simple administración del poder, como si el liderazgo consistiese en reclutar seguidores y no en alcanzar propósitos. Tampoco se trata de un asunto de retribuciones. Quien es fiel al fuego interior de su propósito, se sentirá compelido a cumplirlo, sea que perciba o no compensaciones por ello. Tarde o temprano, la provisión para su misión será recibida si persevera en su objetivo. ¿O es que acaso Gaudí esperó la seguridad de la retribución y los recursos financieros cuando inició la monumental  Basílica de la Sagrada Familia?   

 

Sobre el tema del éxito y del liderazgo tiende a publicarse mucha superficialidad,  cual si ser líder fuese estrictamente un tema de posición, títulos o cualificaciones y dependiese de algo así como técnicas, metodologías o estilos de dirección. Sin embargo, ¡¿qué es un líder, sino alguien que conoce para qué nació y en razón de ello actúa?! El político puede ejercitar las más sofisticadas técnicas de liderazgo, pero todo ello será infructuoso si no lo mueve una convicción genuina, pues nuestro carácter estará determinado únicamente por la valía y legitimidad de aquello que anunciamos creer. El talentoso autor M. Munroe, -recién fallecido-, sostenía que el impulso del propósito produce una convicción que, a su vez, genera una visión y ésta, como resultado final, provoca una pasión que inspira e influye en los pueblos. Así las cosas, nuestro problema esencial como país es el de una generación política carente de propósito, y por ende, convicciones y visión. Cuando se carece de ello, -tal y como hoy nos está sucediendo-, no puede haber agenda nacional ni hoja de ruta. fzamora@abogados.or.cr