lunes, 17 de abril de 2017

INDICIOS DE DOMINGO DE RESURECCION

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en España

En el mundo cristiano, hoy se conmemora la convicción evangélica de que Cristo resucitó al tercer día de crucificado. Hasta cierto punto parece absurdo, en el 2017, escribir o hablar de una creencia de tal naturaleza, cuando la confianza humana está usualmente puesta en los beneficios que otorgan los bienes materiales logrados con la tecnología de la cuarta revolución industrial. S. Kierkeegard  afirmaba que, en un circo de Dinamarca presa de las llamas, se envió a uno de sus payasos a alertar del peligro a los vecinos de la comarca. Suponiendo que se trataba de una estrategia comercial para captar espectadores, no creyeron. Peor aún, viendo la facha del mensajero, se rieron de él hasta que las llamas arrasaron con todo. J.Ratzinger sostenía que así se siente el cristiano con el anuncio de la resurrección. Siendo que tal anuncio es clave para la salvación, éste se ve obstaculizado por un ropaje inadecuado, poco creíble, -y para muchos- ridículo.

 

Pero los abogados tendemos a guiarnos por indicios, dudas razonables y sana crítica. Analicemos pues, qué tan creíble pueden ser tal suceso. El primer hecho, es el de un número de testigos que afirmaron haber visto a Jesús resucitado. Lo que sostenían es que, -en una u otra ocasión-, se habían encontrado con Cristo en el transcurso de las seis a siete semanas posteriores a su muerte. Algunas veces fue a solo uno de ellos y en otra se presentó a doce de ellos juntos. En una ocasión casi a quinientos testigos. Por ejemplo, en la carta que San Pablo escribe a los corintios, -apenas 15 años después de la resurrección-, deja constancia que la mayoría de tales testigos aún vivía. Para entonces era una afirmación evidentemente verificable, pues si ésta hubiese sido falsa, allí mismo habría sido inmediatamente desacreditada por los múltiples enemigos que entonces tenía el cristianismo. Tal fe hubiese muerto desde su primera infancia. Incluso San Pablo, inicialmente enemigo del cristianismo, asume la fe no solo por su propio testimonio, sino como producto del conocimiento que tuvo de muchos de esos testigos. Sobre la carta a los corintios, el historiador alemán H.Campenhausen expresó que “Este relato cumple con todos los requisitos de confiabilidad histórica que se le pueden pedir a un texto tal”.  Escrutemos más conclusiones interesantes para armar un caso legal a favor del hecho. En tres ocasiones distintas, diversos testigos declararon no haber reconocido inicialmente a Jesús cuando lo vieron, (Lc 24: 13-31, Jn 20:15,21,4) lo que hace que la hipótesis de la  “alucinación colectiva” caiga por sí sola. Otro interesantísimo indicio, es que los evangelios también citasen a mujeres como primeros testigos, pese a que en la antigüedad la mujer no se acreditaba como testigo. Si estos textos hubiesen sido fraudes con objetivo proselitista o reclutador, -engañando a otros para ello-, nunca hubiesen citado el testimonio de las mujeres, pues el consenso de la época es que no eran aceptadas como testigos competentes.

Igualmente están las pruebas circunstanciales. Aquí hay un elemento cardinal: en la historia humana muchos se han dispuesto a morir por una idea equivocada que creen válida. ¿Pero cómo sería posible que muchos, prefiriesen morir antes que desmentir un hecho que indudablemente sabían era falso? Muchos de esos testigos prefirieron la muerte antes de desmentirse como testigos de la resurrección. Eso sería algo que contradice la realidad más elemental de la naturaleza humana. Por ejemplo, todos los apóstoles prefirieron morir martirizados antes que desmentir su testimonio. Un hombre podría disponerse a morir por sus creencias, pero nunca por un hecho que a todas luces sabe que es un engaño. Otra prueba circunstancial, lo es que muchos de esos testigos, como Saulo de Tarso o el mismo Jacobo, -quien según la escritura había renegado de Jesús por quien decía ser El y por el triste final que había tenido- estaban contra el cristianismo después de la crucifixión. Pero el hecho del que fueron testigos fue tan impactante que los arrastró a una plena conversión espiritual. Recordemos además, que el pueblo judío era un pueblo firme en sus heredadas estructuras sociales, tradiciones y convencionalismos. Tanto así que hoy subsisten pese a que todos los pueblos que les fueron contemporáneos desaparecieron. Siendo así, ¿cómo es posible que tantos testigos judíos estuviesen dispuestos a transformar sus íntimas convicciones por un hecho que en su interior sabían falso?

 

Aún más. A diferencia de lo que ocurre con los mitos y leyendas, la evidencia más temprana que tenemos se remonta al tiempo inmediato posterior del suceso, tal y como consta en los registros de libros como el de los Hechos de los apóstoles. En relación a la resurrección, los autores preservan material de fuentes muy tempranas. Sumado a lo anterior, tal y como confirmó el erudito en literatura antigua C.S. Lewis, en la antigüedad no existía ni aún se concebía la posibilidad de aplicar lenguaje realista en la literatura ficticia. La ficción antigua era totalmente diferente a la moderna, que sí utiliza el realismo. En la antigüedad y hasta hace 300 años, era inconcebible una versión ficticia con elementos realistas, lo que impide que se acuse a las narraciones evangélicas como legendarias o mitológicas. El mito se escribía como mito, y por el contrario, el lenguaje realista, solo era para la realidad.

 

Por otra parte, la sepultura de Jesús y su custodia por la guardia romana es uno de los hechos mejor acreditados que tenemos acerca del Jesús histórico. En las tumbas antiguas había una hendidura oblicua que descendía a una entrada baja y una piedra grande con forma de disco se deslizaba hacia el interior de la hendidura quedando trabada además por una piedra menor. Hacia arriba para reabrirla, se requería de varios hombres. Pese a ello -y al hecho de que la guardia apostada custodiaba la tumba-, fue evidente que el cuerpo desapareció sin que fuese razonable culpar de ello a sus discípulos, pues está documentado que en ese momento se escondían avergonzados y desilusionados por los recientes acontecimientos de la crucifixión. Si su cuerpo no hubiese desaparecido realmente, los testimonios de la resurrección hubiesen sido desacreditados en el acto por la evidencia. Una última observación. El escritor Pepe Rodríguez afirmaba su incredulidad en la resurrección así: ¿por qué Cristo resucitado no se presentó ante los grandes dignatarios de entonces y ante las multitudes de las ciudades, de tal forma que el acontecimiento hubiese sido acreditado absolutamente? Porque si Dios se descubriera abiertamente a los hombres, la fe sería imposible pues carecería de mérito. Por el contrario, si del todo no se revelara, ésta sería imposible. En esta dimensión, ¿acaso no actúa Dios sutilmente, en claroscuros? fzamora@abogados.or.cr

lunes, 3 de abril de 2017

¿CLAUDICARÁ OCCIDENTE?

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/Claudicara-Occidente_0_1625437442.html

¿Claudicará Occidente a sus valores culturales? ¿Renunciará a influir en el mundo, cómo lo ha hecho a través de la historia? La respuesta ofrece muchos vectores. Lo cierto es que, cuando lo bueno de nuestros valores occidentales se ha propagado por vías pacíficas, mediante la influencia del buen comercio, la asistencia internacional norte-sur, el sacrificio misionero  de la iglesia con una vocación solidaria, o el sensato derecho internacional -por ofrecer solo algunos ejemplos-, la huella benefactora ha sido invaluable. Sin embargo, hay una fuerza centrífuga que poco a poco tiende a minar los valores culturales que le dieron a Occidente su grandeza. Influidas por el materialismo, las sociedades de consumo occidentales promueven una entropía proclive a vaciar de toda identidad a nuestros pueblos. La consigna es que, en el altar de la idolatría de la tolerancia absoluta, debemos dejar de ser lo que somos, para evitar salir de la zona confortable de una era de vacíos. De ser así, el precio a pagar a largo plazo será enorme, pues donde no hay identidad, se pierde la cultura. Adviértase que ella exige la defensa de un indispensable conjunto de principios que le permiten existir. Los “bien pensantes” me contestarán con la tesis -“políticamente correcta”-, de que todas las manifestaciones de conducta social, o sistemas de convivencia y organización humana se deben valorar con “tábula rasa”. Quien así opina cierra sus ojos. Solo citaré algunos ejemplos que permiten justipreciar lo errado de esa óptica. Veamos. Fue gracias a la influencia cultural y espiritual de Occidente, que se logró socavar el sistema opresivo de castas en la India, que solo por una condición genealógica de nacimiento, condenaba a una vida de terrible opresión y máxima vileza a millones de hindúes. Si se nacía brahamán -solo por tal condición-, se nacía con privilegios absolutos, por el contrario, si se nacía paria, no se tenía derecho alguno. Incluso en épocas recientes, misioneros occidentales afincados en aquella nación, documentaban que la prensa de ese país reportaba, ordinariamente, y con el consentimiento implícito de la población, las matanzas de hijos por parte de sus padres, sustentadas dichas prácticas en cosmovisiones subculturales aberrantes. Los misioneros occidentales debían empeñarse en convencer a la población sobre lo errado de prácticas perversas arraigadas en su convivencia.

Más ilustraciones. Es por la influencia de los valores culturales de Occidente, que desaparece la arraigada práctica de la esclavitud, la cual era más ancestral que la misma civilización humana. De hecho, donde es abolida por vez primera la esclavitud, es propiamente en la Inglaterra de 1772, con el caso Somersett. A partir de ahí, fue desapareciendo en el resto del planeta. Si de ejemplos históricos se trata, son innumerables. Quienes sostienen la inconveniencia de influir otras culturas, no disciernen el crimen contra la solidaridad que se comete, al ser indiferentes con quienes son víctimas de la crueldad de sus propias subculturas. Incluso podemos citar experiencias en nuestro propio territorio. El eximio historiador Carlos Meléndez, en sus obras de investigación referidas a la Costa Rica precolombina, menciona la práctica de algunos caciques sujetos a la jurisdicción huetar de Acserí que, con ocasión de las muertes de los Señores de la tribu, asesinaban a grupos de sus sirvientes para enterrarlos -en acompañamiento mortuorio-, juntamente con oro, mantas, y otros bienes. Lo que en las prácticas nativas precolombinas denominaban “enterramientos secundarios”. La desaparición de esas inicuas prácticas, nos demuestra que una correcta influencia cultural puede ennoblecer la convivencia.

 

Ahora bien, debe reconocerse la contracara del asunto. Para educar a los súbditos indios del Raj, los parlamentarios Charles Grant y William Wilberforce, lucharon dos décadas en el parlamento británico, para exigir a la Compañía de las Indias Orientales la inversión de cien mil rupias derivadas de sus ganancias. Pese a sus inmensas utilidades, se resistían a devolverles algo de lo mucho que obtenían. La referencia histórica ofrece la siguiente lección: el problema surge cuando la influencia occidental se reduce a una mera codicia político-económica. En otras palabras, cuando la acción que genera la influencia –el hecho influyente-, carece de valor moral. En su obra “Combate moral”, Michael Burleigh nos ofrece la visión de un grupo de naciones -imbuidas por la defensa de sus valores-, que decidieron tomar acción para influir con una genuina vocación moral; me refiero a la guerra de la Resistencia francesa, Gran Bretaña y los Estados Unidos contra el nazismo alemán y el fascismo italiano. Y después, en un largo proceso posterior, contra el marxismo soviético tras la cortina de hierro. Pese a que nuevamente al fascismo y al marxismo le han surgido entusiastas defensores,  nadie que se precie de un sincero espíritu de bondad, se atrevería a afirmar que la subcultura impuesta por el III Reich, -con sus campos genocidas sustentados en nociones racistas-, sea la “cultura” que merecía prevalecer entonces. O bien, que el marxismo soviético, con sus gulags y su materialismo totalitario, fuese un preferible ganador, frente a la batalla moral que en Europa del Este, -con sus homilías en las plazas de Varsovia-, le plantó en cara Juan Pablo II.  

 

En este punto, surge otro dilema referido a la influencia occidental a partir de las pisadas de las botas militares. Salvo las diferentes experiencias de defensa, como la que protagonizó Carlos Martel en el siglo VIII frente a los moros, o la ya citada defensa aliada frente al nazismo, la violencia militar como mecanismo de influencia cultural, es altamente ineficaz por ser generalmente injusta. Salvo casos de legítima defensa -como los citados-, usualmente la tradición militar occidental está asociada a historias negras de rapiña y codicia, que lejos de sembrar la semilla de la grandeza de nuestras instituciones democráticas y espirituales, lo que han dejado es tierra arrasada.  Lamentablemente, la historia de la influencia occidental, al tiempo que es plétora en grandezas, también lo es en bajíos y miserias. ¿O acaso concebiríamos que, imitando la violencia de los musulmanes para imponer sus creencias, alcanzaremos un mundo mejor?  Puestos los argumentos en balanza, Occidente no debe claudicar en su empeño por influir con la grandeza de sus valores culturales y espirituales. El asunto radica en que nuestros motivos sean ciertamente la huella benefactora de nuestra cultura, y no la voracidad de codiciosas talegas. fzamora@abogados.or.cr