martes, 16 de mayo de 2017

EL PERIODISMO Y LA LIBERTAD

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.


Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/periodismo-libertad_0_1633636650.html
 

En días recientes, el periódico La Nación informó al país que en materia de libertad de prensa para el año 2016, Costa Rica alcanzó, en la evaluación mundial elaborada por la organización internacional “Reporteros Sin Fronteras” (RSF), la distinguida posición número seis en la lista mundial de ciento ochenta naciones. Dicha evaluación es la clasificación que la mencionada organización otorga, con motivo de la investigación que realiza sobre el grado de libertad que existe en el planeta para ejercer el  periodismo. Esta distinción es particularmente meritoria, pues nótese que fuimos la nación mejor calificada de América. El único país que se nos acercó, -Jamaica- se ubicó cuatro posiciones abajo. Incluso Canadá, que es una democracia reconocida por tirios y por troyanos como ejemplar, la aventajamos por distantes doce posiciones. Frente a este elogioso escenario mundial, es menester reflexionar, en primer término, cuál ha sido el fundamento sobre el que hemos construido esa conquista, cuál es la vocación indispensable para sostenerla, y quiénes siguen siendo los protagonistas principales de tal desafío. 

 

Lo esencial que inicio advirtiendo es que el dilema moral del periodismo contemporáneo se encuentra en el desafío de tomar partido frente a una dicotomía por partida doble. La primera disyuntiva radica en determinar si el periodista tiene el valor de arriesgarse a tomar partido por el oprimido, o si con su silencio, opta por coludir en favor del opresor. Lo que sucede hoy con la prensa venezolana es una legítima ilustración de este drama. Allí la decisión moral es heroica, pues está en juego la supervivencia del medio. La segunda dicotomía a la que el periodista se ve mal tentado, la impone la actual sociedad existencialmente vacía. En demérito de la información que verdaderamente procrea cultura y progreso social, en esta otra segunda disyuntiva, el periodista se ve provocado o seducido por el sistema subcultural que nos envuelve, a promover el morboso submundillo del entretenimiento, como si todo aquello que sobre él gira fuese “noticia”. En ese último caso, de no hacerlo, lo que se arriesga no es ya la supervivencia del medio, sino aquella parte de sus ganancias generadas a raíz del hedonismo tan propios de esta era de vacío existencial. Y en una etapa en que los medios se ven tan presionados por la sobreinformación empíricamente producida, caer en esta provocación es totalmente comprensible. Por cierto, con la expresión “era de vacíos”, definió Giles Lipovetsky nuestro tiempo.     

 

La cultura decae cuando su tensión espiritual se relaja. Son etapas en el desarrollo humano donde la inteligencia moral se atrofia. Cuando las sociedades se sumen en una suerte de parálisis vital. En la práctica, un nihilismo en el que todos los ideales y valores se pretenden destituir. Es anemia de sentido existencial y ausencia de horizontes. Aún peor, etapas en las que parece existir atractivo por lo vulgar. Es ante ese escenario en el que se agiganta el desafío que enfrenta el buen cronista, pues el periodismo es la última frontera ética de los pueblos. Cuando el germen del despotismo invade las instituciones, y los controles constitucionales desaparecen ante la mano tenebrosa del opresor, solo nos queda la palabra publicada. Así, el último vestigio de la dignidad de la cultura es la denuncia vigorosa del periodista valiente. En rescate de los pueblos, la historia moderna es prolífica en ejemplos acerca de la importancia vital de la crónica valerosa: el diario El Espectador frente al cáncer siniestro del narcotráfico; el matutino La Prensa frente a las botas opresoras que desde siempre han asolado Nicaragua. También es ejemplo la lista de medios cerrados en Venezuela, que insisten en publicar desde afuera. Es la razón por la que en los regímenes totalitarios la prensa independiente es proscrita absolutamente. Cuando las tinieblas se ensañan contra la sociedad, el reducto del último acervo de luz espiritual, es la voz de un periodista con coraje.

 

El destacado reportero Jorge Ramos, sostiene que lo mejor del periodismo y de la vida, ocurre cuando se toma partido. Para defender su punto invoca, en su ayuda, las frases de prestigiosos del periodismo: la de la gran cronista italiana Oriana Falacci, quien sostenía que “participo con aquel que escucho, como si me afectase personalmente.” De Jeff Jarvis parafraseó, “si no tomas partido, no es periodismo”. Y del Nobel Elie Wiesel: “debemos tomar partido, pues la neutralidad ayuda al opresor.” No omito reconocer que el periodismo, -como ciencia social que es-, está sujeto a su propia deontología y a su código de principios. Entre los esenciales, que el fundamento de la ética periodística radique en el apego a la seriedad y credibilidad de sus fuentes informativas, y que tal y como sucede con el método científico, éste sea verificable. Igualmente que el periodista garantice, tanto el contraste de versiones, como la objetividad de la información frente a la voluntad del poderoso. Incluso, reafirmar la naturaleza esencialmente informativa o periodística de las crónicas más importantes de la cultura humana, como son por ejemplo los evangelios, nos advierte acerca de la vital importancia de que la verdad sea el norte indiscutible en la ética profesional del periodista. Más que por la destreza técnica que pueda esgrimir en su labor un buen cronista, o más que por la vasta cultura que refleje al momento en que escruta a sus entrevistados, el verdadero señorío de ese profesional estará determinado por lo valientes y celosos que sean frente a la verdad hallada. La sangre de mártires como el colombiano Guillermo Cano, el nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, o el dominicano Gregorio García Castro, de forma constante le deben recordar al periodista, ésa, su grave responsabilidad.

 

Ahora bien, recordando periodistas del pasado costarricense, es de reconocer que los cronistas que la historia recuerda, fueron los que en su vida, tomaron partido en coherente razón de sus convicciones. Y especialmente, en función de la defensa de sus argumentos morales. Así tenemos a Rogelio Fernández Güell, quien se enfrentó a la dictadura de los Tinoco, a Otilio Ulate, quien confrontó igualmente el régimen de los ocho años, y más recientemente, periodistas como Alberto Cañas, Julio Rodríguez, o Enrique Benavides, quienes dieron batallas éticas memorables. Porque el tiempo, que es inmisericorde, desecha de la memoria de los hombres, a los acomodados, a los estériles  y a los timoratos.  fzamora@abogados.or.cr

martes, 2 de mayo de 2017

EL PROBLEMA DE LA CIENCIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/problema-ciencia_0_1630636923.html

A principios del Siglo XX, el geofísico alemán Alfred Wegener sorprendió al mundo con una idea que fue considerada absurda por la academia científica de entonces. Sostenía que Europa y África habían estado unidas a Norteamérica y Sudamérica, sin que entre tales masas continentales hubiese algún océano de por medio. Afirmaba que en algún momento dado, ese enorme supercontinente se había fragmentado, surgiendo el Atlántico de entre ellos. El problema era que, el concepto del desplazamiento de los continentes afectaba las interpretaciones geológicas imperantes, particularmente las concepciones existentes sobre la formación de las masas terrestres. De aceptarse esa tesis, había que reescribir los textos científicos aprobados. En vida Wegener debió soportar terribles críticas y humillaciones por parte de sus colegas contemporáneos. El ridículo y la sátira eran ingredientes usuales del debate en su contra. Antes de la comprobación de la tesis de Wegener, quien creyese en el desplazamiento de los continentes, estaba fuera de la comunidad científica. Para cuando la comunidad científica descubrió su error y la veracidad de las tesis de Wegener, ya éste había muerto humillado y sin recibir mérito alguno por su descubrimiento. No fue el único caso. Sucedió aún peor con el monje agustino Gregorio Mendel, del que fueron igualmente ignorados sus estudios científicos sobre los principios básicos de la herencia genética. Por ser religioso y hombre de convicciones espirituales firmes, Mendel estaba convencido que tras la creación existía un orden prediseñado, por lo que se dispuso a escudriñar el mundo natural hasta lograr el descubrimiento de los principios básicos de la herencia genética mediante el cultivo de guisantes, que era lo que tenía a la mano. El Abad publicó sus estudios en una revista de la sociedad científica de Brünn, muy difundida entonces en Europa. A pesar de los implacables y asombrosos datos que Mendel aportó, la comunidad científica retribuyó sus hallazgos con una total indiferencia y desprecio. La explicación de tan innoble actitud, -pese a la contundencia de sus descubrimientos científicos-, se debió al hecho de que él era un monje ajeno a la comunidad científica.

 

Y sucede también en sentido contrario, cuando por esos mismos estereotipos, se hace bombo de lo que no amerita. Un ejemplo, es lo que sucedió en el debate entre paleontólogos y ornitólogos sobre el origen de las aves. En este debate, los prejuicios, celos y egos encontrados, dieron para el bombo y ensalzamiento de las más increíbles teorías fantasiosas, falsedades y estafas científicas posibles. Todo con tal de imponer, a toda costa, la teoría defendida por una de las partes. Memorable es el caso del supuesto “arqueorraptor”, promovido en 1999 ante la prensa mundial, -con bombos y platillos- por un grupo de paleontólogos,  patrocinados por la National Geographic. Su afán era silenciar a los ornitólogos en el debate. Al final resultó que el tal “arqueorraptor” era un fósil compuesto que consistía en muchas partes pegadas entre sí adrede. Entre otras alteraciones, la más grave era que la cola del dinosaurio había sido añadida al cuerpo de un ave. La National Geographic resultó avergonzada por el enfermizo ego de un grupo de paleontólogos deshonestos. Por puro prejuicio, se hacía apología de algo que no lo merecía. Incluso mucho tiempo atrás, en ese debate aludido, había sido particularmente determinante contra los ornitólogos, las caprichosas ilustraciones que hizo el naturalista danés Gerhard Heilman, las cuales carecían de sustento probatorio.  La historia es pródiga en ejemplos de este tipo. Así también sucedió con el éxito editorial “Coming of age in Samoa”, de la antropóloga Margaret Mead y sus “teorías” sobre el comportamiento familiar de los samoanos. Apelando a la extravagancia de sus teorías, se convirtió en gurú de la ciencia social del siglo XX, con un éxito comercial que vendió millones de ejemplares y traducción en dieciséis idiomas. Sin embargo, para verdades el tiempo. Años después de su publicación, resultó que gran parte de sus conclusiones no eran sino fantasías y prejuicios personales, al punto que la Universidad de Harvard publicó un estudio del prestigiado antropólogo Derek Freeman, en el que se concluye que la evaluación hecha por Mead acerca del comportamiento de los samoanos fue en gran medida falsa. Aún más, en los círculos sociales de los samoanos informados y cultos de hoy, el nombre de Margaret Mead es unánimemente censurado. ¿Cuántos otros conceptos erróneos se siguen escondiendo como verdades absolutas en las aulas de nuestros jóvenes y en los libros de texto?

 

Analizando esta situación recordé mi empolvado texto sobre las revoluciones científicas escrito por Thomas Kuhn, quien nos alertaba que los científicos usualmente investigan y concluyen influidos por “conceptos que solo durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones”.  O sea, las ideas imperan unos años hasta que tiempo después se imponen otras que, -igualmente- terminan siendo sustituidas por unas nuevas. Y así sucesivamente. Incluso un cambio de paradigma puede devolvernos a otro que había sido rechazado ya. Un ejemplo de ello fue la idea materialista, que hasta el siglo XIX estaba generalmente aceptada, de que la vida podía surgir espontáneamente. Sin embargo, tal concepto fue completamente desechado a raíz de los implacables descubrimientos de Louis Pasteur. Sin embargo, la ofensiva de las tesis materialistas ha continuado y se ha vuelto a imponer, -aunque sin prueba alguna- el dogma de que la vida surgió espontáneamente y por sí misma.          

 

La interrogante que surge de estas experiencias históricas, la resume el Dr. Ariel Roth, -biólogo de la Universidad de Michigan-, en una pregunta aleccionadora: si en el ideal científico hay una búsqueda continua de la verdad, ¿está la ciencia a merced del pensamiento gregario de científicos que se aferran obstinadamente a prejuicios previamente asumidos? Cuando un paradigma domina, la ridiculización de otras nociones crea un ambiente de opinión que preserva la teoría dominante, sea o no cierta. La conclusión a la que llego es que la única forma de evitar engañarnos con paradigmas erróneos, es tener un criterio independiente que nos haga discernir las tendencias prejuiciosas de algunos miembros de la comunidad científica, pues muy a menudo científicos tienden a guiarse por teorías más que por datos. fzamora@abogados.or.cr