viernes, 28 de junio de 2019

LA EMBESTIDA DEL BIOPODER

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/pagina-quince-la-embestida-del-biopoder/HB6ZTKQ74FAA7NMZKOHRAAXWLQ/story/

y en el periódico El Imparcial de España.

El filósofo Michel Foucalt funda el concepto del “biopoder” circunscribiéndolo a su particular doctrina sobre la sexualidad humana. No entraré a referirme a ese particular concepto de “biopolítica”, ni a la posterior idea que, al respecto, otros pensadores han hecho desde otras perspectivas filosóficas. Me referiré al concepto de biopoder que amenaza al constitucionalismo democrático en latinoamérica.

El biopoder, o la biopolítica, también pueden entenderse como el control que el poder político y la sociedad de mercado ejercen sobre el proceso de nacimiento, reproducción, condiciones genéticas y muerte del ser humano. En otras palabras, la biopolítica tiene por finalidad estratégica, la gestión total de la vida humana. En su portentoso tratado de bioética, el erudito Elio Sgreccia nos recuerda que el biopoder esencialmente tiene dos grandes vertientes. Una de ellas lúcida, irrestrictamente centrada en la dignidad humana. La segunda es una vertiente tenebrosa, pues es utilitarista y su premisa básica es, por una parte, el del simple cálculo de las consecuencias de la acción con base en la relación costo-beneficio, y por otra, la que pretende deslindar el hecho natural de toda consideración moral.

Ahora bien, el biopoder surgió a partir del ejercicio de tres tipos de control a saber. El primero de ellos es el control eugenésico. Como es sabido la eugenesia tuvo un claro fundamento racista. Se inicia a finales del siglo XIX, al difundirse teorías como la de Cesare Lombroso (1835-1909) -que sostenía la existencia de un origen genético en la vocación criminal-, o la del antropólogo Francis Galton (1822-1911), que establece principios para una “ciencia del bien nacido”. A partir de esas tesis, Indiana decreta en 1907 la primera ley eugenésica, que posteriormente se propagaría en muchos otros Estados. Esta ley aprobaba entonces la esterilización de quienes fueran considerados anormales, esto según el criterio final de un equipo de “especialistas”. En ese usual arrebato “progresista” del Estado de California, éste definió la esterilización como una medida profiláctica que defendía la salud pública y mitigaba la amenaza de los "inadaptados" y los "débiles mentales". Así en 1927, la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró constitucional el estatuto sobre esterilización de Virginia en el caso Buck versus Bell, aceptando la esterilización en nombre de la “salud colectiva” de la ciudadanía. Así inició una campaña de esterilización cuyo pico fue entre 1927 y 1963, y en donde se esterilizaron cerca de 70 mil personas con propósitos eugenésicos.

En esta misma línea destaca la pérfida Margarita Sanger, quien sobre la base de que debía favorecerse la vida entre los “mejor dotados” e impedir la natalidad de aquellos con “peor patrimonio genético”, abrió en 1916 su primera clínica para el control de la natalidad, abrazando el lema “los seres ineptos deben abstenerse de procrear”. Dentro de ese concepto eugenésico racista, en los años de la década de 1930, centró sus actividades y campañas en barrios pobres de minorías raciales negras y latinas, para mantener a raya el control natal allí. Su empresa de “limpieza genética” va adquiriendo éxito, hasta convertirse en la tristemente célebre organización Planned Parenthood.  

El segundo tipo de control que ejerce el biopoder es el control mercantil sobre la vida. Esto incluye múltiples prácticas genéticas y reproductivas comercialmente rentables. Aquí dos ejemplos. El primer gran escándalo se da en Estados Unidos en 1993, cuando una empresa solicitó patentar un carácter genético útil proveniente de una mujer guaimí de Panamá, sin siquiera solicitarle a ella la autorización. O bien la práctica de autorizar a solteros que compran óvulos y encargan el trabajo de gestación a una tercera mujer, mediante espurios contratos de maternidad sustituta. La madre sustituta recibe el óvulo fecundado o dona el ovulo que será fertilizado con el semen del contratante, quien se limita a vender, ya sea su semen si es hombre, o su vientre u óvulo si mujer, evadiendo así todo el sentido ético que conlleva ser progenitor de una creatura. Igualmente el caso implementado en Europa de alquiler de úteros. La madre que ha sustituido, convertida en “bien comercial” y la vida del menor, en un simple objeto de comercio. Un brutal atentado contra el derecho del menor a su propia identidad y a disfrutar un hogar y una familia.

El tercer tipo de control que ejerce el biopoder es sobre la longevidad humana. Esta tendencia a controlar la longevidad de las personas e incluso acelerar el proceso de muerte, tiene esencialmente su raíz en la confluencia de dos factores: por una parte, los bajísimos índices de natalidad en los países ricos de Europa, lo que ha provocado una dramática disminución de población joven que otrora enriquecía la actividad productiva incorporándose masivamente a ella, y por otra, el envejecimiento de la población. Ambos fenómenos han generado un colapso de lo que se llamaba el welfare state o estado promotor de bienestar social, y así también la caída de la autosostenibilidad de los sistemas de seguridad social, jubilatorios, y de prestaciones complementarias. En respuesta a esta realidad, la lógica utilitarista posmoderna, resolvió el asunto con estrategias como la eutanasia, iniciada en Holanda en el año 2002, en donde se autoriza provocar la muerte a los ancianos sin que ésta aún haya llegado de forma natural. Curiosamente, a pesar de que con los avances de la actual medicina paliativa es posible controlar y mitigar los dolores que produce el estertor de la muerte. No por casualidad, especialistas en medicina terminal, como la experimentada Dra. Lisbeth Quesada, le hacen serios cuestionamientos a tal práctica. En esencia, la filosofía de la eutanasia radica en un concepto contrario a la tradición del constitucionalismo occidental, pues según la tradición histórica del constitucionalismo defensor del derecho a la vida, ésta tiene un valor intrínseco que está fuera del ámbito de control estatal y también fuera del capricho humano, o sea, que es independiente de la esfera de potestad del hombre y del Estado. En sentido contrario,  la biopolítica utilitaria y contraconstitucional considera que la vida está supeditada al ámbito de decisión de los hombres. La raíz esencial de la ideología de la eutanasia es que la vida es propiedad del ser humano o del Estado y a la inversa, la filosofía contra la eutanasia, es que no. Y aún menos del Estado.
fzamora@abogados.or.cr

 

lunes, 13 de mayo de 2019

COMO PROTEGER LA DEMOCRACIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-como-proteger-la-democracia/BTUFYYWQQVA25EJZJY6XAYTERA/story/

y en el diario español El Imparcial

Es imposible reconocer las condiciones que fortalecerían nuestra democracia, sin antes comprender cuáles son las patologías que la enferman. Por ello intentaré tal síntesis, la de comprender los síntomas y enumerar nociones para su mejoría. Iniciemos repasando los “pecados capitales” de una democracia enferma. El primero de ellos sucede cuando se generaliza en la clase política una vocación codiciosa por el poder, hasta llegar al extremo de buscarlo, -o peor aún-, mantenerlo de una forma abusiva e insana. No anotaré ejemplos de ello, pues aquí y en el extranjero conocemos tantos casos, que robaría espacio necesario a otras ideas que quiero señalar. En esencia, desconfíen de aquellos que se obsesionan por alcanzar el poder, y que hacen, de sus intentos y reintentos por conquistarlo, una forma de vida. El segundo es la tentación del autoritarismo. El autoritarismo puede derivar en totalitarismo, que es la máxima expresión de esta anomalía del ejercicio del poder político. El autoritarismo empieza como síntoma de la democracia enferma, que impregna progresivamente el tejido político alrededor de quienes ejercen el poder, al extremo que, combinado con una ideología política o algún credo perverso, el totalitarismo se impone. En el totalitarismo, el control sobre todos los aspectos de la vida ciudadana es absoluto. De ahí las tres grandes ilustraciones de la historia reciente: el marxismo, el fascismo y los regímenes de las teocracias islámicas.

El tercer pecado capital de la democracia es la demagogia, que es precisamente la antítesis del autoritarismo, pues es una suerte de entropía. El primero en definirla fue Aristóteles. Para éste filósofo, cuando se corrompían los ideales de la República, el afán de las muchedumbres se enseñorea sobre las instituciones, al extremo que el poder lo toman los ciudadanos menos virtuosos. Es lo que D´Ormesson llamaba “ineptocracia”. También se le llama “oclocracia”, que alude al desgobierno de las turbas irracionales que linchan. Consecuencia de ello, el típico síntoma que antecede a la demagogia es la fragmentación del poder. Antes de la demagogia viene la atomización del poder. Las organizaciones políticas se fraccionan en pequeños archipiélagos traducidos en toda ralea de partidos, partiditos, tendencias y demás corrientes disidentes, de tal forma que, cada fragmento se anula recíprocamente hasta que el sistema pierde toda eficacia y credibilidad. Tal “insularización” es agravada por la “democracia de cuotas”. La España parlamentaria de hoy, prolífica en opciones partidarias, y que hace algunos años alcanzó cientos de días sin formación de gobierno, es un ejemplo dramático. También Costa Rica ha venido experimentando esa peligrosísima tendencia a fraccionar la democracia en cuotas. Aquí se llegó al extremo de que, para el 2018, se inscribió un partido de transportistas. No nos extrañe cuando los interesados en eliminar los exámenes de incorporación a los colegios profesionales hagan su partido, y así hasta el absurdo. En lugar de movimientos que velen por los ideales generales de la colectividad nacional, se están engendrando cascarones electorales representando cada interés creado. Un escenario digno de la dramaturgia de Jacinto Benavente.

El cuarto pecado capital de la democracia es el populismo. El populismo es una maquinación astuta para la toma del poder. El ego es la semilla que le da origen, pues proviene de una propensión vanidosa sobre sí mismo. La inspiración auténtica del líder no debe provenir del ego sino del ideal, y por tanto, del espíritu.  El idealista confronta la adversidad en virtud de las visiones anticipadas que tiene acerca de alguna mayor perfección con la que sueña. El ególatra es su antítesis, pues no lo inspira la convicción de una posible perfección venidera, sino una enfermiza ansiedad de protagonismo y poder. El populista es un sociópata disfrazado de prohombre, que incita las bajas pasiones de los ciudadanos -sus prejuicios, resentimientos, temores y anhelos-, para dirigirlos hacia sus propios objetivos, los cuales siempre derivan en la quiebra de las instituciones republicanas.

El quinto y último pecado capital es cuando se hace de la política un modus vivendi. Me refiero a los políticos vividores del presupuesto. No me refiero a los funcionarios técnicos del Estado, que por razones obvias es conveniente su labor permanente allí. Aludo a lo que Felipe Gonzalez refería como los políticos que saltan de una posición de poder a otra, definiéndolo como “la profesionalización de la actividad política que llega al extremo que no queda otro horizonte que mantenerse en ese carril”. Y entonces, es cuando vemos a políticos que se eternizan en las posiciones de poder pues la fuerza de su competencia no radica en el prestigio que le otorga alguna actividad profesional o intelectual, ni la destreza en alguna actividad productiva, sino en función de medrar del poder político.  Y usualmente eso sucede cuando se usufructúa de las herencias políticas otorgadas por generaciones anteriores que forjaron un ideal, o de los padrinazgos y compadrazgos tan usuales en el ejercicio vacío del poder.

Ahora bien, para evitar sumirnos en esa espiral decadente, es menester promover dos realidades consustanciales al buen ejercicio de la actividad democrática y electoral. La primera de ellas es el fortalecimiento de aquellos partidos de naturaleza permanente y no personalista, o en otras palabras, que su organización permanezca en el transcurrir de los procesos sin estar sujeto a la voluntad caprichosa de un caudillo. Además, que sean organizaciones políticas que ostenten coherencia en la defensa y práctica de una filosofía política, y que no sean partidos sustentados en la defensa de intereses gremiales o de grupos de interés, sino con una agenda país integral. El segundo aspecto radica en la necesidad de invertir en la capacitación política de las nuevas generaciones. Esta capacitación debe fundamentarse, más que en la enseñanza del activismo electoral, en la confrontación y estudio de las ideas políticas, sin que ello implique una mera programación mental, pues el sectarismo atenta contra la formación en libertad que merecen los jóvenes. La combinación de partidos políticos permanentes, filosóficos, no personalistas ni gremialistas, y con una vocación educativa enfocada en sus ideales, es lo que permitirá consolidar una genuina democracia, y una generación de líderes cultos dignos de ella.
fzamora@abogados.or.cr

martes, 23 de abril de 2019

LA FUERZA DE NOTRE DAME

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista.

 
Publicado en España
https://www.elimparcial.es/noticia/200416/opinion/que-simboliza-notre-dame.html

Publicado en el diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-la-fuerza-de-notre-dame/XINNP5GKMZECBAVICDWMHR2ROE/story/


Los hombres del pasado construían para los siglos, fue la atinada observación que hace algún tiempo me hizo mi buen amigo Armando Vargas.

Notre Dame fue iniciada en el siglo XII y su construcción duro dos siglos, hasta el siglo XIV, cuando finalizó su construcción y acabados definitivos. Fue pensada con la misma idea con la que se forjaban las obras que entonces se dedicaban a Dios: vencer el tiempo. Una vocación de eternidad, como era el sentido de casi todo lo que se respiraba en la Europa del siglo XII.

Allí se conserva una corona de espinas,  un trozo de madera y unos clavos antiquísimos que, según la tradición, están ligados a la cruz y a los instrumentos con los que Cristo fue martirizado. Igualmente la túnica que perteneció a Ludovico, - quien fuese el Rey Luis IX-, recordado por ser el último rey en encabezar una cruzada para rescatar a Jerusalén del dominio musulmán.

Al igual que sucede con la iglesia en su sentido espiritual, el templo ha sufrido innumerables embates a través de su historia. Me refiero tanto a lo que ha sufrido la Iglesia,  como lo que ha sufrido la obra arquitectónica como tal. Parece haber un paralelismo conductor que conecta lo que ha sufrido el magnífico templo, y lo que ha padecido la Iglesia en el sentido inmaterial del término.

Durante la primera gran ofensiva anticlerical, la de la revolución francesa, el templo sufrió dos importantes saqueos. El primero de ellos en 1790, cuando las hordas jacobinas destruyeron buena parte de sus tesoros religiosos. Pero la revolución no fue una revuelta de unos cuantos días, sino un proceso que transcurrió por años. El segundo golpe a la edificación ocurrió tres años más tarde, en 1793, cuando el templo es nuevamente vandalizado por los insurgentes, al extremo de que la Catedral dejó de ser funcional como lugar de culto y adoración a Dios. Por un tiempo incluso terminó siendo utilizada con otros fines. El saqueo consistió en la destrucción de esculturas, altares y todos los iconos propios de los espacios para la devoción. La devastación incluyó la destrucción de crucifijos, y todo símbolo de culto. Aquel ataque físico a ese monumental emblema de la arquitectura cristiana, coincidió con la persecución que entonces sufrían también los representantes de la cristiandad.

Fue un momento de horror para el catolicismo francés. El año 1793 fue la hora de la ley del 21 de octubre,  que condenó a muerte a todos los sacerdotes que no prestasen juramento de fidelidad al régimen de Robespierre, el mismo que profanó la Catedral de Notre Dame, oficiando en noviembre de aquel año cultos blasfemos.

El corolario de aquel paroxismo fue una vorágine de terror que se expandió por dos días. Aquello incluyó una carnicería de muerte contra cientos de religiosos y monjas asesinadas; hechos que hoy son conocidos por la historia como las masacres anticlericales septembrinas.  También en Lyon, el tristemente célebre José Fouché, recordado por sus habilidades para manejarse y sostenerse en los intrincados hilos del poder de aquella turbulenta época, ordenó el asesinato de grupos de religiosos, amén de cientos más de ellos torturados en las cárceles revolucionarias.  

El tercer ataque a Notre Dame sucedió con ocasión de los hechos de 1871 en París. En aquel año, la capital europea fue controlada por revolucionarios socialistas durante  aproximadamente dos meses, en lo que la historia ha llamado la comuna parisina. Un intento de utopía social que derivó en caos. La Catedral también fue asolada en aquella ocasión.

El dato definitivo es que,  una y otra vez, Notre Dame se ha levantado de sus caídas. Con ella sucede algo similar a lo que Newman sostenía respecto de la Iglesia en su sentido espiritual: “aunque parece estar muriendo, al final, contra todo pronóstico, triunfa. Con caídas aterradoras y victoriosas recuperaciones, cuál si la Providencia determinara que triunfe a través de sus derrotas”

Y al igual que hace más de dos siglos, hoy Notre Dame es una vez más protagonista de la tragedia. Esta vez, no fue causa de horda revolucionaria, ni tampoco atentado extremista alguno, como en un inicio se temió.

Esta vez la deflagración ha sido provocada por un accidente en los trabajos de conservación que allí se hacían. Pero al igual que sucedió en el siglo XIX, cuando Notre Dame se levantó de sus propia ruinas, para resurgir esplendorosa como símbolo de un cristianismo redivivo para la sociedad francesa de entonces, nuevamente frente a la tragedia se asoma esperanzadora la victoria.

En tanto que la Catedral ardía, se hacía evidente la determinación del pueblo francés, - y de Occidente entero-, por  rescatar y restaurar el monumento. Al tiempo que se reportaba la dura jornada de los bomberos galos, uno de los primeros hechos insólitos que reportaban los periodistas fue observar a cientos de parisinos en grupos alrededor de la ciudad, de cara a la deflagración, de rodillas, entonando himnos, plegarias y cánticos de alabanza, todo con la intención de clamar a la Providencia por la protección de su centenario monumento. Minutos después, las redes eran inundadas por los videos que atestiguaban el hermoso acto de fe.  

Y el mundo se ha volcado también en solidaridad ante la tragedia. Los dignatarios europeos, la UNESCO e importantes ciudadanos del continente, - como el filántropo Henri Pinault-, han expresado un solo sentir: restablecer la grandeza del icono. El espíritu que hizo grande a Europa.

 

 

 

viernes, 12 de abril de 2019

PROPUESTAS PARA LA REACTIVACION ECONOMICA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-propuestas-para-la-reactivacion/E55KVOEFQFEE7FWZ66NN24JOJY/story/

La reactivación económica no puede basarse en una dinámica doméstica, o en palabras llanas, la visión debe estar anclada en nuestra capacidad de ofrecer servicios y bienes al exterior. Una analogía para ilustrar el punto: un hogar endeudado y con urgencia financiera, no le sería posible levantarse ideando nuevos servicios que brindar a sus propios miembros, sino que necesariamente debe acrecentar su economía doméstica ofertando a terceros, ajenos a ese núcleo familiar. Por tanto, para dinamizar la economía debemos partir de tres premisas básicas: la primera premisa es que la reactivación económica costarricense necesariamente pasa por lo nuevo que seamos capaces de ofrecer al mundo. La segunda premisa se refiere al hecho de que la inversión que hace crecer a más corto plazo la economía, es la realizada en los rubros o ejes de energía, infraestructura y tecnología; obras de autores actuales como Rifkin, Diamond, o Acemoglu -entre otros-, dan por sentada esta realidad, como un hecho probado por la experiencia histórica. La tercera premisa tiene que ver con un postulado económico: los réditos que un proyecto pueda generar, usualmente están proporcionalmente determinados por las dimensiones del mismo y la cantidad de recursos en él invertidos. Lo que con esto quiero afirmar, es que si queremos una verdadera reactivación económica, una de importantes proporciones, los proyectos a implementar deben ser de gran calado. A partir de estas tres elementales premisas, la reactivación económica debe enrumbarse al menos sobre un mínimo de tres ejes, en función de lo cual aquí enumero algunos proyectos importantes para cada uno de ellos.

En el primero de los ejes, el de energía, hay dos proyectos de gran calado que resultan urgentes y que representarían una fuerte dinamización de la economía; uno de ellos radica en la explotación del gas natural. Recientes publicaciones de la Agencia Internacional de Energía, han confirmado que el gas natural, (junto a la energía solar y eólica), representan hoy el 85% del crecimiento de las llamadas energías primarias. Y adviértase que, si bien es cierto, la energía eólica y la solar lideran la transición en el rubro eléctrico,  es el gas natural el que representa la mayor transición en lo que se refiere al sector “combustibles”. Si al desarrollo del gas natural le sumamos el estímulo alternativo a algunos biocombustibles sostenibles ambientalmente, como lo es por ejemplo la palma de coyol, la cual puede cultivarse incluso en terrenos áridos y laderosos, estamos ante la posibilidad real de liberarnos del petróleo, dinamizar nuestra economía agraria interna, y ahorrar al país más de mil millones de “petrodólares” anuales. Por ejemplo, el Ejecutivo debería proponer ya un referendo que haga política y socialmente viable la explotación del gas natural en nuestros mares. Por cierto, sobre la existencia de grandes yacimientos de gas natural en el país, el Colegio de Geólogos ha sido abundante en aclaraciones.

En el segundo eje, el de infraestructura, existen al menos cuatro proyectos realizables de gran calado. Uno de ellos es la modernización y ampliación de los trenes eléctricos. Este gran proyecto tiene dos fases: por una parte, la modernización de los trenes eléctricos que transportan bienes y personas del valle central a nuestros puertos pacífico y caribe, y por otra, el proyecto del corredor ferroviario transcontinental de contenedores. Tal corredor ofrece la solución de una necesidad cada día más urgente de la economía mundial, como lo es la existencia de grandes puertos en la cintura del continente, que no solo permitan el simple paso entre un océano y otro de la mercadería, sino además la redistribución y transporte a alta velocidad de los contenedores que arriban en los buques. En el norte de nuestro país, entre el Pacífico de Cuajiniquil, y el Atlántico costarricense, existe una extensa llanura que cruza el país y que permitiría la construcción de un corredor ferroviario de alta velocidad y bajo consumo energético, pues no hay cordilleras que esquivar. Nuestro norte, actualmente azotado por el bandolerismo, sería una región turbina de nuestro desarrollo. Otros dos proyectos de gran calado son el necesario impulso a dos aeropuertos internacionales, el de la zona sur y el gran aeropuerto “hub” de Orotina, aunque lastimosamente el gobierno ha desistido de éste último. ¿Por qué lo reprocho? Bien lo advierte el economista Jeffrey Sachs en su obra “El fin de la pobreza”: la idea central de su libro nos recuerda que la riqueza de una nación radica en su capacidad de ofrecer e intercambiar bienes con el mundo, tránsito de personas, así como de los medios que le permitan hacerlo, o sea, ampliar las vías de comunicación hacia el mundo. ¿Alguien duda que esos aeropuertos amplíen nuestra capacidad de intercambiar bienes y tránsito de personas hacia el exterior?
 
En el tercer eje, el de los servicios de alta tecnología, la idea de grandes parques ecotemáticos la he consultado con inversionistas extranjeros conocedores del tema. Al respecto amerita recordar por ejemplo, lo que aportan al PIB mexicano los grandes parques ecotemáticos del Estado de Quintana Roo, o lo que aportan los parques temáticos a la economía del Estado de Florida. Solo en los primeros quince días de diciembre del pasado 2018, el Estado de Quintana Roo había recibido un millón de turistas, prácticamente lo mismo que nosotros recibimos en seis meses.  Y me refiero a Quintana Roo y sus parques ecotemáticos, siendo que en riquezas ecológicas y biodiversidad para mostrar al turismo no tenemos absolutamente nada que envidiarle a esa región. Aquí el gobierno anterior intentó algo similar con un parque ecotemático en Guanacaste, el cual llamarían Discovery, y que prometía convertirse en una inversión similar a esas que atraen millones de viajeros a Quintana Roo o la Florida. Pero como sucede hoy con casi todo aquí, el tema se quedó en el intento. En esta materia de servicios, otro proyecto de gran calado es el de los parques empresariales en zonas económicas especiales. Es una ampliación de nuestro viejo concepto de zonas francas, de tal forma que sea posible una audaz atracción de inversiones incluso en actividades de baja tecnología, que permita también ofrecer empleo a mano de obra menos calificada. En este particular, me han impresionado gratamente anteproyectos que han hecho un equipo de profesionales agrupados en torno a un concepto denominado “Costa Rica Project Factory”. En fin, el gobierno tiene con qué actuar ya. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 18 de marzo de 2019

LA MUERTE DEL IDEAL ROMANTICO

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-muerte-del-ideal-romantico/UELADYWPFRBP7NSYJY2WCCF3YE/story/
y en el diario español el Imparcial

El elegante salón de columnas de mármol, le hacía marco a aquella noche especial. Un exclusivo hotel de la ciudad albergaba la graduación colegial de una de las distinguidas instituciones educativas de la nación. Ellos de estricta etiqueta oscura; ellas luciendo vestidos para la ocasión, que combinados provocaban una vistosa paleta de efectos multicolores. Tras el ceremonial solemne, inicia la alegre celebración. Al centro del escenario, no falta la esfera de espejos, ese mismo artefacto que se popularizó en las discotecas neoyorquinas de la década de 1980, y que impuso al mundo el estilo “disco”, con el cual los jóvenes estadounidenses de entonces dieron el tiro de gracia final a la corriente hippie, que caracterizó los años sesenta y parte de los setenta del siglo pasado. Pero esta vez, la música entonada por la discoteca móvil, -término desactualizado por cierto, pues hoy las móviles digitales de sonido ya no utilizan discos- correspondía a un género diferente. Lo que a todo decibel se oía era una suerte de declamación rimada, acompañada únicamente con un ritmo de fondo fuerte y cadencioso, que se ha popularizado por doquier en las frecuencias radiales para adolescentes. Al fenómeno se le ha dado diversos alias, entre otros hip hop, reggaetón, rap o ragga. Pero lo que verdaderamente impacta es la letra que acompaña a algunas de aquellas tonadas, algo nunca oído hasta entonces en la historia del canto: el insulto y la denigración a la mujer en su condición de pareja, haciendo de ello una tendencia tan popularizada, que incluso dio pie a darle al subgénero un alias que viene a ser un insulto a la mujer. Estadísticas académicas sobre el particular, han determinado la existencia de un 63% de manifestación de sobrenombres peyorativos contra el sexo femenino en esas letras, 45% de violencia sexual y un 35% de expresiones en las que se degrada la feminidad a tal punto de rebajarlas a la condición animal.
Y aquí no se trata de un fenómeno subcultural, como originalmente fue el tango en los suburbios bonaerenses. Allí no hay punto de comparación. El tango, pese a su condición hipersexual, conservó su adhesión al ideal romántico. Por eso pasó de ser un fenómeno inicialmente subcultural, hasta convertirse, con el tiempo y la superación artística, en una noble expresión de la cultura universal. Si alguien duda de ello, recordemos la preciosa balada de Gardel, cuya poesía era digna del nobel literario: “…acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar, como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar, y si es mío el amparo de tu risa alegre, que es como un cantar, ella aquieta mi herida, todo, todo se olvida…el día que me quieras la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color, y al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas, me contarán tu amor.”
Por el contrario, el actual fenómeno del “reggaetón” es una expresión contracultural. Aunque no entro a calificar la calidad de su sonoridad, -la mayoría de las veces grotescamente monorrítmica y fabricada a pura herramienta electrónica-, la realidad es que el lenguaje soez e insultante que le caracteriza, lo torna corruptor de cualquier aspiración de beneficio cultural. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero trasfondo del fenómeno? Este tipo de tendencias tan en boga hoy, reflejan lo que parece ser el entierro definitivo del ideal romántico. El romanticismo, surgido en el siglo XIX, era una vocación idealista que tenía esencialmente tres objetivos: glorificar el credo del amor incondicional, inspirar la exaltación creativa y enaltecer la originalidad individual. Fue un movimiento revolucionario que pretendía elevarse frente al canon clásico. Pese a que fue una corriente estética propia de la primera mitad del siglo XIX, su poderosa impronta influyó el arte incluso en casi la totalidad del XX. El ideal romántico afectó portentosamente el arte en general, particularmente en la poesía (Becquer), la literatura (Jorge Isaacs), y por demás está indicar que la música.

Sin embargo, la extinción de la vocación romántica es un síntoma más de la decadencia en la que se sumen las sociedades comerciales de bienestar en el siglo XXI. En estas sociedades se ha entronizado un materialismo práctico y filosófico, cuya mayor expresión está en el cinismo posmoderno, el cual es en gran medida responsable de los estertores del romanticismo. De las distintas características del posmodernismo, hay cuatro de ellas que son importantes para entender por qué la posmodernidad actual transita en ruta de colisión contra la nobleza de la utopía romántica. La primera de ellas, es que al tener el posmodernismo una vocación presentista, -solo vale el aquí y el ahora-, ello contraría al ideal romántico, pues en él la conquista de la ensoñación a la que el romance aspira, solo es posible valorando la constancia perseverante y la paciencia como virtud. En cambio, la posmodernidad es profundamente utilitaria. Aún peor, provoca una peligrosa imposición del utilitarismo como pensamiento único. Para éste la única lógica legítima es la que es útil para conquistar los apetitos, en función de lo cual, solo se valora aquello que represente un instrumento práctico para obtener lo que se codicia y lo que gratifique los instintos. Por ello destruye al romanticismo que, por el contrario, es un ideal que encumbra al amor abnegado. El tercer aspecto: En su obra Ceguera Moral, Bauman nos recuerda que la sociedad posmoderna es hostil a las virtudes, al mismo tiempo que apologiza lo vulgar.  Por ello en esta era se ha desnaturalizado el arte. El sentido original y natural del arte es la elevación espiritual. En palabras de T.S. Eliot, la voluntad que hizo posible el gran arte, nace de la aspiración del hombre por trascender espiritualmente. Sin embargo, la arremetida materialista del posmodernismo lo degradó a tal extremo, que el intelectual serio se indigna al ver que se le atribuye calidad artística a cosas que son verdadera basura. En contravía, el romanticismo exalta por antonomasia las virtudes hasta el extremo de la heroicidad.  Finalmente, con la glorificación del amor, el romanticismo pone ese valor en el centro vital del hombre. En sentido contrario, la posmodernidad desprecia cualquier noción del valor, pues en ella no hay concepto de lo que la verdad es, y por tanto, allí donde la verdad siempre es relativa, los valores tampoco tienen jerarquía. En esencia, la hora oscura del ideal.             
 fzamora@abogados.or.cr

lunes, 4 de marzo de 2019

LA PROPUESTA SEMIPARLAMENTARIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-propuesta-semiparlamentaria/VKWRTCGDAZH6NLLAB4W55Y3BF4/story/

Cada cierto tiempo, políticos insisten en que una salida a nuestros problemas pasa por convertirnos al semiparlamentarismo. La lógica que defiende esa idea, consiste en el razonamiento de que la ingobernabilidad afecta el desarrollo y consecuentemente, debemos corregirla instaurando aquel modelo. Alegan que en sociedades políticamente fragmentadas, dicho tipo de régimen facilita la interacción, la negociación y la comunicación de sus fuerzas. Palabras menos, palabras más, esa ha sido la argumentación. En días recientes publiqué en las redes sociales un breve comentario en el que confronté ese razonamiento, y aquí lo explicaré con mayor amplitud. Mi primer argumento: no es cierto que un sistema parlamentario decisivamente mejore la gobernabilidad. Por el contrario, importantes juristas como el español Adolfo Posada han criticado el parlamentarismo, precisamente por estimular la ingobernabilidad. Sino veamos la experiencia histórica: un ejemplo implacable es la realidad de parlamentos como el español o el italiano. Como resultado de su atomización política, España tiene serios problemas de gobernabilidad. Por ejemplo, en el año 2016 sufrieron muchos meses sin poder armar gobierno, y todo parece indicar que el recién instalado gobierno de Sánchez, pronto será defenestrado sin otorgarle mayor oportunidad. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien durante la época del bipartidismo, y tampoco me atrevería a afirmar que el parlamentarismo es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación se paraliza constantemente por esa inestable dinámica parlamentaria. De ahí que muchos juristas hoy, están convencidos que el parlamentarismo tiende a agravar la ingobernabilidad en escenarios políticamente fragmentados. Y la realidad, -que es inmisericorde-, nos da la razón. Igual le ha sucedido en varias ocasiones a Italia, que víctima de su sistema parlamentario debió sufrir meses sin formar gobierno. La última grave crisis italiana fue en el 2013, cuando la nación estuvo sumida en un período de irritable estancamiento porque sus diputados no se ponían de acuerdo para formar gobierno.   El disenso político y la fragmentación del poder político, tal y como lo experimentamos hoy, es una circunstancia de la cultura política y de la coyuntura histórica, nunca de la forma de gobierno. En un escenario tal de atomización del poder, no existe modelo de gobierno que por sí solo resuelva los problemas de gobernabilidad. Porque no es cuestión de las reglas del juego democrático.

Paso a mi segundo alegato: el problema de nuestras sociedades no radica en el cómo organicemos nuestras democracias representativas. Nuestros desafíos son de mayor calado y están asociados a otro tipo de factores; básicamente aspectos de índole productivo y cultural. Acaso cuando repasamos las estadísticas de desempleo, o el déficit de nuestra balanza comercial, ¿es sensato sugerir que esto puede mejorar si, en lugar del actual Ministerio de la Presidencia, tuviésemos un séquito de funcionarios en el despacho de un “Primer ministro”?, ¿o que el problema de nuestra incipiente capacidad industrial, va a resolverse si los ministros no son despedidos por el Presidente, como sucede en el sistema presidencial, sino por los diputados, como se estila en el semiparlamentario? Indudablemente no. Por ejemplo Haití, el país más pobre del hemisferio, posee un modelo semiparlamentario, y ello no tiene relación con su triste condición.

El tercer argumento invocado por quienes defienden el semiparlamentarismo, es que nos llevará hacia el anhelado ideal de la democracia participativa. Dicha tesis está igualmente equivocada. El parlamentarismo es,  -absolutamente-, una institución de la democracia representativa, hija anciana de la edad moderna, y de cuyo auge fue testigo la sociedad industrial que fenece. Por el contrario, de volver al parlamentarismo, -que ya vivimos en el siglo XIX- estaríamos cayendo en el sinsentido de sustituir un régimen de la democracia representativa, como lo es el presidencialismo, por otro igualmente de la democracia representativa, como el parlamentario. En ambos el ciudadano simplemente delega su poder. La cuarta revolución industrial está forjando una idea de la democracia que tiende a poseer dos características básicas que chocan con el parlamentarismo; una de ellas es que prioriza la toma de decisiones en lo local. Si hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar democracia de cabildos. Karl Loewenstein la denominó formas “directoriales”. En ellas el epicentro del poder es el escenario local. La democracia participativa es descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las organizaciones humanas de la actual era postindustrial. En cambio el parlamentarismo, propio de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema centralista y vertical. Es transitar en contravía de la historia. La otra característica de la democracia participativa, es la inmediatez dinámica que la tecnología digital está permitiendo; ella es “democracia digital”, pues, además de local, su naturaleza es también tecnológica. Conforme avance el desarrollo de tecnologías como la firma digital, la huella digital o el encriptamiento de datos, entre otros, se llegará a implementar la consulta ciudadana a través de prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho, el “gobierno digital” ya es realidad en materias como las licitaciones, concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de empresas, o la notificación y presentación judicial de escritos y documentos.

Conclusión: si de transformaciones se trata, es preferible pensar en un sistema localista directorial, más adecuado a la democracia participativa. Invocar en Costa Rica el regreso del parlamentarismo es invocar el espíritu de un muerto que aquí vivió y murió en el Siglo XIX, durante nuestro breve período de parlamentarismo bicameral. Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que entonces tenía el país, fue sustituido por inadecuado. Regresar al parlamentarismo, es volver a un modelo diseñado por la nobleza europea al final de la edad media, para enfrentar las monarquías absolutas. Aplicar carbolina en época de penicilina.      

fzamora@abogados.or.cr  el autor es doctor en derecho constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.

 

viernes, 22 de febrero de 2019

EL TRANCE SOCIALDEMOCRISTIANO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación


Y publicado en diario El Imparcial de España.

Refiriéndose a la que él considera su muerte, el periodista italiano Andrea Rizzi acertadamente acuñó el término “socialdemocristiano” para referirse a los partidos y doctrinas que modelaron el desarrollo europeo que dominó a la Europa del siglo XX. Trenzadas las manos de ambas filosofías políticas, -socialdemocracia y democracia cristiana- surgieron no solo para confrontar los extremismos que habían destruido aquel continente, sino también forjar la Europa que hoy conocemos. También en las democracias latinoamericanas, ambas corrientes dominaron el escenario político electoral de buena parte de los últimos 70 años. Con luces y sombras, garantizaron por varias décadas prosperidad y paz allí donde ejercieron el poder. Así fue en Alemania, con el  Partido socialdemócrata de Willy Brandt y la democracia cristiana de Adenauer; en la España del PSOE y el Partido Popular, o en la Italia que veía alternarse el poder entre el partido socialdemócrata de Sandro Pertini, y la democracia cristiana del gran Alcide de Gasperi. En Latinoamérica el panorama era similar, aunque aquí solo en el caso de las democracias, pues en las satrapías que asolaron el sur y centro de América ¿qué cabida tenía una ideología equilibrada? Pero el patrón se repitió en longevas democracias como la de Costa Rica, con el socialdemócrata Partido Liberación Nacional de Figueres, y lo que hasta el 2002 fue su principal oposición socialcristiana, fundada bajo la tradición del caudillo católico Calderón Guardia. En Chile, por ejemplo, la alternancia fue entre la democracia cristiana de Frei, y la socialdemocracia de Lagos. La primavera democrática venezolana, -esa que en los años 70 y 80 convirtió a Caracas en meca del buen vivir para su clase media- veían turnarse el poder los “ADECOS”, socialdemócratas de Rómulo Betancourt, y los “Copeyanos”, que eran los democristianos usualmente liderados por Rafael Caldera.

Ahora bien, ¿esencialmente por qué su decadencia? como bien señalaba Ortega y Gasset, también las generaciones políticas son hijas de sus circunstancias. Si éstas son tormentosas, la generación que las enfrenta tiende a agigantarse. Por el contrario, del solaz disfrute de tiempos bonancibles y de suscripción de herencias, lo factible es que surja un Diocleciano y difícilmente un Julio César. Las grandes generaciones fundadoras surgen como derivación de un enfrentamiento a situaciones sociales traumáticas, insufladas por una moral inspiradora que representa el ensueño que los sobrepone a la dura realidad que les toca confrontar. Son portadores de ideales nuevos, como hipótesis de alguna perfección con la que entonces soñaron, anticipando lo porvenir. Sus acciones tienden a acrisolarse con las que, en su misma época son sus almas gemelas. Por ello, cuando Figueres Ferrer luchaba contra lo que se denominó la “Internacional de las Espadas”, a su lado Betancourt combatía contra la dictadura venezolana, y Muñoz Marín enfrentaba las del Caribe. Por el contrario, cuando la bonanza posterior a la brega consolida los beneficios de la lucha, cuando es la hora del festín y de repartir los legados, las generaciones políticas que se suceden van degenerando. Por ello Ptolomeo no superó a Alejandro. Como en la Siracusa antigua, en la que los gobernantes eran cada vez peores hasta llegar al cruel Dionisio I. Tiempos de cortesanos y genuflexiones, en el que ser rebaño y tener alma de siervo ofrece múltiples ventajas a cambio de abdicaciones morales. No son épocas de afirmaciones ni de negaciones, sino de dudas, pues creer es ser alguien. El cortesano, incapaz de abrazar una pasión o fe, carece de ese esqueleto que otorga el carácter. El ambiente no es propicio para forjarlo. He ahí buena parte de la explicación del problema.

Es la razón por la que muchas de esas organizaciones se convirtieron en simples vehículos de poder. Fines en sí mismos utilizados por ciertos líderes para resguardar intereses particulares. Dicha pérdida de nuestra brújula moral socialdemocristiana, resumida en la actual vacuidad cultural de Occidente, es la que ha provocado, por ejemplo, que la política sea tomada por movimientos xenófobos neofascistas, por peligrosos populismos como los del tragicómico Bepe Grillo, o por regionalismos irresponsables como el catalán, renegante de la grandeza histórica y cultural de la hispanidad; renegantes de Cervantes, de Velázquez, de Goya, de Gaudí, -que era un catalán y español universal- de lo que representaban las virtudes de Santa Teresa y también abjurantes del espíritu que, durante la reconquista, liberó a Europa de la opresión islámica.

Y aún peor, aquel hermoso ideal que los europeos llamaron “welfare state”, en el mundo desarrollado terminó degenerando en lo que hoy son sociedades de bienestar consumista. Y con ellas, resucitaron viejos conceptos ideológicos materialistas que han sido sorpresivamente abrazados por el “socialdemocristianismo” europeo. En consecuencia, banderas que eran propias de aquellos extremismos que tanto confrontaban los socialdemócratas y democristianos, originalmente provenientes de ideologías como el marxismo, el fascismo y el ultraliberalismo, fueron también asumidas por los malos herederos de las sanas doctrinas sociales. Y así por ejemplo, a partir de entonces, oscuras normativas como las que permitían ciertas técnicas eugenésicas, que antes se concebían solo propias del fascismo, fueron aprobadas durante administraciones del partido demócrata, el equivalente a la socialdemocracia estadounidense. O leyes como las del aborto, originalmente implementadas en las sociedades stalinistas o por parte de las élites ultraliberales estadounidenses, pasaron a ser prácticas defendidas por algunos partidos socialdemócratas europeos. Por la corriente que se pretende imitar desde las sociedades de bienestar consumista del mundo desarrollado, hay quienes erróneamente creen que ese tipo de estandartes materialistas deberían también ser parte del ideario socialdemocristiano latinoamericano. Rizzi anotaba que en la oscuridad podía sentirse miedo o excitación. No sea que, por tales afecciones emotivas, el cómodo atajo de nuestros partidos socialdemocristianos, sea seguir cayendo en esa tentación, asumiendo los cantos de sirena propios de las lúgubres voces del extremismo.

fzamora@abogados.or.cr  el autor es doctor en derecho constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.

lunes, 4 de febrero de 2019

LA INCULTURA DEL DESCARTE

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Periódico La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-incultura-del-descarte/7G5QXU5WFZE2TKWADFQWFDIAOA/story/

y en el periódico español El Imparcial 

Finalizada la XXXIV Jornada Mundial, el Papa Francisco estremeció a las juventudes cristianas centroamericanas. Más allá de la entusiasta parafernalia que rodea sus visitas, amerita rescatar una de las ideas centrales del pensamiento papal durante estos años de pontificado. Lo resumo en lo que se ha denominado la “incultura del descarte”.  Esencialmente, el concepto se refiere a la acción de despreciar todo aquello que estorbe nuestra codicia centrada en el placer, el afán de dominio, y el disfrute del consumo a alta escala. Su santidad le llama “un proyecto de ingeniería social perfectamente estructurado de deterioro progresivo de los valores de la cultura. En su obra “El hombre desechable” el escritor Luis Gonzalez, resume tal disyuntiva mediante una sentencia esclarecedora: “la visión cristiana renuncia a sí mismo por amor al otro, la posmoderna renuncia al otro por amor a sí mismo.” Apelando al pensamiento de autores como Bauman, Antonio Marina o Ratzinger, profundicemos en el concepto.
Son cuatro expresiones mediante las cuales se manifiesta la incultura del descarte. La primera de ellas, es en relación con el ecosistema, donde dicha incultura termina exprimiendo todo lo posible de éste. En palabras de Francisco I: “sin que la naturaleza y el hombre se tiendan una mano amigable”. Tal tendencia implica prácticas como la economía de lo desechable, la elaboración masiva de plásticos y  productos artificiales de “un solo uso”, y la producción destinada a crear bienes con el propósito de que dejen de funcionar o se desactualicen a corto plazo. El fenómeno provoca, por una parte, que se generen cantidades monumentales de desecho ilimitado, y por otra, que se expolien inmisericordemente recursos naturales con grave pérdida de biodiversidad. Todo en función de la necesidad de mantener alimentado esa voraz maquinaria de bienes de poco, o incluso único uso. Algo absolutamente incompatible con la sostenibilidad ambiental. De ahí que el Papa denuncia que la misma tierra que nos nutre y sostiene, está siendo objeto de "la lógica del desecho"

La segunda manifestación de la incultura del descarte está relacionada con las relaciones sociales e interpersonales: tendencias que se evidencian, ya sea en las conductas sexuales, en las prácticas comerciales de reproducción humana, en la actividad política, laboral, o en todas aquellas áreas que deben estar condicionadas por compromisos éticos entre las personas. Entonces, parafraseando el concepto de Bauman, esta incultura hace que, por ejemplo, tengamos matrimonios “líquidos”. En donde la primera crisis egocéntrica que sufre la pareja consuma el divorcio aceleradamente. O peor aún, a través del hábito de ejercer una sexualidad sin compromiso moral alguno. O bien, fenómenos modernos como el “vientre de alquiler” o la venta de esperma, refleja esta misma inclinación en el ámbito de la reproducción humana. Otros aspectos donde se manifiesta la incultura del descarte en las relaciones sociales, es el de la política y el deporte. En el primer caso, líderes sin ningún compromiso partidario que cambian de bandera política como si de cambiar de sombrero se tratase. En el deporte sucede un fenómeno similar: ¿o acaso no era el honor, ligado a la tradición de la comunidad a la que se representaba, lo que antes insuflaba el espíritu competitivo de los clubes deportivos? Más la incultura del descarte ha desnaturalizado también esa pasión, y hoy el deportista subasta su fichaje cual si fuese una ficha de casino.  

El tercer aspecto en el que la incultura del descarte se manifiesta es el de la vida humana. Allí son cinco los fenómenos perversos que dicha incultura ha estimulado: el sicariato, la trata de personas, el aborto, la eutanasia, y la eugenesia. Elemento común de todas ellas, el profundo desprecio hacia la vida y dignidad humanas. Las describiré brevemente. El sicariato, el asesinato por encargo se ha tornado ya una “industria”; la trata de personas, la comercialización de la vida humana con fines sexuales o de esclavitud laboral, también. ¿Y qué del aborto? impulsado originalmente con fines eugenésicos, racistas y clasistas. Si se duda de ello, baste recordar que en 1916, la abortista Margaret Sanger abre su primera clínica con dos lemas: “más niños capacitados y menos incapacitados” y “el control natal para una raza superior.”  Otra expresión de esta incultura posmoderna, el fenómeno de la eutanasia, tiene su fundamento práctico en “el descarte del enfermo” y clava su raíz filosófica en la noción materialista de que la vida tiene un valor dependiente y subordinado al ámbito de las decisiones humanas. En otras palabras, la vida sujeta al peligroso entorno de la voluntad personal; esencialmente, la aventurada noción de que la vida es propiedad del hombre, o peor aún, del Estado. Coherente en el combate de todo lo ya descrito, el Papa denuncia la perversión “de descartar la vida humana: sean los pobres, los inmigrantes, los ancianos, los niños no nacidos, o las personas económicamente vulnerables.” 

Finalmente, la incultura del descarte en la economía, que es la cuarta forma en la que ésta se manifiesta en el mundo posmoderno. La economía del descarte es una economía esencialmente atada a prácticas viciosas. En primer término, una producción enfocada en el consumo, cual si éste fuese un valor por sí mismo. O sea, producción que no tiene como propósito satisfacer necesidades genuinas del individuo, sino la de provocar necesidades artificiales e inútiles, con el objetivo de atar al individuo al gasto y la adquisición sin sentido, como si ello amerite por sí solo estimarse. Otro reflejo de la incultura del descarte, son las prácticas abusivas del monetarismo especulativo, pues tras ese tipo de especulación financiera, lo que existe es espuria codicia de ganancias sin respaldo productivo. Frente al ritmo actual de consumo mundial, las estadísticas vaticinan el inminente agotamiento de los recursos naturales del planeta. Ante la sombría predicción, se suman, concatenados, nuestros descomunales desafíos en materia energética y alimentaria. La única salida está en reconducir las fuerzas del capitalismo instaurando políticas públicas que dirijan las potencias del sistema de mercado hacia la solución de esos desafíos, como lo hizo Obama cuando obligó a su industria automotriz a cambiar la producción de sus ineficientes vehículos por otros amigables con el ambiente, a través de novedosas tecnologías energéticas. Concluyo: he descrito los cuatro tentáculos del monstruo de la incultura del descarte. Los identifico para que sean combatidos sin tregua. fzamora@abogados.or.cr

jueves, 24 de enero de 2019

EEUU ABJURA DEL IDEAL MARSHALL

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Periódico La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/ee-uu-abjura-del-ideal-marshall/PAHZW3UMRJEZFFUANWAHMEVCQI/story/
y en el diario español El Imparcial.es

Los latinoamericanos debemos aceptar que la visión estadounidense acerca de su propio rol frente a sus aliados ha cambiado, lo que trae implicaciones para las cuales debemos prepararnos.  Resumo aquí en qué ha consistido el viraje. El principio espiritual de la compensación afirma que lo que en la vida sembramos es lo que cosechamos. Eso fue lo que le sucedió a los Estados Unidos en la posguerra, cuando decidió implementar el plan de rescate económico, ideado por su Secretario de Estado George Marshall, en ayuda de las naciones que habían participado en la guerra. Tan grande fue el espíritu de generosidad implícito en el proyecto, que incluso se contempló dicha asistencia en beneficio de las potencias del eje, -como Alemania o Japón-, que fueron feroces enemigas de la gran nación americana en aquel mismo conflicto. Entonces los Estados Unidos respondieron magnánimos devolviendo el bien como respuesta al mal. Aproximadamente 20 fueron los países europeos beneficiados con aquella asistencia financiera. Conservo en mi biblioteca una obra del historiador económico J.Bradford DeLong, quien documenta que para 1951, -unos 4 años después de su implementación-, la producción industrial de la Europa occidental superaba en más del 55% a la que existía al momento en que se ejecutó el plan. Cuando los nuevos socios y amigos de los EEUU lograron despegar de su derrumbe económico, los americanos no sólo recuperaron con creces el monto invertido, sino que además tuvieron potentes aliados que le permitieron, no solo enfrentar la amenaza soviética existente detrás de la “cortina de hierro”, sino acrecentar el propio poderío económico y político de todos los involucrados en el plan, tanto el de los receptores de la ayuda, como también el de la potencia que los asistió. Gracias al éxito de esta estrategia, Kennedy intentó después la iniciativa de cooperación a latinoamérica denominada “Alianza para el progreso”, la cual, a raíz del asesinato del presidente, no se logró ejecutar de acuerdo a su objetivo original, degenerando en simples pactos bilaterales de asistencia militar o alimentaria.
Con esa misma intención y bajo el nombre “Ruta de la seda para el siglo XXI”, China ejecuta ya un intento similar de asistencia a sus vecinos y aliados menos desarrollados. Conocedores de los antecedentes del plan Marshall que aceleró el ascenso de los Estados Unidos a primera potencia mundial del Siglo XX, reconocen que si desean superar la hegemonía americana, deben potenciar el desarrollo de sus vecinos. Una durísima tarea tomando en cuenta el atavismo en el que viven naciones como Afghanistán, Pakistán, o Bangladesh. Pese a ello lo están intentando, al extremo de incorporar, como parte de ese proyecto de asistencia, las inversiones de infraestructura que harán en Panamá, en el extremo opuesto de su propio hemisferio. Con gran sabiduría, cooperando con sus vecinos y aliados naturales, han determinado potenciar y enriquecer el área de influencia geoestratégica china.
En lo personal, le tengo una especial admiración al pueblo estadounidense; su historia de lucha por la libertad del mundo libre, cuya culminación gloriosa fue su sacrificio contra el facismo europeo y el militarismo imperial japonés, es un testimonio de una generosidad sin límites. Sin embargo, contrario a lo que hasta hace poco fue su vocación magnánima, la administración del gobierno estadounidense parece abjurar de los ideales que le permitieron al Secretario Marshall ganar el premio nobel de la paz, y ha decidido retrotraer su propio potencial de influencia, aislándose en una suerte de espiral egocéntrica. En sustento de esta afirmación, repasemos hechos. En primer término está la tendencia al aislamiento comercial en el que la administración estadounidense se está sumiendo, evidente a raíz de situaciones tan obvias como el tácito apoyo de Washington al “Brexit”, la imposición de altos aranceles al acero y aluminio proveniente de Europa y de sus vecinos norteamericanos, la evidente sepultura del Tratado transatlántico de libre comercio con Europa (TTIP), el temido anuncio de imponer aranceles a la industria automotriz europea, o las amenazas estadounidenses de denunciar unilateralmente el Tratado comercial norteamericano (TLCAN), entre otros ejemplos.   Un segundo aspecto es que la administración republicana ha dado evidencias contundentes del fastidio que le provocan las disposiciones del Tratado de la OTAN que le obligan a defender a sus socios occidentales, al punto de que, con aspereza, se ha manifestado contra Montenegro y ha empezado a cobrar a todos los socios el porcentaje del PIB que les corresponde dar a la organización. Esta propensión americana ha provocado que los líderes de las potencias europeas estén valorando seriamente la posibilidad de sustituir a la OTAN por un ejército exclusivo para Europa, que cumpla la función que ejerce esa organización militar transatlántica de protegerlos de las eventuales acechanzas de las potencias orientales. Ello significaría un durísimo golpe para la hegemonía geoestratégica de los EEUU, con implicaciones negativas para el mismo dólar como poderosa divisa internacional, para la influencia comercial de los Estados Unidos, como también para su propia capacidad político-militar.
El tercer elemento que refleja la renuncia estadounidense al ideal del Nobel Marshall, lo es la aparente repugnancia que la pobreza latinoamericana le provoca a su gobierno. Esta carencia de empatía frente al drama social que sufren tanto la población del triángulo norte centroamericano, como también la del inmigrante mexicano, refleja el cambio en el principio que inspiró al plan Marshall: que ayudando y asistiendo con generosidad al amigo caído, la retribución será el mutuo beneficio. Pero esa ya no es la visión que anima a las autoridades estadounidenses. Por el contrario, la nueva postura resulta evidente por tres recientes manifestaciones de esta administración republicana; la primera ilustración es la exigencia de que México pague por el muro antiinmigración en su propia frontera, lo que se suma a las declaraciones presidenciales en las que se amenazó a El Salvador y Honduras con detener la asistencia que Estados Unidos les ofrece si continúa el éxodo de los desclasados centroamericanos hacia el norte. Otra mala señal, es la amenaza de incluir a México, -un país vecino aun intentando superar su débil desarrollo industrial-, dentro de los posibles perjudicados con la imposición de aranceles de un 25% a la importación de partes automotrices. En fin, son muchos indicios claros. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 7 de enero de 2019

LA SOCIEDAD DEL OLVIDO

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el periódico La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-sociedad-del-olvido/GYLALL5WOVGUZHLDGY2LIAY644/story/

 

Los hechos descritos en este escrito nos acusan como sociedad. Como zorras pequeñas que minan el viñedo, y en razón de un mero utilitarismo, estamos minando nuestros fundamentos cívicos, y con ello, la cultura nacional.  A raíz de que mis manías de abogado me obligan a cumplir el rigor de la estructura acusatoria,  sustento esta denuncia apelando a un hecho concreto: el abierto desprecio que hoy estamos demostrando hacia el sacrificio de nuestros mártires y héroes nacionales. Antes de entrar a enumerar y describir los hechos de esta demanda, permítaseme repasar algunas características de una sociedad culta, pues ello es indispensable para comprender los fundamentos que explican las razones del daño.   Primero anotar una definición: la cultura de una nación es el código, las pautas y la vocación de consensos sociales en torno a ideales comunes de vida. Implica  principios de conducta que tienen como propósito elevar el espíritu y forjar el carácter humano, tallando en consecuencia, el relieve de la sociedad. De ahí que Vargas Llosa nos recuerda que los valores culturales no son solo información, sino que se transmiten primordialmente en el hogar, de generación en generación, y están necesariamente asociados en función de una espiritualidad con vocación de bien. Precisamente por esa vocación espiritual, la cultura implica principios anteriores al conocimiento. Otra singularidad de la cultura, es su capacidad totalizadora, aunque no totalitaria, pues como vocación espiritual está subordinada a la libertad; de ahí que lo contrario a la cultura sea la anarquía.  Por esa misma propensión totalizante, involucra aspectos tan aparentemente nimios como las maneras de urbanidad, o incluso las formas de conducta en la mesa. De ahí que las sociedades ilustradas necesariamente cultivan aspectos como el de la protección de la familia, la devoción patriótica y su acervo, el respeto por lo que es digno de reverencia para los demás y para sí mismo, la debida honra hacia quienes ejercen la dignidad de los cargos públicos, la probidad de las instituciones que garantizan la libertad y la justicia, y el estímulo de las instituciones que promueven los valores espirituales de la comunidad, los cuales son conceptos fundamentales para sostener la cultura. Si esos cimientos sociales no se respetan, el sentido de la política no será la virtud, sino simplemente el poder como fin en sí mismo.

 

Por el contrario, la incultura es “presentista”; simplemente centrada en el aquí y en el ahora. No así la cultura que necesariamente abreva del pasado, pues es portentosa construcción que se forja en procesos, en gradualidades. En pequeños cincelazos durante el discurrir de las edades. Por ello la cultura es inviable sin el antecedente de una tradición previa, siendo el mayor pecado de la clase política el hecho de que, estando obligada a cultivar la cultura de una nación, rechace su propia identidad, o peor aún, la emprenda contra su propio acervo, tradición e historia. Proscribir el pasado, o pretender clausurar los fundamentos que forjaron lo que somos, no es otra cosa sino una propensión inculta. Y en tanto hija de la libertad que es, por la cultura se debe morir, mas nunca matar. La cultura la defienden héroes dispuestos a morir por ella, pero en la decadencia los fanáticos están dispuestos a matar por aquello que a cualquier costo desean imponer. Es la razón por la cual la cultura hace héroes, a diferencia de la contracultura, que hace fanáticos. Entre otras, esas son las razones del porqué las sociedades dignas veneran sus epopeyas y a sus prohombres.

 
Pues bien, contrario al ideal de toda sociedad que cultiva y preserva su cultura, aquí recientemente hemos borrado de nuestra memoria histórica –y  ciertamente lo seguimos haciendo-, el nombre de tres grandes próceres en la forja de la patria. La forma en que los hemos deshonrado, ha sido desapareciendo sus nombres de las toponimias cantonales. El primer caso fue en el Cantón de Alfaro Ruiz, que hoy conserva únicamente el nombre de su cabecera Zarcero, donde se eliminó el nombre del héroe de la guerra contra los filibusteros, Juan Alfaro Ruiz. Al igual que Juan Santamaría, Alfaro fue un teniente que se distinguió por su heroísmo durante la batalla de Rivas y en el combate de La Virgen. Murió en Liberia después de ser protagonista de varios actos de enorme gallardía.  Pero resulta que a nuestra clase política, le pareció que ese nombre no era suficientemente conocido por la gente, y que era preferible llamarle simplemente Zarcero a dicho cantón. Para los responsables de tal despropósito, el popular nombre mercantil de los quesos de la zona como denominación de origen, fue un argumento más sólido para denominar su jurisdicción territorial. Igual sucedió con el nombre del Cantón de Aguirre, denominado así en homenaje a Rolando Aguirre Lobo, un mártir que murió entregando su vida por la restitución de la democracia costarricense. Y aquí el argumento fue la misma simplonada: que la gente no sabía quién era Aguirre, y que resultaba más popular el nombre Quepos, de su ciudad cabecera. Ni pensar en el intento de algún esfuerzo por educar a la población y a la juventud respecto de lo que es su historia y sus valores cívicos, sino la salida fácil del atajo, propio de la medianía reinante. En este caso el atajo consistió simplemente en cambiar el nombre, desaparecer al héroe, y aquí paz y después gloria. Pues bien, ahora viene una nueva arremetida; esta vez se trata del cantón de Valverde Vega, así llamado en memoria del ilustre médico Carlos Luis Valverde, que ofrendó su vida luchando contra lo que Alberto Cañas denominó, “la dictadura de los ocho años”. En este caso, además del desacreditado argumento de que “Sarchí” es  nombre más popular para el cantón, se suma a ello la innoble vendetta política de algunos politiqueros, quienes aspiran a desaparecer el ilustre nombre, porque éste se asocia a la lucha que originó la bandera política que les es adversa. Ya el proyecto se aprobó en comisión legislativa, y todo parece indicar que tendrá los votos para ser aprobado. Pero este nuevo despropósito debe de alguna forma ser detenido, o al menos vetado. El día de mañana, si un colectivo acrítico llega a olvidar quien fue Juan Santamaría, no faltará alguna alma yerma que alegue que “Aeropuerto de Alajuela” es un nombre más popular. O peor aún, que alguien a quien el resultado de la realidad histórica le disguste, aplique la estrategia de alterar la historia borrando sus íconos. Nos guste o no lo que sucedió en la historia, nada hay más innoble que pretender por esa vía negarla. En fin: esa decadencia cultural que nuestra clase política refleja debe ponérsele coto ya.  fzamora@abogados.or.cr