martes, 6 de enero de 2015

¿COMO INSERTARNOS EN EL PRIMER MUNDO?


Dr. Fernando Zamora C.
Abogado Constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación:


 

Lo que le falta a la política costarricense es visión de grandeza. Si Costa Rica se decide a implementar con determinación la monumental empresa de un corredor ferroviario transcontinental de contenedores, habremos logrado insertarnos a la economía del mundo desarrollado. De paso contribuiríamos a desactivar la amenaza ambiental que representa el canal interoceánico nicaragüense. Todas las condiciones para implementar un proyecto de tal envergadura están dadas. Veamos. Existe una necesidad en el mundo desarrollado: pese a la ampliación del Canal de Panamá, no es posible que los barcos de gran calado -como los de tipo Maersk Clase E-, puedan cruzar el continente en su parte meridional y angosta, y trasladar sus mercaderías entre los océanos Pacífico y Atlántico. Así las cosas, el centro de nuestro continente necesita un corredor ferroviario transcontinental de contenedores. ¿En qué consistiría tal corredor? En un canal ferroviario que una dos “hub” o centros de transporte y distribución de contenedores. En este tipo de centros se clasifica  y almacena la carga de los grandes barcos, para enviarla de un océano a otro del continente americano por vía férrea, y de allí, a distintas regiones. De esta forma, los barcos de enorme calado que no pueden cruzar el canal de Panamá –y que son cada día más usuales en el transporte de mercancías-, arribarían y a la vez zarparían desde los dos megapuertos. Uno en la zona pacífica y el otro en la atlántica. Al arribar los enormes buques a dichos puertos, allí la carga despachada se distribuiría y transportaría por vía ferroviaria hacia el otro océano.

 

De lograrse, se superaría el servicio que ofrece el Canal de Panamá, pues recordemos que dicho canal se limita a trasladar los buques de un océano a otro, mientras que nuestro corredor interoceánico no se limitaría únicamente a esa posibilidad, pues un corredor antecedido por dos megapuertos, permitiría además la clasificación y almacenamiento para una distribución interregional de la mercancía. Recordemos que tal corredor transcontinental ofrece la solución de una necesidad cada día más urgente de la economía mundial, como lo es la existencia de grandes puertos en la cintura del continente, que no solo permitan el simple paso entre un océano y otro de la mercadería, sino además la redistribución y transporte a alta velocidad de los contenedores que arriban en los buques. Este tipo de infraestructura no es novedosa ni riesgosa. Desde años atrás, en las costas de California y del Este de los Estados Unidos existen grandes puertos estadounidenses en donde se clasifica y almacena temporalmente la carga, según su lugar de destino y tipo de mercadería, para transportarla por medio de una red terrestre a la otra costa norteamericana. El problema es que, en los Estados Unidos, el recorrido terrestre de una costa a la otra aparte de muy extenso, es además complejo y por ello poco práctico, amén de estar en la zona septentrional del continente, lo que lo hace aún menos práctico para las mercancías que deben ser distribuidas en regiones más meridionales. Esta razón asegura que Costa Rica conquistaría una enorme cantidad del mercado de transporte naval de gran calado que actualmente descarga y distribuye su mercadería en los diversos puertos de América, y que debe ser trasladado de un océano a otro.

 

Además, la viabilidad del proyecto en Costa Rica es ideal. Entre los posibles megapuertos, en zonas cercanas a Cuajiniquil -en el Pacífico-,  y Parismina, en el Atlántico, existe una extensa llanura que cruza el país y que permitiría la construcción de un corredor ferroviario, de alta velocidad y bajo consumo energético, pues no hay cordilleras que esquivar. Así las cosas, el norte de Costa Rica, actualmente azotado por el bandolerismo, sería la región turbina de nuestro desarrollo. A diferencia de la locura del Canal nicaragüense, la ventaja natural del norte de nuestro país, permitiría que el proyecto tenga un costo mucho menor que el que tiene la ecológicamente riesgosa iniciativa nicaragüense. He tenido conversaciones extensas y comunes anhelos con el colega Federico Martén -buen amigo-, y conocedor del tema. Federico es hombre culto, hijo de Don Alberto Martén, prócer de la Segunda República. A lo largo de los años se ha convertido en un investigador consumado del asunto y está convencido -con datos y estadísticas serias-, que con un presupuesto cercano a los seis mil millones de dólares, un proyecto de este tipo es posible. No es una cifra inalcanzable si nuestro gobierno invitara a las empresas del mundo desarrollado a invertir en ello. De hecho, la idea original fue planteada hace más de veinte años a nuestro gobierno por un grupo de inversionistas estadounidenses.  

 

Además, hay otro beneficio colateral que traerá el corredor ferroviario transcontinental  de contenedores: la posibilidad de desestimular el Canal interoceánico nicaragüense, y con ello, proteger el ecosistema de la región. De todos es sabido que, con tal de hacerse de los servicios de un canal interoceánico de mercancías, el Presidente Ortega está dispuesto a involucrarnos en una catástrofe ecológica. Entre otros, poner en riesgo una de las reservas de agua dulce más importantes de América, como lo es el lago Cocibolca y sus afluentes. Diversas organizaciones han denunciado ya el peligro que representa, para el ecosistema, la excavación de 278 kilómetros de tierra, lago, humedales y ríos, incluidas siete áreas protegidas. Lo único que frena la consolidación de este proyecto, es la duda respecto de su viabilidad económica. Esto por el exagerado costo del mismo y por el hecho de que, la ampliación del Canal de Panamá, les impone a los nicaragüenses una dura competencia. El inicio de nuestro canal seco terminaría de desestimular ese absurdo delirio. Lanzo este formidable “guante” a las autoridades del gobierno. En especial al Sr. Presidente de la República. Un objetivo nacional de este tipo, que insertaría nuestra economía a las necesidades del mercado mundial,  amerita la designación de algún zar responsable que asuma la ejecución del tema con verdadero respaldo presidencial. Este es el verdadero plan fiscal que Costa Rica necesita. Más que imponer tributos nuevos y desestimular aún más la economía, lo que requerimos es conquistar grandes objetivos nacionales para dinamizarla. Por ello insisto en lo que anoté al iniciar este escrito: ¿qué es lo que nuestra política más requiere, sino atreverse a soñar en grande? fzamora@abogados.or.cr

EL PODER Y EL MAL


Dr. Fernando Zamora C.

Abogado Constitucionalista

 

Publicado en España. En el link adjunto que es:


 

Publicado en el Periódico La Nación


 

La académica judía Hanna Arendt desarrolló el concepto sobre la banalidad del mal. Así explicó las conexiones entre conciencia, juicio y razonamiento, y cómo ese circuito es destruido por las ideologías. Arendt descubrió la naturaleza banal del mal, gracias a la oportunidad de participar como oyente en el juicio al que fue sometido Adolf Eichman, a principios de la década de mil novecientos sesenta, por el Estado israelí.  Allí Hanna advierte que la manifestación política del mal tiene otras formas de expresión que no se limitan a la típica soberbia de las que son capaces las almas pérfidamente orgullosas. El mal no proviene, exclusivamente, de la mente maquinadora y típicamente maligna. En esa época, el criterio generalizado que se tenía de los nacional socialistas era que, por haber ejecutado con tal ignominia el genocidio contra los gitanos y el pueblo de Israel, no había otra explicación sino que todos los que habían intervenido en la organización sistemática e industrial de los campos de exterminio, no podían haber sido gente ordinaria, sino verdaderos monstruos. Sin embargo, Arendt se impacta al descubrir que Adolfo Eichmann no era la personificación de un geniecillo demoníaco, sino un tipo ordinario y procaz. Un tipo mediocre, sin mayores pretensiones y carente de la más mínima grandiosidad malévola. No era Gilles de Rais, ni menos aún Calígula. No había resabio alguno en Eichman que pudiese siquiera revelar convicciones propias ni motivaciones particularmente perversas. De su comportamiento pasado, pruebas anteriores al juicio,  y durante el proceso, la única característica importante que se le detectó a Eichman no fue estulticia, sino simple ausencia de esa capacidad tan usual en las almas mediocres, como es la falta de reflexión.

 

Eichmann asumía las frases bonitas y elaboradas sin objetar, y mucho menos oponerse con valentía. Como no aplicaba discernimiento moral alguno, obedecía a pie juntillas los novedosos códigos ideológicos. Cuando se convertían en las nuevas opiniones mayoritarias, Eichman era el típico ciudadano que asumía obediente las “nuevas corrientes de pensamiento”. Algo que, por cierto, es tan usual hoy. Tal y como en el viejo aforismo popular: “Vicente iba donde va la gente.” La idolatría del poder como único criterio para valorar a las personas y sus decisiones. En esencia, ausencia de criterio y de carácter. Eichmann se limitó a sumarse al nuevo código moral que empezó a imperar en el entorno anticristiano del neopaganismo nazi, tal y como lo habría hecho de haber vivido en una sociedad con cualquier otro código moral. Como era un hombre sin carácter, aceptó sin vacilación la “nueva moral” que -cual reciente moda-, se impuso en la Europa del reich alemán. Como “Vicente iba donde va la gente”, su sentido de justicia no fue conmovido por las excéntricas órdenes estatales. Según sus propias palabras, lo que cauterizó su conciencia fue el hecho de que la gran parte de la mayoría popular había asumido los nuevos códigos morales que la moda ideológica impuso. Simplemente, su conducta armonizó con la nueva legalidad y la norma general imperante. En un contexto social corrompido moralmente, Eichman, el responsable de la logística de transportes del genocidio judío, halló plenamente normal hacer lo que hizo.

 

Si no hay líderes que hagan buena filosofía política, el ágora pública es mediocre. Pero una cosa es la buena filosofía política, y otra muy diferente, los condicionamientos ideológicos como pretexto para lograr poder. He dedicado mi pluma al combate de aquellas peligrosas ideologías que simplemente son un conjunto de creencias que responden al interés particular de grupos afanados en eso, obtener poder. Ideologías que dan por sentadas convicciones que, en la gran mayoría de los casos, no tienen fundamento en la realidad. Aún recuerdo con sincero asombro, la entrevista hecha a alguna activista de la hoy tan en boga ideología de género. Fue en agosto del dos mil doce, en el periódico La Nación. En ella, la entrevistada se atrevió a afirmar -sin sonrojo alguno-, que la maternidad “no era algo natural” sino una imposición patriarcal. ¡De antología! No importa que los enunciados de la ideología que se defiende no se ajusten a la realidad. Incluso -como el ejemplo anterior-, que evidentemente no se ajusten. Lo esencial es que dirijan el comportamiento. Porque la ideología es programación mental. Sean o no justificados sus predicados, al final resultan un conjunto prescriptivo y sistemático de conductas condicionadas. Programación mental que en algunos casos lleva a la estupidez, pero en la mayoría de las ocasiones al mal. Así como en la primera mitad del Siglo XX miles de alemanes se convencieron, por una ideología, de que los judíos y gitanos había que exterminarlos porque eran una raza inferior, hoy hay miles de jóvenes que, adoctrinados, creen a pie juntillas que “la maternidad no es algo natural sino una imposición patriarcal.”

 

Existe una irresponsabilidad intelectual de quienes con frecuencia difunden ideas polémicas por simple afán de protagonismo. Por el esnobismo y la exaltación que por sí solo produce el vértigo del cambio. Para lograr el objetivo, lo primero que la ideología debe hacer es corromper el lenguaje. En este sentido, recomiendo la obra “El secuestro del lenguaje” de Alfonso López Quintas, catedrático de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Allí explica la gradual y progresiva estrategia de perversión del lenguaje como herramienta para manipular a la sociedad y a las mentes simples. Así por ejemplo, según el lenguaje de los novedosos y modernos códigos morales que pretenden imponernos, lo “digno” no es llevar con valor la muerte hasta su desenlace natural, como testimonio de vida o hasta con la esperanza de una posible sanidad, sino que ahora lo “digno” es suicidarse con asistencia, y lo contrario, sobrellevar la muerte natural, es, por consecuencia, indigno. En el nuevo lenguaje, no se aborta o se asesina una vida en el vientre materno, sino que se ejerce un “derecho sexual reproductivo” y “de emergencia se interrumpe el embarazo.”  Esencialmente, el secuestro del lenguaje.fzamora@abogados.or.cr