lunes, 7 de febrero de 2022

APROXIMACIÓN A LA CAUSA DE LA MISERIA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

En dos anteriores artículos titulados “La influencia de los sistemas culturales en el desarrollo” (21/9/2021) y “La influencia de la moral en el desarrollo de los países” (22/01/22), expliqué a grandes rasgos dicha influencia, además identificando tres grandes grupos de países ubicados de acuerdo a la siguiente calificación: 1) países élite con alto desarrollo, 2) países de desarrollo intermedio, y 3) países de bajo desarrollo. Lo anterior según la calificación del programa para el desarrollo humano de las naciones unidas.

En este artículo me enfocaré en explicar la clasificación de países con bajo desarrollo humano, la cual implica la medida del progreso alcanzado por las naciones en los elementos básicos de la vida de los ciudadanos, como lo son el acceso a la educación, la longevidad, o promedio de vida, y los indicadores de salud. Tal índice es una medición que utiliza elementos matemáticos que miden los logros en cada uno de esos aspectos, aplicando distintos tipos de parámetros para dicho cálculo, como lo son el nivel y expectativas de escolarización, promedio de vida al instante de nacer, recursos disponibles por familia o nivel de consumo personal. Así, el índice termina siendo una comparación entre las distintas naciones del planeta sobre lo que, en términos generales, denominamos “calidad de vida”. 

En el punto referido a la influencia de los sistemas culturales, si se quiere, el dato que resulta más curioso, es el hecho de que estos países de bajo desarrollo humano poseen un denominador común: tienen como fundamento originario de sus sociedades, el sistema de creencias de animismo politeísta. Según una definición generalizada, el animismo politeísta es una serie de creencias, usuales en las etapas primitivas de la humanidad, que ostentan la idea de que algunos objetos del mundo real, por ejemplo, fauna, vegetación, objetos inanimados, seres difuntos u otras entidades imaginarias, poseen una vida anímica con atribuciones sobrenaturales, o divinas. Ahora bien, según el programa de desarrollo humano de las Naciones Unidas (PNUD), 33 son los países del mundo que ostentan la triste calificación de países de bajo desarrollo humano. Y aunque la politeísta India, en Asia, es presentada dentro del conjunto de naciones en desarrollo intermedio, -básicamente por motivos sustentados en la reciente capacidad industrial de su élite-, la verdad es que, de acuerdo al mismo PNUD, dicha nación posee altísimos niveles de miseria, pues aproximadamente el 90% de su población, -de más de mil millones de personas-, viven con un ingreso de menos de dos dólares diarios. De todos estos países de bajo desarrollo, solamente hay dos excepciones que no son animistas: Afganistán y Yemen, ambas con raíces musulmanas, únicas naciones que no tienen su fundamento en el politeísmo, y que se encuentran dentro del grupo de países en la cola del subdesarrollo. De los países en el sótano del progreso, 30 naciones de 33 son de África, y tan solo tres de ellas son de otros continentes: en América únicamente Haití, y en Asia, Afganistán y Yemen en Oriente medio.  Sobre Haití amerita advertir que es el único país americano dentro de ese grupo de sociedades, de hecho, el país más pobre de nuestro continente; es además la única nación americana cuya raíz es de naturaleza animista. Junto con la India, en Africa, el epicentro actual del animismo politeísta, naciones como Benín, Togo, Nigeria, o Burundi, que ostentan ese tipo de sistema de creencias, todas participan de la lamentable condición de encontrarse en el fondo del subdesarrollo.  En los registros estadísticos prácticamente a todas ellas se les atribuye una supuesta filiación religiosa derivada de la identidad de las potencias que las colonizaron, pero se trata de un mero formalismo derivado de ese pasado colonial, pues lo que en la práctica real ellas ejercen de forma generalizada, es el animismo. En algunas ocasiones, ciertamente combinado con algún tipo de sincretismo derivado de elementos extraídos de otras religiones, pero sin perder su condición esencial de animismo politeísta. Tal y como sostienen investigaciones de historiadores como Mircea Eliade, o más recientemente Leonardo Mora, de la Universidad de Concepción, la mayoría de estas prácticas, en Occidente se reconocen como derivaciones asociadas a la hechicería y otras diversas manifestaciones de ocultismo. De hecho, en nuestro hemisferio, el animismo politeísta encuentra expresión en algunas comunidades latinoamericanas de Brasil, Cuba, también distintas comunidades indígenas, y recientemente con intenso crecimiento en Venezuela. Y de acuerdo a recientes reportajes investigativos de la red de información británica (BBC), en Estados Unidos y Europa esas expresiones animistas recientemente han tomado cierta fuerza en algunos cultos particulares, como los agrupados en los ritos de lo que se denomina círculos de brujería Wicca. No obstante, en América y Europa, esas expresiones representan actividades muy marginales, limitadas a pequeños grupos poblacionales, a diferencia de lo que sucede en la gran mayoría de los países de bajo desarrollo de África, -y en el caso excepcional americano, Haití-, donde como ya he indicado, estas prácticas son generalizadas en la población.

Finalmente amerita preguntarse ¿por qué dos países musulmanes quedaron atrapados dentro del conjunto mundial de bajo desarrollo? Es una pregunta pertinente dado que, de acuerdo al análisis de la influencia de los sistemas culturales en el desarrollo humano, el resto de estados fundados sobre los sistemas de legalidad moral islámica, lograron evadir la miseria y ubicarse en el gran conglomerado de estados en desarrollo intermedio. Entonces, ¿por qué Afganistán y Yemen resultaron las lamentables excepciones? La hipótesis para explicarlo, son las interminables sucesiones de guerras que han tenido desde finales de la década de 1970, hasta hoy. Recordemos que, hasta 1978, Kabul la capital de Afganistán era, tal como Beirut, considerada una suerte de París del medio Oriente. Sin embargo, después de un golpe de estado en 1978, Afganistán cae en manos de un régimen marxista leninista muy impopular. A partir de dicho régimen se iniciaron una serie de guerras, -invasión soviética incluida-, que no han cesado hasta el día de hoy. En otras palabras, podríamos afirmar que, desde la década de 1980, Afganistán ha estado en guerra permanente. Con Yemen sucede algo similar: a partir de las guerras secesionistas que sufrió en la década de 1970, y hasta hoy, cuando aún se encuentra en conflicto militar. fzamora@abogados.or.cr