viernes, 13 de noviembre de 2015

LIBERARNOS DEL PETROLEO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 


 

Un año y medio después de su inauguración, el gobierno anuncia algunas medidas con el afán de dinamizar la economía. Sin embargo, para salir de esta situación de medianía, es necesario tomar decisiones de gran calado, y no tímidas instrucciones de vela corta. Es necesario un verdadero despegue, y por las razones que explicaré, estoy convencido de que el gobierno debe concentrarse en la transformación de los medios de explotación de nuestros recursos energéticos. La energía es potencia primaria y fuente por medio de la cual se desarrollan las sociedades. Por la diversidad de factores que desata, toda transformación energética cataliza prosperidad como consecuencia inmediata. La historia lo demuestra. Sucedió en Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX, cuando se rompió con la Electric Bond and Share, e implementamos el desarrollo hidroeléctrico que iluminó todos los rincones de la geografía nacional. Igualmente lo demuestra la reciente experiencia islandesa. Pese a sus dificultades financieras, el 80% del consumo energético de Islandia procede de fuentes renovables, y se proyectan al 100% para la próxima década. En ambos casos, las decisiones de política energética se tradujeron en crecimiento económico.  

 

La energía juega un rol esencial en el desarrollo y decadencia de las civilizaciones. La cultura y la capacidad energética son los parámetros de medición de la prosperidad humana. Para el antropólogo George MacCurdy, el grado de civilización de cada época, estará determinado por la capacidad de utilizar la energía en su beneficio. En su obra La ciencia de la cultura, Leslie White recuerda que todo progreso se debe a la capacidad, que logra la cultura, de realizar suministros adicionales de energía. Cuando tales recursos se agotan, si la cultura no es capaz de evolucionar hacia nuevos suministros, el progreso se detiene. Esto lo demuestra la evolución social. En su condición de cazador y recolector, durante la primera etapa de existencia humana, la fuente de energía fue su propio cuerpo. Posteriormente, con la transición a la actividad agrícola y ganadera, fue posible un mejor suministro de energía, y por tanto, de excedentes productivos. Es a partir de ello, que surgen las primeras civilizaciones, pues los sobrantes de alimento representaron una reserva energética que permitió una mayor población. Cuando evoluciona la cantidad y calidad del recurso energético, con ello el bienestar y el crecimiento.  Por ejemplo, la revolución del carbón hizo que la humanidad duplicara su población y la posterior era del petróleo, que la sextuplicara. Más aún, la era de los combustibles fósiles acarreó consigo una manera distinta de organizar la sociedad humana. Por tal desarrollo energético, fueron posibles los Estados-nación, las grandes urbes, o la actividad industrial, entre otras. Los combustibles fósiles, además de una inmensa capacidad de consumo, promovieron las grandes organizaciones industriales, verticales y centralizadas, pues para su extracción era necesaria la capacidad logística de tales entidades. Pero hoy estamos viviendo los estertores de la era de los combustibles fósiles. La realidad que vivimos en el mundo, nos plantea una encrucijada. Por una parte, el indudable agotamiento de este tipo de combustibles y de la infraestructura global creada para explotarlos. Por otra, nos hayamos en el umbral de un novedoso régimen energético, de una naturaleza radicalmente distinta. La explotación de las nuevas energías, como lo son la derivada de los biocombustibles, del hidrógeno, o del Sol, implican una explotación más económica, y además, una posibilidad de exacción mucho menos monopolizada, vertical y centralizada. Si cabe el término, es más “democrática”. Además, si bien es cierto que las fuentes alternativas pueden mover los automotores y la maquinaria, ellas no son sustitutas de los fertilizantes derivados de productos fósiles, que son indispensables para la producción masiva de alimentos. En otras palabras, por cada litro de combustible que hoy gastamos en movilizarnos, lo sacrificamos en futura producción alimentaria. El cambio energético urge.

 

Abundan razones que demuestran cómo la transformación de los regímenes energéticos acarrea gran prosperidad. Veamos. Si al menos el gobierno nacional decidiera virar hacia algún régimen energético alternativo –y el de los biocombustibles es el más viable-, lograríamos una implacable conquista económica, agraria, social y ambiental. Según estadísticas de la FAO y del MAG, entre tierras degradadas, laderosas y tierras que, por ganadería intensiva, perdieron su capacidad productiva, Costa Rica tiene entre ochocientos mil y un millón de hectáreas ociosas. Resulta que –precisamente-, la palma de coyol es un cultivo apto para ese tipo de tierra improductiva. Una vez que se siembra, ella produce y captura biomasa durante ochenta años, generando un fruto que es ideal para la producción abundante de combustibles y aceites de gran eficiencia. Es un recurso energético limpio y fundamental para conservar el ambiente, pues, además de que es una especie reforestadora, las plantaciones también capturan mucho más C02 del que emiten los combustibles que ellas mismas producen. La revolución de los biocombustibles es una increíble noticia para la conservación ambiental, y además es también una revolución económica y agraria que incidiría radicalmente en el desarrollo social. ¿Por qué? Si Recope decidiera comprar a un precio regular el biocombustible, la rentabilidad estimada es nada menos que superior a los cinco mil dólares por hectárea. Difícilmente existen cultivos con tal nivel de rentabilidad. Así mismo, a nivel social, las estadísticas estiman que estos cultivos generarían un aproximado de doscientos mil empleos directos. A ello se suma los indirectos, provocados como resultado, por una parte, de las consecuencias de la misma actividad agraria. Por otra, los empleos derivados del estímulo económico doméstico que genera el ahorro, pues sería reducir drásticamente la importación de combustibles. La factura que pagamos por concepto de importación de hidrocarburos, es mucho mayor a los mil millones de dólares anuales. De consolidarse dicho nuevo régimen energético, seríamos autosuficientes en la producción de combustible, con lo cual esa cifra superior a los mil millones de dólares, quedaría en nuestras manos. El efecto multiplicador de ese dinero circulando en la economía doméstica, provocaría un crecimiento exponencial. ¿Podemos imaginar lo que significa ahorrarle a nuestra economía más de mil millones de dólares al año?  Aunado a todo lo anterior, la autosuficiencia energética nos garantizaría seguridad, pues ya no dependeríamos del suministro petrolero de terceros países y sus caprichosos vaivenes de precio. Sería liberarnos del chantaje petrolero. Existe también la posibilidad de incursionar en la energía derivada del hidrógeno. En cuanto a la energía solar, también ella está empezando a transformar el mundo por intermedio de empresas como Tesla y sus baterías solares para el hogar.  Un mundo se ha abierto y éste es el camino a seguir. Debemos asumir la misma determinación que en el siglo pasado creó el ICE. Una vez más, el despegue económico dependerá de la capacidad de reinventar nuestro potencial energético. fzamora@abogados.or.cr