lunes, 24 de agosto de 2015

LA FAMILIA FRENTE AL NEOMARXISMO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico La Nación bajo la dirección:


 

 

Para el marxismo, la familia era una institución que debía ser suprimida. La dialéctica marxista pretendía explicar los fenómenos sociales bajo el lente de la lucha entre oprimidos y opresores, y tal ideología aplicaba esa lógica a la institución de la familia. Dos obras históricas son básicas para comprender esta afirmación. La primera de ellas, El manifiesto comunista, y la otra es, El origen de la familia, la propiedad privada,  y el Estado. Allí sus autores, -Carlos Marx y Federico Engels-, sostienen que la familia es una expresión más del fenómeno dialéctico, donde los padres explotan a sus hijos, el padre a la madre, el hombre a la mujer, y así en adelante. Los hijos, las mujeres y demás oprimidos, deben combatir contra sus opresores. Tal es la base que da fundamento a su propia idea de lucha entre “explotados y explotadores”, pero aplicada a la familia. En consecuencia, se concluye que la familia es una entidad de dominación burguesa que debe ser suprimida. De hecho, en la primera de las obras referidas, Marx afirma sin ambages: “¿nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? ¡Pues confesamos este crimen!” En la segunda obra indicada, Engels insiste en su obsecuencia, y ataca la idea de familia constituida a partir del hombre y la mujer. Sostiene que ésta es “…una forma de esclavismo de un sexo por el otro, proclamación de un conflicto entre los sexos.” Para Engels, -uno de los padres fundadores del comunismo-, en la familia constituida por un esposo y una esposa, “la ventura y desarrollo de unos, se verifica a expensas de la desventura y represión de otros.” 

 

A partir de esas ideas absurdas, se saboteó la noción de la familia en la que el padre asume responsabilidad de primer orden. Desde el punto de vista ideológico, en la familia en que el padre conserva responsabilidad existe explotación. Se le llama “entidad patriarcal”, y es un término peyorativo de conformidad con la cosmovisión marxista. Para el marxismo clásico, una familia donde el hombre se ha unido con una mujer, teóricamente es un fenómeno donde se da la lucha entre “opresor y oprimido”. Allí los hijos son explotados por parte de sus padres, la mujer por parte de su esposo, y todos deben rebelarse. Por ello, la aceptación del aborto tiene su raíz en la idea de la libertad femenina a partir de un concepto marxista: que la responsabilidad de la madre ante sus hijos es una “servidumbre” propia de la sociedad patriarcal. En el socialismo la mujer sería libre de tal “esclavitud”. Dicho prejuicio ideológico fue lo que, a principios del siglo XX, llevó a los bolcheviques a aprobar las leyes del aborto, a facilitar de forma excesiva las leyes de divorcio, y a la idea de que los hijos debían ser “liberados” de sus padres en favor del Estado. Concebían que, era a través del sexo sin compromiso que la mujer lograba vencer las “cadenas opresivas” que le imponía el hombre. Así proliferaron diversos movimientos, -como el de Alexandra Kollontai-, que promovían la práctica del libre apareamiento. Además, en esa temprana etapa de la era soviética, en las aulas escolares se promovió una doctrina sexual materialista coincidente con esa  cosmovisión.

 

Como era de esperar, en la década de los años treinta, todo ese sabotaje contra la familia provocó que la sociedad soviética entrase en una profunda crisis. Según documenta la historiadora Sheila Fitzpatrick, cuando las autoridades comunistas tomaron consciencia del desastre social que la política antifamilia estaba provocando, la revirtieron de inmediato, y del todo. En junio de 1936, se emite un decreto por el que se revocó la excesiva facilidad del divorcio. Se desestimularon los movimientos como el de Alexandra Kollontai, -y otras corrientes similares-, que promovían la idea de la lucha entre los sexos, las cuales habían proliferado con aquellas políticas públicas del bolchevismo. En síntesis, se retomó la idea del sentido vital de la familia para la sociedad. Incluso, en ese mismo año, el Komsomolskaya Pravda anunciaba que “…los jóvenes deben respetar a sus padres y mayores, incluso si no les gusta el Komsomol.”  Tal y como anota Alvaro Lozano, -doctor en historia y experto en esa etapa de la vida rusa-, la Unión Soviética debió volver a reeducar a la población respecto de la importancia de los padres como autoridades que refuerzan los principios morales del hogar. Para Lozano, de no haberse revertido a tiempo tal doctrina sexual y familiar, a la sociedad soviética le hubiese sido imposible enfrentar el desafío que le impuso la segunda guerra mundial.

 

Pues bien, aquella peligrosa doctrina sexual y familiar de los textos clásicos del marxismo, ha regresado hoy: se llama ideología de género. La “novedosa” ideología de género es una expresión renovada de la dialéctica marxista. Por ser la traducción novedosa de aquel viejo fundamento ideológico, es neomarxismo puro. Muchos de los activistas liberales, -y de otras corrientes-, que defienden con celo la ideología de género, no imaginan que el marxismo sea su origen. Por ejemplo, pese a que fue una diputada nominada por un partido democristiano, la  actual Vicepresidente de la República se ha convertido en el adalid nacional de este neomarxismo de género, por lo que desconozco si tendrá noción de cuál es la verdadera raíz de aquello que ha defendido. Esta es una corriente materialista y antagónica de los valores que han forjado y dado fundamento histórico a la familia. Lo más preocupante del creciente auge de esta ideología, no es que se utilice como instrumento de poder por parte de algunos segmentos políticos, sino el daño que está haciendo en la juventud y la familia. Esta peligrosa corriente se está manifestando a través de múltiples políticas públicas.  Entre muchas, una especialmente preocupante: la nueva doctrina que los ideólogos del libre sexo están implementando en nuestras escuelas y colegios. Tal y como se infiere de la lectura del plan educativo sobre la materia, allí se promueve la unión sexual sustentada en el placer, o en las siempre tan cambiantes emociones afectivas. Así se aísla el sexo de todas las demás responsabilidades destinadas para acompañarlo. Ciertamente el derecho a gozar nuestros impulsos sexuales se asocia con el derecho a la felicidad, al que refiere la declaración de independencia de los Estados Unidos, y no su Constitución como creen muchos. Sin embargo, ese es un derecho que no es ilimitado, pues no puede desligarse de la responsabilidad y de los compromisos morales que asumimos en la vida. De lo contrario, retrocederíamos a la sociedad precristiana, en el que no solo los impulsos sexuales, sino que gran parte de los impulsos humanos, tenían carta blanca. Lo grave es que, -con estas corrientes-, hay muchos apostando peligrosamente contra la sociedad.

fzamora@abogados.or.cr

lunes, 10 de agosto de 2015

UNA DIRECCION POLITICA INCIERTA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico La Nación bajo la dirección:


Nada más peligroso que quien tenga el poder, avance por el camino incorrecto, porque si se transita por la senda equivocada, el poder se deslegitima y fragmenta. Cuando se es gobierno, la oposición siempre será un sano desafío. Pero otra cosa muy distinta es la deslegitimación que se sufre cuando se pretende transitar en contravía de lo conveniente, o de los valores que le han dado sustento a una nación. Uno de los fenómenos que está caracterizando esta nueva etapa de la humanidad, es que somos testigos de una circulación de bienes, servicios, ideas, e información nunca antes vista. A ello, debe sumársele un inusual aumento, tanto de la migración humana, como de la producción de bienes y servicios. El Dr. Moisés Naím, es un destacado economista, y uno de los más reputados analistas del mundo. El nos recuerda que las democracias pierden eficacia cuando la deslegitimación del poder impide a los gobiernos tomar decisiones. O cuando estas decisiones son pospuestas, o resultan diluidas al tomarlas. La deslegitimación provoca atomización, y con ello, el marasmo del sistema político. Se impide a la democracia satisfacer las expectativas de los administrados y resolver los problemas que afrontan las sociedades. Lo agrava el hecho de que, en las actuales sociedades de bienestar, dichas expectativas crecen a mayor ritmo que la capacidad gubernamental de satisfacerlas.

¿Dónde está la raíz del problema? Básicamente en el declive del ideal burocrático industrial. Para el concepto weberiano-industrial de organización humana, la eficiencia dependía de la dimensión o del tamaño de la misma. De hecho, los grandes ejércitos eran el epítome de tal noción de organización, y las grandes empresas del siglo XX, fueron el prototipo sin igual de estricta organización burocrática. Sin embargo, con la eclosión de la era digital del conocimiento, este concepto se está derrumbando por la incapacidad que tienen las pirámides burocráticas de ejercer el poder con eficacia. En nuestro país, este problema se agrava. Tal y como demostró la serie de reportajes del periódico La Nación, a los problemas estructurales de inoperancia y progresiva inviabilidad del aparato, se le suman los abusos en los que se ha incurrido en materia de prerrogativas y privilegios laborales. Pero más que la insostenibilidad de nuestro régimen burocrático-industrial, lo que realmente debe preocupar es la posición ideológica del partido gobernante ante el problema. Los líderes del gobierno están firmemente convencidos de la superioridad fundamental de las organizaciones burocráticas de gran tamaño. De esto no cabe duda. No por casualidad, -siendo aún candidato-, el actual Presidente de la República se pronunció expresamente sobre las bondades del Estado grande. Lo anterior consta en declaraciones consignadas por el mandatario a este diario, en diciembre del año 2013. El resultado práctico de tal convicción es que, -en tiempos de déficit fiscal-, el aumento del presupuesto público para el año 2015 fue del  9,4%. Para agravar la situación, no existe ninguna propuesta de disminución del gasto. Peor aún, -el 23 de julio anterior-, el Vicepresidente de la República anuncia que no es prioridad del gobierno resolver el desorden existente con los salarios públicos de las entidades autónomas. Por el contrario, la peligrosa propensión sobre cómo “resolver” el problema, es aumentando la ya de por sí onerosísima carga tributaria que pesa sobre los costarricenses. Recordemos que, en términos prácticos, la tasa impositiva de nuestro país es nada menos que del 58%, lo que la convierte en una de las más altas de América latina.

A lo anterior, se suman otros prejuicios ideológicos vetustos, que han caracterizado a los líderes del Partido gobernante. Por ejemplo, desde la alborada del PAC, Don Ottón Solís, -fundador de dicho Partido-, en su libro Etica, política y desarrollo (pág. 232, fecha 25/7/ 2000), proponía eliminar las condiciones de incentivo a las exportaciones, a la inversión turística y a la inversión extranjera. Aquella manifestación no fue un simple desliz. Declaraciones de las autoridades gubernamentales, -tal y como las que le escuchamos al Viceministro de Trabajo-, que propuso gravar las condiciones de operación de las empresas instaladas en el régimen de exportación, lo que reflejan es la sinceridad de tal obsecuencia ideológica. Es un condicionamiento mental que, como vimos, viene desde las épocas de la fundación del PAC, cuando Don Ottón hacía este tipo de propuestas. Finalmente, el tercer elemento que cierra la triada ideológica del PAC, -afín por cierto a la del Frente Amplio-, es la que caracteriza sus acciones y luchas contra la libertad de comercio internacional. Recordemos que, tanto el Presidente Solís como Don Ottón, se unieron activamente a los distintos movimientos contra los tratados de comercio internacional. Desde siempre, ambos se han decantado contra la práctica de la economía abierta. Esa, por cierto, es una de las razones por las que me resulta incomprensible que ahora Don Ottón se rasgue las vestiduras contra la coalición PAC-Frente Amplio, vigente de por sí desde el año pasado.

Al fin y al cabo, dicha unión política es coherente con aquello que él defendió de forma tan vehementemente en el pasado. Comprendo que hoy tenga motivos de conveniencia electoral para aparecer como opositor a su propio gobierno. Sin embargo, el oportunismo electoral es censurable si al asumirlo se contradicen las banderas que antes se levantaron. En fin, permítaseme entonces resumir la peligrosa triada ideológica del actual partido de gobierno, en materia tan vital como lo es la económica: 1) creen en la superioridad fundamental de la organización burocrática grande, 2) se oponen a incentivar la inversión productiva exportadora e internacional y 3) rechazan las propuestas que permiten las economías abiertas y el comercio internacional. Un panorama preocupante. fzamora@abogados.or.cr

martes, 4 de agosto de 2015

¿SER DE IZQUIERDA O DE DERECHA?


Publicado en el diario La Nación bajo el link:



Publicado en el diario español El Imparcial bajo la dirección:


El concepto que atribuye ser de “izquierdas” o “derechas” nace al instalarse la Asamblea Nacional en la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Dicha asamblea tenía la responsabilidad de redactar la legislación fundamental que daría origen al nuevo régimen, y que definiría el futuro de los franceses. Con el transcurrir del tiempo y los debates, los asambleístas se fueron ubicando en dos zonas del estrado según la intensidad de su deseo de cambio. A la derecha del líder de la Asamblea se ubicaron los girondinos y a la izquierda los jacobinos. ¿Cuál era la diferencia entre ambos? Los jacobinos, quienes se ubicaban a la izquierda, aspiraban a un cambio radical y violento. Esencialmente pretendían que desapareciera por completo la monarquía y que se instaurase de inmediato la república. En tan radical afán, sus métodos fueron terriblemente sangrientos. A la derecha se sentaban los de la Gironda, quienes aceptaban algunos cambios, pero su planteamiento era mucho más moderado. Proponían la instauración de un parlamentarismo monárquico y conservaban el apoyo de facciones de propietarios. Esa es la razón por la cual, -a partir de aquellos hechos-, se le llamó de “izquierda” a quien proponía el cambio con una vocación y por una vía radical. Y de “derecha” a quienes resistían el cambio o apostaban por la transformación de la realidad política con moderación de intención y método.

En el siglo XIX, y hasta el final de la guerra fría en el XX, el estereotipo relacionado con el hecho de ser de izquierda o de derecha varió. Fue contaminado por esas decimonónicas programaciones mentales denominadas “ideologías”. Con el surgimiento del marxismo por una parte, y de las doctrinas del liberalismo económico manchesteriano por otra, ser de izquierdas o derechas fue un concepto que pasó a tener otra connotación. Ser de “izquierdas”, fue enlistarse en todo aquel espectro ideológico que proponía el control planificado centralmente de la economía y la intervención general del Estado en la sociedad. En sentido inverso, ser de “derechas”  era contradecir lo anterior, - y en términos prácticos-, pertenecer al espectro ideológico que prohijaba la promoción del capitalismo y el mercado sustentado en la iniciativa privada. Ahora bien, esa contaminación ideológica del concepto impuso serios obstáculos. Con algunas ilustraciones analicemos porqué. Los intelectuales disidentes de la dictadura soviética, como lo fueron, -por ejemplo-, Alexander Soljenitsin o Andrei Sajarov, ¿eran de izquierda o de derecha? Veamos.  Si queremos responder la pregunta bajo el concepto ideologizado de lo que entonces significaba ser de izquierda o derecha, -y si aceptamos que ambos combatían el régimen marxista impuesto en Rusia durante el siglo XX-, deberíamos afirmar que ambos eran de derecha. Ahora bien, si analizamos la pregunta desde la definición original del término, -en el que ser de derecha o izquierda dependía de la posición que se asumía en relación al cambio-,  entenderíamos que ambos eran intelectuales de izquierda. Esto si consideramos que aspiraban a un cambio radical de la realidad que entonces vivía su patria. Aquí vemos un primer caso que refleja la pobreza conceptual del prejuicio dualista respecto del hecho de ser de izquierda o de derecha.

Aún peor, con un ejemplo actual, analicemos cómo el prejuicio “izquierda-derecha” nos limita más. Los informes internacionales anuncian que Islandia está logrando salir de su recesión económica gracias a la implementación intensiva de energías limpias, entre otras, el uso de tecnologías de energía solar desarrolladas por empresas privadas. En este punto, ¿dónde tendríamos que encasillar una política energética de tal naturaleza? ¿Es una política de derecha?, ¿o es de izquierda? Si me preguntaran mi posición en materia de política energética, apuesto entusiasta porque mi país, -y el mundo-, logren una transformación radical. Supongo que, en este último caso, -en tanto aspiro al cambio-, debe imponérseme la etiqueta de que soy de “izquierda”. Pero si tomamos en cuenta que, en dicho aspecto, un cambio de esta naturaleza requerirá participación de la iniciativa privada y del mercado, entonces, por tal razón, en el sentido “ideológico” del término, yo no sería de “izquierda” sino de “derecha”. ¡Tremenda paradoja! 

Alguien podría afirmar que el asunto se soluciona regresando al sentido original del término. O sea que, ser de izquierda o de derecha, ya no signifique asumir una posición en el viejo espectro de las ideologías, sino que volviese a representar lo que inicialmente era; simplemente asumir posición frente al cambio. Tampoco así solucionamos el dilema, pues incluso, bajo ese razonamiento, ser de izquierdas o de derechas es un prejuicio inútil. Con un ejemplo ilustremos el porqué. Si me preguntasen, cuál es mi posición en relación a la defensa de la vida, -y sabedor de que en mi país muchos pretenden implementar el aborto y la manipulación de embriones-, debo decir que, en materia de defensa de la vida, no quiero para mi sociedad ese tipo de “cambios”; con lo cual sería entonces de “derecha”. Sin embargo, los cristianos que en el mundo antiguo lucharon por defender la inviolabilidad y dignidad de la vida, en aquel entonces combatieron por transformar su realidad. Con lo cual, sería injusto que, quienes hoy defienden el valor y dignidad de la vida, se les endilgue por ese hecho la etiqueta de “adversarios del cambio”. Esa perspectiva de la clasificación es necia, pues demoler lo preexistente o pretender imponer cambios, no es algo que por sí solo tenga valor. Si por la posición frente al cambio se trata, ser de izquierdas o de derechas no nos dice nada. Porque así como puede ser beneficioso un cambio en una situación determinada, igualmente en otra no, pues cuando se pretende correr en dirección equivocada, lo correcto es permanecer. Finalmente, vale recordar que, respecto a la prosperidad de las naciones, poco tiene que ver el sustento ideológico que influye en las políticas públicas. Aquí una última ilustración. El paradigma político-ideológico del desarrollo de Suecia y de Suiza, son radicalmente distintos. El primero es sustentado en la economía social, el segundo sustentado en la individual. Sin embargo, según el coeficiente de Gini, ambos tienen altos índices de riqueza e igualdad económica. Esto es así porque la prosperidad de los pueblos no depende de la ideología, sino de la cultura. fzamora@abogados.or.cr