miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA REFORMA CONSTITUCIONAL IMPOSTERGABLE



Dr. Fernando Zamora C.
Abogado Constitucionalista

Publicado en el Periódico La Nación bajo la cita:


El ideal de un gasto público equilibrado, está sustentado en el hecho de que una política económica exclusivamente inmediatista y unigeneracional, es perversa. El problema de fondo es que desde tiempo atrás el Estado costarricense ha venido asumiendo los nefastos presupuestos filosóficos de estos tiempos que Giles Lipovetsky denomina “hipermodernos”, en los cuales la lógica del consumo presente también ha impregnado las crecientes dimensiones de la vida pública. Como lo único legítimo es el aquí y el ahora, cobra aún más popularidad la célebre frase Keynesiana que promueve el gasto público en razón de que “a largo plazo todos estaremos muertos”. La vertiginosa individualización que vivimos, ha provocado una indiferencia por el bienestar de las siguientes generaciones. El eje del presente se ha convertido en una temporalidad socialmente dominante y por doquier atestiguamos la acelerada caducidad de todo. Así, el gasto inmediato es la promesa de un “hic et nunc” eufórico, que ha hecho surgir una incultura gubernamental exclusivamente centrada en la inmediatez de la satisfacción de las necesidades. La política presupuestaria postrada a los pies de un espíritu de época dominado por la absolutización del presente inmediato y la despreocupación por el porvenir. Al encerrar el tiempo en la lógica absolutista de la urgencia, se ha proscrito toda valoración de la visión nacional a largo plazo. Todo en función de un estado de ingravidez temporal comprimido en una inmediatez desprovista de toda herencia y proyecto. En palabras de Zaki Laidi, la hora del “hombre presente”, que pulveriza las utopías y las certezas progresistas. La incultura del presente perpetuo sin pasado ni futuro, de la que habló George Orwell. Esta “crisis de futuro” se refleja -por una parte-, en el exceso de gasto público que no es inversión, referido a las necesidades del día a día, que no coadyuvan en la generación de riqueza y desarrollo. Lo que llaman los economistas, gasto corriente. Y por otra parte, una aplicación decreciente de la inversión en infraestructura, en educación o en investigación científica, que es lo que garantiza la prosperidad futura. El estrechamiento del horizonte temporal que padecemos, es lo que provoca esa economía de “tiempo escaso”. Por ello no es sensato aplicar al pie de la letra las viejas teorías económicas que promueven el gasto público, pues éste no es beneficioso por sí solo. Por el contrario, la política de gasto y de impuestos crecientes ataca el ideal de herencia generacional, por lo que atenta contra los valores constitucionales. Mientras los agentes privados de la economía se ven obligados a planificar, anticiparse, ahorrar y prever, el Estado -por el contrario-, vive una incultura presentista, asumiendo el carpe diem de una moral del instante. En palabras de Nicole Aubert, se vive una generalización del reinado de la urgencia, donde prima la acción inmediata sobre la reflexión. La omnipresencia del saciamiento inmediato sin confianza en el después, maximizando los resultados a corto plazo aunque las consecuencias futuras sean insostenibles. Y aún peor, detrás de una política de gasto público e impuestos crecientes, se oculta una lógica perversa. Es la idea de que el ciudadano delegue su iniciativa y responsabilidad individual en el Estado -y ya despojado de ellas-, pasivamente espera de éste todas las soluciones. La proscripción del principio de responsabilidad individual. Como consecuencia de ello, los estudios económicos de Charles Murray demuestran que la asistencia social incondicional por parte del Estado, genera en sus receptores la perdida del sentido de responsabilidad individual, sumiéndose en una mayor pobreza. Ese celo estatista se sustenta en la falsa creencia de que el cambio puede venir desde afuera, sin atender la consciencia y la iniciativa responsable del ser humano.

Por eso nos encontramos en una grave encrucijada. Por una parte, la realidad de un déficit fiscal alarmante. Por la otra, el perjuicio de tomar el camino progresivo del aumento en los impuestos, que va en detrimento del dinamismo, la competitividad y el crecimiento económico. Por ello, uno de los grandes errores de la política nacional, fue la de no aprobar el proyecto de garantías económico-constitucionales propuesto desde finales de la década de los ochenta por el Dr. Miguel Angel Rodríguez. Tal error debe ser enmendado, pues allí se establecen controles contra el desequilibrio en el gasto público, limitando el incremento de los gastos totales anuales de los poderes del Estado. De conformidad con la propuesta, el gasto público total no puede exceder el porcentaje anual de crecimiento nominal del PIB estimado por el Banco Central para cada año pasado. Si la tasa de inflación prevista por el Central supera el 6% anual, la tasa de crecimiento de los gastos estatales que supere ese mismo porcentaje, no puede ser mayor del 50% de la tasa de la inflación. Salvo el caso de emergencia nacional, la Constitución le impedirá a la Contraloría aprobar presupuestos que excedan ese razonable parámetro. Aunque el proyecto original establecía otra serie de disposiciones, el corazón de la propuesta es el que he descrito. En síntesis, permitir el crecimiento del gasto público, pero de una forma equilibrada y de conformidad con la proyección del comportamiento general de la economía. El proyecto fue originalmente expuesto en un libro que aún conservo de mis épocas de estudiante universitario, y fue formalmente impulsado en el cuatrienio 90-94. Si los congresistas de entonces lo hubiesen apoyado, no estaríamos viviendo el ruinoso panorama que actualmente atisbamos. Hoy el proyecto debería simplificarse a ese único cambio aquí expuesto y presentarse de nuevo. De no contarse con la voluntad para una reforma constitucional, otra opción que en su momento planteó el Expresidente, fue la de aprobar una ley para que dicho déficit, incluido el Banco Central, no supere el 1,5% del PIB previsto para cada período presupuestario. El faltante no podría superar el 1% del PIB esperado, si se prevé un crecimiento económico de entre 3% y 6% del PIB en el próximo período. Y cuando el crecimiento previsto exceda el 6% del PIB, el déficit fiscal no superará el 0,5% del PIB proyectado. Algún quijote legislativo puede asumir el desafío en pro de una reforma tan impostergable. fzamora@abogados.or.cr

martes, 16 de septiembre de 2014

POSMODERNISMO Y DESAFIO DE VALORES



Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado Constitucionalista

Publicado en España bajo la dirección:

Publicado en el Periódico La Nación

¿Desafía el posmodernismo los valores resguardados por el constitucionalismo occidental? Para responderlo es necesario repasar las características generales del posmodernismo, pues no es posible resumir en una expresión lo que significa. El posmodernismo es, ciertamente, una corriente crítica contra la razón, aunque en términos generales, es una tendencia mucho mayor que eso, pues corroe peligrosamente las bases históricas de la cultura. Así como no puede resumirse en una frase lo que el posmodernismo es, tampoco lo es atribuir su existencia a una única causa. Si debo mencionar una razón principal para explicarlo, concluyo que es hijo del vacío existencial en que ha caído el hombre moderno. De ahí que en su ensayo introductorio, La posmodernidad y sus modernidades (Edit.UCR) el profesor George I. García, concluye su análisis recordándonos la “faceta sombría de la posmodernidad.”

Enunciemos las características principales del posmodernismo. La primera, es su naturaleza “hedocéntrica” –esto es-, la forma de vida social centrada en el hedonismo. El placer como fin de la existencia y valor dominante. El goce de los sentidos como objetivo vital. La posmodernidad ha sustituido milenios de actividad humana caracterizados por la cultura del esfuerzo, y la ha sustituido por una vocación de vida centrada en el placer. Como se vive para el presente, desaparece la valoración social por el esfuerzo. Esa propulsión a vivir del presente, arrastra una implicación económica perversa, pues el enfoque de inmediatez absoluta, genera una idolatría del consumo, y éste pasa a ser un fin en sí mismo. Bajo tal panorama, ya la economía no es guiada por la cultura, ni está en función de resolver las necesidades genuinas del ser humano, sino que está supeditada a un consumo sin propósito, ni sentido real de elevación de la condición de vida, lo que hace que buena parte de la economía esté en función de gasto vicioso y superficial. Esta vocación centrada en el “consumo aquí y ahora”, provoca una negación enfática de los beneficios de demorar la gratificación. Una incultura “presentista” que no valora la constancia perseverante ni la paciencia como virtud. Por ello, el segundo parámetro del posmodernismo tiene una peligrosa implicación económica, en la que el sistema económico deja de ser sanamente productivista, dando un énfasis desmedido al consumo suntuario.

Un tercer elemento del posmodernismo -que es de carácter filosófico- es su sentido de renuncia al ideal de progreso. La naturaleza “presentista” del posmodernismo y su pesimismo vital, estimula la noción de que la historia no tiene sentido, y por tanto, tampoco el futuro. La participación cívica es la primera dañada con tal noción, pues la política es esencialmente una obra civilizadora. Para que una noción filosófica  contra el progreso y el sentido de la historia tenga éxito, se debe atacar la noción judeocristiana de que la historia humana implica el plan moral de Dios para el hombre, y de ahí nace la cuarta caracterización posmoderna como una corriente en la que no existe escala de valores, ni verdad. La hora del relativismo de las conductas. Si las fronteras éticas o reglas de conducta amenazan el goce de los sentidos como objetivo vital, es necesario deshacerse de ellas. Lo que provoque gozo a mis sentidos está legitimado -y a la inversa-, lo que no lo logre, no vale. Por eso el hombre ingrávido solo asume espiritualidad que no lo comprometa moralmente y surgen movimientos “espirituales” que no demandan compromiso moral.

A raíz de la relatividad de las conductas, surge un quinto parámetro que caracteriza el posmodernismo: la quiebra del principio de autoridad. Como el posmodernismo engaña con la falacia de que no hay verdad, ni escala en los valores, entonces el principio de autoridad se torna nugatorio e innecesario. Por eso vivimos una era de quiebra de la solemnidad y transitamos un peligroso período de la humanidad en el que se aplaude la desacralización, el laicismo, y se atacan las virtudes. En su obra Modernidad líquida, Bauman nos recuerda que la sociedad posmoderna es hostil a las virtudes, al tiempo que apologiza lo vulgar.  De ahí que, en esta era se ha desnaturalizado el arte, lo que representa otra característica de la corriente. El sentido natural y original del arte fue la elevación espiritual. En palabras de T.S. Eliot, la voluntad que hizo posible el gran arte, nace de la aspiración del hombre por trascender espiritualmente. Sin embargo, la arremetida materialista del posmodernismo degradó el arte a tal extremo, que el intelectual serio se indigna porque se le atribuye calidad artística a cosas que son verdadera basura. A la obra artística se le extrajo su contenido espiritual, lo que la desligó de su sentido originario, de su naturaleza y razón de ser.

En el posmodernismo hay culto a la tecnología, pero no a la razón. ¿Por que se abandonó la razón? Porque se estableció una peligrosa imposición del utilitarismo como pensamiento único. El discurso legítimo es el que es útil para conquistar el apetito material. En función de lo cual, solo vale el pensamiento que se encuentre sustentado, ya sea en una visión materialista de la existencia -o sino-, en una liviana espiritualidad desprovista de requerimientos éticos. Como el enfoque de la vida está sustentado en la satisfacción de los sentidos físicos, no hay espacio para metafísica alguna con imperativos morales categóricos. El resultado es un absolutismo bicéfalo: una cabeza del monstruo es el de un utilitarismo materialista, la otra el de un utilitarismo de falsa espiritualidad, pues toda espiritualidad desprovista de compromiso ético es mera superstición. La irracionalidad posmoderna deriva de su naturaleza puramente emocional.  Como el posmodernismo prioriza en la irracionalidad de las emociones,  el posmoderno es incoherente en su discurso. Solo un ejemplo: he tenido la oportunidad de comprobar que muchos activistas que defienden con especial celo los derechos femeninos (lo cual aplaudo en la medida en que no se lleve a extremos sociales inconvenientes), defienden al mismo tiempo el accionar de movimientos que violan esos mismos derechos, (apoyando al grupo Hamas en Palestina), lo que es una supina contradicción. Esto es así porque se priorizan las formas, frente a la sustancia o el fondo, provocándose una incapacidad de discriminar. Lo importante es adscribirse a la opinión pasajera que esté de moda. A la pregunta inicial de este artículo, un sí es la respuesta. El posmodernismo es -en síntesis-, la muerte del ideal. fzamora@abogados.or.cr