lunes, 9 de mayo de 2022

CAMBIOS EN EL FINANCIAMIENTO ELECTORAL

 

Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista

 

La idea de que el Estado financie los procesos electorales de los partidos, nació con el objeto de que éstos no cayeran en manos de los que pudieran subvencionarlos, y que, además, el poder no se concentrara en los mismos personajes políticos que controlaban el acceso a ese financiamiento, algo que lamentablemente sigue sucediendo. Las reformas electorales que crean la deuda política básicamente surgen porque en el pasado existían pocos medios de información, por lo que comunicar era muy caro. Además, el transporte era de difícil acceso a la gente. Hoy se informa por muchas vías digitales que no son caras, e incluso la gente se moviliza a votar por sí misma. Desde el arribo de la revolución del conocimiento, existen múltiples vías digitales económicamente accesibles por medio de las cuales la gente se informa. Y el acceso de la población a los medios de transporte, con mejores vías de comunicación y facilidades vehiculares es mayor, lo que provoca que el votante vaya por sí mismo a la urna. Así tenemos como hecho demostrado que las campañas correctas, o sea, las dirigidas a la educación e inteligencia de los ciudadanos, serán cada día más baratas. 

 

Tal es la razón por la cual, en las naciones modernas con alto nivel educativo, actualmente las campañas políticas tienden a ser cortas y austeras. Además, más que en la simple propaganda, el esfuerzo se concentra en la exposición de las propuestas e ideas, y en la información de los planes de acción que ofrecen los partidos. Esta tendencia se orienta en la línea de responsabilidad de los tribunales electorales para que las campañas vayan cada vez más dirigidas hacia el intelecto del ciudadano por medio de la información sobria y bien documentada, y cada vez menos hacia la manipulación a través de la publicidad, o aún peor, a través de un estilo de mercadeo de ese género que ahora llaman “neuromarketing”, que aspira a invadir las emociones temporales y el subconsciente humano.

 

Los signos externos y la parafernalia visual de una campaña, responden más a una era atávica del activismo electoral, y quienes ponen en ello su confianza han visto desmoronarse irremediablemente sus sueños políticos. Lo que hoy cuenta es la solidez o coherencia del planteamiento, la firmeza del líder al momento de defender sus convicciones, y la agudeza y claridad del mensaje. Ahora las campañas políticas exitosas dependen, más que de una adecuada gestión publicitaria, de una acertada comunicación de ideas.  Así las cosas, donde no se justifica una campaña costosa, no se justifica una deuda política alta. Y en un sistema electoral con una deuda política baja, tampoco debe justificarse un procedimiento enrevesado de cobro de esa deuda.

 

Cinco son los principios que deben observarse al momento de reformar la legislación en materia de financiamiento a los partidos. El primer principio es el de frugalidad en el gasto de los recursos públicos. Debe entenderse que moderar y disminuir el gasto en deuda política debe ser un objetivo permanente. El segundo principio es el de control y vigilancia jurisdiccional que está resguardado mediante el artículo 96 constitucional, que obliga a los partidos a rendir cuentas ante nuestro tribunal electoral antes de recibir el aporte estatal. Este control debe mantenerse. El tercer principio es el de simplificación de los procedimientos, pues es una realidad que dicha inspección ha caído en una dinámica alambicada, carísima y que obliga a los partidos a recurrir a fideicomisos bancarios ultraregulados que encarecen el uso del financiamiento estatal, y por tanto “elitizan” el ejercicio electoral. En otras palabras, debe mantenerse la transparencia y control que el Tribunal supremo de elecciones realiza, pero deben simplificarse los procedimientos. Ello para que sean posibles dos objetivos: continuar bajando los montos de la deuda política y que los partidos políticos no caigan bajo el férreo control de élites financieras.  El cuarto principio que debe defenderse en la reforma electoral sobre el financiamiento de partidos, es el que permite el financiamiento indirecto de los procesos electorales por medio de nuestro tribunal electoral. Este tipo de financiamiento, mucho más democrático y eficiente, es el que permitiría al Tribunal Supremo de Elecciones, -por ejemplo-, disponer de recursos de la deuda para pagar de propia mano transporte electoral masivo el día de las elecciones nacionales, de tal forma que ese día el votante pueda trasladarse a las urnas gratuitamente. O bien, que el Tribunal haga pagos directos a los medios de comunicación, para permitir que, en dichos medios, expongan sus propuestas uniformemente todos los partidos políticos.

 

Finalmente, un quinto principio es el que procura unificar elecciones, y así generar una suerte de “economía procesal” mediante la acumulación de procesos electorales. Por eso, otro cambio fundamental que debe aprobarse, que haría muchísimo como un avance monumental en la reducción del costo de las campañas electorales, es unificar la elección de Presidente y diputados, con la elección de autoridades municipales, tal y como estaba previsto en el pasado, hasta que, por no sé qué insensata razón, decidieron separar ambas elecciones, y con ello aumentar el costo y el cansado activismo electoral. Recordemos que, según la resolución 0669-E10-2021 del TSE, la elección de febrero del 2022 nos costó, en aporte del Estado a los partidos, casi 20 mil millones de colones, y que la próxima elección municipal del 2024 nos costará once mil millones más. Ahora ya no solo tenemos una larga y cara campaña electoral cada cuatro años, si no que ahora la tenemos también cada dos años. Esa división de dos elecciones no es conveniente, porque además de encarecer el costo electoral para el bolsillo de los costarricenses, (ya no solo tenemos una elección nacional sino dos), provoca un activismo electoral que distrae a la clase política respecto de las necesidades reales del país. No olvidemos que la anterior campaña talvez fue la de menor nivel moral de las últimas cuatro décadas, con un costo además de casi 5 mil colones por voto.         fzamora@abogados.or.cr  

viernes, 6 de mayo de 2022

LA FELICIDAD EN LA FORJA DEL IDEAL HUMANO

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.  Abogado constitucionalista

 Las actuales sociedades industriales de consumo, con su abundancia de recursos y exceso de ocio, están centradas en un único antivalor sustancial: el hedonismo, que es la existencia enfocada estrictamente en la búsqueda y consecución del placer.  Dicho vicio es la característica de las sociedades materialistas, y en esa cosmovisión materialista es imposible la existencia del ideal, en el verdadero sentido del concepto. El ideal es el resultado final de un proceso que podríamos resumir en cinco etapas. La primera de ellas es el llamado, una brújula impresa en el espíritu que nos arrastra hacia el propósito al que hemos sido convocados a este mundo. Un diseño marcado a fuego en el alma, que implica un plan que nos arrastra en función del propósito de servicio encomendado a cada quien. Al fin y al cabo, el servicio es el sentido de la vida, lo que, por cierto, no es un concepto materialista, sino espiritual. Una vez que somos compelidos a ese llamado, la siguiente etapa es la de capacitarse en aquello a lo que ese faro del alma nos dirige, pues sin educación, es imposible la excelencia en cualquier misión vital.

 

Cuando nuestro intelecto ha sido alimentado, la siguiente etapa es la acción. Antes de la culminación de esa brega, pueden existir momentos de larga espera. La paciencia es parte de la formación del carácter. Ocasionalmente es una espera expectante, la espera de quien sabe que su momento llegará. Ese activismo y esa espera puede resultar combinada en batallas, como la de David, perseguido antes de reinar, o puede ser reflexiva, como aguardó Moisés, en el gran oasis de Madián, antes de liberar a su pueblo. Ese ciclo reiterado de educación, acción, espera, error, madurez, es lo que finalmente forja una cultura personal, y al ejercitar esa trayectoria vital aquí descrita, se procrea algo aún superior: el ideal, que representa la culminación de una vida con propósito, o una gran vida.  Así descrito lo que el ideal es, entendemos que, en las sociedades materialistas, éste es imposible, pues como lo vimos, el ideal es una fragua espiritual.  

 

Por el contrario, la vida centrada en una visión material de la existencia tiene dos vertientes: una filosófica, que radica en la convicción de que la materia es todo lo existente. Frente a la más importante pregunta de la filosofía, ¿por qué existe todo, en lugar de nada?, la respuesta del materialista es que la existencia es resultado de la nada, sin causa, y azarosa. Ello a partir del hecho demostrado de que el universo tuvo un principio, pues originalmente los filósofos materialistas abrazaban la convicción de que la materia había existido siempre, hasta que la ciencia demostró el error. La segunda es experimental, o empírica; asociada a la simple consecución práctica de los placeres. Y allí es donde está el problema, pues el egoísmo, aparte de que es la columna central de una vida centrada en los deleites, deforma gravemente la noción de lo que la alegría y la felicidad verdaderamente son. Un repaso a la historia del pensamiento nos ilustra que, para buena parte de los filósofos materialistas de la antigüedad, el objeto de la felicidad humana simplemente consistía en el disfrute de los placeres. Igualmente, buena parte de los libre pensadores modernos, -los positivistas y materialistas-, ubican en el utilitarismo, el fin último del hombre. Lo anterior se manifiesta de manera evidente, en la actual tendencia de las relaciones afectivas, tan lesionadas hoy por lo que el Papa Francisco llama la contracultura del descarte. Lo que se refleja en las nuevas tendencias de educación sexual, centradas simplemente en capacitar para una mecánica actividad coital sin compromiso, sustentada exclusivamente en el placer y las simples emociones, aislándolas de todas las demás clases de responsabilidades que han sido destinadas para acompañarla. El derecho a gozar nuestros impulsos carnales, se asocia equivocadamente con el derecho a la felicidad, al que refiere el preámbulo de la declaración de independencia de los Estados Unidos. Pero la felicidad es un derecho que no es ilimitado, pues no puede desligarse de la responsabilidad y de los compromisos morales que asumimos en nuestra vida. Confundiendo lo que es el derecho a disfrutar la existencia, muchos conciben que su alegría se encuentra en dilapidar recursos en consumismo vano, sin atender el compromiso moral que eso acarrea. Si no nos afirmamos en lo que la verdadera felicidad es, continuaremos retrocediendo hacia aquella etapa de enorme inmadurez de la civilización, propia de las sociedades antiguas, en el que no solo los impulsos sexuales, sino que casi todos los impulsos humanos, se desataban con desenfreno.

 

Ese, además, es el camino de la desigualdad social y el de la decadencia de la cultura, el cual denunciaba el profeta Ezequiel cuando afirmaba que: “…soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijos; y no fortalecieron la mano del afligido, ni del menesteroso.”   En este punto, aclaro el verdadero sentido de la crítica, pues no se entienda la riqueza material como si la prosperidad fuese anatema. De hecho, el bienestar económico es una bendición evidente para cualquier comunidad o individuo. A lo que me refiero es a esa propensión a convertir los bienes patrimoniales en sentido de la vida y garantía de felicidad, lo cual es una de las mayores crisis existenciales del hombre moderno. Y por supuesto, tampoco el ocio es, en sí mismo, algo negativo. Por el contrario, las primeras grandes civilizaciones y culturas nacieron por la capacidad humana de almacenar granos, hecho que permitió más tiempo de ocio, y con éste, se desarrolló la inventiva y se engrandeció la cultura.  La abundancia de ocio, como mal moral, se refiere al ocio centrado de forma absoluta en el egoísmo y en la satisfacción de los apetitos y sentidos sensuales que, a la larga, se tornan en una suerte de adicción improductiva, que esclaviza y provoca enorme insatisfacción. El resultado de una sociedad así enfocada, es la de una total ausencia de compasión, la desigualdad, la violencia derivada de ella, y un hartazgo de soberbia; y con ésta, el hombre intenta colocarse en la posición de Dios, frontera última de nuestra descomposición moral. fzamora@abogados.or.cr