martes, 21 de febrero de 2017

2017 ¿QUE HACER?

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/amp/opinion/foros/hacer_0_1616838322.html

El año 2017 presenta tres desafíos inmediatos al gobierno. El primero, el ya conocido problema fiscal. El segundo reto lo imponen las nuevas políticas proteccionistas de Estados Unidos. De hecho, la empresa Suttle -ubicada en la zona franca Saret-, ha anunciado su regreso a Minnesota. El tercer problema urgente, lo ofrece la situación de infraestructura que, a raíz de los embotellamientos producidos con ocasión del cierre del puente de la “platina”, nos saltó agresivamente a la cara. Así, sustentado en la experiencia histórica, esbozo ideas para enfrentar las amenazas. Veamos.

 

En relación al reto fiscal, el año pasado, el directorio político nacional del PLN tomamos la decisión de apoyar una propuesta de acuerdo en materia tributaria, del cual el Presidente de la República tuvo conocimiento. Se sustentaba en la tesis expuesta por el Expresidente Arias en el artículo “Un acuerdo posible” (30/9/2014), publicado en este diario. Allí el elaboró una iniciativa consistente en disminuir el déficit durante dos años en un 5% del PIB, donde solamente un 3% se obtenga con un nuevo tributo, y el restante 2% con reducción de gasto. Con nuestros diputados hemos estado dispuestos a impulsar ese planteamiento como un acuerdo nacional. Lo esencial para nosotros es reactivar la económica estimulando la producción, y moderar el gasto público que no es inversión. Es irresponsable seguir cargando al pueblo con un ilimitado crecimiento de la voracidad fiscal. Ello no ha dado resultados en los países donde se tomó tal camino. Aún más, la propuesta de convertir el impuesto de venta en uno que grave más actividades, -como lo es el del “valor agregado”-, implicará un mayor desestimulo a la economía de las empresas pequeñas y medianas no vinculadas al sector público. Está estadísticamente demostrado que el costo de la legalidad no afecta a los grandes conglomerados, sino a las iniciativas de clase media y popular. Una salida para aumentar el ingreso, al tiempo que no se cae en la trampa de un progresivo agravamiento fiscal, es aplicar la fórmula implementada en 1995 con la ley de ajuste tributario, la cual aumentó a un 15% el impuesto de ventas -pero por 18 meses-, para luego regresar al 13%. Esta medida, complementada con otras propuestas para racionalizar el gasto público que no es inversión, permitiría una salida al problema fiscal sin perjudicar permanentemente la economía de las clases populares.

 

El segundo desafío lo planta el proteccionismo del nuevo gobierno estadounidense. La inversión norteamericana directa disminuirá y ese principal mercado puede tender a cerrarse. Progresivamente, pero con urgencia, debemos compensar, tanto la inversión directa, como el mercado que perderemos. Nuestro gobierno debe generar condiciones que motiven a los europeos y a naciones asiáticas como Corea, Japón o China, a aumentar la inversión de alto valor agregado en nuestro país. No será algo nuevo. A inicios de los años ochenta -e invitados por el gobierno de Don Luis Alberto-, Corea del Sur instaló en Santa Ana la exitosa planta “Daewoo Bus”. Esta ensambla y desarrolla producción industrial de buses utilizando recursos y mano de obra costarricense. Es el momento para abrir otros mercados y buscar nuevas naciones inversoras, y no el de imitar la actitud proteccionista de Estados Unidos. Quien insista en negar las bondades de la apertura económica, debe leer las estadísticas del estudio “Inversión extranjera, desarrollo y globalización”, elaborado por la prestigiosa economista Eva Paus, invitada a nuestro país por la UCR como investigadora académica.

 

El tercer desafío que impone el 2017 es el de infraestructura. Allí el partido de gobierno sufre las consecuencias de su propio error, pues en el cuatrienio pasado se opuso a la concesión a San Ramón, de lo cual hoy su Viceministra Alfaro ha reconocido que no ejecutarla fue un error. Pues bien, después del calvario que vivimos por el cierre del puente, finalmente tendremos un paso de menos cantidad de carriles de los que tendríamos de haberse ejecutado la concesión. El proyecto de concesión a San Ramón establecía un paso adicional de dos carriles donde hoy se amplía el actual puente, con lo cual las próximas generaciones habrían disfrutado ocho carriles y no los seis que ahora construye el gobierno. Además, el puente no solo tendría meses de estar funcionando, sino que, como se proyectaba un paso adicional, no hubiese sido necesario el cierre que hoy nos tortura. Sería interesante que un estadístico pudiese cuantificar la dimensión del perjuicio causado a la economía por la cantidad de horas trabajo que se están perdiendo con este cierre, el cual era innecesario en el proyecto original que los activistas del actual gobierno sabotearon. Igualmente, sería valioso cuantificar el perjuicio que implicará a futuro tener un puente de menor tamaño al originalmente proyectado y con muchos años de retraso en su ejecución, pues aún no se sabe cuándo iniciará esa pista. Aún peor, el argumento para desprestigiar la obra fue su costo, para enterarnos después que el valor del peaje propuesto por los activistas de la revuelta es prácticamente el mismo al de la concesión, con la diferencia que la obra estaría ya terminada. No solo no estaríamos viviendo este calvario, sino que el concesionario original se comprometía a financiar los trabajos con su propio capital, asumiría los costos si los materiales aumentaban de precio, o si se retrasaba su conclusión. O sea, el riesgo no iba a ser del Estado. La réplica a mi argumento probablemente será que las concesiones son caras. No necesariamente. La realidad de la insolvencia operativa y económica del Estado descarta que éste las realice. Otra alternativa, los fideicomisos, han demostrado su ineficiencia para grandes realizaciones. La experiencia los descalifica, pues los bancos -administradores por ley-, no se especializan en administrar el desarrollo de megaproyectos. Así, no hay otra opción sensata que asumir el reto infraestructural por la vía de la concesión. Es posible evitar los errores del pasado estableciendo con claridad una estipulación contractual de valor neto actualizado, lo que permitiría asumir el bien en menos tiempo en los casos en que se demuestre una utilidad superior a la estimada, si los costos resulten inferiores. Y hoy el país tiene más experiencia para negociarlos. fzamora@abogados.or.cr

jueves, 9 de febrero de 2017

LA OFENSIVA CONTRA LA VERDAD


Publicado en el diario La Nación bajo la dirección:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ofensiva-verdad_0_1613438646.html

El término “posverdad” es cínico. Lo es porque implica hacer un eufemismo del término “mentira”. Ocultar el concepto mentira bajo un eufemismo, cuyo fin es justificar la propaganda política sustentada en hechos falsos, sin duda resulta cínico. La aceptación del término posverdad, solo fue posible en esta época en donde la verdad es un concepto bajo constante ataque. En el pasado -por el contrario-, la justipreciación de la verdad hacía de la mentira algo absolutamente censurable en la cultura. Más hoy la verdad es un concepto devaluado por el relativismo posmoderno. Como constitucionalista, me embarga la preocupación de que esto sea particularmente grave para Occidente, pues la historia ha demostrado, hasta la saciedad, que si los sistemas constitucionales no se sustentan en consensos morales básicos, las constituciones nacionales y el sistema de valores que ellas sustentan, pasan a ser letra muerta. Y sin una clara aceptación de lo que la verdad es, no es posible el más mínimo consenso moral en una sociedad. De no revertirse esa compulsión, amenaza convertirse en el mayor mal del siglo XXI. El problema es que en Occidente se está levantando una nueva intolerancia que condena cualquier amago de defensa de las certezas morales. Cuando el Reverendo M. Luther King -ante las escalinatas del Monumento a Lincoln-, declaró que soñaba con el día en que los seres humanos serían juzgados “no por el color de su piel, sino por la condición de su carácter” ofreció una pista sobre uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea. La sociedad de bienestar actual engendra -en consuno con el particular menosprecio al concepto de la verdad-, un similar desprecio hacia el valor del carácter como fundamento de la personalidad humana. Una era en la que impera la indiferencia de las masas ante el peligroso embate de la falsedad. ¿Y cómo forjar el carácter sin una idea clara de la verdad?

 

Aclaremos de qué se trata este fenómeno. Se resume en el hecho de que para las actuales sociedades de consumo, el sentido absoluto de la existencia es el “confort”. En castellano léase hedonismo: la vida centrada en la consecución del placer. Giles Lipovetsky sostiene que es la contracultura en la que el valor dominante de la vida es el estímulo placentero de los sentidos. El producto residual de este fenómeno contracultural es una exaltación del “descompromiso” en todas las áreas de la vida. Paternidad sin compromiso, pacto matrimonial sin compromiso, sexualidad sin compromiso, vocación sin compromiso. Ahora bien, para expandir la zona de confort absoluto a la que aspiran las sociedades de consumo, una incómoda barrera que enfrentan sus apologetas y cultores, son las fronteras éticas sustentadas en el concepto de lo que la verdad es. Por eso, a la actual sociedad posmoderna, conviene más una suerte de moral relativa, cuya aceptación dependa, exclusivamente, de cálculos costo-beneficio inmediato para quienes decidan asumirla. De ahí lo conveniente que es relativizar toda verdad, e imponerle a la sociedad nuevos dogmas como el de la verdad relativa, o su primo hermano, el nuevo concepto de la “posverdad”. El inconveniente para este afán es que, por más que el actual sistema ideológico se proponga relativizar y minimizar la importancia de la verdad, al final, las terribles consecuencias de evadirla se imponen. Aún más, es tan implacable el poder de la verdad, que relega toda otra alternativa aparente y falaz que sea irreconciliable con ella. De ese tipo de paradoja, uno de los ejemplos más dramáticos lo protagonizó Winston Churchill con ocasión de los hechos antecedentes a la Segunda Guerra mundial. En la década de 1930, Churchill perturbó la solaz tranquilidad que disfrutaba Inglaterra. De forma incómoda, a viva voz alertaba que detrás de las pacifistas proclamas alemanas, se escondían pérfidas intenciones. En aquel momento, aquello era un designio difícil de detectar, por lo que la aparente impertinencia de su denuncia lo estigmatizó ante la sociedad europea de entonces. Quienes relativizaron el escenario que Alemania preparaba, calificaron como intolerantes las incómodas advertencias de Sir Winston. De hecho, fue marginado del protagonismo político hasta que la verdad salió a la luz de forma evidente. Para entonces fue demasiado tarde.  

 

¿Cuál es la moraleja que aquel trauma inglés nos ofrece? Una enseñanza cardinal: no por desconocer la verdad, estamos relevados de las consecuencias que conlleva negarla. Lo más confortable para el pueblo inglés, es que las advertencias de Sir Winston hubiesen sido impertinentes y las intenciones de Hitler ciertamente pacíficas. Pero no por el hecho de que el pueblo inglés rechazara la realidad oculta detrás de la advertencia, se vio relevado de sufrir las terribles consecuencias que le ocasionó el haber desatendido aquella incómoda verdad en el momento oportuno. Así sucede con todo ámbito de la realidad, incluido el de las verdades morales, tan devaluadas hoy por cierto en nuestro hemisferio occidental.

 

Pues así como Churchill advirtió al pueblo inglés los peligros de permanecer indiferentes ante la colorida y aparentemente inofensiva cuestión nazi, Occidente debe ser advertido sobre las sombras que atrae consigo la contracultura del relativismo hedonista. Una contracultura de culto a lo corporal, que nos lleva a un nuevo paganismo que censura la defensa de cualquier certeza. Lo grave de ésta posmoderna abolición de las certezas, es que, tal y como el polo terrestre es un referente para una navegación segura y dirigida, igualmente las certezas -particularmente las morales-, son referentes fundamentales del hombre en su existencia. De hecho, el resultado más siniestro de la relatividad de la verdad moral sucedió en la Europa del siglo XX. Al finalizar la II Guerra mundial, cuando se descubrieron los horrores de los campos de exterminio, el argumento generalizado que invocaron en su defensa los oficiales nazis, para justificar su monstruosa conducta, consistió en apelar al relativismo y el convencionalismo: “¡Solo cumplíamos con la ley de entonces!, ¡¿por qué debíamos saber que lo que hacíamos estaba mal!?” No niego que vivimos épocas en las que los fanatismos de todo tipo le han hecho mucho daño al mundo, sin embargo, no por ello debemos renunciar a la búsqueda y defensa de la verdad. Es un propósito fundamental de la existencia humana. fzamora@abogados.or.cr