martes, 9 de diciembre de 2014

EL COMBATE POR EL CONSTITUCIONALISMO


Dr. Fernando Zamora C.

Abogado Constitucionalista

 

Publicado en España bajo la dirección: http://www.elimparcial.es/noticia.asp?ref=144208


 

No existe un Estado constitucional por el simple hecho de ostentar una ley fundamental, o una constitución política nominal. Solo se vive en un Estado constitucional, cuando desde el poder se garantiza la vivencia de los ideales del constitucionalismo, que es algo muy superior a un simple texto normativo, por muy principal que éste sea. Por ello incluso, hay sociedades libres que son Estados constitucionales, pese a no contar con constitución escrita. ¿Y cuál es la ideología constitucional, o mejor aún, sus ideales? Como en un escrito de esta naturaleza no es posible enumerar todo lo que eso implica, resumimos que el constitucionalismo es el conjunto de ideales que garantizan un régimen básico de libertades frente al poder. Lo que implica, entre muchos otros, principios como el del gobierno limitado, el principio de gobierno autocontenido por la vía de la separación de los poderes, el de representación, el principio democrático, o por ejemplo, los institutos constitucionales que aseguran la existencia de las libertades individuales. Manuel Aragón Reyes lo resume así: “la democracia -y todo lo que ella conlleva-, es el principio legitimador de la Constitución”.

 

Como tantas veces sucedió en el pasado, el constitucionalismo está hoy también amenazado, pero las fuerzas que ahora atentan contra sus ideales son multipolares. De las cuatro amenazas que paso a señalar, tres de ellas nacen como males externos. En primer término, el progresivo deterioro de lo que el antropólogo Arjun Appadurai ha llamado un choque de gobernabilidad mundial que amenaza el orden del Tratado de Westfalia, el cual instauró -hace ya varios siglos-, los principios del derecho internacional y la soberanía de los Estados. Hoy existe un nuevo flujo de movilización de poderes y alianzas absolutamente globales, cuya naturaleza celular sobrepasa la capacidad de los Estados nacionales. Realidades como el de la digitalización, las tecnologías globales, las fronteras abiertas, los software portátiles y las formas de traslado instantáneo de riquezas, y por ende, de poder, son una casi irresistible amenaza contra conceptos como el de territorio, nación, soberanía o estado, en su histórico rol de recipientes que contienen la seguridad y la autoridad legítima de las sociedades. Una segunda amenaza externa que está íntimamente ligada con lo anterior, es el nuevo terrorismo global. Todo parece indicar que esa guerra, -en especial la manifestación que de ella ha surgido en el mundo islámico- no se vencerá en una generación. Si bien es cierto debemos buscar condiciones para la paz con toda nuestra voluntad, hay una realidad: los movimientos radicalizados no aceptan coexistir con el mundo no islámico. Incluso a lo interno del mundo musulmán, los cismas y escisiones desintegran naciones enteras como Sudán, Irak, Nigeria, Libia, o el Líbano, entre otros. Todas las señales advierten que el combate contra el terrorismo será generalizado, de muy larga duración, y que no tendrá un frente concreto, sino globalmente librado en la gran mayoría de los continentes. Sin duda, al menos en Oriente Medio, Africa, Europa y el Norte de América. No es una guerra convencional como las que el mundo ha conocido, pues cuando se pretende ejecutar una ofensiva militar en una zona determinada, ya los integristas se esfumaron para reaparecer realizando una ofensiva terrorista en la retaguardia de algún otro continente. Todo con el objetivo de minar la fuerza moral de los Estados libres que se sustentan en la idea del gobierno limitado, que es un concepto extraño para los califatos. La tercera amenaza externa es el ascenso, en Asia, de potencias económicas y nucleares dentro de regímenes autoritarios, que conviven en una peligrosa y tensa calma regional. Tal y como sucede con –y entre-, China, Norcorea, Rusia, Irán, Japón o la India. So pretexto de que sus vecinos representan una amenaza regional, los ciudadanos, a lo interno de esos regímenes, viven limitados en el disfrute y goce de sus libertades, y los Estados constitucionales que sí garantizan las libertades, amenazados por la realidad de que tal calma se altere.

 

Finalmente, la última de las grandes amenazas contra el constitucionalismo surge desde adentro de los mismos Estados constitucionales. Es una suerte de “quinta columna” que, como un virus, ataca desde dentro. Dicho mal es el fenómeno cíclico de la contracultura materialista. En el pasado, el constitucionalismo ha sido devastado por corrientes políticas materialistas, como fue el marxismo o el fascismo. Hoy ese materialismo no solo se presenta como una manifestación exclusivamente política, sino a través de otras muchas formas de incultura materialista que no es mi propósito explicar aquí. La principal manifestación es el círculo vicioso que sustituyó al consumo por el “consumismo”. Este último es una incultura económica destinada a provocar codicia a través de nuevas y constantes necesidades superfluas, y a través de la masiva producción de cosas con una obsolescencia casi inmediata. Tanto que incluso ha provocado el exponencial crecimiento de la industria dedicada a eliminar basura. A esto se suma otro fenómeno: el hecho de que en las sociedades libres se ha desplegado una vocación de vida excesivamente centrada en el placer. Esto ha generado un laicismo que odia cualquier frontera moral, y que promueve el relativismo de los valores que dieron sustento a los ideales constitucionales.

 

Así las cosas, la defensa de los Estados constitucionales requerirá estrategias. Una de ellas la preparación para una resistencia de larga duración frente al terrorismo. Esto implicará un mayor fortalecimiento de la cooperación sostenida norte-sur para promover el desarrollo humano.  Estimular nuevos pactos regionales de coexistencia, correlación y equilibrio de fuerzas. Igualmente fortalecer las políticas internacionales que desestimen el tráfico armamentístico, como la propuesta del Dr. Oscar Arias sobre el tráfico de armas, presentado a la ONU por el gobierno de Costa Rica. A ello se le debe agregar la defensa irrestricta de los valores que permitieron la democracia constitucional en el orbe. Finalmente, la promoción de una nueva ética económica que redefina los propósitos globales del capitalismo y el mercado, pero ello es otro tema. En síntesis, aunque nos sintamos tentados a claudicar en la defensa y promoción de los valores del constitucionalismo democrático, la responsabilidad histórica de nuestra generación es resistir. fzamora@abogados.or.cr

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