lunes, 11 de septiembre de 2023

LOS DIAS DE LA INDEPENDENCIA

 Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista

En su profusa obra sobre nuestra independencia, el académico David Díaz Arias refiere que, en las memorias de Manuel José Arce, primer presidente federal centroamericano, consta que casi de forma inmediata a nuestra independencia, la población costarricense era reconocida como una sociedad profundamente civilista, pacífica, sin afanes bélicos ni expansionistas. Esencialmente republicana, y en la propia frase de Arce: “merecedora de los encomios que se les otorgan a los pueblos que son virtuosos.”  La generalidad de los estudiosos coincide además que era un pueblo pobre, consecuencia de una escasa inmigración, escasa población nativa y además limitada en riquezas minerales. A lo que se sumaba la difícil comercialización de los pocos cultivos agrícolas que teníamos, prácticamente limitados al tabaco o el cacao. Es claro que la independencia americana, y como subsecuencia la centroamericana, fue resultado de una confluencia múltiple de factores, entre los que se encontraban las reformas centralistas de la monarquía borbónica, la guerra de independencia española, la Constitución de Cádiz y las corrientes político filosóficas del pensamiento liberal originario. En el centro de nuestra América, la independencia estaba motivada en el anhelo de ser libres del dominio político administrativo de las metrópolis coloniales que concentraban el poder, por lo que, en nuestra pequeña región meridional, el término independencia tenía muchas connotaciones. Por ejemplo, el resto de pueblos centroamericanos estaba deseosos de liberarse del control guatemalteco, lo que era evidente desde el siglo de los 1700’s, -perdónenme el anglicismo-, cuando ya constaban los reclamos de los criadores de ganado de provincias más lejanas como la de Honduras o El Salvador. De alguna forma los costarricenses resentíamos también esa inconformidad, pues las autoridades de Guatemala dificultaban con múltiples trabas el comercio costarricense con nuestros vecinos del sur, lo que entonces era la Colombia panameña.  El investigador estadounidense Troy Floyd refiere por ejemplo, que la intendencia salvadoreña señalaba en sus discursos su inconformidad con “la tiranía de Guatemala sobre las provincias”, mientras que los hondureños se quejaban de que la riqueza estaba en “la letárgica cabeza guatemalteca, mientras la sangre de sus hacendados no circulaba en el resto del cuerpo”. Esto, entre otros motivos, por el férreo control ejercido desde Guatemala que prohibía a los ganaderos vender los animales fuera del dominio de su jurisdicción. 

 

Aún más, en su “Colección de documentos para la historia”, nuestro historiador León Fernández deja constancia de que pocos años antes de nuestra independencia, la diputación provincial costarricense, en conjunto con la nicaragüense, solicitaron directamente a las propias Cortes españolas de Cádiz, que nuestras dos provincias fueran separadas de la Capitanía guatemalteca. La intención es que se estableciera una audiencia propia. Según el proyecto remitido a Cádiz, la idea era que se estableciera esa nueva audiencia, y una capitanía en la entonces principal ciudad nicaragüense de León, con una intendencia en Costa Rica. La convicción del historiador Fernandez era que tanto nuestra nación como Nicaragua buscábamos liberarnos de la dependencia chapina, sobre todo, en temas económicos, y de paso, los legales. Pero la historiadora Elizabeth Fonseca nos alerta que, en ese cóctel de intereses creados y pasiones libertarias, había otro nivel de pugnas de menor rango, esta vez entre nosotros y los leoneses. Pues, así como una fracción de la geografía centroamericana buscaba liberarse del control guatemalteco, los funcionarios cartagineses empezaban a buscar la forma de liberarnos del control nicaragüense, al punto que el mismo historiador Fernández refiere el hecho de que, un año antes de nuestra independencia, los procuradores del Ayuntamiento cartaginés solicitaron a un funcionario de la capitanía guatemalteca la separación administrativa y eclesial de Costa Rica frente a la jerarquía de León. Alegaron que eso era un requisito esencial para que nuestra economía y comercio progresara. De hecho, el citado investigador Díaz apunta además que esta petitoria se reitera mediante escrito presentado ante el diputado de las Cortes de Cádiz, José María Zamora, en donde se comunica la urgencia que tiene Costa Rica de convertirse en Junta Provincial “para quedar independiente y sin ninguna sujeción a la de León Nicaragua”. En esa ocasión, la distancia y la dificultad de los caminos entre León y Cartago, era otro de los argumentos de peso para justificar la anhelada separación.         

 

Pues bien, al final de aquellos afanes libertarios regionales, y por la ya citada confluencia de múltiples factores globales, José Cecilio del Valle, uno de los principales padres de la independencia centroamericana, sostenía que la Constitución española de 1812, -denominada de Cádiz por haber sido promulgada en aquella ciudad-, al proclamar que el soberano moral eran los pueblos bajo el dominio español, con esa frase resumió el fundamento ético que sustentó la independencia final de nuestra región. No por casualidad, con el espíritu de la independencia, para Valle nacería además una nueva connotación de lo que ser americano significaba frente a lo europeo. Una persona que era diferente no por su cultura, sino por su carácter. Ciudadano de una patria cara y valiosísima, de un continente digno, e incluso, por sus potencialidades a futuro, “superior a Europa”, tal y como se atrevió a afirmar en su periódico “El amigo de la Patria”.

 

Hoy, dos años después del bicentenario de nuestra independencia, las estadísticas de los indicadores de desarrollo nos despiertan de nuestro sueño libertario, hacia lo que parece ser son los primeros estertores de una pesadilla. Tengamos claro que, toda caída de los indicadores del desarrollo no es otra cosa sino una crisis de la cultura nacional. Y esa cultura es, a su vez, vocación que se sostiene en un trípode de tres columnas: la educación, la formación familiar y la espiritualidad.  Si queremos revertir dicha amenaza, -esa espantosa tendencia en la que vamos cayendo-, al menos empecemos con la educación, uno de esas tres bases que son clara responsabilidad del Estado. fzamora@abogados.or.cr  

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