lunes, 24 de octubre de 2022

UNA VISIÓN ASOMBROSA DEL GÉNESIS

 Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista

 Andrew Parker, director del departamento de investigación del Museo de Historia natural de Londres, publicó la obra “El enigma del Génesis” en la que, pese a su condición de no creyente, manifestaba su asombro ante la exactitud de la descripción del proceso y secuencia de la creación que se narra en el primer libro de la Biblia. Otros, como el astrofísico Hugh Ross, o el historiador natural Edwin Bevan, también han manifestado su fascinación ante tal precisión. Les resultó inaudito que tal nivel de fidelidad fuese resultado de una tradición judía cuyos orígenes se remontan a más de cuatro mil años atrás. Por las razones que citaré, para ellos la descripción es científicamente exacta desde la perspectiva de alguien que observa la secuencia a partir de una visión dada desde el interior de la tierra. Veamos porqué: la primera coincidencia entre la ciencia y el antiguo relato, corresponde a la realidad de que el universo inicia con lo que podríamos llamar una explosión ex nihilo, o sea, surgida a partir de lo que no era. Y tal como lo explica la ciencia actual, el universo, entiéndase la materia, el espacio y el tiempo, ciertamente surgen en un instante inicial, hace miles de millones de años, a partir de una masa con un volumen aún más pequeño que el de un átomo, que se expandió de modo enérgico y acelerado hasta formar la realidad existente.  La segunda coincidencia entre la ciencia y dicha narración, consta propiamente en el segundo versículo del Génesis, el cual indica que inicialmente la tierra era caos, confusión y oscuridad, y en esa etapa, tal y como también coincide la ciencia según los científicos citados, estamos ante un planeta primigenio sin el orden necesario para que la vida prospere aún, vacío de organismos y en completa oscuridad, tal y como el antiguo libro narra, pues los cosmólogos de hoy reconocen que, hace más de cuatro mil millones de años, la atmósfera terrestre era completamente opaca debido a cuatro factores: la gran cantidad de gases densos, el polvo en suspensión, las distintas sustancias interplanetarias y un frecuente bombardeo de meteoritos que contribuía a un mayor esparcimiento de polvo y escombros en la todavía espesa atmósfera terrestre. Así pues, efectivamente la tierra estaba “desordenada, vacía y en oscuridad”, pues según los científicos, en esta etapa era imposible que la superficie terrestre pudiese aún recibir luz solar.

En una tercera secuencia descriptiva, propiamente en el versículo tercero, el texto narra “la aparición de la luz”, de forma que fuese posible la división que experimentamos entre el día y la noche. Pues bien, en efecto hoy se sabe que hace poco más de 3500 millones de años, el bombardeo cósmico disminuyó y el agua terrestre se enfrió lo suficiente como para empezar a condensarse, originando océanos de escasa profundidad. Con ello, la espesa atmósfera terrestre se empieza a aclarar sin ser aún transparente como hoy, por lo que, si bien es cierto, la atmósfera ya era translúcida a la luz del sol, aún era imposible apreciar dicho astro, ni a ninguna de las demás lumbreras existentes. Así pues, la precisión de la narración sigue siendo total en este tercer aspecto: la tierra pasa a recibir luz, y por tanto noche y día, sin que los astros aún aparezcan visualmente desde su superficie. En una cuarta etapa de descripción bíblica se narra “la separación de las aguas”, y en este punto la astrofísica señala que ciertamente, hace unos tres mil millones de años la tierra estaba ya en condiciones de albergar un océano poco profundo que, sumado a la perfecta distancia del sol y nuestra órbita, permitió al agua realizar los cambios de estado (sólido, liquido, y gaseoso), para un ciclo de aguas estable. De nuevo aquí, una cuarta precisión portentosa.

 

En una quinta etapa de la descripción, en el versículo noveno, se indica el retroceso de las aguas para descubrir tierras firmes. Pues bien, aquí acierta por quinta vez la antigua narración, tanto en los hechos como en su secuencia, pues el científico Ross nos recuerda que la historia de la geología afirma que, hace aproximadamente 3500 millones de años, aparecieron sobre la superficie oceánica los cratones, esos gigantescos bloques de granito procedentes del interior de la corteza, que constituyeron los protocontinentes a partir de los cuales se formaron los continentes más antiguos, y por tanto, la formación de una tierra firme rodeada por agua, lo que coincide totalmente con la crónica veterotestamentaria. Siguiendo el relato, en la sexta etapa de la descripción, -entre sus versículos 11 y 12-, se describe el surgimiento de la vegetación y la precisión en la secuencia vuelve a ser absoluta: en efecto, hace aproximadamente tres mil millones de años, el planeta ya dispone del dióxido de carbono, la luz, la tierra y el agua necesarias para permitir el surgimiento de las plantas también en tierra firme, inicialmente algas, musgos, helechos, y otra diversidad de plantas antiguas. En una sétima secuencia del proceso descriptivo, en el versículo 14, el relato narra la aparición de las lumbreras, en lo cual se vuelve a acertar, pues hasta hace apenas dos mil millones de años, o sea, en un momento muy posterior, es cuando la atmósfera se vuelve más transparente, siendo posible observar los astros a partir de una perspectiva terrestre. En este punto, insisto en la anotación ya indicada, de que el relato es exacto desde la perspectiva de la visión que se le da a un espectador ubicado en la superficie de la tierra que recién se forma. Aquí hay una sétima coincidencia portentosa, pues la plena transparencia de la atmósfera en efecto ocurrió después de que ya existían plantas en el planeta. En este punto, -el de la aparición de las lumbreras- los eruditos insisten en que aquí el término correcto usado no es “crea” sino “aparece” (en hebreo “hayah”), con lo cual es evidente que lo que se narra es la aparición posterior visible de los diversos astros desde nuestra superficie. Finalmente, de acuerdo a dichos científicos, a partir del versículo 20 en adelante, se encuentran la octava, novena y décima fascinantes coincidencias entre la ciencia y la narración del Génesis, pues se sabe que, entre mil y quinientos millones de años atrás, existiendo ya un 20% de oxígeno, abundancia vegetal, ozono, y otras múltiples condiciones, surgen primero los animales marinos, tal y como afirma la narración. En efecto, los fósiles de las explosiones cámbricas prueban que los primeros animales fueron marinos, tal y como sostiene la secuencia del génesis para una octava exactitud. La novena coincidencia es que, según el registro fósil, la segunda explosión de surgimiento animal efectivamente es la terrestre, y la décima coincidencia es que nuestro surgimiento como especie homo sapiens, es ciertamente la última.

fzamora@abogados.or.cr  

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